05
—¿Qué quieres? —respondió la llamada de forma desdeñosa.
Desde que regresó a la ciudad, no hacía más que llamarlo. Warrick sabía cuáles eran sus intenciones, pero la verdad es que él no quería nada con esa mujer.
—Hola Warrick, ¿Cómo estás? Yo estoy bien, gracias por preguntar —habló sarcástica la mujer que un día fue el amor de su vida.
El joven resopló.
—Oh vaya, ¿ahora sí te interesa cómo estoy? —se rió amargamente—. Ay por favor, no seas hipócrita y vete a molestar a otro que no sea yo.
—Sé que estás molesto conmigo, y lo entiendo. Comprendo que me comporté horrible contigo y no merecías lo que te hice —Warrick aprieta el puente de su nariz haciendo un esfuerzo sobrehumano para no insultarla o colgar la llamada que no debió responder.
—Mira, el pasado es pasado y sinceramente ya no me afecta en lo más mínimo lo que sucedió, así que si lo que te importa es obtener mi perdón. Pues está bien, acepto tus disculpas —dijo apoyándose del respaldar del taburete—. Pero hazme el favor y no vuelvas a llamarme, el hecho de que te perdone no quiere decir que seremos amigos. De hecho lo último que querría es cruzarme contigo, ya han pasado cinco años y desde entonces todo ha cambiado.
La línea se quedó en silencio, por lo que no dudó en finalizar la llamada. Se puso de pie y subió a su habitación tomando sus cosas para irse a la oficina. Escuchó unos pasos en el pasillo, se asomó y la vio allí. Madelaine llevaba un overol de un color amarillo chichón que lo escandalizó, unas botas color marrón y su cabello recogido en una larga trenza que caía tras su espalda.
La jovencita sintió una mirada, al girar su cabeza se encontró con nada más y nada menos que Warrick, quien la observaba con su habitual rostro inexpresivo. ¿Es que nunca sonreía o qué? Se preguntó mentalmente la jóven.
—¿Qué haces allí? Pensé que ya te habías marchado —Madelaine se abstuvo de volverá los ojos.
—Mi hermano me llamó y por eso he tardado. Quería hablar unas cosas conmigo —explicó calmadamente.
Warrick se acercó a las escaleras dispuesto a bajar, pero antes se giró y le dijo.
—Bien, anda a desayunar. Ya te has atrasado suficiente —pasó por su lado sin darle tiempo de responderle a la jóven.
Pero Madelaine lo alcanzó e hizo que se detuviera. Mordió su lengua para no soltarle lo primero que había pasado por su mente.
No sé comportaría igual que él. Se lo había prometido a Stephen.
—Comenzamos con el pie izquierdo, ¿Por qué no lo volvemos a intentar? —le propuso estirando su mano, mano la cual Warrick dejó estirada y no estrechó
La jovenla bajó un tanto avergonzada. Más no se permitió demostrarle que deseó darle una bofetada o tirarlo por las escaleras. Pues recordó que le juró a su hermano llevarse bien o intentar convivir con su amargado mejor amigo, y ahora también jefe.
Sin embargo, eso le pareció algo muy difícil, le odiaba. Y por lo visto el sentimiento de odio era mutuo.
—Sería un completo ingenuo si hiciera tal cosa. Es obvio que Stephen tiene algo que ver en todo esto, seguro te dijo que como te estás quedando aquí debemos tener una buena relación, ¿No es cierto? —la joven asintió con la cabeza—. Lo supuse.
—Pues te diré que eso sería como decir que el agua y el aceite se mezclen. En otras palabras, nunca podremos estar encerrados en la misma habitación sin discutir o alguno de los dos acabará rodando por las escaleras. Ambos tenemos personalidades diferentes, somos polos completamente opuestos y se dice que esos se repelen.
Dio media vuelta y bajó las escaleras caminando con una seguridad en sí mismo que a la joven Madelaine le pareció demasiado pretenciosa. Estuvo dispuesta a mantener una convivencia agradable entre ellos, pero sus palabras le confirmaron que aquel hombre carecía de sentimientos.
Era un imbécil antisocial. Un cretino.
Su odio hacia él aumentó y le haría la vida imposible. Pensó Madelaine, dibujando una sonrisa malévola en sus labios.
—No sabes con quién te has metido, Warrick —murmuró para sí misma.
En el viñedo, los trabajadores se hallaban conversando mientras se acercaba la hora de comenzar la ardua labor. La mayoría de ellos eran jóvenes menores de treinta años, por lo que Warrick les recordó que no debían acercarse a Madelaine con otra intención que no fuera el trabajo. Los conocía y sabía que la joven sería atractiva a sus ojos. Como era responsable de ella, su madre le había encargado cuidar de su tesoro más preciado; Madelaine. No permitiría que le hicieran daño.
—Cris —llamó al más joven de sus trabajadores, que recordaba no pasaba de los dieciocho años.
—Señor —saludó acercándose a Warrick.
—Vigila a cualquiera de estos hombres que intenten pasarse de listos con Madelaine, ¿Entendido?
—De acuerdo, señor —respondió el adolescente sin atreverse a mirarlo directamente a los ojos.
El hombre era intimidante y, en comparación con él, un delgado muchacho, su jefe Warrick le inspiraba un poco de miedo. Los rumores que se esparcían en el pueblo donde vivía sobre el hijo del señor Harrington solo incrementaban su temor hacia el dueño del viñedo donde trabajaba.
—¡Atención todos, por favor! —Warrick alzó la voz para asegurarse de que los empleados escucharan lo que tenía que decir—. Este año tenemos una competencia aún más dura que la anterior, es por eso que les pido que me informen de todo lo que ocurra con las uvas, el proceso, todo. ¿Está claro?
—¡Sí, señor! —respondieron todos los hombres al unísono.
Harrington estaba por marcharse, cuando de repente Madelaine hizo acto de presencia y los presentes no pudieron simular su asombro al ver a una chica como ella. Warrick se encaminó hacia la joven y la arrastró dentro de su despacho de vino, sin importarle las miradas curiosas de sus trabajadores.
Al haber ingresado, le soltó el brazo con rapidez como si este quemara.
—Vaya forma de recibir a tus esclavos —murmuró Madelaine con su característico sarcasmo.
Warrick ignoró su comentario. No estaba de humor para su chistes.
—Ya les he dado órdenes a ellos para que no se sobrepasen contigo y...
—Sé cuidarme sola —lo interrumpió cruzándose de brazos.
Madelaine no entendía su actitud, de pronto era antipático con ella y de un momento a otro le interese su bienestar. Era un bipolar. Se dijo la jovenmirándolo detalladamente.
—De eso no estoy tan seguro, pero lo que si sé es que no permito las relaciones sentimentales dentro del trabajo. Así que espero y obedezcas —la joven lo miró con hastío—. Puedes retirarte, Cris te explicará que debes hacer.
Le ordenó y se retiró sin siquiera despedirse.
—Idiota —dijo la jovenen un murmullo bajo.