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5. En busca de una niñera.

Arthur.

Me desperté con el peso del cansancio acumulado en mis hombros y cuello. Al levantarme, me dirigí hacia el espejo y observé mi reflejo, notando las líneas de agotamiento que el estrés había dejado en mi rostro. Decidí darme una ducha en el jacuzzi, buscando alivio en el agua caliente mientras una de las criadas me masajeaba la espalda con suavidad.

—Puedes retirarte —le ordené con un tono tranquilo, pero firme. Ya me sentía más relajado.

—Sí, señor —respondió, pero se detuvo por un momento, como si quisiera decir algo más. Me miró directamente, sus ojos cargados de una mezcla de duda y curiosidad.

—¿Por qué me miras así? Vete —ordené con un tono más frío, y al instante, la muchacha se retiró de la habitación. Ella era la hija de Lucía la ama de llaves, una joven bastante atractiva, lo admito. Hubo un tiempo en que consideré seducirla, llevarla a mi cama, pero luego lo pensé mejor. No podía permitirme involucrarme con los empleados. Sería una falta de respeto hacia mis hijas, a quienes, a pesar de todo, amo profundamente. Ellas no tienen la culpa de la clase de madre que les tocó, pero aún así, no he logrado entregarles todo mi cariño como debería.

Salí del jacuzzi y me dirigí a la ducha, permitiendo que el agua fría terminara de despertar mis sentidos. Al terminar, me sequé con una toalla suave y me puse una ropa ligera. Hoy me tocaba ir a jugar golf, así que seleccioné un reloj de marca, me apliqué un poco de perfume de mis mejores colecciones, y ya listo, me dirigí hacia la habitación de mis hijas.

Toqué la puerta y fue Lucrecia, mi nana quien me abrió.

—Buenos días, señor —saludó inclinando ligeramente la cabeza.

—Buenos días, ¿y las niñas? —pregunté.

—La niña Ayla está dormida, y la niña Layla ya la estoy preparando —respondió con calma.

—Voy a entrar —le dije.

—Sí, señor —contestó con rapidez, apartándose para dejarme pasar.

Entré y la pequeña me miró con sus ojos soñolientos.

—Buenos días, papi —murmuró con un tonito apenas audible, todavía medio dormida.

—Buenos días, cariño —le respondí mientras le acariciaba el cabello. Me acerqué a mi otra hija, que dormía profundamente. Observé cómo su pecho subía y bajaba con cada respiración, en paz, ajena a mis preocupaciones.

—A partir de esta semana —le dije a Lucrecia—, quiero que ambas niñas se levanten a la misma hora. No quiero que una esté en el comedor a una hora y la otra después. Quiero que eduques bien a las niñas mientras encuentro una maestra y una niñera adecuada.

—Es un poco complicado, señor. Son muy pequeñas —respondió Lucrecia con una voz temerosa.

—Lucrecia —la interrumpí—, que lleves años trabajando aquí no te da derecho a cuestionar mis decisiones. Recuerda, eres mi nana pero no la de ellas. Lo que quiero es que sean niñas educadas y responsables, tu me educaste muy bien, no hay diferencia.

—Lo siento, señor, haré lo que sea necesario —dijo rápidamente.

—Vamos a probar. A partir de la próxima semana tendrán que levantarse temprano. Recuerda que pronto empezarán el kínder —le advertí, mientras ella asentía.

—Sí, señor —respondió Lucrecia, claramente nerviosa.

—Bien. Baja con ellas al desayuno cuando la pequeña despierte —le ordené antes de salir de la habitación y dirigirme al comedor.

Una vez allí, toqué la campanilla para que empiecen a traer el desayuno al instante, los empleados comenzaron a aparecer, inclinando la cabeza en señal de respeto. Con un simple gesto de mi mano, les indiqué que se retiraran. Me quedé esperando unos minutos, observando cómo poco a poco mi desayuno era colocado sobre la mesa. Finalmente, los empleados de la cocina me sirvieron un banquete digno de mi posición. A simple vista, podría parecer que no como mucho, pero la verdad es que disfruto cada uno de los tres tiempos de comida como un rey. No escatimo en nada cuando se trata de mi alimentación.

***

Me encontraba en el campo de golf, negándome al principio a participar en el juego de hoy. Sin embargo, tras insistencias y cortesías, me uní. Al ver a Adriano, me acerqué con una sonrisa relajada.

—Buenos días, Arthur —me saludó.  

—Buenos días, Adriano. ¿Qué tal? —respondí con la misma cortesía.  

—Entonces, ¿viniste preparado para la derrota? —mencionó en tono de broma.  

—No hermano. Bueno, en parte sí, pero soy yo quien te va a derrotar. —Reímos y nos dirigimos al campo.

Nos unimos al grupo de amigos, quienes ya habían abierto una botella de vino. Aunque no suelo beber en este tipo de reuniones, acepté una copa por educación, pero después de un sorbo, se la entregué a mi chofer.  

—Tómatelo, si quieres —le dije, y asintió antes de beberla de un solo trago.

Mientras la partida avanzaba, me concentré en el tiro. El sonido del palo de golf chocando con la pelota resonó y el golpe fue preciso. Sentí la tensión en el aire y supe que lo había hecho bien. Todos me miraban. Adriano soltó una risa mientras veía cómo la pelota llegaba al hoyo.  

—Te dije, Adriano, nuevamente he ganado.  

—Vaya, así que eres un experto —respondió con una sonrisa divertida.

Luego, mientras los demás seguían jugando, me quedé de pie, observando y pensando. Adriano se me acercó.  

—¿Todo bien, hermano?  

—Bueno... en parte. Ando en busca de una niñera para mis hijas y también de una educadora infantil.  

—Vaya, eso suena complicado. Pero fíjate que te puedo ayudar. Tengo a la persona ideal, es muy inteligente. Incluso puede hacer ambos trabajos, niñera y educadora. Le doblarías el sueldo.  

—¿Tú crees que pueda hacerlo todo a la vez? Pero por favor, no me consigas otra que sea problemática. La última que contraté se estaba acostando con el jardinero. ¡Imagínate! 

—Vaya, eso es un caos, Arthur —Adriano se echó a reír—. Pero no te preocupes. Esta chica es muy seria. No creo que se comporte así, solo que es enojada cuando algo no le parece.

  

—No necesito a alguien con problemas de actitud.  

—Tranquilo, hermano. Ella es fuego, pero tú eres hielo. Será perfecto.  

—Deja tus juegos. Está bien, contáctala por mí.

Adriano me contó más detalles sobre la chica. Era editora en una de las mejores editoriales del país, pero fue involucrada en un fraude del que era inocente. Le pusieron una trampa, y ahora no puede encontrar trabajo. Su situación me pareció complicada, pero si Adriano confiaba en ella, le daría una oportunidad. 

Cuando terminó el juego, regresé a mi mansión. Apenas llegué, noté varias llamadas perdidas de Stephanie. Sabía qué quería.

—Stephanie, ¿qué tanto insistes en llamar? —dije, exasperado.  

—Querido, deseo verte. 

—¿Verme? ¿Dónde estás ahora mismo? 

—En el Penthouse—Mencionó con voz seductora.

—Espérame, llegaré. Pero deja de insistir. 

—Te espero, cariño. 

—No soy tu cariño —respondí fríamente y colgué la llamada.

Subí a mi habitación y me dejé caer en la cama. Estaba agotado. Adriano había prometido ayudarme con lo de la niñera, y realmente esperaba que lo hiciera pronto, eso ya era un tema que me tranquilizó. Me levanté y me dirigí a la ducha. El agua caliente ayudó a relajarme. Al terminar, me puse uno de mis mejores trajes. Oscuro, con un corte perfecto, de una de las marcas más exclusivas. Nada menos que un Tom Ford, elegante, sobrio.

—Miguel, vamos —le dije a mi chofer.  

—¿A dónde lo llevo, señor?

  

—Al Penthouse de Stephanie.

Subimos al coche, un Rolls Royce Phantom, negro como la noche, lujoso y con un interior impecable. Sentí el confort mientras el motor ronroneaba suavemente bajo nosotros. Al llegar al Penthouse, marqué el código y entré.

Ahí estaba Stephanie, vestida de manera extravagante, como a mí me gustaba. Se acercó con una copa de vino en la mano y me ofreció.

  

—¿Cómo estás? —preguntó, con esa sonrisa juguetona que conocía tan bien.

  

—Aquí, viéndote —respondí con frialdad.  

Ella sonrió más, me dio un beso y dijo:  

—Sabes muy bien que esta noche te haré olvidar todo tu estrés. 

Chocamos nuestras copas, y en silencio, nos dirigimos a su habitación, donde sabía que, al menos por un momento, podría dejar de lado todas mis preocupaciones. Stephanie White, era una mujer con la que pasaba más noche, no sentíamos nada más que placer.

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