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Warrick se despertaba temprano cada mañana, realizaba ejercicio antes de irse a su despacho a encargarse de los asuntos que tenía pendientes. Como sommelier, debía supervisar el servicio del vino, colaborar con los fabricantes para renovar la selección y lograr mejores precios. Además, debía crear y actualizar la carta de vinos en coordinación con los chefs, recomendando maridajes de comida y vinos a los clientes según sus gustos personales, e informando sobre las diferentes variedades de vinos y sus precios. Aunque era el dueño del viñedo, decidió ocupar el puesto de sommelier que estaba vacante debido a la enfermedad de su empleado, Lisandro. Warrick era un hombre exigente y solo confiaba en Lisandro, quien había trabajado para su padre y era eficiente en su labor.
El reloj marcaba las siete en punto y Madelaine aún no daba señales de haberse despertado, por lo que Warrick decidió ir hasta su habitación sin molestarse en tocar la puerta. Observó a la joven durmiendo plácidamente, con su largo cabello negro cayendo sobre la almohada. Al percatarse de su presencia, Madelaine se despertó y se mostró sorprendida y avergonzada al ver a Warrick en su habitación.
—¿Qué haces aquí? ¿No te enseñaron que debes tocar antes de entrar? —espetó incómoda.
—¿Y a ti no te enseñaron a ser puntual? Te dije que debías estar lista antes de las siete —respondió Warrick, cruzándose de brazos.
—¿Quién se levanta a esa hora? ¿Acaso tengo cara de madrugar o qué? —contestó Madelaine, mostrando su desagrado.
Warrick se acercó a ella y la tomó del brazo, arrastrándola fuera de la cama.
—No toleraré que me hables de esa forma. Estás en mi casa y harás lo que te pido, quieras o no —dijo Warrick con firmeza, obligando a Madelaine a cambiar su actitud—. Cámbiate y baja a desayunar, tienes cinco minutos.
Tras soltar el brazo de Madelaine, Warrick salió de la habitación, molesto por la actitud de la joven. A pesar de comprender parte de su situación, no estaba dispuesto a tolerar su comportamiento. Le molestaba ver cómo la niña tímida y dulce que él recordaba se había transformado en una persona desafiante y traviesa. La conducta de Madelaine confirmaba lo que Stephen le había mencionado: la joven siempre quería hacer las cosas a su manera y eso la llevaba a constantes problemas.
Warrick atravesó la cocina y vio a la señora Leyla sirviendo el desayuno. Eran tostadas francesas con huevos revueltos y tocino, y el aroma era simplemente delicioso. Estaba ansioso por probar la comida y ver si era tan buena como olía. Había despedido a tres cocineras anteriores que no cumplían con sus exigencias, ya que tenía un paladar muy refinado y no se conformaba con cualquier cosa. Pero esta vez, parecía que la nueva cocinera había pasado la prueba. Había estado observándola y notaba que hacía su trabajo con destreza y limpieza.
—Que aproveche, señor —le dijo la señora Leyla mientras le dejaba el plato en la encimera.
—Gracias —respondió Warrick, quedándose solo en la cocina.
Normalmente solía comer en el comedor, pero en este momento prefería estar solo. No quería compartir la mesa con la joven que vivía bajo su techo, ya que sus actitudes le resultaban irritantes. La crianza estricta que había tenido Warrick bajo las reglas de su padre le hacía ser más crítico con el comportamiento de la joven, que le parecía demasiado rebelde y desafiante.
Se vio interrumpido por el sonido de su móvil, era Diana, su ex prometida que seguía intentando contactarlo. A pesar de haberlo abandonado en el altar para irse a Francia, parecía no aceptar que la relación había terminado. Warrick suspiró, recordando el caos que había sido su vida cuando ella lo dejó plantado. A pesar de que en aquel entonces había querido formar una familia, ahora sus planes habían cambiado y no tenía intenciones de comprometerse de nuevo.