Capítulo 4
Valerio, mi pariente, lo vistió de pies a cabeza, muy elegante, y lo convirtió nada menos que en el guarda espaldas de su imaginaria joyería. Ese hombre le acompaña donde el inexistente tasador de joyas… Creo que puede resultar muy peligroso…
—Usted no se preocupe. Para evitar problemas, pondremos a ambos a dormir apenas entren aquí… Le devolvemos la joya y usted regresa en un par de días para saber cuál será el tratamiento a seguir y el precio… Tenemos mucha experiencia y sabemos tratar casos como este hasta ahora no hemos tenido ningún problema con ningún paciente…
—Gracias, doctor, muchas gracias… Creo que el viernes en la tarde puede ser un buen día… Así lo hacen dormir sábado y domingo y, el lunes por la mañana lo examinan y yo vengo por la tarde para que me dé su diagnóstico y el tratamiento que debemos seguir para que todo vuelva a la normalidad con mi primo… y de una vez, cubrimos sus honorarios.
—Le interesa que tratemos también al boxeador…
—Si, para que mi primo no lo extrañe… ¿Está bien que le deje un anticipo de mil dólares? Por ahora, ya el lunes haríamos cuentas y le liquidaría todo.
—Correcto, con eso se cubre la habitación y la alimentación de los dos primeros días… Para que todo salga más fácil, hasta pondremos en la puerta una falsa placa de un tasador de joyas… así no tendrán desconfianza y caerán en nuestras manos con facilidad.
El hombrecillo, haciéndole reverencias, abandonó el despacho. En la calle, echó a caminar a pasito lento. Sin darse cuenta que, aquellos ojos le seguían desde hacía bastante tiempo.
De manera despreocupada y con tranquilidad, caminó por la calle, y fue cuando dobló por un solitario callejón cuando de pronto, una pesada mano le cayó encima:
—Oye, tú me debes una explicación...
—Perdón, joven —dijo el hombrecillo— Tengo la impresión de que yo a usted no lo conozco… Me parece que no hemos sido presentados…
—Mira, imbécil, no te hagas el gracioso conmigo o te va a ir peor… quiero respuestas.
—No le entiendo de verdad, no sé de qué me habla…
—Te explicaré: Te vimos entrar a la joyería y elegiste un collar que debe costar una buena fortuna… Luego fuiste a tu hotel y saliste como si fueras otra persona. Por poco y nos engañas… claro que eso es muy difícil de lograr con nosotros.
—Creo que está equivocado, usted me está confundiendo con alguien más…
—Claro que no… yo nunca me confundo, es más, creo que te piensas robar ese collar que te mostraron, así que, si quieres que todo salga bien, iremos a medias... ¿entiendes?
Aquel muchacho vulgar, común, corriente, con aires y vestimenta de matón barato, levantó el puño en señal de amenaza, como para confirmar sus palabras.
El hombrecillo se encogió como esperando el golpe. El muchachón se río:
—Tienes que aprender a compartir camarada, pienso que este negocio me va a dejar cuando menos unos cinco mil dólares y ya con eso quedaremos en paz…
Viéndolo distraído, de súbito, el alfeñique se sacudió y creció varios centímetros.
Ante los asombrados ojos de aquel salteador subdesarrollado, la fácil víctima se convertía en un amenazante gorila que estaba dispuesto a todo.
Aun así, quiso ponerse en guardia, por mucho que se esforzó, ya no pudo hacerlo.
Proyectado como una catapulta, el puño derecho del hombrecito, se fue a estrellar contra su quijada, la que respondió al fortísimo golpe con el mismo sonido que una calabaza arrojada contra el suelo, rompiéndose.
El puño izquierdo no se hizo esperar y fue a darle en pleno estómago. El matón, arrabalero y ventajoso, jadeante, se agachó con la intención de poder recuperarse y huir de allí.
Una de las rodillas del energúmeno, fue a dar contra su quijada, mientras que las dos manos enlazadas y convertidas en un mazo, le golpearon en la nuca.
El muchachón sintió que una nube negra le envolvía la cabeza.
Débil, muy, débil, fue impotente hasta la desesperación, para evitar aquel agujero en el cual se iba sumiendo poco a poco, hasta que un pesado telón cayó sobre su mente.
Cuando despertó, acuciado por un doloroso puntapié en las costillas, estaba amarrado y el negro cañón de una pistola, danzaba frente a su nariz de manera amenazante.
—Mira, pedazo de porquería —le comuniqué viéndolo a los ojos sin dejar de apuntarle— no me gusta que me sigan, mucho menos que se metan en mis cosas, lo odio.
Por esta vez tuviste suerte, vas a seguir con vida, para la próxima, te juro, que te meto un plomo entre ambas pestañas y te convierto en el hombre del tercer ojo...
Aquí te voy a dejar amarrado, regresaré en una hora o dos cuando lo haga... ¡No quiero sentir el olor de tu puerca persona! Si aún estás aquí, te mato... ¿quedó claro?
—Señor, le juro que no lo hago más... aunque, por lo menos desáteme... —clamó el tipo.
—No amiguito, ese es tu problema, no el mío… yo ya te lo advertí.
Y tan súbitamente como aquel hombrecillo se había convertido en un émulo de héroe de acción, volvió a ser el mismo de siempre, ante los ojos de aquel delincuente. El infeliz encorvado, caminó a paso lento y salió por el otro lado del callejón sin prisa alguna.
El frustrado ladrón, en tanto, se debatía entre sus ligaduras, con frenesí. no le cabía la menor duda que si no lo hacía, aquel extraño rey de los disfraces, lo iba a asesinar.
Riéndome a carcajadas por lo ocurrido, me tendí en la cama de mi cuarto del hotel, hasta ese momento todo marchaba según mis planes y mis proyectos.
Aún recordaba la cara de asombro de aquel asqueroso delincuente que pensaba que estaba asaltando a un pobre e indefenso hombrecillo y de pronto se topó con un tipo hecho y derecho, que se había graduado con honores en defensa personal, que estudiaba leyes y que ahora se disponía a asaltar una joyería para recuperar a la mujer que lo volvía loco con su forma tan experta y deliciosa de hacer el amor, y no iba a permitir que un infeliz raterillo cualquiera se interpusiera en mis planes, había avanzado mucho y ya no podía modificar nada de lo que estaba funcionando desde hacía varias horas.
—Por suerte —me dije recostado en mi cama— aprendí todos esos trucos del maquillaje y la transformación de mi tío el mago... ¿Qué será del viejo…? Dicen, que andaba por América del Sur haciendo aparecer billetes dentro de huevos de gallina y serruchando mujeres por la cintura, sin que nada les pase, en fin, que sigue en las mismas andadas.
Al llegar a mi hotel, me había puesto ropas normales, aunque ante mí tenía el traje del brasileño cafetalero y aquel otro, el del hombrecillo que necesitaba ayuda médica…
Bueno, no es que yo me hubiera pasado a las filas del hampa, aunque como dicen por ahí, quien le roba a un ladrón, tiene cien años de perdón y precisamente ese era mí caso.
Aquellos joyeros, a pesar de su renombre y su prestigio, tenían fama de andar siempre bordeando los linderos de la deshonestidad, lo había investigado muy bien.
Si Elsa, quería un collar de esmeraldas, lo iba a tener, aunque por supuesto no aquel de un millón y medio de dólares. Tal vez otro más modesto.
Si yo me había decidido a meterme en aquella estafa a medias, que en líneas generales había visto en una vieja película, era para salir de pobres y contar con un fondo suficiente para terminar mis estudios, claro que eso no se lo iba a decir a ella.
Todo estaba fríamente calculado. Yo tendría mis centavitos e incluso había hecho los contactos necesarios con algunos expertos en hacer desaparecer joyas robadas, a ellos les interesaban tan sólo, las piedras, las esmeraldas, las que desmontarían una vez que yo les entregara aquella estupenda joya llena de piedras verdes.
El resto me lo devolverían para que a su vez yo lo diera en parte de pago por otras esmeraldas, más corrientes que las que robaría y por lo tanto de mucho menor precio.
—Trato hecho —me dijo el tasador de joyas que dirigía aquella organización criminal con el que me había contactado por medio de un viejo amigo que vivía en Nueva York y que andaba en muy malos pasos— Si el collar vale millón y medio de dólares, te daremos la tercera parte: ¡quinientos mil! Con el oro y el platino que sobren, más unos 50 mil, podrás hacerte de un lindo collarcito verde para tu mujer… negocio redondo… —comentó el tipo.
Toda la maquinaria había sido montada y aceitada, ahora era cosa de esperar a que funcionara como era debido y que nada nos fuera a fallar.
El viernes tenía que ser mi día de suerte o el peor día de mi vida.
Porque si no funcionaban las cosas... ¡Me iba a pudrir en una cárcel, en uno de esos reclusorios, sucios y gigantescos! Bueno, los dados ya habían sido lanzados, ahora sólo retaba actuar de acuerdo con el plan.
Siguiendo adelante con el robo, llamé a primera hora a la conocida y céntrica joyería.
—Conseguí un tasador de joyas, nos atenderá a las cinco de la tarde. Los pasó a buscar, renté un automóvil, para que vayamos a su despacho y de ahí a mi hotel, a buscar el cheque del banco, ya me lo entregaron y lo tengo listo…
—Las cinco es un poco tarde, cerramos a las seis… —me dijo el vendedor
—Bueno, si primero está el cumplir con un horario que hacer una venta… entonces…
—Perdón señor, tiene usted toda la razón, una venta de millón y medio de dólares no se hace a cada rato… estaremos listos a la hora que usted pase.
Sentí que una transpiración fría me corría por el rostro. Hinché los carrillos y soplé, todo estuvo a un pelo de venirse abajo… aunque el plan seguía adelante.
Volvió a marcar, esta vez el número telefónico de la discreta clínica.
—Todo está preparado —me dijo el doctor— incluso, nuestro experto ya confeccionó la placa metálica anunciando al tasador de joyas para que todo se vea profesional.
Usted verá, tenemos toda una colección de este tipo de cosas, siempre hay que estar preparados, los detalles son vitales. Son muy importantes para atraer a los clientes que se niegan a visitar al siquiatra, pretextando que no están locos ni nada por el estilo...
Me despedí del doctor agradeciéndole su amabilidad y de inmediato hice otra llamada.
—A las siete de la noche debo tener el dinero en mi poder, completo —me oí decir con una voz de fingida naturalidad ya que por dentro estaba que me deshacía de los nervios
—Un trato es un trato —me respondieron del otro del hilo telefónico— Si usted nos trae nuestro encargo, encantados le entregaremos su importe, como lo acordamos.
—Perfecto… nos estamos viendo…
Hice un poco de ejercicio, probé mis reflejos, mi rapidez con el revolver pequeñito que había comprado de manera especial para el efecto y salí a dar una vuelta para calmarme un poco.
Sentado frente a un café recapitulé todo lo hecho hasta el momento, revisando en mi mente los detalles uno por uno, para evitar el menor y fatal error.
Parecía que las cosas estaban en orden y los detalles encajaban a la perfección unos con otros. No había ninguna precaución de más: me estaba jugando el todo por el todo a una carta marcada que me podía dar el triunfo, o me hundiría en el fracaso.
Había vendido mi automóvil, había pedido un préstamo al banco y tenía empeñadas todas mis pertenencias de valor en varias casas de empeño.
Así había logrado reunir unos cuantos miles de dólares, los mismos que ahora estaba dilapidando alegremente, en el cumplimiento del plan se había trazado con el que lograría alcanzar lo que me había propuesto y que esperaba que no se fuera a venir abajo por alguna falla, por eso pensaba que todo me lo jugaba a una sola carta.