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Capítulo 4.- El registró.

Esto quedaría para la historia, ya tenía algo bueno que contarles a sus hijos cuando nacieran, así fuera en mil años luz.

—Listo, señorita, quedaste registrada oficialmente en nuestra universidad. Esta es la copia que te prometí de tus resultados, también la he enviado al correo por si se te llega a perder; este es el número de residencia que tienes asignada a partir de ahora y por los próximos años. Como eres nuestra mejor estudiante de nuevo ingreso, la universidad te ha otorgado una para ti solita, así que aprovéchala al máximo.

— ¿De verdad? —pregunto una incrédula Valentina. Al parecer la suerte le empezaba a sonreír poco a poco.

— ¡Claro! Si me esperas cinco minutos te puedo llevar personalmente a conocerla, estoy a punto de salir a mi hora de descanso y no me gusta comer sola. Por cierto, me llamo Aracely Camacho, pero me puedes decir Ara, Ara para las amigas.

— ¡Oh! Muchas gracias que linda eres. Por supuesto que me encantaría que me acompañaras Ara, tú también puedes decirme Vale por favor —argumento la chica sonriendo. —Gracias por todo, te espero a fuera en lo que terminas tus actividades, mientras daré una vuelta por aquí cerca para ir adaptándome.

—Perfecto Vale. Ahora nos vemos.

Los ojos de Valentina se llenaron de lágrimas, tan pronto salió de las oficinas con toda la documentación en mano, si tan solo su madre la tratara de esa manera, las cosas podían ser diferente, pero se empeñaba en compararla con sus hermanos o con las hijas de sus amigas haciéndola sentir como un gusano en medio de un nido de pájaros.

A sus veinte años era la pregunta que se repetía más de una vez, tal vez algún día obtuviera respuesta; ya se había acostumbrado a su madre y su forma de ser.

En el tiempo previsto, Aracely salió a su descanso dispuesta a llevar a su nueva amiga a su residencia estudiantil, a pesar de no agradarle mucho las jóvenes que llegaban a estudiar en la universidad. Valentina le pareció una chica agradable y sincera con sus emociones, por lo que no dudo en brindarle su amistad.

No tardo en visualizarla sentada debajo de un árbol, observando todo lo que pasaba delante de ella, como si de un nuevo mundo se tratara.

— ¿Interrumpo? —dijo Aracely con voz suave para no espantarla.

— ¡Oh! No, no, para nada Ara. Estaba esperándote, pero me distraje viendo la diversidad de árboles que hay en el campus.

—Son hermosos, es una de las cosas que más me agradan de trabajar en esta universidad, pero espera a ver los talleres de tu especialidad, entonces si quedaras sin habla por algunas horas.

— ¿En serio?

—Sí, sin duda son mágicos.

— ¡Ya quiero verlos! Siempre me ha gustado todo lo relacionado con la naturaleza.

—Será mejor que nos apuremos para llegar a las residencias estudiantiles, si nos alcanza el tiempo te daré un pequeño tour personalizado que nadie ha tenido por años.

Como niño que le acaban de dar el mejor de los dulces, Valentina empezó a brincar de emoción, jalando a su nueva amiga con ella. Afortunadamente, la universidad se encontraba despejada, si alguien las viera de esa forma dirían que eran dos locas escapadas del manicomio.

Caminaron hasta donde se encontraba el coche de Valentina para tomar sus cosas y llevarlas a la residencia asignada, como era una chica sencilla, nada de lo que tenía rallaba en lo ostentoso, tampoco en lo exagerado, para ella mantener al margen de los reflectores era lo mejor.

El camino se hizo ameno por la agradable compañía de ambas, parecían dos personas que se conocían de muchos años. Las residencias se encontraban en un lugar exclusivo dentro de la misma universidad, permitiéndoles a los alumnos tener privacidad en sus vidas; estaban separados conforme a las necesidades de cada persona e iban desde los más exclusivos y lujosos, hasta los que eran compartidos hasta por tres personas. Todo dependía de cuanto pudieras pagar por ellos.

En el caso de Valentina era una exención, ella se ganó el sitio por los resultados de la prueba de ingreso, para la universidad era un honor tener a un estudiante que por primera vez acertaba a todas las preguntas, además de corregir algunos errores que la prueba mostraba, dejando a los decanos sorprendidos por la audacia que tuvo para realizarlos.

Por si fuera poco, no solo detecto los errores, se tomó el tiempo de sugerir modificaciones en parte del esquema planteado y colocar sus argumentos del porqué de la solicitud. Sin conocerla ya había ganado la admiración de algunos y el malestar de otros, por llegar a cuestionar su trabajo, sin siquiera tener un título universitario. Este hecho llegó a oídos de los inversionistas y dueños de la universidad, quienes estuvieron dispuestos a conocerla y brindarle la comodidad que necesitara. Con estudiantes como ella, el prestigio incrementaría un veinte por ciento más y la matrícula escolar aumentaría.

Algo que Valentina y Aracely tenían en común era su amor por la comida, unas cuantas vueltas bastaron para que dejaran todo tirado y prefirieran bajar a tomar un pequeño refrigerio. Afortunadamente, el lugar que fue asignado a Vale, contaba con un área de cocina, si se cansaba de comer en la cafetería, ella misma podría cocinar sus sagrados alimentos.

Para mala fortuna de ambas, en ese momento no contaban con nada por el estilo, era mejor bajar para saciar su hambre.

— ¡Estoy mortal! ¡No puedo más! —dijo Aracely mientras se desplomaba sobre el sofá de la sala.

— ¡Uff! Yo también.

— ¿No tienes hambre?

— ¿Qué si tengo? Mujer, soy capaz de comerme una vaca entera en este momento si me la ponen enfrente —respondió Valentina, riendo por su locura.

Con su nueva amiga la comunicación era tan fácil, que le permitía ser ella misma y no ocultarse.

—Qué cosas dices, ja ja ja, ya sabía que por algo me caíste tan bien. Amo la comida, es mi momento favorito del día, sobre todo cuando no se tiene remordimiento al disfrutarla; odio a las personas que miran la comida como si fuera una purga.

— ¿Purga? ¿De qué hablas? Nunca he visto que las personas miren la comida de esa forma.

— ¿Qué? ¿En qué mundo vives niña? Eso es algo que verás muy seguido cuando vayas a la cafetería. Las chicas aquí cuidan hasta el último gramo de lo que comen, según para cuidar su estilizada figura, pero lo que deben de cuidar es su moral.

—Creo saber por dónde va el tema, pero es algo que nunca me ha preocupado, amo mi anatomía y por nada del mundo dejaría de comer. Soy adicta a los chocolates y la comida picante.

— ¿Picante? ¡Estás loca! Eso es cosa del demonio.

—Aprendí a comerlo en una de mis excursiones en México, el sabor que le da a las cosas es delicioso, te aseguro que te encantara. Prometo prepararte unos macarrones con mucho queso y chile.

—Tú quieres matarme, pero está bien, para que veas que no soy mala, me voy a sacrificar con tu comida.

—Te lo prometo, solo deja que todo esto se acomode solo —dijo Valentina mientras tomaba su bolsa para salir a comprar algo de comida y calmar sus pequeñas tripas que empezaban hacer de las suyas.

La universidad estaba apenas por iniciar clases, el mejor lugar para comer estaba a una cuadra, era mejor darse prisa antes de que el tiempo de descanso de Aracely se terminara y quedara con el estómago vacío, lo que significaba una tormenta para las personas que se acercaran a ella; si algo no toleraba era estar sin comer.

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