Librería
Español
Capítulos
Ajuste

Roto y peligroso

Aitana

Llevaba dos horas sentada en uno de los sofás de la enorme sala de la casa de mi hermana, con la vista fija en el mar y los pies sobre las piernas de Ashton.

Parecía que estuviera castigada. No me dejaban moverme.

Mi mamá había tenido un cuidadoso acercamiento conmigo. Cada palabra que salió de su boca, parecía escogida con esmero. Tenía la sensación de que ella sabía, que casi cualquier cosa que dijera sería errónea y mal interpretada.

Pero es que hay momentos, en que lo mal interpretado, no es más que la verdad enmascarada en una duda.

Yo soy del tipo de persona, que lejos de mal interpretar, podría jurar que tengo un máster en interpretación. No suelo fallar en mis cavilaciones.

Rara vez me equivoco, porque cuando analizo algo, soy tan exacta, que no tengo margen de error.

Ella había tratado de convencerme de lo mucho que estaba sufriendo por no haber podido ir a verme, por no saber de Amaia y sobre todo, de lo mucho que lloró cuando creyó que habíamos muerto.

Pero a mí, me costaba creerle del todo.

El día que todo aquello había sucedido, ella bailaba mientras mi hermana casi cae al vacío y a mí me secuestró la loca de Alicia, supongo que con la ayuda de su madre, pues hasta que no estuviera mi hermana aquí sana y salva, no tenía intenciones de averiguar esos detalles.

— Tienes que poner de tu parte nena. — Ash era tan comprensivo, que podía pecar de inocente. Estaba masajeando mis pies y miraba el hermoso mar a mi lado.

— Tengo agotadas las partes para poner Ash, no me quedan partes. Estoy cansada de ser comprensiva y ver cómo todos pisotean esas partes que vivo poniendo.

— Aitana, para que podamos reunir los trozos que quedan de esta familia, algunos tienen que ceder más que otros. Si todos mantenemos la misma actitud, no podremos seguir adelante. Al menos no juntos. Y eso no es lo que quiero para nuestro hijo — el tenía su parte de razón, pero mi yo incrédulo, hacia cada vez más fuerza en mi interior para impedirme confiar.

— Con Aídan no puedo ser comprensiva Ashton y lo siento mucho por tí, porque sé, que lo quieres y es tu hermano. Pero es que Amaia es la mía, y si hace un tiempo lo ayudé con todas mis fuerzas a salir adelante, hoy esas fuerzas son para mi hermana. Lo que Aídan ha hecho supera la lógica de cualquier persona medianamente saludable. Psicológicamente hablando.

— Lo sé, pero tú estás casada conmigo, no con él. — cambié de postura y me recosté sobre su pecho — deja que sea ella, quien vea lo que sea que tenga que ver. No te involucres.— no podría describir la paz que me daba su brazo sobre mis hombros.

Está era la clase de paz, que quería que mi hermana viviera con su marido.

Asentí con mi cabeza; pero mi mente se negaba a seguir viendo como mi Amaia seguía aplaudiendo las locuras de su marido.

Locuras que nos involucraban a todos en ocasiones y que sabía de sobra, que ella no podría aguantarlas para siempre. Y si quería a mi hermana, como la quería, tenía que hacer que arreglara su matrimonio. Que se diera cuenta de lo tóxico, que era todo a su alrededor.

Yo los quería juntos. Pero juntos bien, no mal. Y ahora mismo, Aídan estaba bastante mal.

La relación con mi padre ahora estaba en un punto neutro. No íbamos bien ni mal. El simplemente le dedicaba muchísimo tiempo a mi madre, cosa que en el fondo agradecía.

Tenía tanto con lo que lidiar que en este justo momento, no estaba muy receptiva a la relación, paterno - filial. Ya habría tiempo para eso. Y verlo con mi madre, me daba cierta tranquilidad, pues al menos ella no estaría tan sola. A pesar de todo la quería y me preocupaba.

Cuando mi madre nos llamó a la mesa, para comer juntos, me sentí rara.

Mi primera comida de casada y mi hermana no estaba. Sin embargo mi bebé necesitaba alimentarse, así que me tuve que sentar con ellos, que me hacían sentir un poco extraña. Cómo si fueran dos desconocidos.

— Estoy yo nena. Y está nuestro hijo dentro de tí, no te pongas así de renuente, ven...

Ashton me conocía tanto, que a veces tenía la sensación de que me leía la mente.

Comimos juntos pero dispersos de pensamientos. Todos parecíamos tener miedo a provocar un mal momento para los otros. Era muy incómodo estar así de comedidos en familia. Si a esto se le podía llamar así.

— A ver... Voy a decirlo yo, porque es muy molesto seguir así — comenté dejando el tenedor en el plato y poniendo los codos en la mesa, obteniendo la atención de todos — esta familia está hecha una mierda, por culpa de varios. Pero si queremos arreglar las cosas, al menos un poco, necesitamos hablar.

— Aitana yo...

— Espera mamá, no digas nada hasta que mi hermana esté aquí y podamos hablar todos juntos — ella asintió un poco asustada ante mi tono exigente.

Era muy molesto ver siempre esa actitud sumisa que mostraba. Primero con Thomas Jhonson, después con toda la historia de Leticia, también dió muestras de sumisión entonces, y ahora conmigo. No sé cómo podía ser así de tolerante con todos.

— Tranquila Aitana, por favor— mi marido era otro que bien bailaba. Que chico más comprensivo. Me resultaba hasta molesta su actitud de no rompo un plato. Que molestos todos.

— Joder Ashton de verdad, deja de repetirme lo mismo. Estoy tranquila, solo que yo no voy a seguir callándome lo que pienso.

— Vale cariño — dijo levantando las manos — solo espero que cuando llegue el terroncito te endulce un poco... cielo mío.

Rodé los ojos, y me mordí la lengua tragándome un vete a la mierda y seguí diciendo...

— Voy a hacerte una única pregunta, y si me la puedes responder con sinceridad, te prometo que voy a trabajar duro por volver a confiar en ti mamá.

Mi padre bebió agua y me miró expectante. Sin embargo Lynda, mi madre, se puso tensa.

— ¿Puedes decirme que no hay nada más que nos escondes?

Aquello parecía un ultimátum, pero en realidad era mi manera de no estar esperando a que otra bomba cayera sobre nuestras vidas de nuevo.

Pero, como ya había pensado antes, mi madre no estaba siendo sincera del todo. Su silencio me decía que habían mas cosas secretas. Y eso me jodía tanto que me recosté con fuerza sobre mi silla, viendo como ella bajaba la cabeza y se callaba su respuesta.

Así es que supe, que no iba a responder, porque no podía hacerlo. Seguía escondiendo cosas, y esas cosas tenían que ser todavía más graves que las anteriores para que ni siquiera ahora, aprovechara la oportunidad de decirlas.

Al menos estaba siendo sincera, pues, aunque no me decía que era lo que escondía, pero por lo menos no negó estarlo escondiendo.

Una sola palabra de cabreo y decepción salió de mi boca, antes de tirar la servilleta a la mesa y levantarme furiosa...

— ¡¡Cojonudo !!

Amaia

Hay momentos en la vida, que sabemos que hemos perdido algo, pero que necesitamos que sea otro quien nos lo confirme.

Ese momento era este para Aidan, o para mí, no lo tuve claro hasta después.

El sabía que lo nuestro se estaba haciendo pedazos y que yo no aguantaba mucho más, pero quería oírlo de mí, con todo lujo de detalles.

Aunque los detalles los recibí yo.

Supe que iba a ceder, cuando me moví de su lado y no me impidió salir de aquel sitio, volver a la habitación y comenzar a vestirme con la ropa que la rusa había traído para mí.

Salió de allí, vestido y lo ví encender un cigarrillo, colocándolo en sus labios carnosos, justo donde deseaba yo, poner los míos.

— Puedo darte todo lo que me pidas y hasta lo que no me pidas — me sorprendió hablando primero y recostandose contra la ventana de cristal, mirando hacia abajo, pero dirigiendo sus palabras hacia mí, en tono firme y amenazante — pero el divorcio jamás. Ni tú lo quieres ni yo voy a dártelo. Con eso no cuentes. He hecho algo que no me has pedido y que jamás voy a arrepentirme de haber hecho, pero dejar de ser tuyo, nunca lo haré. Yo sé mejor que tú, lo que quieres. Y si quieres enseñarme algo, de esto serás tú la que salga enseñada.

— ¿Cómo puedes asegurar saber lo que yo quiero? — me calcé unos tenis y le dediqué a él, toda mi atención, a pesar de que no se giraba a verme.

— Porque yo soy, lo que tú quieres — cuánta razón tenía y que dolor me daba negarmelo.

— Quiero más cosas Aídan... Y tú no me las quieres dar.

— Tu lo que quieres es verte bien ante los demás, quedar como la mujer empoderada, y que no se dejó someter por su marido. — el era experto en manipularme — y no eres más que una malcriada que no quiere aceptar que amas todo lo que soy y todo lo que te doy, y te vas a esconder detrás de las mierdas que no te digo, evitando quedarte con lo que sí digo.

Que no me mirara para hablar me ponía nerviosa. Verlo con la vista fija en la ventana y con la mente fría para hablar, me asustaba.

El sabía tanto como yo, que una sola palabra suya me ponía de regreso a sus pies, justo lo que quería.

— ¿Que es lo que sí dices Aídan?

— No vale la pena repetirme con alguien que no me escucha. Esto que has hecho Amaia, no sabes lo que me está costando. No imaginas lo que siento, porque tienes tanto miedo de vivirme, que me apartas. Y no te enteras de nada.

— No acomodes las cosas a tu favor, para hacerme sentir mal, solo quiero respuestas que te niegas a darme y quiero que veas que lo que has hecho está mal.

— ¿Por eso me pides el divorcio? ¿Para que aprenda a ser alguien de quién no te enamoraste? — no entendía porque no me miraba — menuda estupidez.

— No me llames estúpida — le reclamé caminando hasta él, tratando de que se girara a mirarme pero no se movía. Cerraba los ojos y esquivaba mis intentos de mover su enorme cuerpo.

Tenía su antebrazo sobre el cristal y miraba hacia abajo, un jardín por el que ví aparecer la silueta de Douglas y supe que regresábamos a casa. El me sacaría de aquí.

— Es lo que estás demostrando ser. Una idiota que no ve más allá de su desconfianza. Has sido incapaz de confiar en mí, cuando yo ni un solo minuto he dudado de tí. — varios hombres entraban — siquiera sabes que fue lo que pasó con esa maldita foto, ni con otras cosas que he tenido que hacer y todo por qué, pues porque asumes que si te divorcias estarás mejor. Es que no se puede ser más idiota Amaia. Te traje aquí, para tenerte a salvo y para mí, para que nadie te hiciera nada mientras lidiaba con Alicia, para encontrar a tu hermana y que fueras feliz cuando estuvieras consciente de nuevo, pero tú no ves nada. Y yo ya no quiero mostrartelo.

Sentí como la puerta de la habitación se abría y ni siquiera miré hacia atrás, porque cada palabra que Aídan me había dicho, me dolía tanto que mis ojos lloraban por mí.

— Ahora vete, que te vaya bien sin mí. Demuéstrame que tan malo soy para tí y que tanto bien te hace estar lejos de mí. No voy a buscarte. — se giró por fin y sin tocarme, acercó su rostro al mío y dijo furioso y entre dientes — tu me has roto Amaia. Y ahora sí, sin tí, soy muy peligroso.

Un gemido de dolor y tristeza se escapó de mi garganta cuando me pasó por delante y me dejó allí, sola y sintiendo su vacío.

— Si alguno que no sea yo le toca un solo pelo que dios lo ayude — le dijo a su padre, pues Douglas le contestó que se fuera tranquilo, que lo buscaría luego.

Abracé mi cuerpo tembloroso y ví cuatro hombres esperando abajo, por nosotros supongo.

Una última vez, escuché su voz y cuando mencionó esa sola frase caí al suelo, llorando desconsolada. Sin entender que mierda había hecho y como y por qué estaba renunciando a él, justo a él que lo amaba tanto.

— ¡ Adiós pequeña!

Descarga la aplicación ahora para recibir recompensas
Escanea el código QR para descargar la aplicación Hinovel.