II
Ania se había marchado y yo estaba otra vez sola. Estuve admirando durante un rato mi nuevo cuarto, ya que no tenía otra cosa con la que entretenerme. La habitación estaba hecha de ladrillos grises y en algunas zonas incluso se podía observar la humedad en forma de pequeñas agrupaciones verdes que yo imaginé que sería moho. La ventana tenía un cristal, pero descubrí que este estaba roto y cuando hacía mucho viento, silbaba. Era un sonido escalofriante, aunque no tardaría en acostumbrarme. El suelo parecía hecho de cemento duro y sin pulir.
Unos minutos más tarde, la tal Marina hizo su aparición, aunque no era como yo me la imaginaba. Era joven, aunque no sabría decir cuántos años tendría. Su cabello era muy oscuro, al igual que sus ojos, pero las enormes ojeras y el cansancio le restaban atractivo. Lucía una camiseta ajustada y muy escotada que no dejaba lugar a la imaginación junto con unos pantalones demasiado cortos y unas botas altas con un gran tacón. Su figura poseía muchas curvas, pero no parecía llevar muy buena alimentación.
—Levántate, niña —me ordenó con voz rasposa.
Su voz me sorprendió tanto que me quedé atónita mientras la miraba. ¡Era española! Hablaba como yo.
Tras un carraspeo por parte de la mujer, obedecí, ya que no quería meterme en problemas. Ella me miró de arriba a abajo mientras hacía muecas incomprensibles y asentía de vez en cuando con la cabeza.
—¿Edad?
Yo la miré sin comprender y ella pareció impacientarse.
—Que cuántos años tienes, niña.
—Nueve, señora —respondí.
—¿Cuándo cumples los diez? —siguió preguntándome.
—El día cinco de junio, señora.
—Muy bien —asintió complacida—. Es decir, este año haces los diez. Dentro de un mes escaso, si no me equivoco.
No dije nada porque no creí que hiciera falta.
—¿Tienes familiares por ahí perdidos?
—Creo que no. Mis padres y mis abuelos murieron y ni mi padre ni mi madre tenían hermanos —respondí apenada.
—Perfecto. Servirás entonces, aunque no ahora mismo.
—¿Servir? ¿Para qué, señora?
—Para trabajar—fue lo único que dijo—. Con quince años ya estarás lista. Te unirás a las clases enseguida.
—¿Clases? ¿Hay más niños aquí? —pregunté ilusionada.
Marina rió.
—Solo hay chicas, niña.
Y dicho esto, salió de mi habitación. No entendía por qué se había reído, pero no importaba. Ahora ya sabía que no estaba sola y que no era la única en aquellas condiciones. Sin embargo, tenía la amarga sensación de que no me permitirían ver a las demás niñas.
Volví a tumbarme en el colchón y suspiré al mismo tiempo que me abrazaba las rodillas, apoyando mi barbilla en ellas. Trataba de hacerme creer a mí misma que aquello no era tan malo, que iban a darme clases y después tendría un trabajo con el que ganarme la vida. Cuando hubiese ahorrado lo suficiente, saldría de allí y me compraría un bonito piso. Quizás entonces pudiera hacer amigos o encontrar a esa persona especial con la que compartir mi vida. Era un buen plan, dadas las circunstancias. Siempre me había imaginado una vida así, aunque yendo a la Universidad y esas cosas. Supuse que no me permitirían ir al colegio, así que aquella parte quedaba descartada. Pero aún me quedaba todo lo demás.
Me tumbé y miré al techo, entreteniéndome con las horribles manchas oscuras que tenía y adivinando en ellas extrañas figuras. No era una gran afición, pero era eso o morirme del aburrimiento. Aunque, en realidad, ya tenía que estar aburrida para imaginar que una enorme mancha circular era una pelota de un niño que se había transformado en un agujero negro que iba absorbiéndolo todo a su paso.
Mis ensoñaciones fueron interrumpidas por el sonido que la puerta emitía antes de abrirse. Ania apareció tras ella y después la volvió a cerrar. Tenía la expresión de quien había tomado una importante decisión.
—He estado pensando que demasiado dura ha sido tu vida, y más dura que va a ser, como para que yo te lo haga pasar aún peor —me dijo—. No soy tu amiga, pero quizás sea lo más parecido a una.
—¿Qué quieres decir con eso? ¿Vas a ayudarme? —pregunté esperanzada.
Ania suspiró. Parecía que se estaba arrepintiendo, así que no dije nada más para evitar ahuyentarla. Sólo esperé a que ella hablara, si es que lo hacía.
—Verás, esto no es fácil —me dijo—. Aún eres pequeña para entender ciertas cosas y la verdad es que yo no debería meterme en tu vida.
—Pero podrías contarme sólo las cosas que tú creas que puedo comprender —intenté convencerla.
—Eres demasiado lista para mí —esbozó una pequeña sonrisa, pero esta se desvaneció pronto—. Has sufrido mucho, ¿verdad?
Yo solo asentí, ya que no quería hablar de más.
—Por un lado me gustaría saber tu historia, pero por otro lado tengo miedo de conocerla —suspiró—. Está bien, te contaré algunas cosas pequeñas que quizás puedan hacerte entender algo.
—Gracias —sonreí.
—¿Dónde crees que estás, Lidia? —me preguntó.
—En un orfanato —respondí con obviedad.
—¿Y qué dirías tú que es un orfanato? —siguió preguntándome.
—Pues es un sitio donde llevan a los niños que se han quedado sin familia para que los cuiden y estén con otros niños y así puedan ser felices.
Por la expresión de la chica, supe que le había complicado la situación, aunque no comprendí muy bien la razón. Se mordió el labio y sacudió la cabeza. Después me miró.
—¿Puedo sentarme? —me preguntó señalando el lado vacío a mi lado en el mugriento colchón.
—Claro, si no te importa oler un poco mal después —respondí.
Ania sonrió y se sentó a mi lado. El colchón estaba en el suelo, por lo que las piernas de la chica sobresalían mucho y la hacían ver como si fuera una rana. La imagen me resultó graciosa y consiguió sacarme una sonrisa.
—Verás, Lidia, tú sabes que esto no es un orfanato normal, ¿no? —empezó diciendo.
—No es como me lo habían contado, pero a veces la gente miente.
—¿Y tú piensas que la gente te ha mentido y que todos los orfanatos son como este?
—¿Y qué voy a creer si no? —me encogí de hombros—. Yo solo quiero saber por qué estoy aquí y qué quiere ese Señor de mí. ¿Quién es Jared? ¿Por qué a Liccssie le caigo tan mal si no me conoce? Son muchas preguntas.
—Y yo intentaré responder algunas —suspiró—. Pero tienes razón: son muchas.
Yo simplemente permanecí en silencio hasta que Ania encontrase las palabras adecuadas para empezar a contarme lo que fuera.
—No estás en un orfanato normal, Lidia —me miró a los ojos—. Un orfanato es exactamente como te contaron esas personas. Pero este sitio es diferente. Sí, acoge a niños que no tienen a donde ir, pero no es bueno. Aquí...eh... utilizan a los niños para hacer cosas malas, cosas ilegales —se notaba que le estaba costando explicarse—. Bueno, solo a las chicas.
—¿Qué cosas malas? ¿Por qué solo a las chicas? —le pregunté.
—Pues... A ver... Digamos que a una cierta edad, se llevan a las niñas fuera de aquí para trabajar, pero el dinero no se lo quedan ellas. Se lo queda el Señor y él es quien las mantiene, cubriendo sus necesidades. Y respecto a por qué sólo las chicas... pues... hay... ciertos trabajos que son más de chicas que de chicos —se apartó algunos mechones de pelo de la cara—. Por ejemplo, lo más lógico es que sea una mujer quien haga las tareas de la casa, ¿no? —asentí—. Pues con esto pasa igual.
—¿A qué edad nos sacan de aquí? ¿Cuál es ese trabajo?
—Esas preguntas no me corresponde a mí responderlas —suspiró—. Marina te enseñará todo lo necesario, ¿de acuerdo?
—De acuerdo —bajé la mirada, pero después la alcé rápidamente—. ¿Quién es Jared?
—Mi jefe.
—¿Y qué es lo que quiere tu jefe de mí?
—Haces preguntas complicadas —sacudió la cabeza—. Mira, lo único que puedo decirte es que lo mejor que puede pasarte es que le intereses a Jared. Él te sacaría de aquí y tu vida llena de penurias terminaría. Pero no estoy segura y puede que no seas importante. Por desgracia, tardaremos mucho en averiguarlo, puesto que no vendrá hasta dentro de mucho tiempo.
—¿Cuánto es mucho tiempo? —inquirí.
—Unos años —suspiró—. He hablado con él y su viaje va a prolongarse, pero ya sabe que estás aquí y que debe venir a verte.
—Entonces, él sería como el héroe de las películas —sonreí.
Ella también sonrió, pero no de la misma manera.
—No, cielo —me miró fijamente a los ojos—. Él sería el peor de los villanos.