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Capítulo 2

Ahora invitaba a Pedro, a ir con él a La Habana, para explorar la posibilidad de expandir el negocio y que, Pérez, lo auxiliara con algunos trámites de carácter legal que Ignacio, requería en sus negociaciones con sus socios cubanos.

Los gastos de viaje, hospedaje y en general, que ocasionara la visita de Pedro a ese paradisiaco lugar, correrían por cuenta de la empresa de Luna.

Por razones obvias, el abogado, no lo dudó un solo instante y de inmediato aceptó, no sólo era una forma de alejarse de las constantes presiones que su ex mujer ejercía sobre de él, sino también podría darse tiempo para su persona y analizar sobre su futuro, al fin y al cabo, no toda la vida iba a ser joven y en algún momento tenía que sentar cabeza.

—Me alegra que aceptes venir conmigo… ya verás que te vas a divertir mucho por allá, no hay nada más bello que esa isla —dijo su amigo Ignacio, al tiempo que levantaba su copa para brindar con su compañero y ahora su abogado.

—Pues de algo me va a servir conocer otras tierras, aunque sea para distraerme un poco y olvidarme de todo lo que ya no soporto en esta ciudad —dijo Pedro con sinceridad

—Me alegro que pienses así, todavía recuerdo cuando nos íbamos de parranda en la facultad de derecho, estábamos por terminar la carrera y la mujer con la que andabas era todo un cromo y la mayoría de los estudiantes querían con ella.

¿Qué fue lo que paso para que la dejaras de ver? ¿Por qué terminaron tan de pronto? Y luego de eso, tú te volviste otro, como que te hiciste más maduro de la noche a la mañana y te dedicaste de lleno a la tesis y al examen profesional —preguntó Ignacio con toda confianza ya que entre ellos era común hablar de sus frecuentes ligues.

—Mira Nacho… nada más porque eres mi amigo de tantos años, te voy a contar las cosas como fueron, así que prestame atención y no me interrumpas…

Bueno, pues, digan lo que digan, uno también tiene su corazoncito y tiene derecho a sentirse herido, ofendido y sobre todo humillado, sobre todo cuando es una mujer la que lo hace.

Cuando Elsa, con aquellos preciosos ojos verdes suyos, me dijo furiosa:

—Eres un inútil, un bueno para nada, un fracasado… que no tienes futuro…

La verdad es que sentí algo muy fuerte aquí dentro del pecho, como si se me hubiera roto la mismísima alma y se estuvieran derramando los líquidos del amor, la ingenuidad y la bondad que sentía en mi ser provocados por ella.

—Elsa… mi vida —intenté decirle— tú no tienes ninguna piedad conmigo… me tratas como si me odiaras, como si no significara nada para ti lo mucho que yo te amo…

—¡Que piedad ni qué demonios…! Estoy mortalmente aburrida de la eterna escases de dinero, de vivir de milagro, de depender de tus tonterías… no tienes pa cuando terminar la carrera y aún no sabes en que especializarte, eres un verdadero fracaso… no sé como me fui a fijar en ti y tampoco entiendo por qué he perdido mi tiempo contigo.

—El trabajo que conseguí para ayudarme con los gastos de los estudios y para mantener este departamento, me ayuda, aunque no nos permite darnos los lujos que tú deseas, ser investigador legal, no es tan malo… y me sirve para mi carrera…

—No… no es malo… es pésimo… en especial si vives en una ciudad como la nuestra, en donde no hay nada que hacer, salvo vigilar, de vez en cuando a una señora, cuyo marido piensa que lo engaña… O andar de madrugada en las cantinas, tras los pasos de un señor que su esposa sospecha que tiene una amante y por eso llega tarde a casa… ¡por favor! Ese trabajo es para fracasados que no tienen ambiciones.

—Bueno, es cierto, que aquí no es como en otras grandes ciudades donde hay más emoción, más acción, aunque también más peligro… Tú no querrás que me encuentren una noche cualquiera en un callejón obscuro, con más agujeros que un colador, ¿verdad?

—Mira, si se trata de no mentir, la verdad es que me importa un reverendo rábano lo que te pase o deje de pasarte, ya no soporto todo esto… ¿Estamos?

—¿Estás sugiriendo que piensas abandonarme?

—No, no, yo no sugiero nada… jamás he sido de sugerir… tan solo me voy, me marcho, parto, me alejo, pongo tierra y distancia entre los dos… me olvido de todo y de todos.

—Elsa, amor, que me partes el corazón… —era la primera vez que una mujer me dejaba, también era la primera vez que vivía con una mujer un amor pleno y total.

—En la papelería de la esquina venden un excelente pegamento. Con suerte y también sirve para corazones partidos… al menos, el plástico roto lo deja como nuevo… ve y compra uno para que pegues tu corazón y sigas adelante… ah, pero sin mí.

—Estoy hablando en serio... Elsa, por favor… ten un poco de paciencia y…

—Yo también… estoy hablando en serio, me voy y te aseguro que es para siempre…

—¿Que podría hacer para que no te marcharas de mi lado?

—¿Te acuerdas de aquel collar de verdes esmeraldas que harían un juego estupendo con mis ojos si yo lo luciera en mi garganta?

—Claro que me acuerdo, el que vimos en una revista el otro día… está padre… aunque, no entiendo… ¿Qué tiene que ver con todo esto de que no te vayas?

—Mucho tiene que ver… si me lo compras vuelvo a tu lado, a tu asquerosa lujuria y a tu insoportable compañía… digo, por un collar así, aguanto lo que sea… hasta tener que vivir contigo lo que te resta para acabar la carrera y comenzar a ganar mucho dinero.

Intente discutir el punto con ella, negociarlo, pactarlo, en fin, todos los recursos que estuvieron a mi alcance salieron a la luz en ese momento. No hubo caso.

El ruido terrorífico de un portazo que se impactó con violencia, me indicó que ya Elsa, había partido de la casa, de mi vida, de mi alma y lo más importante, de mi cama.

Ese maldito collar de esmeraldas era mi única alternativa para que ella volviera a mis brazos, para que regresara a mi cama y me hiciera tan feliz como siempre me había hecho.

Instalado en mi taburete favorito, en la barra de mi cantina de mi preferencia en aquel barrio donde vivíamos, bebía con tristeza y soledad, mi ron favorito, pensando en la mujer que se había marchado y que era mi gran amor, al menos así lo sentí en ese momento.

Ella quería nada menos que un collar de esmeraldas. La bronca era que, su precio era de ¡millón y medio de dólares! Algo que ni en sueños podría yo tener.

—¿De dónde podía yo sacar esa suma? —me pregunté sin ninguna esperanza ya que era prácticamente imposible, sobre todo en el corto plazo.

Y, en la medida que bebía mi ron su recuerdo se iba haciendo atrozmente insoportable, me martillaba la cabeza con insistencia, como si no quisiera alejarse de mis ideas.

Sin embargo ¿cómo no pensar en aquella primera vez? Cuando comenzó el principio del fin y ni siquiera tenía idea de todo lo que iba a vivir con una mujer como ella.

Esa primera vez, cuando después del baile al que asistimos todos los estudiantes, la invité a dar una vuelta en mi viejo carro y ella, con su voz ligeramente ronca, invitante, me dijo:

—Mira Pedro, dejémonos de niñerías… Yo te gusto, tú me gustas… No tiene caso que vayamos a un camino solitario, con este frio, para que tu finjas que te has quedado sin gasolina y trates de darme un beso… Mejor te invito a mi departamento de una buena vez.

Ahí, por lo menos, estaremos a salvo de pescar un resfrío… y nos podemos quitar las caretas con toda libertad para no tratar de engañarnos con esa farsa de novios y demás choros.

La contundente lógica de sus argumentos, era impecable y apabullante, después de todo también estaba estudiando leyes, como todos nosotros, así que, sintiéndome como un escolapio sorprendido en una grave falta, partí tras ella.

Y hasta que no estuvimos en la confortable sala de su pequeño departamento, no intenté nada. Bueno, a decir verdad, fue ella quien lo llevo todo. Primero que nada, me lo hizo saber:

—Pedro, se supone que venimos aquí porque deseábamos estar solos… ¿no?

—Si claro, solos, solitarios en su totalidad, sin compañía… Aislados del mundanal ruido… de las miradas ajenas… de los indiscretos que no pierden la oportunidad de…

—Entonces ¡qué esperas para darme un beso?

—¿Darte un beso? —pregunté como un imbécil.

Casi me desmayo ante su directa petición, por fortuna logré contenerme. Me eché atrás en el sillón y Elsa, me siguió hasta que estuvo encima de mí y sentí el calor de sus ricos y bien formados pechos sobre el mío.

Con desesperación, me buscaron sus labios, su lengua comenzó a explorar el camino hacia el interior de mi boca, mientras sus dos manos, con ansiedad se aferraban a mi cabeza.

En ese mismo momento debí levantarme y huir de ahí, lo más lejos posible, alejarme de lo que se iba a convertir en una pesadilla, aunque bien sabía que no era posible.

El suave, hermoso y dulce cuerpo se Elsa, me cerraba el paso.

A medida que nuestros besos se incrementaban con la pasión y el deseo, sus movimientos se hacían más y más audaces, más directos y sobre todo más plenos hacia su deseo.

Al primer beso, ese de lenguas cruzadas, siguió otro y otro, era como si nos hubieran dado el banderazo de salida para besarnos tratando de comernos la boca del otro.

Yo sentía un extraño calor que me invadía desde la punta del pelo hasta el dedo gordo del píe, pocas veces me había excitado de esa manera tan intensa en tan poco tiempo.

Era, por un lado, una sensación formidable, por el otro, francamente terrorífica. Sería por eso que me aferraba, con mis diez dedos al tapiz del mueble aquel donde todo indicaba que me iban a violar, porque Elsa, parecía incontrolable en sus impulsos.

Con un gesto de desagrado, Elsa, me obligó a soltar mis manos y las puso en torno a su cuerpo, quería que entrara en acción y para eso, nada mejor que ir directo al punto.

A la vez que comenzaba a acariciar esas maravillosas formas, ella se apretaba con mayor fuerza en torno a mí. Parecía una enredadera maligna a punto de envolverme todo.

—Bésame —me urgía anhelante— bésame con más pasión…

No estaba en condiciones de responder nada, menos aun cuando me paralizaba el terror. Sus manos me estaban desabrochando la camisa y sus dedos de seda se estaban enredando entre los vellos de mi pecho, esa mujer no tenía freno.

Hasta esa noche, jamás una mujer me había desnudado. Esta lo estaba haciendo y con tal rapidez que al poco rato tenía mis pantalones enredados en las rodillas y, horror de horrores, Elsa, llevaba el control total de la situación y yo me dejaba conducir.

La situación era absurda y ridícula, Una mujercita, supuestamente frágil y débil, me tenía entre sus brazos, sin una prenda encima, al igual que le día que debuté como bebé en este pícaro e ingrato mundo, yo no hacía nada ella se encargaba de todo.

¡No podía ni debía continuar con todo aquello! Aunque no tenía fuerzas para resistirme, para seguir en su perverso juego, engole la voz. lo más que pude, y dije:

—Elsa, quiero que te desvistas… —tenía que tomar el control de la situación.

—Por favor, olvídate de tonterías ahora… —me dijo con total indiferencia

Al terminar sus palabras, sentí que estaba perdido, y fue entonces cuando comencé a disfrutar de su maravilloso cuerpo, lo acaricié y lo sentí a plenitud, aún por encima de sus ropas era un placer deslizar mis manos por aquellas formas firmes y turgentes.

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