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Capitulo 3: Inicio Del Todo (Parte 2)

De la inestabilidad y desorden un nuevo dios emergió de las llamas del inframundo. Su nombre era Kieran, y su misión era castigar a los pecadores en Neraka, convirtiéndose así en el nuevo rey de este lugar infernal.

Kieran se distinguía por su cabello largo y negro con detalles rojos, y vestía una túnica totalmente negra. Siempre lo acompañaba Harkan, un demonio con forma de lobo.

A pesar de su naturaleza oscura, Kieran era un dios pacífico, aunque rígido e inquebrantable en cuanto a sus castigos. En poco tiempo se convirtió en una de las deidades más temidas y respetadas.

Durante siglos, muchos creyeron que la maldad en el Ezman era obra de Kieran. Sin embargo, la realidad era que la maldad era una parte innata de cada ser viviente. El odio, el rencor y demás sentimientos oscuros ya existían mucho antes de la creación de Kieran, emanando de las mentes más perversas.

A pesar de su naturaleza oscura y su dominio sobre el Inframundo, Kieran no encontraba placer en la destrucción entre los humanos. Su esencia, aunque poderosa y caótica, no se alimentaba de la desgracia ajena. Los humanos, según el mandato de Evig, poseían la libertad de elegir su propio camino, sin la intervención de ninguna deidad, ni siquiera de aquellas que gobernaban los reinos más allá de la vida.

Kieran, atado por este mandato, observaba con ojos impasibles el devenir de la humanidad. Las guerras, las pestilencias, las tragedias que manchaban la historia de los humanos no eran de su incumbencia. No podía, ni quería, interferir en su destino.

Sin embargo, su mirada no era indiferente. Las almas que descendían al Inframundo, aquellas que habían sucumbido en la violencia o la crueldad, despertaban en él una mezcla de emociones: tristeza, desolación y un leve rastro de ira hacia los vivos que habían provocado su caída.

A pesar de su naturaleza, Kieran era consciente del valor de la vida, incluso en su forma más imperfecta y caótica. La libertad de los humanos, aunque a veces los llevara por senderos oscuros, era un principio fundamental del orden cósmico.

Después de su destierro forzado, Evig y Zhyttya, dos seres de poder divino, se vieron obligados a huir a un páramo árido y desolado. Allí, en la soledad de la desolación, encontraron refugio y la oportunidad de forjar un nuevo destino.

Con su poder divino, Evig y Zhyttya transformaron la tierra baldía en un reino próspero llamado Ravekeen. Este oasis celestial se llenó de majestuosos árboles, una gran variedad de animales y una vibrante vida natural.

Sin imaginarlo, este pequeño refugio que habían creado para descansar se convertiría en el lugar de origen de una poderosa dinastía. Ravekeen prosperó bajo el liderazgo de Evig y Zhyttya, convirtiéndose en un faro de esperanza en un mundo sumido en la oscuridad.

El reino de Ravekeen floreció bajo el reinado de una dinastía singular. Descendientes de un amor divino, sus reyes y reinas poseían un poder transformador que se extendía a cada rincón de su reino. Con sabiduría y compasión, guiaron a su pueblo hacia una era de prosperidad y armonía, convirtiendo a Ravekeen en un ejemplo de lo que la unión entre lo humano y lo divino podía lograr.

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