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Capitulo 4: La Frustración Del Emperador

El emperador Kyan Engelhardt se encontraba de pie en el balcón de la corte, mientras observaba el sol asomarse entre la extensa arboleda frente a él. La escena era majestuosa, con los rayos del sol iluminando cada rincón del antiquísimo palacio real. La figura imponente del emperador destacaba entre el paisaje, su mirada fija en el horizonte, perdida en pensamientos profundos y reflexivos.

A sus espaldas, el murmullo incesante de los funcionarios resonaba como una melodía discordante, una cacofonía de acusaciones y excusas que no ofrecían soluciones a la crisis que enfrentaba el reino de Deryan.

Situado en el noreste del imperio, a orillas del mar de Kimya, Deryan era la puerta del comercio para el imperio. Sin embargo, ahora se encontraba al borde del colapso, amenazado por un grupo de desertores conocidos como el Ejército Xian. Estos despiadados guerreros habían devastado varias aldeas en los alrededores, dejando un rastro de muerte y destrucción a su paso. Cientos de inocentes habían perdido la vida en sus incursiones, y el reino se tambaleaba al borde del abismo.

El emperador, con el peso del imperio sobre sus hombros, observaba con impotencia cómo sus súbditos se enredaban en mezquinas disputas de poder, mientras el enemigo se acercaba inexorablemente. Las palabras de los funcionarios no eran más que ruido vacío, un eco de la incompetencia y la cobardía que habían llevado al reino a este punto.

Kyan sabía que debía actuar con rapidez y decisión. El destino de Deryan, y quizás del imperio entero, descansaba sobre sus hombros. No podía permitir que el reino cayera en manos del Ejército Xian. Debía encontrar una manera de detenerlos, de proteger a su pueblo y restaurar la paz en sus tierras.

Su reinado había sido largo y fructífero. Llenó sus pulmones de aire y lo liberó lentamente. El peso de la corona sobre su frente, una corona que había llevado desde la tierna edad de quince años, parecía más pesada que nunca. A sus sesenta y seis años, solo anhelaba ceder el trono a su único hijo, el príncipe Daven, y retirarse a la tranquilidad del campo, lejos de la corte anhelando vivir sus últimos años de vida en paz.

Las cinco décadas de su reinado habían sido testigo de una transformación sin precedentes. El imperio, que alguna vez fue un reino modesto, se había expandido hasta abarcar vastas extensiones de tierra, duplicando su tamaño original. La economía prosperó bajo su sabia dirección, y el pueblo vivía en paz y abundancia. Sin embargo, no todo fue fácil. Hubo momentos en que la estabilidad del imperio se vio amenazada por enemigos externos y rebeliones internas. Pero el rey, con su astucia y liderazgo, siempre supo revertir la situación a su favor.

Ahora, con la mirada puesta en el futuro, el rey sabía que era hora de dejar paso a una nueva generación. El príncipe Daven, educado en las mejores artes y con un corazón noble, estaba preparado para asumir las riendas del imperio. La abdicación del rey marcaría el inicio de una nueva era, una era de paz y prosperidad que continuaría el legado de su ilustre reinado.

Pero la situación con el reino de Deryan era una mancha en su reinado, un recordatorio de la crueldad que aún existía en el mundo. Hace dos décadas, el rey había conquistado el reino liberándolo del tiránico gobierno de Sigi Egorov. Egorov era un sanguinario saqueador que había sometido a su pueblo a un régimen de terror. Los impuestos eran exorbitantes, pagados bajo la amenaza de muerte, y las mujeres eran vendidas como esclavas antes de alcanzar la madurez. Los hombres eran obligados a realizar trabajos forzados tan brutales que muchos perecían durante la faena.

Sin embargo, la ambición de Egorov lo llevó a planear un ataque contra la ciudad imperial. Las tropas imperiales, lideradas por un joven y valiente comandante, frustraron el plan en menos de una semana, ejecutando a Egorov y a todos sus seguidores. Creían haber erradicado la amenaza de raíz. Pero el hijo menor de Egorov, impulsado por la sed de venganza, sobrevivió y años más tarde inició un nuevo asedio, acompañado por un grupo de desertores de la guardia imperial conocidos como el Ejército Xian.

—Los murmullos de descontento resuenan por los pasillos del palacio como un coro de cuervos graznando —observó el emperador con desdén, dirigiéndose a su fiel sirviente personal—. Esta corte está plagada de ineptos, aferrados a sus cargos como garrapatas a su presa —añadió, su voz cargada de un cansancio palpable.

—Sin duda, Su Majestad —asintió el sirviente con reverencia—. No obstante, la llegada del príncipe al trono supondrá un cambio radical. Su visión fresca y perspicaz renovará la corte, desterrando la incompetencia que la ha plagado por tanto tiempo.

—No será una tarea sencilla para mi amado hijo —reconoció el emperador, su mirada reflejando una mezcla de preocupación y orgullo—. Pero tengo plena confianza en su capacidad y determinación. Su inteligencia y su espíritu justo lo convierten en el líder ideal para guiar nuestro reino hacia un futuro más próspero.

—Así lo creo también, Su Majestad —corroboró el sirviente con fervor—. La corte bajo el reinado del príncipe será un faro de justicia y eficiencia, un ejemplo para todas las naciones.

—El tiempo dirá si nuestras esperanzas se cumplen —concluyó el emperador, su rostro surcado por una leve sonrisa—. Pero una cosa es cierta: el futuro de nuestro reino está en buenas manos.

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