Capítulo III: No todo es silbar y cantar
Ya se habían acercado a mí antes a decirme que yo "no estaba protegida" en esa calle y ahora me lo demostraban a punta de golpes, de amenazas y encerrada en la cajuela de un carro.
Primero, me llevaron a una bodega abandonada y me violaron. Luego me llevaron a un cuarto de hotel y me encerraron en el ropero. Ese es el tipo de cosas que los vividores hacen para debilitar a las mujeres, es una forma de irlas ablandando. Me dejaron ahí, en el ropero, varias horas. Yo les rogaba que me dejaran salir pues tenía hambre, dijeron que sólo lo harían si aceptaba trabajar para ellos.
Me negué, yo no quería acostarme con hombres para que otros se quedaran con mi dinero. Me presionaron tanto que me obligaron a hacerlo por unos seis meses.
No me dejaban ir a casa, no me dejaban hablar con mi abuela, no sabía nada de ella y ella tampoco sabía nada de mí. Traté de escaparme un par de veces, me atrapaban y me castigaban, me pegaban muy duro, me encerraban en el ropero, me metían a bañar con agua fría y me dejaban en el baño por horas.
Más tarde, fui traficada por otros hombres, los que me secuestraron me vendieron a otros. El abuso físico era horrible, sólo que, el abuso real era el mental: las cosas que te decían se te quedaban y uno nunca podía salirse del hueco, la verdad es que esos malditos saben bien lo que hacen.
Como despertarte a medianoche con una pistola apuntando a tu cabeza diciéndote que ya no te soportan y que se va a acabar todo, que te vas a morir. Cierras los ojos y comienzas a rezar sin saber a quién encomendarte hasta que jalan el gatillo y no pasa nada, solo el chasquido del metal pegando en el vació.
Eso te hace preguntarte cuándo va a tener balas la pistola, cuando va a terminar su miserable existencia que a ellos no les interesas más que como negocio.
Otros pretenden que te valoran y uno se siente como: "Soy Cenicienta y llegó mi Príncipe Encantado". Parecen tan dulces y encantadores, y te dicen. "Sólo tienes que hacer esto por mí y luego llegarán los buenos tiempos". Y uno piensa: "Mi vida ya ha sido tan dura, ¿qué importa un poquito más?".
A una nunca le llegan los buenos tiempos, todo es pasar de cliente en cliente, de venderte a uno y a otro para darles a ganar a los que te están explotando, a los que te vigilan y están al pendiente para que cumplas y si no lo haces, entonces comienzan los castigos y los golpes.
La gente describe la prostitución como algo glamoroso —como en las películas como esa que se llamó "Pretty Woman" ("Mujer bonita") —sólo que, la realidad no es nada parecida, la cruda verdad, te golpea en la cara una y otra vez hasta que te parte la madre y te deja sin sueños, sin ilusiones, sin planes, sin esperanzas, sin sueños, sin nada a lo que te puedas aferrar.
Una prostituta puede acostarse con cinco extraños al día. En un año, son más de 1.800 hombres con los que tiene relaciones sexuales, sexo en cualquier forma.
No se trata de relaciones en sí, nadie me traía flores, te lo aseguro, nadie me regalaba chocolates o me decía palabras románticas para seducirme y convencerme de irme a la cama con ellos.
Estaban usando mi cuerpo como un pañuelo desechable y ya, no les importaba sino lo que podían ganar conmigo, sólo el dinero que obtenía para ellos era importante.
Año y medio trabajé para esos desgraciados hasta que un día decidí fugarme, me escapé de sus redes. Incluso ni busqué a mi abuela simplemente tomé el dinero que había ganado en ese día y en un camión me fui a Oaxaca, de ahí a Puebla y finalmente a la Ciudad de México.
A mí me han golpeado, me han disparado y me han apuñalado. Yo no sé por qué esos hombres me atacaron, me ofendieron, me golpearon, me utilizaron, me prostituyeron.
Trajeron consigo su ira o su enfermedad mental o lo que sea y decidieron desquitarse con una prostituta, sabiendo que yo no podía acudir a la policía y qué si lo hacía, no me tomarían en serio, que no me darían ninguna importancia ya que todo era “parte del oficio” y yo misma me lo había buscado.
De hecho, yo tuve suerte. Conocí a mujeres bellas que fueron asesinadas en las calles.
—"No es más que una puta" —comentaban los que veían el cuerpo, no sólo los curiosos que pasaban al lado del cadáver sino también los ambulantes que las recogieron, los agentes que debían investigar, los que quisieran opinar sobre aquel cuerpo sin vida que yacía en la calle, como una basura sin dueño, como una piedra más del pavimento, como si nunca hubiera importado.
Después de un tiempo de acostarte con todos los que te alquilan, después de que te han estrangulado en el momento de pasión o en un arrebato de ira de algún cliente que quiere desquitarse del mundo.
O de que te han puesto un cuchillo en la garganta y te dicen que te vas a morir por andar de puta o te han puesto una almohada sobre la cabeza hasta hacerte perder el conocimiento por la asfixia, sólo por la curiosidad de ver qué pasa.
Necesitas algo que te dé valentía, que te permita seguir adelante, que te dé fuerzas para continuar y muchas se van al licor, se emborrachan, se pierden, se dejan llevar, yo bebí, llegué a usar drogas, muchas veces las combiné para escapar de esa cruda realidad que me pesaba como una loza en la espalda, por eso decidí fugarme, no quería terminar muerta en la calle, tenía derecho a vivir mi vida y a hacer lo que yo quisiera.
Cuando llegué a la Ciudad de México, me hospedé en un hotel de mala muerte en la Candelaria de los Patos, sí, en ese barrio bravo y de calles sucias y abandonadas, llenas de gente de todo tipo, desde los que son trabajadores cumplidos hasta los que la buscan fácil como los rateros y las que nos prostituimos, sin olvidarnos de los que venden droga.
Por eso no me fue difícil saber dónde podía venderme, algunas vecinas del hotel me aconsejaron, yo ya casi no tenía dinero y me lancé a la calle, nuevamente por mi cuenta.
Comencé a trabajar con la idea de salir adelante y juntar una lanita para poner un negocito, que me permitiera vivir sin problemas, lejos de esta vida de piruja, tenía 25 años de edad y los clientes me sobraban así que con dos o tres que tuviera por día era más que suficiente para llevármela tranquila.
Fue una noche en que todo cambió, resulta que un borracho loco me atropelló con su carro, yo apenas tenía tres meses de vivir aquí. Fui al hospital y me llevaron de inmediato a Urgencias.
Debido a la condición en la que me encontraba, llamaron a un oficial de policía quien me vio y dijo:
—"Yo la conozco. No es más que una puta del barrio. Seguro golpeó a algún tipo, le quitó el dinero y recibió su merecido" —y ni tomó nota de lo que me había ocurrido, como si con su comentario explicara todo, como si ya no hubiera más, y es que a esos infelices no les importa nada, sino sacar provecho.
Yo oía cómo la enfermera se reía con él, le pareció un buen chiste. Me dejaron en la sala de espera como si no mereciera los servicios médicos. No sé cuánto tiempo esperé con dolores en todo el cuerpo que me enloquecían, hasta que una doctora me atendió y me hospitalizó y dio instrucciones adecuadas para que me curara bien y el golpe que me dio el carro, no me dejara secuelas.
Hay mujeres buenas y también malas en este mundo. Lo mismo pasa con los hombres.
Al salir del hospital de nuevo mi vida iba a cambiar. Yo no tenía dinero, no podía trabajar porque me había fracturado dos costillas, la rodilla y el codo así que andaba enyesada, estaban por echarme del hotel y todo parecía estar en contra mía y entonces apareció él: Daniel Ordaz, un hombre de 35 años, atractivo y de buen cuerpo, nunca antes me había gustado tanto un hombre como él, desde que lo vi supe que me iba a enamorar hasta las chanclas y así fue.
Primero, habló con el encargado del hotel para que me dejara tranquila en lo que me recuperaba y le podía pagar. Después me llevaba a comer y él pagaba, platicaba conmigo, me hacía sentir importante y eso me gustaba, lo mejor era que no me pedía nada a cambio, decía que yo le gustaba y estaba a gusto conmigo, que yo era especial.
No te lo puedo negar, me enamoré perdidamente de Daniel. Cuando me pidió que me fuera a vivir con él no dude y acepté. Me llevó a la colonia Obrera, a una vieja vecindad como esta en la calle de Manuel M. Flores, no me importó, el estar a su lado hacía que todo fuera bello.
Tres meses después de mi accidente yo estaba completamente restablecida y totalmente enamorada así que cuando él me pidió que trabajara en un cabaret para ayudarlo con los gastos no me negué, por el contrario, quería corresponderle en todo lo que él me había dado en ese tiempo.
Me metí al talón en el “Balalaika”, un cabaret de regular categoría, ahí ganaba mejor que en la Candelaria de los Patos, enamorada y estúpida le daba todo mi dinero a Daniel y me conformaba con las migajas que me daba, me trataba bien y yo lo amaba.
No sé cómo ocurrió, sólo sé que sucedió, me embaracé y se lo dije, esperaba que le alegrara que tuviéramos un hijo, lejos de eso se molestó mucho y me dijo que los hijos solo estorban que tenía que deshacerme de él, que me llevaría con una partera y no sé qué más.
Le lloré, le supliqué, todo fue inútil, Daniel, estaba aferrado, así que yo también me aferré y lo único que gané fue que me diera una paliza que me hizo abortar en medio de terribles dolores.
Ese día no sólo perdí a mi hijo sino también el amor que por él sentía. Casi una semana tardé en recuperarme y casi de inmediato me mandó al talón. Le dije que ya no me vendería que trabajaría como mesera o vendiendo quesadillas en la calle y una nueva madriza me llevé, sólo que en esta ocasión no me pegó en la cara para que pudiera ir a talonear.
Fui al cabaret y no quise convivir con nadie, ni fichar, ni bailar, ni clavar, estaba decidida a no hacerlo y no me iba a obligar. Sentía mucho rencor contra él, haber perdido a mi hijo me arrancó las entrañas, me secó el corazón, acabó con mi vida, fue tan grave la golpiza que ese infeliz me dio que no puedo volver a tener hijos, así que entenderás por qué lo odiaba tanto, ese desgraciado hijo de perra, no se merecía ni la tierra que yo pisaba, así que no iba a ser más su juguete.
Al regresar sin dinero del cabaret, una nueva golpiza, al día siguiente que no quise ir a talonear, otra golpiza y por la noche al regresar del cabaret, de nuevo sin dinero, otra golpiza.
El problema fue que en esa última madriza que me dio, me noqueó, perdí el conocimiento por un puñetazo que me dio en la cara y que me estrelló contra la pared, ¿crees que le importó? No, me dejó desmayada, tirada en el piso y él se acostó a dormir, sin importarle si yo vivía o no, con toda tranquilidad se quedó dormido, como si no hubiera hecho nada malo.