03
Los tres caminaron juntos hacia la entrada principal. A pesar de no estar de acuerdo con la decisión de Stephen de quedarse con un completo desconocido, Madelaine contuvo las lágrimas hasta que finalmente soltó un sollozo en los brazos del mayor de los Hampson. Se abrazaron por unos minutos, hasta que llegó la hora de partir.
Para Madelaine, se sentía como si fuera una despedida para siempre, pero en realidad solo debía esperar seis meses para volver a verlo. Aunque no era mucho tiempo, le parecía una eternidad.
Después de un rato, Madelaine se dispuso a arreglar sus pertenencias en la que sería su nueva habitación. era espaciosa, con una cama grande en el medio y mesitas de noche a cada lado. Además, la habitación tenía un balcón con vista a la terraza, donde una enorme piscina decoraba el lugar. Las ganas de zambullirse en ella la tentaron, sin importarle no haber traído un bañador. Lo más probable es que su hermano le hubiera comentado al respecto, pero por andar siempre despistada, no lo escuchó.
La joven se vio obligada a apartar la vista del agua que se movía de un lado a otro debido al viento que soplaba afuera. Decidió entonces organizar la ropa en el armario, tarea que no le llevó mucho tiempo. Después de terminar, se dio una ducha fría y, al sentir hambre, fue en busca de algo para comer y calmar su estómago que no paraba de gruñir.
Al llegar al comedor, vio a una mujer bajita colocando un plato gourmet con ingredientes exquisitos. La chica se sentó a la mesa y agradeció a la mujer. Luego, preguntó por Warrick, quien no estaba allí ya que solía comer en su despacho. La mujer se ofreció a estar en la cocina si necesitaba algo más y se retiró.
Madelaine comenzó a comer en silencio, algo que no le gustaba ya que estaba acostumbrada a tener la compañía de su hermano. Se preguntaba si Warrick estaría ocupado y pensaba en su actitud seria e intimidante que despertaba su curiosidad.
Horas más tarde, la joven se encontraba aburrida en su habitación, sin saber qué hacer. Leyó un poco, pero luego dejó el libro de lado. Se asomó al balcón para tomar un poco de aire fresco y, de repente, escuchó unos golpes en la puerta. Se acercó confundida y la abrió para encontrarse con Warrick.
Él había estado ocupado en su despacho revisando papeles, olvidándose de hablar con la hermana menor de su amigo. Stephen le había pedido que le asignara una tarea en el viñedo, a pesar de que al principio se negó por considerar la labor demasiado pesada para la chica. Sin embargo, Stephen lo convenció de que su hermana era más fuerte de lo que parecía y que podía encargarle la tarea de recoger las uvas durante unos tres días a la semana.
—Mañana empezarás a trabajar en el viñedo. El horario para todos es a las siete en punto y termina a las doce. O bueno, en tu caso —dijo Warrick, notando que la chica llevaba una camisa muy ancha que llegaba hasta la mitad de sus muslos.
Apartó rápidamente la mirada, encontrando los ojos de la muchacha. Tenía un gran parecido con Stephen, aunque su piel era más pálida y sus ojos ovalados de color avellana. Su cabello negro y sedoso llegaba más abajo de la cintura, enmarcando su rostro llamativo. No podía negar que era muy atractiva para cualquier hombre que la mirara. Nunca se habría imaginado que la niña que recordaba se había convertido en una mujer tan esbelta.
—¿Trabajar en el viñedo? —preguntó Madelaine con una expresión ceñuda, sin entender de qué hablaba, ya que su hermano no le había mencionado nada al respecto.
—Sí, como oíste. A menos que tengas algo mejor que hacer que perder el tiempo durmiendo —respondió Warrick de manera un poco brusca.
Warrick sabía acerca de la actitud de la muchacha, no era sorpresa para él que Madelaine se hubiera vuelto algo indolente a pesar de tener la edad suficiente para conseguir un trabajo estable.
—¿Disculpa? —respondió Madelaine, sintiéndose molesta por su respuesta despectiva.
Apenas llevaba un día viviendo con él y sentía que cada vez le caía peor.
—Es la realidad, así que no te hagas la ofendida —dijo sin rodeos—. Además, Stephen me permitió darte un trabajo, un trabajo que harás sin objeciones, por supuesto.
Madelaine levantó su barbilla desafiante, cruzándose de brazos.
Madelaine lanzó una mirada desafiante a Warrick, sin dejarse intimidar por su tono autoritario.
—¿Y si no quiero qué? ¿Me obligarás? —preguntó con sarcasmo—. No eres nada mío para ordenarme qué hacer...
Warrick se alivió al escuchar su respuesta.
—Gracias a Dios —dijo con un gesto de alivio—. Pero, déjame recordarte dónde te encuentras, jovencita. Es mi casa y mis órdenes, tengo el derecho de mandarte a hacer lo que se me venga en gana.
Las palabras de Warrick enfurecieron aún más a Madelaine, quien odiaba tener que seguir reglas, especialmente de alguien que se creía con derecho sobre ella.
—Eres un idiota —masculló entre dientes.
Warrick sonrió divertido ante la situación. Conocía bien esa actitud rebelde proveniente de jóvenes como ella y recordó lo que su amigo le había dicho sobre su hermana.
Madelaine era amante de la libertad y prefería hacer las cosas a su manera, sin atenerse a reglas establecidas. Parecía un mapache rabioso cuando las cosas no iban como ella quería.
—Bienvenida a California, querida —se despidió, girando sobre su talón para marcharse—. Que duermas bien.
Sin esperar respuesta, dejó a una furiosa Madelaine, quien deseaba borrar la sonrisa de Warrick de un puñetazo.