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Capítulo IV: Lo peor, es que hay que seguir

Cuando reaccioné y me vi toda golpeada, tirada en el suelo, como si fuera una basura, como si no tuviera ningún valor y él durmiendo a pierna suelta en la cama, como si no debiera nada, como si todo le perteneciera, al verlo así, mi odio se acrecentó y no titubee cuando agarré el cuchillo cebollero.

Con el filoso cuchillo en la diestra, me acerqué a la cama y lo apuñalé diez veces, el miedo me hizo sacar y clavar el cuchillo una y otra vez, para que no se fuera a levantar.

Me mandaron a la Cárcel de Mujeres condenada a siete años, había atenuantes, como el informe médico que decía que yo había sido golpeada en reiteradas ocasiones en los últimos días, como el que me obligaba a talonear, como el haberme hecho abortar a golpes y por eso mi condena no fue tan grande. La verdad es que estar en la cárcel no fue tan duro como yo lo esperaba, después de todo lo que había vivido, estar encerrada en un lugar como ese fue como si tomara vacaciones. Me hice de muy buenas amigas que me apoyaban en lo que había hecho y me daban ánimos para seguirá adelante.

Cuando salí, por primera vez en mi vida, me sentí libre, por fin me pertenecía a mí misma, aunque me habían aconsejado que al salir vendiera droga o me dedicara a robar, decidí que mi vida tenía que cambiar por completo, si quería salir adelante, debía cambiar muchas cosas.

Primero: no volvería a creer ni en el saludo de un hombre. Todos son iguales, mentirosos, traicioneros y desgraciados, abusivos y vividores, que no piensan sino en ellos mismos y una no les importa.

Segundo: no volvería a talonear, aunque me muriera de hambre, no volvería a vender, ni mi cuerpo, ni mis caricias, y si tenía ganas de calmar mi ardiente temperamento, pues me buscaba una aventura de una noche y al otro día, si te vi, ni me acuerdo.

Y tercero: viviría como a mí me diera la gana, por eso vendo comidas, lavo ropa y cuido niños, y busco la manera de ganarme un dinerito limpiamente, sin venderme, así me voy manteniendo.

Sé que no me voy a volver millonaria ni voy a tener grandes ahorros, sólo que, así soy feliz y cuando me siento muy sola, pues me voy a un cine, me ligo a alguien y me voy al hotel con esa persona.

Al día siguiente, trato de levantarme primero y me salgo sin despedirme siquiera, segura de que no me volverá a buscar y que no habrá ningún problema en mi vida, hasta ahora, me ha funcionado.

Cuando me despedí de mis amigas en el reclusorio, una de ellas me habló de esta vecindad y vine a conseguir una vivienda, no fue difícil que me la dieran pues ella conoce a la dueña y me recomendó, no me costó trabajo adaptarme a mi nueva vida.

Por eso te digo que busques la manera de largarte, que vuelvas a escapar de ese infeliz y que no te encuentre nunca, necesitas hacerlo o te vas a arrepentir toda tu vida, yo sé lo que te digo.

—No creas que no lo he pensado, María, sólo que, la verdad es que le tengo mucho miedo. No soy como tú, no sería capaz de matarlo Una cosa si te puedo decir, en cuanto tenga oportunidad me voy a largar de aquí y nadie volverá a saber de mí.

—Eso espero, por ti y por la niña… nada me gustaría más en la vida, que saber que viven felices.

—¿Por qué conscientes tanto a esa desgraciada? —dijo con coraje Ofelia Pérez, al ver que Rubén, salía de la vivienda de Gloria, el padrote caminaba hacia el zaguán de la vieja vecindad todavía molesto por la necedad de la Goya, cuando ella se le acercó con un gesto duro y seco.

—Porque es mi bronca y a nadie tengo que darle explicaciones de lo que hago o dejo de hacer —respondió Rubén, con brusquedad volteando a ver a la que era otra de las mujeres que explotaba.

—Sí, pero pasas más tiempo con ella que con cualquiera y eso no me gusta.

—Me vale madres lo que te guste o no es mi bronca y ya… además… ¿no tenías que estar taloneando ya? ¿Qué demonios haces aquí perdiendo el tiempo?

—Es que quería ver que obligaras a esa desgraciada a ser igual que todas las demás. No porque haya sido bailarina en ese antro es mejor que nosotras, que te mantenga como lo hacemos todas. ¿O qué estas esperando a que se vuelva a largar? Se me hace que ya te convenció otra vez de que sólo debe fichar y darte unas migajas de lo que gane con la ficha y con las propinas.

—Si me convence o no es algo que a nadie le importa, así que mejor cumple con lo tuyo y preocuparte por juntar la cuota… ahora ya zacate a la fregada de aquí que estoy perdiendo dinero.

—No me corras así, mejor vamos a mi casa y me das un acostón de esos que tú sabes para hacerme feliz… ya tiene mucho tiempo que no estás conmigo como antes de que llegara “esa” —le dijo Ofelia al tiempo que lo detenía y lo abrazada luciendo su mejor gesto sensual.

—Mejor te parto el hocico por no hacerme caso… ¿cómo ves? —le respondió él separándola de su cuerpo con ambas manos y aventándola hacia a un lado para después seguir caminando con grandes y firmes pasos hacia el zaguán de la vecindad que a esas horas lucía solitario y oscuro. Rubén, trataba con la punta del zapato a cada una de las mujeres que tenía bajo su protección para que no se le revelaran, sólo Gloria, había sido capaz de retarlo de manera abierta, , por eso tenía que domarla, someterla y dar el ejemplo a las demás para que no quisiera sublevarse, cosa que no le convenía.

—Rubén, tú sabes que yo te quiero como nadie y tú no me haces tanto caso como antes… Nadie te ha sido más fiel que yo… Antes me atendías todos los días y ora… me tengo que conformar con verte con esa desgraciada que no sabe valorar el hombre que tú eres.

—Tú lo has dicho, eso era antes, ahora confórmate con que te vaya a ver cada que se me antoje… y ya no me estés fregando o te aseguro que te rompo la…

—No te enojes, ya me voy, sólo te pido que no me tengas tan abandonada… te necesito, me haces falta. He hecho todo lo que tú me has pedido y creo que me merezco un poco de tu amor… oye… contéstame… no me dejes hablando sola como si no existiera… ¡desgraciado!

Rubén, ya no le respondió, siguió caminando y cruzó el zaguán sin volver la vista atrás, Ofelia, también salió de la vecindad rumiando su coraje, no se explicaba porque amaba tanto a aquel hombre que la compartía con otras mujeres y además la hacía trabajar para mantenerlo.

Ella así lo había aceptado y en cierta forma era feliz teniéndolo y viéndolo feliz a él. Sin mucho entusiasmo llegó a la calle y una vez ahí comenzó a caminar hacia la esquina donde tenía a su clientela, en ese momento, los recuerdos comenzaron a llegar a su mente de manera inevitable.

Nunca me imaginé terminar en las calles, vendiéndome, alquilando mi cuerpo para el placer de otros, sólo que, así son las cosas y a joderse, todo comenzó con despertar sexual, lo recuerdo muy bien, como si hubiera sido ayer, y es que dejó una huella en mí, que jamás podré borrar.

Desde que me hice mujer y empecé a atraer y ser atraída por los miembros del sexo opuesto, siempre acaricié el secreto deseo de realizar el sexo con un hombre extranjero, bien macho y velludo.

Mi boca se hacía agua y mi puchita súbitamente se empapaba de jugos cada vez que era asaltada por esta obsesiva fantasía que me ponía caliente por cualquier motivo.

Durante unos años viví cerca de una base militar y pude ver a los más hermosos extranjeros que se pueda cualquier mujer imaginar, de todo tipo y al alcance de mi mano.

Cada vez que me tropezaba con uno de ellos, el estómago me daba un vuelco en particular cuando se trataba de italianos, que no sé por qué, siempre fueron mi debilidad sexual.

Mi oportunidad llegó, casi sin esperarla, de sorpresa, cuando se mudó a una cuadra de mi casa un hermoso siciliano con el cuerpo más perfecto de hombre que he visto en mi vida.

De manera habitual, él usaba pantalones ajustados y camisetas sin mangas que revelaban los poderosos músculos de su pecho, cubierto por un vello, negro, tupido, rizado, que ponía a latir enloquecido mi clítoris.

Aunque, lo que de verdad me tenía apendejada era el formidable bulto que se destacaba en la entrepierna de sus apretados pantalones, se veía que cargaba una buena tranca entre las piernas.

Sabía a qué hora regresaba de su trabajo, de modo que diariamente caminaba por la acera frente a su casa para echarle un vistazo en el momento que se bajaba de su camión, con eso me conformaba.

No podía evitar mirarlo y pasarme la lengua por los labios pensando en meterme su formidable pinga en la boca y mamársela hasta la última gota de leche, o de tenerla ensartada en mi panocha, incluso hasta llegué a pensar que a él si le daría mi culito, que aún era virgen.

Después de tanto estarlo espiando, al final él se dio cuenta de mi cotidiana presencia y la expresión hipnotizada de mi rostro cada vez que yo lo veía.

Un día me llené de coraje y me le acerqué en el momento en que estaba reparando el camión. Me presenté a mí misma y él me dijo que le llamara Aldo. Bajé los ojos y observé la creciente palpitación de su gorda manguera bajo la estrecha tela de los pantalones.

Estaba tan desesperada por poseerla que casi me desmayo ahí mismo. Él me invitó a pasar a su casa y yo le seguí temblando de la cabeza a los pies.

Por fin, su conversación llegó al asunto de mis frecuentes caminatas frente a su casa y las miradas incendiarias que le echaba cuando le veía. M

e dijo que se había dado cuenta que él me gustaba y que tenía una sorpresa para mí.

Tuve que controlarme para no saltar de júbilo y él continuó en un sensual susurro diciéndome que él sabía lo que yo quería y que por una hora yo sería suya y él sería mío.

Entonces me pidió que lo desvistiera. Le quité la camisa y me puse a lamerle los pezones oscuros, sintiendo cómo los vellos de su pecho me hacían cosquillas en los labios y el resto del rostro.

Eso me hizo desearlo con aún mayor desesperación. Nos dejamos caer juntos sobre la mullida alfombra que cubría el piso. Le abrí los pantalones y con cuidado se los quité sacándoselos por los pies y dejándole sólo cubierto por unos diminutos calzoncillos bikinis negros.

Casi se los arranqué a pedazos para poder mirar con libertad su salvajemente grande y larga pinga. Sonriendo con esa forma tan dulce que tenía de hacerlo me dijo:

—Creo que esto es lo que siempre has querido... ahora es todo tuyo... —se veía emocionado

Le miré a los ojos por un instante y comencé a chuparle la enorme e inflamada cabezota roja de su miembro. Era tan grande que apenas la mitad me cabía en la boca, aun así, me esforcé por tragarlo todo.

Mamé y mamé como una trastornada sexual hasta que él me pidió que no siguiera pues quería hacer algo que en cuanto lo supe me excitó, aunque al mismo tiempo me intimidó.

—Quiero darte por el chiquito, nena... me fascina tu trasero y lo deseo

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