3. LA ARPÍA
LUCY
Me siento cohibida y no es común que eso me suceda. Mi carácter es alegre y extrovertido, pero ese hombre tiene algo que me hace sentir apenada, nerviosa.
Cuando sus largos dedos rozaron los míos fue como si una corriente eléctrica nos hubiera mantenido pegados. Debe ser el hecho de que realmente nunca había estado ante un hombre así. Es tan alto que mi barbilla apenas llega a su hombro; su cuerpo lucía delgado en la distancia, ahora que lo tengo cerca, demasiado, diría yo, noto los hombros y la espalda anchos, el vientre plano... Me ruborizo. No lo noté a propósito, fue cuando bajé la vista y me topé con ese... panorama tan masculino.
De pronto siento mucho calor y doy un paso atrás para sonreírle. Necesito suavizar su serio semblante.
—¿Vamos a mi oficina?
Responde a mi gesto con seriedad. Creo que no le agrado. Incluso noto impaciencia en su voz. Evade mi mirada. Me siento mal y sigo hambrienta. Pienso en la probable causa de su molestia. Decido acompañarlo. Ese asunto debemos tratarlo con menos público. Ya me avergoncé bastante.
—Si, señor... vamos... —respondo titubeante.
Su respuesta a mis palabras, me pone tensa de nuevo. Creo que mis temores son reales. ¡Ánimo Lucy, tú puedes salir de ésta! Se hace a un lado y me invita a caminar delante de él unos pasos entre las mesas. Lo escucho aclararse la garganta antes de alcanzar mi paso.
—Kris saldrá de la ciudad por la tarde —dice con aire distante, mientras camina a mi lado. Me detengo en seco.
—¿Qué?
Él me mira con aparente calma.
—¿No le dijo?
La angustia se apodera al momento de mí. Me llevo las manos a los labios y junto las palmas con un gesto suplicante.
—¡No! —respondo nerviosa y rezo una oración corta con una habilidad sorprendente, antes de murmurar. —¡Oh Dios! ¡Debió decirme! —susurro —Yo contaba con que me ayudaría a conseguir hospedaje y ver a mamá... —le explico y al encontrarse nuestras miradas, se da esa chispa.
El señor Richards me mira fijo. ¿Por qué tiene esa costumbre? Me pone inquieta y no me gusta... ¿por qué no puedo apartar mis ojos de los suyos? Me ruborizo sin siquiera esperarlo. Yo no puedo quitar mis ojos de encima, pero él sí, y los desvía hacia otro lado. Cuando vuelve a mirarme, lo hace con tal indiferencia que me congela.
—En mi oficina hablaremos con calma —dice como si estuviera cansado de mí. Algo lo molesta.
Retomamos el camino y al ir llegando al pasillo que nos encaminará al despacho, vuelvo a detenerme.
—Señor Richards... —musito dejándolo seguir solo unos dos pasos.
Mira a la distancia y luego a mí, con una mirada asesina que realmente me llena de terror. Me paralizo al instante.
—Guy hermana, dígame Guy... —dice intentando hacer una mueca, porque esa no fue una sonrisa.
—Disculpe, no estoy acostumbrada... No podría.
El hombre resopla y mira alrededor como si buscara algo, luego se dirige a mí.
—Como guste, no se sienta obligada.
Apuramos el paso y de pronto recuerdo que dejé mi maleta junto a la mesa.
—¡Espere! ¡Olvidé mi maleta!
—Le pediré a alguien que la traiga, venga conmigo —insiste ansioso.
Casi me obliga a caminar, pero yo lo obligo a detenerse. Es la primera vez que alguien me trata tan mal y me hace sentir como una muñeca de trapo.
—¡Allí tengo dinero para pagar mi consumo! —digo rápidamente, ansiosa, porque no quiero reconocer que estoy molesta. —¡Yo cubriré ese gasto y...!
—No comió nada y no le estoy cobrando —se inclina con el ceño fruncido. —Solo quiero que estemos solos, donde podamos platicar con calma.
—¿Como que no me va a cobrar? ¿Por qué no? Yo pedí... —las palabras salen con torpeza de mis labios y no sé por qué siento que ese hombre me saca de mi natural estado de paz.
Repentinamente rompe la distancia entre nosotros y mis nervios estallan. Me sobresalto, mis ojos se abren como platos y dejo de respirar. ¿¡Qué hace!? ¿¡Acaso no conoce la palabra respeto por el espacio personal!?
—Solo acompáñeme... por favor.
Un escalofrío recorre mi espina dorsal. No pienso seguirlo. Me aparto de él con discreción y doy un paso hacia atrás. Miro sobre mi hombro y veo a una mujer que me asombra por su aspecto. Toda ella es tan llamativa. Parece una meretriz cara, pienso y me arrepiento al instante. No debo juzgar a las personas por su apariencia.
Mis ojos se clavan en esos altísimos tacones rosas y subo lentamente por sus largas piernas. Sigo subiendo sin encontrar tela en ese cuerpo. ¿¡Acaso no conoce la ropa!?
El trozo que cubre su cuerpo es mínimo, apenas le tapa las partes íntimas y me siento avergonzada. Los hombres alrededor murmuran, la devoran con los ojos y ella parece disfrutarlo. Su sonrisa apretada lo dice todo. Sabe que es atractiva y el poder que tiene...
Miro al señor Richards y me sorprendo con su expresión. Se ve como si fuera una estatua. No delata nada, sin embargo mira a la extraña fijamente y sé que no está contento.
—Maldita sea —masculla.
Se queda quieto. Me mira y por un segundo creo que sus facciones se suavizan, luego me regresa a la realidad. No es un encantador príncipe azul. Me toma del brazo y me lleva con él.
Esta vez lo acompaño, involuntariamente pero lo hago. Casi corro a su lado, es tan alto y yo tan pequeña. Afortunadamente tengo buena condición física. Aun así, las prisas y las emociones tan repentinas, me hacen perder el aliento. Al fondo del pasillo veo una puerta. Creo que me voy a desmayar. Si este hombre no quería ayudarme cuando su hermana se fue, no debió hacerlo, es así de simple.
—Señor Richards... —digo, siendo arrastrada.
No me importa que huela maravillosamente, que parezca un ángel caído del cielo... ¿Un ángel? ¡Luzbel era un ángel! Me corrijo, mirando ese cuerpo atlético llevándose mi pobre humanidad.
¡Ay Lucy! Me lamento. Se está cumpliendo tu mayor temor, el diablo te está llevando. Miro hacia atrás y los ojos que veo me dan escalofríos. La mujer entaconada parece seguirnos y su gesto se ha transformado por completo. Luce molesta, más bien furiosa por las chispas que salen de sus ojos. ¡Por Dios! ¿¡Qué está pasando en el mundo!? ¿¡Acaso se están escapando los demonios del infierno!? Esa rubia tiene algo que me eriza la piel y no se compara a los escalofríos que el señor Richards ha causado en mí. Vuelvo a fijar mis ojos en su mano y sólo puedo pensar en lo hermosa que es. Su piel es blanca, perfecta... se ve tan suave. Lo sigo hipnotizada. Su aroma me envuelve, la fuerza de su agarre comienza a ser una guía y no una imposición. De pronto siento como si me estuviera salvando de algún mal. Líbrame del mal, recuerdo mi pensamiento y ahora lo veo como mi salvador. Guy Richards voltea hacia mí. Sus ojos profundamente azules me toman por sorpresa. Siempre lo hace...
—Guy Richards —escucho su nombre en voz alta. Es una voz de mujer.
Siento sus dedos cerrándose alrededor de mi muñeca con fuerza, más de la necesaria.
He escuchado tantas historias sobre mujeres lastimadas, que un escalofrío recorre mi espina dorsal y el miedo se dibuja en mi rostro.
—¡Maldita sea, hermana! ¡No me mire así! —replica en un susurro.
No puedo seguirlo mirando.
—Suélteme, por favor —suplico volteando el rostro.
Guy baja la mirada y nota sus dedos aferrados a mi muñeca. Los aparta y mira hacia la rubia que continúa su andar hacia nosotros.
—Guy Richards —dice la rubia con un gesto tan lascivo que me deja asombrada.
Lo recorre de pies a cabeza, se lo come con los ojos y él se torna distante. Su quijada está tan tensa que creo que va a romperse.
En ese momento me cruza una idea por la cabeza. ¿Acaso estaba escapando de ella?
—Barbara...
—Hola —dice sin notar mi existencia. Se le acerca. Guy se coloca a mi costado.
—Tengo una cita con la hermana, si no te importa —interrumpe su intención de seguir adelante con el acercamiento.
Es tan cortante que la mujerona se detiene en seco. Sonríe con desgano y sigo sin existir en su mundo.
—La hermana puede esperar, amor.
Yo evito mirarla. Es tan... exuberante. De cerca tiene un aroma particular que no me agrada. Huele a cigarro u otra cosa.
De manera inconsciente me pego al cuerpo del señor Richards y siento la dureza de su tórax cuando nos damos cuenta de la situación que he propiciado. Apenas puedo creer que me haya usado para intentar escapar de esa señora... o señorita...
—La hermana tiene un asunto más importante que tratar conmigo y no vino de tan lejos como para seguir esperando más tiempo.
Entonces la mujer de casi un metro ochenta, con esos tacones kilométricos, descubre que existo.
Me mira hacia abajo como si fuera un insecto. Arruga la nariz, clava sus ojos de pupilentes violetas en mí y es realmente aterradora. No parece una buena persona.
GUY
No quiero empezar a imaginar cosas que no son, pero creo que cuando nuestros dedos se tocaron, mi pequeño ángel se sobresaltó.
Tal vez nadie había sido tan atrevido para acercarse tanto. Debe ser el hecho de que realmente nunca había estado ante un hombre que la mirara tan atento, tan directo.
Es tan pequeña y dulce. La tengo tan cerca, que mi cuerpo me pide a gritos que la estreche fingiendo un saludo más amistoso.
Mi inocente Lucy se cohíbe ante mi delirante observación y se pone roja. ¿Será que su cuerpo virgen presiente las emociones que recorren el mío? Esos deseos que me han consumido desde que se ordenó... desde que la conocí.
Ella nunca me había visto antes. ¿Qué le pasa a mi cielo?
Oh madre mía, de pronto me sonríe acalorada. Qué ingenuidad tan perturbadora.
Me hace daño verla así, porque no puedo disponer de ella como deseo. Mis ojos recorren una vez más ese lunar cerca de los labios suaves y me pongo tenso. Estoy en camino de saturar mi mente de pensamientos en extremo indecentes.
—¿Vamos a mi oficina? —le digo sintiendo un espasmo en mi sexo.
Lucy duda un instante, luego me acompaña. Parece muy avergonzada.
-Si, señor... vamos... —responde con esa vocecita titubeante.
Sí señor, vamos... Repito mentalmente esas palabras y mi cabeza las transforma en un susurro erótico. Suena tan dispuesta, tan sumisa, que es casi orgásmico y ese sutil dolor que empezó en mi vientre a causa del deseo, se torna adictivo.
La veo caminar delante de mí, adelantándose inquieta. Siempre camina rápido. Le sigo el ritmo. ¡Demonios! ¡Claro que le sigo el ritmo! ¡El que ella ordene!
El vaivén de sus caderas, aunque están cubiertas por el hábito, me ponen a pensar en cómo me gustaría estar parado detrás, con menos ropa. Nuestros cuerpos rozándose...
Me quedo sin aliento. Hago un esfuerzo sobrehumano para no demostrar lo excitante que es mirar su trasero contonearse.
Me aclaro la garganta al darme cuenta de que la sigo hipnotizado, como un estúpido pervertido.
—Kris saldrá de la ciudad por la tarde —le digo con las emociones y sensaciones apenas contenidas.
Se detiene en seco..
—¿Qué?
La miro con la más falsa calma que puedo expresar.
—¿No le dijo?
Se lleva las manos a los labios y junta sus manitas con un gesto suplicante.
¡Estás en el infierno, Guy! me digo fascinado. ¡Esa mujer es una aparición celestial!
—¡No! —responde nerviosa y regreso a ser el hombre serio que la gente conoce. —¡Oh Dios! ¡Debió decirme! —susurra —Yo contaba con que me ayudaría a conseguir hospedaje y ver a mamá...
La miro fijo, no por mucho tiempo. Estoy resultando ser demasiado obvio. Eso no me gusta, así que finjo desinterés.
—En mi oficina hablaremos con calma —le digo tratando de ser amable, pero simplemente no me está dando resultados el esfuerzo.
Retomamos el camino. Llegando al pasillo que nos encaminará al despacho, Lucy se detiene.
—Señor Richards... —dice bajito, y detengo mi paso.
Miro sobre su cabeza y descubro entrando al restaurante a Barbara. ¡Maldita sea! Replico para mis adentros. ¿Esa mujer no se cansa de arruinar mis días?
Me enfurezco tan sólo con verla.
—Guy hermana, dígame Guy... —le pido a Lucy en un vano intento de relajarme.
—Disculpe, no estoy acostumbrada... No podría.
Suelto el aire entre los labios, luego la miro.
—Como guste, no se sienta obligada.
Tengo que llevármela de ahí. No quiero que se contamine con la presencia de Barbara.
—¡Espere! ¡Olvidé mi maleta!
—Le pediré a alguien que la traiga, venga conmigo —respondo ansioso.
La obligo a caminar, pero ella se resiste y paramos.
—¡Allí tengo dinero para pagar mi consumo! ¡Yo cubriré ese gasto y...!
—No comió nada y no le estoy cobrando —en mi desesperación actúo como un idiota —Solo quiero que estemos solos, donde podamos platicar con calma.
—¿Cómo que no me va a cobrar? ¿Por qué no? Yo pedí... —tartamudea.
Barbara está cada vez más cerca. Con un gesto desesperado, mi cuerpo se abalanza sobre la inocente monja.
Sus ojos se abren inmensos, son tan hermosos.
—Solo acompáñeme... —le sugiero con poca delicadeza —por favor —termino diciendo sin mucho éxito en mi intento de protegerla.
Se asusta, es evidente en el temblor de sus labios y da un paso atrás.
Veo sobre su hombro y la puta rubia más cara de San Francisco, me lanza una de esas miradas que seducen a los imbéciles.
Conmigo jamás le han funcionado. Esa mujer está tan podrida de la cabeza como de todo ese asqueroso cuerpo.
Lucy está avergonzada con su presencia. ¿Y cómo no? Si es una mujerzuela ¿de qué otra manera podría vestirse para atrapar degenerados como ella?
—Maldita sea —digo entre dientes.
Tomo a Lucy del brazo y me la llevo.
—¡Señor Richards! —dice siendo arrastrada por mí y apenas lo noto, pero insisto en que no quiero que su aroma limpio se contamine con el de esa cloaca humana.
—Guy Richards —escucho mi nombre en voz alta. Es una voz de mujer que crispa mis nervios y sin querer aprieto la muñeca de Lucy con más fuerza de la que debiera.
Volteó a mirar a Lucy. Noto en sus ojos un sentimiento, que jamás ha sido mi intención provocar: miedo.
Siento rabia contra mí por lastimarla.
—¡Maldita sea, hermana! ¡No me mire así! —replico en un susurro. Mi estado exasperado la aleja más.
Odio cuando a sus ojos brillantes y asustados, les cuesta sostenerme la mirada.
—Suélteme, por favor —suplica volteando el rostro.
Obedezco al instante, con decepción de mí mismo y para entonces ya tenemos encima a esa arpía.
—Guy Richards —dice la rubia con un gesto tan lascivo que es perverso.
Me recorre de pies a cabeza como si fuera un objeto al que quiere devorar y así es. Aprieto mi quijada. Como me gustaría tener el valor de eliminarla para siempre o romperle la cara.
—Barbara... —escupo su nombre.
—Hola. —Saluda la rubia dando un paso hacia mí.
En un intento de controlar mi instinto asesino, me refugio en la cercanía de Lucy.
—Tengo una cita con la hermana, si no te importa —respondo parándola en seco.
Conozco sus expresiones y sé que la sonrisa que ahora dibuja en los labios, en realidad es un reproche que pronto tendrá consecuencias.
—La hermana puede esperar, amor.
Estoy a punto de advertirle que no se acerque más de lo necesario, que no se atreva a lastimar a mi asistente con sus insinuaciones, cuando siento el cálido cuerpo de Lucy pegándose a mi pecho. Rápidamente entro en tensión. No puedo evitarlo, esa criatura angelical trastorna mi mundo entero.
¡Estoy loco por Lucybell Collins!
Miro su rostro, conteniendo un gesto de adoración. No puedo permitir que nadie, especialmente Bárbara descubra lo que siento por esta pequeña mujer de hábito religioso.
—La hermana tiene un asunto importante que tratar conmigo y no vino de tan lejos para seguir esperando más tiempo.
Bárbara mira a mi ángel con desdén. Solo eso.
Lucy en un gesto inconsciente toma mi mano, más no sabe que con ese detalle de apodera de mí.
Oculto lo que pasa entre mi costado y lo largo de su hábito. Me gusta la sensación de nuestras manos unidas.
Barbara hace un mohín con los labios. No puede ocultar que le disgusta no ser importante en mi vida.
—Te voy a esperar.
—No, apenas hable con la hermana, saldré a resolver algunos asuntos importantes.
Bárbara nos mira. Nota lo juntos que estamos. Lucy desliza suavemente su mano entre las mías y da un paso atrás, dándonos espacio.
Se aleja hacia el fondo del pasillo lo cual me da tranquilidad. Entonces descargo mi rabia contra la prostituta que tengo delante.
—¡Mas te vale perra infeliz que te largues de mi restaurante!
Barbara se queda sin aliento. Se muerde los labios y sonríe.
—Ay cariño, como quisiera que me llamaras así, mientras me follas en el club.
Aprieto los puños. Lucy mira hacia otro lado ya está un poco más lejos así que no dudo en tomar la muñeca de Barbara y apretarla hasta ver un gesto de dolor en su cara. Sin embargo, recuerdo que esa mujer disfruta del ser humillada durante el sexo. La suelto con repulsión.
—Estúpida zorra... —digo con una sarcástica y falsa sonrisa. —Jamás me verás buscándote para revolcarnos. Eres una basura, menos que eso y sabes muy bien que no me gustas, que acostarse contigo es sentenciarse a morir.
—Ya no tengo sífilis...
—No lo sé...
—Eres médico ¿quieres revisarme?
—Tú lo has dicho, soy médico, no investigador de especies raras. Los virus no son mi rama. Solo soy cirujano plástico... y tú... eres un hombre muy poco agraciado ¡Imbécil!
Le doy la espalda y sigo mi camino. Lucy me mira extrañada, mas se deja llevar. Tal vez deba explicarle algunas cosas. Algunas, pero no lo que pasa por mi cabeza cuando la miro. Sería demasiado perturbador para ella.