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2

¡¿Quien es esa chica?! Parece un ángel, vestida de blanco, con su larga cabellera rubia y su piel clara, juega y sonríe con los niños... ¿ángel? Yo, ¿acabo de decir ángel? Niego con la cabeza, pensando que el vino de ayer en la cena me ha nublado la mente. Pero no puedo dejar de mirarla.

Allys

-¡Hola Allys!- exclama Robert, saliendo de la sala de juegos.

-¡Hola Robert!- respondo, mientras miro divertida su pijama de Batman.

-¿Te hicieron daño?- me pregunta señalando mi brazo con su dedo meñique, donde está el parche que me pusieron para la muestra de sangre que me acaban de hacer.

-No, nada tan insoportable.- replico sonriendo.

Robert me invita a quedarme un rato con él y como mi madre y mis hermanos habrán bajado a la cafetería a comer algo, acepto la invitación.

Robert es un niño de ocho años, él también como yo, tiene leucemia. Pero él, aparte de su enfermedad, fue abandonado por su madre hace años, ella lo dejó en el convento de monjas y nunca más volvió. Nos hicimos amigos y me encanta!

Una tarde, apenas me hospitalizaron, lo había visto caminar por los pasillos, tenía una expresión tan triste, que movida por la curiosidad lo seguí.

Lo vi entrar al cuarto de juegos, pensé que quería jugar, en cambio se acercó a la ventana y entre un suspiro y otro dijo estas palabras: - ¿¡Por qué no tengo una mamá y un papá como todos los niños!? ¿¡Por qué nadie viene nunca a verme!?-

Mi corazón se derritió al escuchar esas exclamaciones, así que le respondí: -Si quieres puedo ir a verte, todos los días.- Desde esa noche, todas las tardes nos encontramos y quedamos juntos.

...Después de una hora...

-Señorita Loires, tiene que volver a su habitación; el nuevo médico vendrá a conocerla en breve.- me informa la enfermera.

-¿¡Volverás más tarde!?- me pregunta Robert.

Tiene miedo, miedo de ser abandonado de nuevo. Sonrío, acariciando su mejilla: -¡Claro!-

En la habitación, mi madre me "obliga" a comer, mostrándome la bandeja llena de comida que me acaban de traer.

-Ally, ¿¡vamos a jugar al scrabble!?- me pregunta Robison, con sus grandes ojos color avellana y su deslumbrante sonrisa.

Me encanta cuando me llama "Aliada", y lo sabe, porque lo hace cada vez que tiene que preguntarme algo, así que siempre le digo que sí. Miro a Alyssa que está emocionada de ganarnos de nuevo, ¡es un verdadero as en ese juego! Nos sentamos alrededor de la pequeña mesa de metal gris, ubicada en un rincón de la habitación, y comenzamos a tocar.

-Allys, papá me acaba de llamar, obtuvo un permiso de trabajo y viene al hospital.- Me dice mi madre.

Soy feliz, cuando papá está cerca, con su buen humor contagia a todos, hasta a mamá.

Durante el juego, justo en el clímax, alguien llama a la puerta.

-¡Buenas tardes princesas!- exclama mi padre, entrando a la habitación.

Besa a Robison ya mi madre, luego besa a Alyssa ya mí. Amo a mi padre con locura, nuestra relación siempre ha sido especial. Un poco más peculiar que mis otros hermanos; siempre hemos hecho todo juntos, hasta las cosas más dispares. Una vez incluso me acompañó de compras, o como aquel día que llenamos de espuma de afeitar la taquilla de la chica que voluntariamente me empujó durante una competición de gimnasia artística.

Vuelvo a sonreír, cuando pienso que en mi último baile de debutantes, todos mis compañeros habían elegido un novio, un amigo o un hermano como acompañante. Yo, bueno... yo, yo había elegido a mi padre. Y aunque no era tan joven como los demás, esa noche hizo una buena figura; porque Luis Loires es hermoso. Por sus venas corre sangre mitad italiana y mitad puertorriqueña. Es alto y, a pesar de sus cuarenta y tantos años, todavía está muy en forma. Su tez aceitunada se acentúa aún más por sus profundos ojos negros y su espeso cabello oscuro. Mi padre siempre dice que mi madre se enamoró de él desde el primer momento que lo vio.

-¿¡Qué trajiste esta noche papá!?- Pregunto curiosa.

-Los pasos del amor.- Responde con una brillante sonrisa.

Me encanta Sparks, me encantan sus libros y sus películas. Es diferente a todos los demás escritores, tiene algo más, su propia manera de escribir, tanto que las sensaciones penetran en tu piel, casi como si fueras tú quien las experimenta.

-Luis, ¿¡no podrías haber traído otra película!?- Interviene mi madre picada.

Veo a mi padre fruncir el ceño de repente.

-¡Mamá, me gusta mucho! Mejor película no podías haber elegido, papá.- Intervino en defensa del hombre más importante de mi vida.

Sé que el protagonista de la película me puede recordar, pero es solo una película; después de todo, la enfermedad es mía. No quiero llegar al punto en que no pueda evitar abordar este tema.

Quiero vivir lo más normal posible. Y mi normalidad ahora es ver una película con mi familia en paz, fingiendo que no estoy en esta fría habitación de hospital, sino en mi sala.

Alyssa inserta el DVD, mamá y Robison se sientan en el sofá, mi hermano juega Nintendo, esa estupidez sin la que no puede vivir. Y me acomodo en la cama, en los brazos de papá.

Secuestrados por esa historia de amor sin final feliz, somos interrumpidos por alguien que llama a la puerta. Mi madre va a abrirla mientras yo me pongo de pie.

-¡Buenos días doctora!- exclama.

El nuevo médico, me olvidé por completo de que hoy iba a terminar.

-Allys Loires.- Me presento.

Me mira un rato, con el aire de quien parece haber vuelto a ver a un viejo amigo, luego se recupera:- Jack Duhammel.- Dice, casi en un susurro.

Estoy un poco intimidado por este Dr. Duhammel, pero es un buen tipo, también he notado cómo Alyssa lo mira fijamente.

Mate

Ella es la niña que sufre de leucemia, la que vi hace un rato. Vuelvo a presentarme, es la segunda vez que lo veo y he vuelto a experimentar esa extraña sensación. Nunca he visto una cara más hermosa y limpia que la de ella.

-Señorita Loires, a partir de mañana comenzaremos un nuevo tratamiento. La estaré siguiendo de ahora en adelante.-

Ella me mira y asiente con un gesto de la cabeza; luego invito a los demás a salir de la habitación para la visita. Después de realizar las diversas comprobaciones, me sorprende mi extraña y nueva vergüenza que siento con solo tocarla.

-Lo más importante es que no se desmorone. Sé que es difícil, pero la fortaleza afecta mucho el proceso de curación.- Le digo la frase habitual que le digo a todos los pacientes para animarlos, pero es una frase inventada, porque yo mismo no me la creo. ¡Quién no querría vivir sano y saludable!

-Yo no me rindo en ningún caso.- responde ella.

La miro a los ojos, nunca nadie me ha respondido así; mientras trato de entender lo que significa, me quedo aturdido por esos iris de un azul indefinido, mezcla entre el azul del océano y el azul del cielo, que me miran, acaparando toda mi atención.

“Quiero decir, no me rendiría aunque supiera que me voy a morir.” Agrega con una sonrisa, casi como si entendiera mi duda, a su declaración.

Coloco la carpeta con sus análisis sobre la cama, embelesado por esas palabras que escuchan mis oídos. ¡¿Cómo habla así?! Me cruzo de brazos y suspiro, sin apartar nunca la mirada de su rostro: - ¿¡No tienes miedo de morir!? - Pregunto, pero me doy cuenta de que es una pregunta demasiado cruda y muy personal, ni siquiera lo sé.

Trato de corregirme, rezando para que no la haya molestado, pero todavía tiene esa sonrisa amistosa suya pegada en sus labios.

-Quiero decir, ¿¡viviría feliz y sin preocupaciones sabiendo que debería irse!?- Me corrijo. Le estoy haciendo preguntas extrañas y por primera vez tampoco sé por qué.

Todos tenemos miedo... pero cada uno de nosotros tiene un destino, y es correcto aceptar lo que tenemos reservado. El hecho de haber tenido la vida como regalo ya es un regalo enorme, ya sea por un año, un mes o solo un día, debemos vivir como mejor nos parezca. ¿¡De qué serviría vivir los últimos momentos de esta vida, privándonos de los últimos momentos de felicidad!? Por eso le dije que no me rendiría de todos modos.- responde ella.

No puedo ayudarme con esas declaraciones suyas. ¿Cómo puede una chica a la que el destino le ha dado un desafío tan grande que cree tanto y habla como si estuviera viviendo la vida que todos queremos?

-No creo en el destino.- respondo convencida.

Ella me mira:- ¿¡Usted cree en Dios, Doctor Duhammel!?-

Sonrío: -Soy un hombre de ciencia.-

-Pero la ciencia no puede salvar el alma.- Exclama.

Es la primera vez que me encuentro hablando de estos temas con una persona que no conozco, además un joven paciente mío. Niego con la cabeza y me dirijo hacia la puerta: -La ciencia, sin embargo, muchas veces salva vidas.- Digo, claro que no tengo más respuestas que dar, en cambio...

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