4. LA MASCOTA
Esthela se abrazó del arco que le regaló su hermano menor, con una flecha lista para disparar, y el cuchillo a sus pies. Pensando en que debía obedecer a Lotha y esperar allí porque vinieran por ella el tiempo que fuera necesario como le había ordenado aquel. No supo cuándo se durmió, el sol estaba alto cuando abrió los ojos, por el sonido que realizaba su estómago pidiendo comida. Se asomó por una rendija al lado de la puerta sin poder observar otra cosa, que no fueran mariposas y pájaros revoloteando. Ninguna señal de sus hermanos, de Leoric o algún animal gigante o salvaje.
Esthela tienes que aprender a vivir esta vida hasta que vengan ellos, se dijo. Lotha no importa el tiempo que le lleve no te abandonará, no lo decepciones, vendrá por ti. Decidida a soportar todo, se puso de pie y comenzó a realizar todas sus necesidades, que por suerte había en una esquina un baño donde hacerlo, sin necesidad de salir. Preparó su desayuno con un pedazo de queso y frutas que tenía en la bolsa que le diera su mamá, calentó agua en la chimenea, y se puso a contemplar el hermoso paisaje a través de la rendija.
Luego de muchas horas y de ver que no pasaba nada, tomó su arco, sus flechas, el cuchillo y se decidió a abrir la puerta. La cual hacía un sonido algo chirriante que la asustaba. Primero solo un poco, lo justo para sacar su cabeza y mirar afuera. Todo estaba tranquilo, por lo que más decidida, abrió completo y caminó hasta dónde el sol le daba de lleno. Miró a lo lejos al otro lado del río al sentir que era observada, para encontrarse con un majestuoso ciervo, de grandes cuernos, y uno más pequeño a su lado.
¡Nunca en su vida había visto uno de ese tamaño y color!
Si que era grande, se dijo mientras lo contemplaba. Era realmente majestuoso, de seguro debía ser el rey de todos los ciervos, pensó sin poder apartar su mirada. Ambos animales la observaban muy curiosos. Le gustó ver que no se asustaban con su presencia, por lo que decidida, regresó al interior de la cabaña. Tomó una hoja de las que había llevado con ella, un pedazo de carbón, y se sentó en una enorme piedra pulida que tal parecía estaba colocada allí para que hiciera de banco, y se dedicó a pintarlos.
Este era uno de los secretos que guardaba con su amigo Leoric, él se dedicaba a recolectar papel muy escaso en aquella época, para que ella pintara, una de las pocas cosas que le gustaba hacer. Luego su madre, la había enseñado a endurecer cierta tela de hilo, en la cual también podía pintar y mientras lo hacía su mente no dejaba de hacerse preguntas que no tenían respuestas.
¿Por qué no se enamoró y se casó con su querido amigo? ¿Y por qué sus padres esperaron tanto para casarla después que no vino nadie a reclamarla? Solo por la promesa de ese compromiso a un desconocido. ¿Quiénes serían ellos en realidad? Se preguntaba mientras observaba el anillo que le había puesto su padre en el dedo con un enorme rubí, que pareciera que en cualquier momento lanzaría fuegos de como brillaba al contacto con el sol, era en realidad extremadamente valioso. ¿Quiénes serán ellos para poseer esos tesoros? Le vino el impulso de ir a abrir el cofre y la carta, pero se contuvo, no debía hacer tal cosa. Debía esperar por sus hermanos.
De niña solía escuchar a sus padres discutir, sobre todo por cómo su mamá llamaba a Lotha, el elegido. ¿De qué o de quién? Lo trataba casi con veneración y gran respeto al igual que su padre que lo traía con él siempre educándolo no sabía en qué. Lo cierto era que nunca lo dijeron, ella suponía de alguien muy importante, por como el mejor amigo de su papá Aldus el padre de Leoric, lo trataba. También habían venido con ellos y se asentaron a su lado. Siempre que llegaba se inclinaba con sumo respeto delante de sus padres y de Lotha, por mucho que ellos protestaban, él lo hacía. ¿Quiénes eran? No lo sabría por ahora, pensó suspirando al recordar su vida, la cual ahora le parecía llena de misterios.
Cada cierto tiempo todos iban a las montañas a un lugar del que no guardaba nunca memorias, porque de alguna manera era como si olvidara todo y renaciera. Su cuerpo cambiaba después de eso. Bueno, el cuerpo de sus hermanos también, sobre todo de Lotha, que se volvía con cada viaje más alto, más fuerte, y el color de sus ojos irradiaba una extraña luz roja. Estaba acostumbrada a ello desde que recuerda, por lo que nunca le dio mayor importancia. Sin embargo, eso que dijo su padre a su hermano la tenía pensando. Debía decir el nombre de su prometido tres veces y la puerta se abriría. ¿Cuál nombre, por qué no se lo dijeron a ella y qué puerta?
Debieron casarla con Leoric, ahora no estuvieran todos en este peligro, pensó en lo que se quedó mirando al animal que la observaba fijamente. Nunca antes había visto un ciervo como aquel. Era muy grande, con enormes cuernos, algo rojizo y negro. ¿Qué raza de animal sería? No se le acercó, tenía miedo alejarse de la cabaña, pues siempre que lo hacía, la enorme sombra cruzaba por delante de ella en el piso y la asustaba, haciendo que corriera a esconderse dentro.
—¡Deja de asustarla Oryun! —le gritó furioso el príncipe Erick a su amigo que reía a todo dar tirado a su lado.
—Ja, ja, ja..., perdóname Erick, es que me divierte ver la cara que pone cuando mira arriba y no ve nada, ja, ja, ja...
—¡Deja a mi humana tranquila o te haré un conjuro para que no puedas volar! —lo amenazó furioso, su amigo era muy juguetón, le encantaba asustar a los humanos y a todos.
—Ja, ja, ja..., si que te has encaprichado con tu nueva mascota humana, ja, ja, ja...
—¿Mascota humana? ¿Por qué le dices así?
—¿Y no lo es? Te la pasas observándola, la emperatriz se dará cuenta.
—Le pedí a tu papá que me enseñe como desconectarme de ella.
—¿En serio? ¿Lo lograste?
—No por completo, pero si logro que ella no sienta todas mis emociones. ¿Cómo crees que se llame? ¿Es linda verdad? —dijo cambiando de tema enseguida.
Oryun se quedó observando al príncipe que estaba ahora muy cerca de Esthela, invisible a su lado convertido en dragón. Él también se decidió a observarla, la humana en verdad era muy bella. Podía competir con cualquiera de las princesas del reino dragón cuando tomaban esa forma. A pesar de sus incontables viajes y de vivir cosas de los hombres, nunca se habían metido con una mujer por la amenaza del emperador. Decía que las humanas no podían soportar la energía de los dragones. Que todas las veces que un dragón se emparejaba con una de esa raza, estas terminaban muriendo.
—¿Crees que sea verdad lo que dice papá?
Le preguntó el príncipe a su amigo, en lo que estaba echado al lado de la piedra en la que ahora estaba pintando Esthela, la miraba con admiración. Nunca antes se había enamorado, pero ésta humana la encontraba preciosa, y le encantaría tenerla solo para él.
—Mi príncipe, no te enamores de la humana. Ya sabes que Elgida la matará si se entera.
—¡Elgida y yo no somos nada! ¿Por qué habría de hacerle algo?
—Ella se cree tu novia, lo sabes muy bien. Está empeñada en casarse contigo desde que naciste y ser la emperatriz.
—No me gusta, jamás la haré mi emperatriz, mejor me caso con cualquier otra princesa de los reinos amigos. Pero ella nunca será mi esposa, se lo tengo dicho, no sé por qué mamá la tiene viviendo en el palacio imperial.
—Porque fue la única que quedó de su reinado, cuando los humanos aniquilaron a los dragones de las montañas de cobre. Era una bebé cuando tu mamá se hizo cargo de cuidarla.
—Por eso no entiendo su capricho conmigo, debía verme como su hermano menor, ¡me lleva doscientos años!
—Sí, eso es verdad. Pero ella es ambiciosa, quiere ser la emperatriz.
—No lo será, te dije que prefiero casarme con cualquier otra princesa que con ella, no me importa cual escoja papá, siempre que no sea Elgida, la aceptaré. Hoy en la noche me hará conocer a muchas, ¿vienes conmigo? Sabes que me aburro en esos bailes.
—¡Seguro, eso no me lo pierdo! ¿Cuál vas a escoger? ¡Ya sé! Aquella azulita graciosa que vimos cuando fuimos a ver a los dragones de agua, ¡era realmente linda! ¿Cómo era que se llamaba?
—¿Te refieres a la princesa Luddie? Sí, es linda y graciosa, toda tuya.
—¿Mía? Solo soy el hijo del consejero, nunca podré casarme con una princesa. Quizás con tu mascota si puedo, ja, ja, ja…
—¡Aryun, no me gustan tus bromas! —rugió asustando a Esthela que giró mirando a su alrededor sin poder ver nada y corrió a esconderse en la cabaña. —¿Viste lo que me hiciste hacer?
—¡No te hice nada! Solo bromeaba, sin embargo, no lo hago cuando te digo que la escondas de Elgida. Así que no dejes que descubra a tu mascota o acabará con ella.
—¡Deja de decirle mi mascota, no lo es!
—¿No? ¿Y qué es?
El príncipe se quedó en silencio preguntándose lo mismo. Era una humana que sólo vivía un corto periodo de su tiempo, unos treinta y cinco días serían setenta años humanos. No podía encariñarse con ella, la perdería antes de que lograra acostumbrarse a su presencia. Pero era muy linda y la quería para él ¿Y si encontraba una manera de hacer que viviera más?
—¡Ni lo pienses! ¿Acuérdate lo que pasó la vez aquella que salvamos al niño? Luego se convirtió en nuestro enemigo queriendo matar a todos por nuestra sangre. Si no es por tu abuelo, nos hubiese asesinado aquella vez.
—No tenemos que decirle quienes somos.
—¡Erick, que te conozco! ¡No vas a querer que muera tu mascota!
—¡No es mi mascota!
—¿Y qué es?
—¡No lo sé! Pero no me gusta que la llames así. Mira que cosas mas linda hace, pinta todo lo que ve.
Dijo mirando como Esthela que había vuelto a salir mirando sigilosa a todas partes, y al no ver ningún extraño animal, se había vuelto a sentar en la piedra a su lado.
—Sí que es buena en eso —dijo Aryun mirando por encima del hombro de Esthela— deberíamos traerle de aquellos carbones de colores de las montañas de los diamantes, sería lindo con colores eso que hace.
—Lo pensaré.
Ella era muy buena en eso, dibujaba todos los animales, flores, y cosas que podía observar desde su cabaña, pues le daba miedo alejarse. Solo bajó hasta el río a proveerse de agua. No obstante, cuando lo hizo, volvió a ver en el piso una sombra mayor del enorme animal que volaba por encima de ella, sin que pudiera verlo y corrió asustada a esconderse en la cabaña. Aunque esta vez era el príncipe protegiéndola de los depredadores que podrían atraparla desde el aire, mientras su amigo la acompañaba en la tierra.
¿Qué tipo de animal sería ese que era invisible? Se preguntaba ella sin lograr ver nada escondida en la cabaña. ¿La estará vigilando para comérsela? ¡Y sus hermanos que no acababan de llegar! ¿Les habrá pasado algo? Se preguntaba asustada de nuevo viendo como se hacía de noche de a poco.
—Tenemos que encontrar la manera de que no vea nuestras sombras —dijo pensativo el príncipe. —No me gusta que se asuste.
—Creo que tengo la solución, podemos hacer lo mismo que cuando cuidábamos al niño. ¿Te acuerdas? Haremos una barrera protectora alrededor, así nadie puede acercarse a ella cuando no estemos.
—Pero eso creo que detiene su tiempo. No fue lo que nos dijo aquella vez abuelo o no se qué le hacía a los humanos.
—Sí, dijo algo de eso, no lo recuerdo, éramos niños. ¿No es eso lo que quieres, que viva más? Esa puede ser una manera de que lo haga, si no sale, su tiempo correrá igual que el nuestro.
—Lo pensaré, solo lo haré cuando no estemos. Aunque no sé si sea exactamente así, temo que le suceda algo. ¿Y si la llevo conmigo esta noche? Puedo esconderla en mi habitación hasta que aprenda a hacer eso. No quiero que un depredador se la coma mientras no estoy.
—¡¿Te volviste loco?! ¿Cómo vas a llevar a una humana a nuestro reino? ¡Es solo tu mascota, mi príncipe! ¡Tu mascota!