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3. FAMILIA CRUZ

La familia Cruz, era reconocida por ser los únicos mercaderes textiles de Bisuldun, una población que quedaba en las cercanías de la fortaleza del Conde Wilfrido Cantanés, entre dos ríos. Y más allá se extendía los grandes bosques vírgenes al que le llamaban las tierras de nadie, por ser desoladas. De este lugar se decía que era el nido y guarida de dragones y de todo tipo de criaturas mitológicas. Lo cierto era que los cazadores preferían ir de cacería a otros bosques ubicados a la redonda del condado, que adentrarse en las tierras de nadie, pues el que se atrevía a hacerlo jamás regresaba.

Bisuldun era un condado como otro cualquiera. Con la gran fortaleza en forma de castillo ubicada en lo más alto de la colina, y descendiendo se agrupaban las casas de los servidores del señor. Con el tiempo fue recuperando importancia, principalmente debido a su ubicación. Estaba rodeada por dos ríos, lo que hacía difícil a los asaltantes atacar la ciudad. Por esa seguridad, las familias de pequeños poblados fueron viniendo a vivir al lugar, haciendo de a poco el condado más grande y enriquecido por toda la redonda. Que fue el caso de la familia Cruz, que al salir escapando de la capital, fueron a dar allí y se convirtieron en grandes mercaderes.

Eran de una familia muy noble que no se atrevieron nunca a mencionar, pero habían caído en desgracia después de la muerte del señor por los invasores. Por lo que su único hijo Dominico Cruz, se refugió en este condado muy lejos de la capital y donde nadie nunca había sospechado quién era en realidad, y le iba muy bien. En espera de un día volver a ocupar el lugar que le pertenecía por herencia, o al menos que su hijo Lotha lo hiciera.

La ciudad y sus habitantes no eran malos. Solo que todos estaban al servicio del conde Wilfrido Cantanés, que aunque hacía todo lo posible por que su condado fuera próspero económicamente, le daba la libertad a sus caballeros de hacer lo que querían. Muchos rumores lo acataban a que su consejero era un gran brujo. Y una de esas costumbres que habían adquirido los soldados cuando regresaban de sus campañas en los campos de batalla contra el feudo vecino, que constantemente lo atacaba en su frontera, era la de escoger damas en edad casadera, para que fueran sus amantes.

Ellos tenían sus esposas principales, pero les estaba permitido tener cuantas queridas quisieran, las cuales ejercían el papel de damas de compañía de la esposa principal. Por lo general las chicas eran tomadas y arrebatadas a la fuerza a sus familiares. Eran muchos los padres que casaban a sus hijas apenas si cumplían doce años, para evitar tal cosa. Edad en que los caballeros por lo general las robaban.

Muchos habían sido los reclamos que levantaban los habitantes a su Conde, pero este seguía haciendo caso omiso a tal barbaridad. Lo cual le dio fuerza a los hijos de los caballeros para ejercer dicha costumbre, que era solo de los que regresaban de los campos de batalla como un premio a su valor. Uno de ellos era Florian, hijo del consejero del Conde.

Decían que era un gran brujo y que sabía utilizar la magia negra, al igual que su padre. Al cual todas las doncellas le tenían terror, pues las raptaba y después que se saciaba de ellas, las ponía en un burdel, y otras eran vendidas a las familias para que fueran sus esclavos, sin que sus padres pudieran hacer nada. Las únicas que se salvaban, eran aquellas casadas con caballeros, la ley decía que no podían ser tocadas por nadie más, pues era considerado traidor y condenado a muerte.

Esthela, apenas si salía de su casa, y cuando lo hacía, era con su rostro cubierto por un chal y siempre en compañía de su madre o hermanos. Habían logrado mantenerla alejada de las miradas de los depredadores hasta sus dieciocho años. En que todo el mundo a su alrededor, creía la historia de que tenía su rostro desfigurado y era por ello que se lo cubría. Lo que no sabían era que no podía ser entregada a cualquiera, porque desde su nacimiento ya tenía dueño por su origen, el cual mantenían oculto de todos.

Por desgracia ese día, en la iglesia el pastor la obligó a descubrir su rostro, alegando que no debía sentir vergüenza de cómo la había hecho el señor, arrebatándole el chal que la cubría. Una gran exclamación salió de la boca de todos los presentes al momento que tal acción dejó a la vista de todos a Esthela.

¡Era extremadamente bella y perfecta!

Tenía un copioso pelo negro como la noche que brillaba al contacto con la luz. Sus ojos inusualmente para la región eran verdes, debajo de unas largas y copiosas pestañas, y sus labios fueron la mayor sorpresa al ser muy voluptuosos, rojos y sensuales. Hasta el propio pastor se detuvo a admirar la exuberante belleza de la joven, mandándola a cubrirse, arrepentido de haberla expuesto a los ojos de nada menos que Florian.

Éste se había quedado observándola incrédulo, decidiendo en ese mismo instante que la haría suya. Al terminar la misa ya estaba listo para arrebatársela a sus padres, pero la enorme figura de Lotha el hermano mayor de Esthela, que la cubrió con su cuerpo, hizo que se detuviera, pues andaba solo con su esposa. Ya había comenzado a avanzar hacía la chica, que se apretaba asustada ante su mirada de su madre Anora y su viejo padre Dominico, que miró al pastor con rabia y salió presuroso del recinto decidido a salvar a su preciosa hija.

—Eso no fue nada bueno, te dije que no la trajéramos —decía Anora asustada mientras cubría todo lo que podía a Esthela— tenemos que mandarla lejos de aquí ahora mismo.

—Lo haremos, se irá a vivir con tus padres. Florian de seguro no se atreverá a venir por ella hasta que regresen sus caballeros.

—¿Estás seguro? —preguntó Lothan. — No lo creo, ese salvaje irá por los hombres de su padre y vendrá. Además, en casa de los abuelos, ¿quién la va a defender? Sin contar que estará a expensas de que la encuentren nuestros enemigos. Debemos casarla hoy mismo, ya está en edad.

—Lo sé —contestó el padre— saben muy bien que no puedo darla a nadie. ¡Está prometida!

—¡Querido, sé que quieres honrar la palabra de tu padre! Pero eso no es una opción, ¡nadie ha venido a reclamar a Esthela! Debemos de casarla con un caballero o decir a todos quienes somos en realidad, y de seguro el Conde la tomará por esposa cuando lo sepa —dijo muy seria la señora Anora.

—¿Por qué no buscarle un esposo nosotros sin decir quién es? —preguntó el hermano del medio Maurin.

—Podemos casarla con Leoric, el hijo de Aldus que regresa hoy de la frontera, la cuidará y amará —dijo Anora, abrazando con más fuerza a su hija Esthela que solo los escuchaba. —Ya debíamos haberlo hecho, te lo dije que era absurdo esperar. Y si vienen por ella, ya sería muy tarde, no podrán hacernos nada. Ellos fueron los que incumplieron, se supone que mandaran a buscarla al cumplir dieciséis años como lo prometieron y nadie vino.

—Querida, sabes muy bien lo que sucederá cuando ella se case —dijo acongojado el señor Dominico— no puede casarse con cualquiera, lo sabes.

—¡Se lo explicaremos a Leoric, le enseñaremos que debe hacer en ese caso, aunque sea de menor categoría quizás pueda resistir! —Dijo desesperada la señora Anora ante la mira de su esposo. —O mejor, que solo se case de nombre y jamás la toque. ¡Tenemos que hacer algo querido o Florian y su padre nos descubrirán después de tantos años!

Esthela los escuchaba apenas sin entender a qué se referían. Era verdad que Leoric podía ser su esposo, no era muy apuesto, pero si buena persona, quizás podría llegar a amarlo. Pensó sintiendo que era una maldición haber nacido mujer y encima de eso bella. Además, siempre le dijeron que ella tenía dueño, aunque no quien era, lo guardaban como un gran secreto. Tampoco sabía exactamente quienes eran, su padre no le dijo nunca. Debieron venir por ella al cumplir esa edad, recuerda lo asustada que estaba de tener que irse, pero nadie vino y ahora Florian la había visto. ¿Cómo era que había ido a la misa vespertina? Su padre iba a esa hora precisamente porque los personajes importantes van en la mañana. ¡Que mala suerte ese padre empeñado en que enseñara su rostro mal formado!

Desde que se acordaba, no había podido vivir como las demás niñas, pues sus padres la mantuvieron escondida dentro de la casa como si fuera un gran tesoro por el que debían de velar. Fue una de las primeras en el condado en estrenar uno de aquellos sombreros que llevaban las damas de la alta sociedad, con velo para ocultar su rostro. Por lo que casi nadie sabía cómo era ella en realidad. Pasaba sus días cosiendo junto a su madre, o ayudando en el interior de la tienda cuando estaban trabajando. Solo Leoric y su familia sabían cómo era, él le traía libros cada vez que venía de sus batallas, lo quería casi como a sus hermanos.

También era hijo de un caballero que por suerte, era el mejor amigo de su padre, de menor categoría social, que sabía que ella estaba prometida a no sé quién importante. La trataba con cariño y respeto, como a una hermana. Sí, pensó Esthela, es mejor que sea él a que ese Florian se apoderara de ella. A sus propios hermanos había escuchado contar las horribles cosas que decían que les hacía, a las pobres doncellas que caían en sus manos.

En cuanto llegaron a la casa, se pusieron a preparar todo para escapar en cuanto llegara Leoric hacía el reinado, al cual le habían enviado un mensaje para que se apresurara. Cuando apareció Aldus, avisando que venían por ella y que a Leoric aún le faltaban unas horas para llegar. ¡Debían esconderla hasta que llegara, era su única salvación! Florian no podía arrebatarle la esposa a otro caballero aunque fuera de menor rango.

—¿Por qué no se la llevamos mejor a su prometido? —preguntó Lotha. —¡Florian no puede ir en su contra! Es capaz de asesinar a Leoric por tal de tenerla.

—¡Está bien! —Dijo el padre y corrió a la habitación saliendo con un cofre. —Toma, entrégale eso, sabrán enseguida quien es. Esthela hija, ponte este anillo, que hará que reconozcan quién eres y estarás a salvo. Perdóname hija, debí hacerlo antes para que no corrieras peligro.

—No te preocupes papá, escóndanse ustedes o Florian los matará.

—¡Vete Lotha, vete! ¡No dejen que la atrapen, primero muertos a que su hermana pierda su honra! Sabes muy bien el camino, llévasela y entrégala al guardián, ellos sabrán qué hacer con ella y si es posible quédense allá también hijo. Nosotros iremos después. No olvides el nombre de su prometido, dilo tres veces y la puerta se abrirá. ¡Sálvense hijos y perdón por no haberlo hecho antes!

—¡Le juro que no pasará nada padre! En cuanto puedan, vayan a reunirse con nosotros los estaremos esperando, o vendremos por ustedes luego que mi hermana esté segura.

—De acuerdo, pero ahora váyanse.

Y aunque lograron escapar, ahora estaba aquí, sola, acurrucada al lado de la chimenea, sin ver aparecer a sus hermanos, con miedo de esa enorme sombra que había visto. Sin saber a dónde debería ir a buscar a ese desconocido prometido que la salvaría.

Casi pasó todo el día en la misma posición, atenta a cualquier ruido o señal que le dijera que estaba en peligro. Al llegar la noche su miedo aumentó mucho más. ¡Era la primera vez en su vida que estaba completamente sola! ¿Qué debía hacer ahora, esperar por sus hermanos o ir a buscarlos?

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