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4. LYCASTE VIRGINALIS

LUCY

Entramos a la oficina. Me paralizo al ver el interior. ¡Wow! ¡Qué lugar más imponente! Es tan... oscuro... como el hombre que está parado detrás de mí, quien caballerosamente me abrió la puerta. El mismo que ahora espera que yo entre a su espacio.

De pronto siento su mano posándose cuan grande es, a la altura de mi espalda, justo sobre mi cintura, para empujarme muy suavemente. Contengo el aliento, piso la alfombra gris con estampados geométricos en tonos claros. Soy mala con las matemáticas. Creo que son hexágonos, pienso, tratando de distraerme de lo perturbada que estoy. ¡Jesucristo, líbrame de mis malos pensamientos!

La decoración es tan precisa, depurada, todo en gris, mas no resulta para nada aburrido. Es un ambiente silencioso y pacífico. Me paro en el centro de la oficina y veo un escritorio grande al fondo, detrás de él una silla ejecutiva alta, digna de un magnate como Guy Richards.

—Qué lugar tan lindo.

Veo dos butacas que parecen muy cómodas, pero mis ojos vuelan al cómodo sillón de dos plazas con cojines que me llama a reposar en su longitud. Estoy cansada. Tengo sueño. Tengo hambre.

Me llevo una mano al estómago.

—¿Le gusta? —pregunta pasando a mi lado. Silencioso como un felino. Lo veo acercarse al escritorio y tomar la bocina del teléfono.

Lo miro y la imagen completa de su cuerpo llena mis ojos. Bajo la mirada y trato de distraerme en mis zapatos de cintas.

Dios santo, no me siento muy cómoda. Es como si cada palabra que sale de nuestras bocas, al hablar con él, llevara otra intención. Y no es así. ¡Juro por Dios que no es así! ¡Ay Lucy, te vas a condenar! Me reprocho mentalmente.

—Si, señor Richards. Todo es muy lindo.

GUY

La escucho decir mi apellido y ahí está mi libido causando una potente erección que cubro con mi saco. Tendré que hacer más ejercicio para controlar mis sensaciones. Esa chica me hace perder el juicio. ¿En dónde está mi decálogo? En el retrete.

—Tome asiento, por favor —le digo señalando una de las butacas, con mi brazo extendido. Entre tanto hago varias respiraciones que me ayudan a controlar el instinto.

Marco a la cocina y pido al chef el almuerzo para mi invitada. Ella va a sentarse sin entender lo que hablé en francés. Pedí algo muy especial.

Miro a Lucy y contengo el aliento. Me mojo los labios.

Llevo una mano hacia los botones de mi saco y los desabrocho. Estoy listo para enfrentar a la dulce enemiga de mi autocontrol. Ella voltea a verme un instante, siempre es así. Me evade con timidez delirante. Entonces dejo entrever una muy discreta sonrisa en mis labios. La borro al recordar que la asusté afuera.

Cuelgo la bocina, después de mi análisis sobre ella. Camino lento hacia mi adorable ángel que parece estar muy interesada en sus zapatos tipo Oxford. Se los regalé la Navidad pasada después de que la vi una tarde paseando ante la vitrina de una zapatería exclusiva. Kris me dijo que se puso a brincar como una niña cuando abrió la caja y los miró.

Suspiro admirándola. Es tan dulce. La manera en que juegan sus dedos pellizcando la tela del hábito a la altura de sus nerviosas rodillas me hipnotiza. Junta las piernas súbitamente al sentirse observada y yo que no paro de soñar con abrirlas y provocarla hasta escucharla pedir más de lo que quiero darle.

Pone un pie sobre el otro y ese jugueteo infantil provoca que una de sus cintas de suelte. Me encanta la manera en que su ropa cubre todo su bellísimo cuerpo. Eso me hace desearla más. Es tan sencilla y perfecta a la vez. Una mujer completamente pura. Me siento frente a ella, solo una mesita nos separa. Admiro su carita delicada cubierta hasta las mejillas por el velo negro.

—Hermana, lamento haberla asustado —comienzo a decir atrayendo su atención—. Debo explicarle algo muy importante.

Lucy me mira y esos brillantes ojitos verdi-azules me roban el alma.

—No se moleste... —allí está ese temblor en sus labios que no me gusta.

—No quiero que se lleve una mala impresión de mi. Sé que mi cara no ayuda mucho... —digo tocándome la barbilla. La veo sorprenderse y levanto ambas cejas arrugando mi frente—. Déjeme continuar... por favor.

—Señor Richards...

—Hace años que la conozco hermana... a usted.

Me inclino hacia el frente y ella se replega con aparente naturalidad en el respaldo del asiento. Contengo la respiración. ¡Con mil demonios! ¿Por qué es tan hermosa? No me facilita las cosas. Cada gesto, cada respiración, cada pequeño movimiento y hasta el timbre de su voz provocan mis ganas de acariciar cada milímetro de su delicado cuerpo. Huele a pureza, huele al mismo cielo, si es que tiene algún aroma... mejor dicho si es que algún día llego a él... Aunque me conformo con llegar a rozar el cielo entre sus muslos. ¿Cómo se vería mi hermosa Lucy al ser provocada? Cuando yo sea el único hombre que se pierda por unos instantes en su vientre. Con mis labios, con mi lengua...

Me recargo en el sillón, poniendo una falsa distancia. Resoplo con enfado hacia mi persona. No quiero seguir manchando su inmaculada naturaleza santa. Esa chica es la bondad hecha mujer y yo soy un cerdo mundano que ansía corromperla... sin lastimarla... Con ella sería especialmente delicado, sutil. Pienso y me doy cuenta de que mis buenas intenciones se van a la mierda en cada intento.

¡Kris se irá al infierno conmigo! ¡Jamás debió traerla! Mejor dicho, jamás debió dejarla conmigo.

LUCY

—Señor Richards... —apenas pude escuchar lo que dijo. Siento una punzada en el vientre. Seguramente mi periodo está por llegar. Mi tonta cabeza y las matemáticas. Estoy segura de que es mi periodo. Un espasmo sorpresivo, me causa una reacción rara—. Antes de que siga... ¿me permite pasar a su baño? —pregunto apretando las rodillas como una niña. Como si necesitara ser más expresiva.

Guy me mira fijo, como suele hacer. Se levanta, se eleva ante mi mirada y lo sigo hacia arriba.

Trago saliva. Me voy a incorporar, las piernas no responden. Lo vuelvo a intentar.

¿Estoy temblando? ¡Si! Y allí está nuevamente ese espasmo. Me toco la barriga y dibujo la incomodidad en mi rostro.

—Venga, le indico dónde es.

—G... gracias... —respondo haciendo un esfuerzo más por levantarme.

Mis manos sudan. Afianzo las plantas de los pies y me impulso.

¡Por fin me pude levantar! ¡Pero estoy temblando!

El señor Richards me da la espalda. Ya no quiero verlo. Doy un paso inseguro, luego otro y cuando voy por el tercero...

Suelto un grito y mi torpe humanidad va a estamparse en la espalda de Guy Richards.

Me agarro de su saco como un gato asustado y él se gira rápidamente para sostenerme. Eso creí, pero tan solo me mira abrazada de sus caderas y mi cara estampada en su espalda baja. ¡Oh Dios! ¿Podría estar más avergonzada? ¡Nooo!

No sé cómo le hace pero cuando menos lo espero, sus fuertes brazos toman los míos y me ayuda a levantarme. Ahora estoy sudando.

—¡Madre mía, qué vergüenza! —susurro sintiendo sus manos alrededor de mi extremidades.

Estoy roja, sudorosa, hambrienta y oliendo ese perfume que me marea, es delicioso, es...

Nuestros ojos se encuentran y veo sus labios de cerca.

—¿Está bien, hermana?

¡Ave María Santísima, hasta su aliento es perfecto!

Estoy ida de este mundo.

—No puedo... respirar... —digo petrificada, con las palabras saliendo apretadas.

Guy mira mi boca... ¿¡Guy!? ¡El señor Richards! Me corrijo de prisa.

Me quedo tiesa como un palo. En sus ojos se dibuja una intención. Hay malicia en ellos.

Afianza mis brazos, se inclina hacia mí y veo su cabeza cada vez más cerca. ¿¡Qué... qué va a hacer!?

Su aliento llega hasta mi rostro, sus labios están llegando hasta los míos, demasiado cerca. ¿Acaso pretende besarme?

Abro la boca jalando aire y éste corre libremente por mis pulmones. Reacciono lo más rápido que puedo y doy un paso atrás.

—Si puede respirar —dice el hombre con una calma atroz —. Sólo necesitaba un estímulo para salir de su trance.

Me quedo boquiabierta.

—N...no... entiendo

—Tranquila hermanita, no acostumbro a besar a las mujeres y mucho menos si acabo de conocerlas.

—Yo...no pensé nada... —tartamudeo sintiendo que el infierno arde en mis mejillas y el resto de mi cuerpo.

—Tampoco acostumbro a robarle el aliento a una mujer provocándole miedo, hay maneras más sutiles y agradables para despojarla... —recorre mi atuendo haciendo que mis entrañas salten, cobren vida y dejen escapar algo que seguramente es mi periodo— de sus inquietudes —finaliza con un brillo que me deja otra vez sin respiración.

Sus ojos están cargados de algo que desconozco y me asusta. Sin embargo, sería una estupidez de mi parte pensar que un hombre como él pudiera estar sintiéndose atraído por mí.

Lo miro atenta, tratando de descifrar lo que pasa por su mente, pero para mi desgracia no tengo experiencia en estas situaciones. Es la primera vez que alguien se dirige a mi de esa manera y me siento vulnerable. No soy una mujer común, soy una religiosa y merezco respeto.

Ni siquiera las capas de ropa que conforman mi hábito me hacen sentir protegida. Ante sus ojos que examinan cada detalle de mi figura, me siento cohibida, como si estuviera desnuda.

¿A qué lugar me vine a meter?

Lo averiguaré después de ir al baño, sin embargo este hombre me lleva de sobresalto a sobresalto. ¿Que no se cansa de poner mis nervios al límite?

Sin que me lo espere, se acuclilla delante de mí, poniendo una rodilla en el piso. ¿¡Y ahora qué piensa hacer!?

Aprieto los puños encogiendo los brazos sobre mi pecho en forma de X. Veo su oscura y peinada cabellera. Sus hermosas manos, de dedos largos y bien cuidados, se extienden hacia mi zapato y toman las cintas para trabajar hábilmente en hacer el nudo.

—Lista hermana. Ahora puedo decirle dónde está el baño.

Lo sigo por un estrecho pasillo iluminado con luces LED y nuestros cuerpos entran en contacto cuando abre una puerta.

—Gracias...

El señor Richards no dice nada solo me deja continuar.

¿Este es el baño? digo entrando, boquiabierta. ¡Ésto es una mini mansión! Entro a ese santuario de intimidad que no se parece en nada al que tenemos en el convento. Y no es que esté tan mal, no desde que uno de los benefactores mandó renovar nuestra casa y año tras año ha ido mejorando. Ojalá pudiera saber quién es para agradecerles tanto desprendimiento. Igual me habría gustado saber quién fué la persona que me estuvo apoyando durante los años de mi noviciado. Sé que la señora Kris lo conoce o la conoce pero nunca ha querido revelar el secreto. Mi benefactor debe ser un hombre muy modesto, que gusta pasar desapercibido. Seguramente una viejecita o un hombre mayor al que deseo con todo mi corazón llegar a conocer para agradecerle con un muy apretado beso y un abrazo lo que hizo por mi.

La urgencia por orinar se hace más grande apenas veo el retrete. Es aquí cuando no me encanta mi hábito, lo amo pero no me encanta lo estorboso que puede llegar a ser. Levanto el faldón, bajo las mallas gruesas y me siento.

—Oh sí...—musito sintiendo alivio en mi vejiga cuando se descarga.

Termino pronto con lo mío y busco con qué secarme. Noto que algo no está bien. Arrugo mi entrecejo cuando mis dedos descubren que el fluido que pensé sería mi periodo no es tal, sino un líquido espeso sin color, que jamás había visto. Me tengo que limpiar mejor, pienso y froto un poco recibiendo con ese movimiento una sensación desconocida. ¿Qué me pasa? ¿Por qué de pronto éste cuerpo empieza a serme tan desconocido?

—Ave María Santísima, ¿estaré enferma?

Termino de secarme, subo mis mallas, las bragas de algodón, y nuevamente el faldón cae en su sitio. Me acerco al lavabo y descubro que el delicioso aroma que invade el lugar es producido por una bellísima flor blanca. Parece algún tipo de orquídea.

Abro el grifo y el chorro de agua cae. Me lavo las manos con más cuidado del que siempre he tenido. No sea que lo que descubrí en mi cuerpo resulte en algún tipo de enfermedad que hasta el momento desconocía. Me seco rápidamente. Me acerco a la flor para acariciarla y aspirar su aroma de cerca. Es muy hermosa y delicada.

GUY

Conocí a Lucy cuando tenía dieciséis años y de eso ya han pasado ocho. Yo tenía en ese entonces veintiocho años. Suena a demasiado tiempo de diferencia entre nuestras edades, estoy consciente. En ese entonces sonaba a demasiados años, Ahora ya no me lo parece tanto.

Recuerdo que ese día acompañé, contra mi voluntad, a Kris al orfanato dirigido por monjas.

Al llegar me di cuenta de que era un evento que buscaba recaudar fondos para obras benéficas, para apoyar a las niñas y adolescentes del lugar, más que al mismo convento. En ese sentido, Kris había seguido los pasos de las mujeres de mi familia. No lo hacía porque quisiera aminorar su remordimiento de conciencia por la vida que eligió tener al lado de esa escoria que es su esposo. Mi hermana asistía a ese lugar porque específicamente mi madre solía visitar esa comunidad religiosa. Lo hacía antes de su terrible accidente. Cierro los ojos y siento un dolor en el pecho que no logro aminorar con el paso de los años.

Jamás podré superar ese día. Fueron horas, días de dolor incesante. Kris y mamá fueron secuestradas. Jamás volveré a permitir que quien amo sufra de esa forma, en que ese maldito tipo que las secuestro las dañó.

Mi madre es la mujer más noble que pudo pisar este mundo y aún así la vida se ensañó con ella. Todo por culpa de esa aberración llamada Harold...

Bajo la mirada y veo mis manos. Estas manos que estuvieron a punto de acabar con la vida de otro ser humano, si a esa basura inmunda se le puede llamar así.

Han pasado dieciséis años desde que estuve involucrado en ese intento de homicidio y no me arrepiento de haber querido acabar con la vida de ese cerdo degenerado. Por mi familia estoy dispuesto a hacerlo de nuevo y para la siguiente prometo no fallar. Solo estoy esperando el momento preciso.

Allí, por primera vez, ví a Lucy. Estaba vestida con un jumper blanco y una cinta azul cielo en la cintura, era el uniforme clásico del orfanato.

Me llamó la atención su vitalidad; cómo a pesar de ser una chica huérfana se le podía ver interactuar con niños pequeños a los cuales animaba mientras bailaba en un improvisado escenario. Y no sólo fué su alegría la que me atrajo, en ese entonces de una manera inocente, me gustó ver el efecto que tenía sobre las personas.

Lucy era una chica muy especial. Decidí ese mismo día ayudarla en cuanto necesitara.

Años más tarde recibí la noticia de que ingresaría como novicia y me pareció magnífico que un ser tan colmado de paciencia y amor hacia los demás se convirtiera en religiosa.

Seguí recibiendo noticias de ella, la mayoría muy buenas aunque de repente la chica inquieta se metía en problemas, más por bondad que por travesura. Era muy conocida entre los asistentes al convento. No había uno solo que no amara a la joven religiosa. Dos años después, Kris me invitó a su ordenación.

Tocan a la puerta y sé que acaba de llegar lo que solicité.

—Adelante —digo y un mesero abre, mientras que un segundo chico lo acompaña cargando una botella de vino tinto.

Les señalo el lugar donde quiero que pongan la comida y con un asentimiento de cabeza, continúan su labor. Me desligo de los pensamientos enternecedores que atraviesan mi mente cuando escucho la puerta del pasillo a mi baño privado abriéndose. Desde allí percibo su aroma a jabón y a Lucy. No es una tontería que tenga esta hipersensibilidad olfativa. Nací con ello.

Escucho sus pasos, apenas hacen ruido por la suela del zapato, sin embargo con ella soy en extremo receptivo. Su cuerpo envuelto en ese hábito, aparece hermoso y un gesto nervioso se nota en su cara; sin embargo, sonríe al ver que no estamos solos. Voy a tener que hacer algo para liberarla del temor que mi presencia le provoca.

Me encanta su sonrisa, con ella logra que mis peores días se conviertan en momentos gloriosos, como ese instante.

—¡Señor Richards que precioso baño tiene! —dice entusiasmada, como si de pronto hubiese olvidado lo nerviosa que estuvo minutos atrás— y esas flores tan lindas huelen al mismo cielo.

Me levanto caballerosamente para invitarla a acercarse y es hasta entonces que ella descubre que ordené comida.

Levanta las palmas de las manos y juntándolas sobre los labios, su sonrisa se hace más grande.

—Venga hermana, acérquese...

—¡Dios bendito! —exclama fascinada, mirando la comida, más no es eso lo que ha llamado su atención—. ¡Esas son las flores que encontré en el baño! ¡Qué delicia son al olfato, señor Richards! ¿Qué es? Es una orquídea ¿verdad?

—Así es, hermana.

Lucy acaricia la flor con mucha delicadeza y se inclina a aspirar su perfume. Quisiera hacer lo mismo con ella.

—¿Cómo se llama?

Monja blanca, pienso, más no quiero seguirla incomodando.

—Lycaste virginalis —respondo

Los meseros sonríen al ver a mi peculiar invitada y su gesto inocente al desconocer de qué le hablo. Ese es el efecto de esa divina mujer en la vida de quienes la rodeamos. Lucy me salvó de la oscuridad. Lucy me robó el aliento cuando la vi entrando vestida de blanco la primera vez que profesó sus votos.Ninguna de las otras religiosas tenía su sonrisa, ese brillo en el rostro, al estar parada en el altar al estar esperando el momento de consagrarse.

Fué en ese instante cuando supe que ella era algo que iba a desear por el resto de mi vida, pero que jamás estaría a mi alcance. Fué en ese instante, en que supe que Lucy estaba enamorada y que jamás pondría sus ojos en ningún mortal. Supe que más que nunca debía cuidarla, incluso de mí mismo.

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