4. Fruade.
Lía
Mire al señor Elías, se notaba molesto, y su forma de hablarme era tan humillante, como era posible que creyera toda esta falsedad.
—Por favor escúchame, yo no tengo nada que ver— Trate de explicarle.
—Tengo suficientes pruebas—Declaro elevando las cejas.
Niego nerviosa.
—Deben ser falsas, señor Elías.
El me miró molesto y sacó un folder.
—Tenías pensado escribir un libro y imprimirlo aquí, para luego hacerte famosa.—Me quedé estupefacta, maldito José Luis.
—Jamás fue mi intención, yo suelo escribir y eso no es nada malo, es algo legal.
—No es así, eres una editora, que corrige no una escritora. Hiciste un seudónimo para subir tu libro y luego imprimirlo. Aquí, robaste 100 copias y que cree que pasará ahora.
Niego y mis lágrimas no paraban de salir.
—Señor Elias, le juro que yo no robe esas copias.
—Ya te mi última palabras, entrega tu credencial y todo lo demás. La lleva del coche, y me vas a pagar todo esto mensual, pero por mi cuenta corre que nunca volverás a tratar en ningún editoral, te voy a hundir por el
No podía creer lo que acababa de pasar. Todo mi mundo se derrumbaba de golpe, como un castillo de naipes que con un simple soplido se desmorona. La acusación de Elías resonaba en mi cabeza una y otra vez, y por más que intentaba defenderme, cada palabra que salía de su boca me hundía más en un abismo de desesperación.
—¡Yo no hice nada!—grité internamente, aunque sabía que ya no tenía sentido intentar justificarme ante él.
Mis piernas se tambaleaban mientras salía de su oficina, y mi corazón latía tan fuerte que pensé que iba a explotar en cualquier momento. Los murmullos a mi alrededor eran como pequeños cuchillos que se clavaban en mi espalda. Podía sentir las miradas de mis compañeros de trabajo, cada una con una emoción distinta: algunos me miraban con lástima, otros con desprecio. Sabía que los rumores ya habían comenzado a correr por toda la oficina, que mi reputación estaba siendo destruida en cuestión de minutos.
Entré en mi oficina, o al menos lo que hasta ese momento había sido mi oficina. Respiré hondo mientras intentaba controlar las lágrimas, pero era imposible. Me acerqué al escritorio y empecé a recoger mis cosas. Todo lo que había construido, los años de esfuerzo, las noches sin dormir, los sacrificios... todo parecía desvanecerse en ese instante. Cada objeto que metía en la caja era un recordatorio de mi tiempo allí, un tiempo que ahora parecía un error monumental.
No podía dejar de pensar en José Luis. —Maldito José Luis.— Era la única explicación. Él sabía de mis escritos, sabía lo importante que era para mí, pero jamás pensé que me traicionaría de esa manera. Habíamos compartido tantas conversaciones, tantas ideas. Y ahora, todo eso había sido usado en mi contra. El seudónimo, las copias del libro… todo parecía parte de un plan macabro para destruirme.
Mis manos temblaban mientras guardaba mis pertenencias. —No puedo creer que me esté pasando esto.— La indignación, la tristeza, la impotencia… todas las emociones se agolpaban en mi pecho, sofocándome.
Cuando finalmente terminé de empacar, me quité el credencial y lo dejé sobre el escritorio. Era extraño, ese pequeño pedazo de plástico había representado tanto para mí. Era mi acceso a un futuro brillante, una carrera que amaba y que ahora me habían arrebatado de la forma más cruel. Salí de la oficina con la cabeza baja, pero no podía evitar escuchar los comentarios a mi alrededor.
—¿La viste? —susurraba una de mis compañeras—.Qué vergüenza.
—Dicen que robó copias de algunos libros. —agregaba otro con tono burlón.
Cerré los ojos con fuerza, intentando bloquear los sonidos, pero era imposible. Me sentía expuesta, como si todos mis errores y mis debilidades estuvieran en exhibición para que los demás pudieran juzgarme.
Cuando llegué al vestíbulo, no pude contener más las lágrimas. Sentí que me ahogaba en mi propia tristeza. Mis piernas cedieron y me dejé caer sobre una de las sillas cercanas. Apreté mis puños con fuerza, deseando que todo fuera solo una pesadilla, que en cualquier momento alguien viniera a decirme que todo había sido un malentendido. Pero sabía que no era así.
—¿Qué voy a hacer ahora? —me pregunté en voz baja, aunque no esperaba respuesta.
El futuro se veía sombrío, lleno de incertidumbre. Ya no tenía trabajo, mi reputación estaba arruinada, y por si fuera poco, Elías me había dejado claro que me aseguraría de que nunca volviera a trabajar en ninguna editorial. —¿Qué voy a hacer con mi vida?— Siempre había soñado con ser escritora, con publicar mis libros, pero ahora ese sueño parecía más lejano que nunca. ¿Cómo iba a salir de esta situación? ¿Cómo iba a enfrentarme a los pagos que me exigía Elías?
Las lágrimas seguían fluyendo, pero de alguna manera, en medio de esa tormenta de emociones, sentí una pequeña chispa de determinación. —No voy a dejar que me destruyan.— Puede que el CEO Elias haya logrado echarme de la editorial, pero no voy a rendirme tan fácilmente.
Escribir es lo único que sé hacer, lo único que me hace sentir viva, y no voy a dejar que me lo quiten.
Me levanté lentamente, con las manos todavía temblorosas, y salí del edificio. La brisa fría de la calle golpeó mi rostro, secando las lágrimas en mis mejillas. Sentí una extraña mezcla de dolor y alivio. Tal vez este fuera el final de una etapa, pero también era el comienzo de otra. —Voy a luchar por lo que es mío.