Cuatro
C U A T R O
—¿Por qué debería darle el empleo a usted? —¡miercoles! ¿Cuál es la verdadera respuesta para esta popular pregunta y que nos deja fuera de base a muchos? Para que me la pasen porque estoy segura que necesito una buena para la próxima.
Había ido a la dirección y me encontraba frente a una casa enorme con grandes ventanales y un jardín especial. Todo gritaba dinero y más dinero y eso me hacía falta y pues el conjunto residencial por sí se veía así.
Las manos me temblaba soñé que cuidaría a Chucky y eso me aterraba.
Toqué el timbre pero antes de tocar una segunda vez salió una chica y ésta me vió y se sonrió burlona. No era la única buscando empleo. Ella no era fea.
Pasé cuando una mujer de cabellos blanco me lo indicó. Era una casa grande. Si así de increíble era por fuera, por dentro también era así, aunque se sentía un calor especial. Se sentía un calor de hogar.
Luego fuí a un despacho que estaba sólo y me senté sin que me dieran permiso y luego de escuchar susurros entró el entrevistador.
Se sentó frente a mí, se veía cansado y lo primero que preguntó fue: por qué debería darme el empleo.
—Porque lo necesito y usted lo necesita, soy responsable y un pequeño necesita de cuidados.
Brillante... A nadie se le ocurre una respuesta como esa.
—¿Sabe cuidar de niños? ¿Tiene hijos?.
Flashback.
«Positivo...»
Fin de flashback.
—No tengo la dicha. —dije apenas.
—He visto su currículum. ¿Por qué abandonó Toronto y ese empleo tan deseado de director en una industria tan movida? Sin nombrar que los Holmes y Lovecraft pagan bien.
—Puede llamar a la empresa. Fue por voluntad el irme. Ya no sentía ser parte del equipo y necesitaba un cambio.
—¿Que tipo de cambio?. —¿acaso debía hablarle de mi vida?
—Tuve un accidente que cambió mi vida y quería empezar de nuevo. Si soy sincera ésta fue mi última opción. Fuí para otras empresas recomendadas pero yo no represento la figura pública de ellos —señalé mi rostro— De niños no sé nada pero podría aprender. Tuve un perrito de niña.
Oh no... Oh no... Oh no no no no no
—¿Está comparando a mi hijo con un perro? —juntó sus cejas y puedo jurar que se le asomó una sonrisa pero la escondió perfectamente.
—Digo que es de responsabilidad. El atenderlo, bañarlo, cuidarlo, mimarlo. Es el mismo payaso con diferente traje.
—O sea, Oliver es una mascota para usted.
No lo preguntó por lo que asumí que fue algo más afirmativo y si fuera una pregunta de seguro era retórica.
—No señor, digo. Es pequeño y necesita de... —me rendí, y la cara de éste tipo provoca machacarla, me paré y con una sacudida de cabeza salí del despacho. La sala estaba silenciosa y abrí la puerta sin más y al llegar al porche ví que cerca de mi auto había un niño agarrando piedras.
Me acerqué y imaginé que es el hijo del señor Crohn ya que es la viva imagen del mismo, guapo como el padre. Provocaba comérselo a besos.
—¿Que haces pequeño? —hablé con mi voz especial para pequeños. La estaba estrenando ya que no tenía esa cosa de hablarle a niños.
Rió como si le hubiera dicho un chiste y me pasó las piedras. Se sacudió las manos y me enamoraron esos ojos azules, su padre los tiene claros pero no azules.
—Eres muy travieso chiquito, deberías estar dentro de casa. —el niño se interesaba por todo lo que tenía alrededor, se vería tan tranquilo y a la ves tan hiperactivo, su rostro mostraba ternura pero a la vez se veía que tenía rastro de ser un tremendo.
Volvió a reír y me puse a su altura. Se acercó un perro y el bebé por fin habló: —Gua guau... —imitó al perro.
—Un gua guau... ¿es tu perrito? —negó.— ¿Te gusta jugar con él? —asintió.
—Pa'. Papá. —dijo con claridad.
—¿Papá?. ¿Vamos a que Papi? —volvió a reír.— ¿Que quieres?
—'Ugar.
—¿Jugar?. No deberías estar solo aquí. —lo tomé en peso y dí la medía vuelta encontrándome con el señor de la casa.— Lo siento, lo encontré afuera.
—Si, es tan silencioso que sale y se esconde sin que lo notemos y cómo le gusta jugar. Por eso necesito a alguien capaz de estar pendiente las veinticuatro horas si es necesario. Tendrá día libres. No busco una madre para mi hijo sólo una Nana. Le pagaré cada quince días y no tengo tiempo para una prueba así que si no le parece mal puede empezar ya mismo.
—¿Que? —si el niño no se moviera tanto, allí mismo lo hubiera dejado caer por lo que mi ahora jefe me dijo.
—Le pagaré el triple. Necesito que se quede con mi hijo, tengo una reunión importante.
—Si. —el triple. El triple... Por el amor de Dios... Es un dineral.
—En la cocina en una carpeta dejé todo lo que debe hacer. Por favor cumpla con lo establecido. El niño casi no come y necesito que haga milagros. Él es un poco callado. —se acercó y pude oler el perfume que llenó mis fosas nasales y le dió un beso en la cabeza al pequeño. ¿Y a mi? Compórtate Stefania... Deja de pórtate como una niña
Asentí y ví como el hombre salió de allí a voladas en su auto. Miré al pequeño y aún en mis brazos, olía al padre, me acerqué y olí su cabeza como una drogadicta con su sustancia. Dios... El rastro de su perfume estaba en el ambiente. Todo el huele delicioso.
Fuí a la cocina y encontré una carpeta muy grande. Bajé al niño y empecé a leer.
Antialérgico. Ácido fólico. Baños. Juegos. Comida.
Todo tiene horario establecido. Es muy sobreprotector. ¿Eso es una enfermedad? ¿Cómo es posible que esté hombre registre hasta las veces que va al baño? Eso es demasiado... El colmo que pese la comida que ingiere. Burlándome mentalmente de lo excesivo compulsivo que tengo por jefe, sentí que me faltaba algo.
Recordé que tengo al cuidado un niño y lo busqué con mi vista y no lo encontré.
Salí de la cocina llamándolo. ¿Como es que se llama?... Omar... Oscar... Olaf...
—Oliver... —grité.
No se escuchaba nada. Sólo mi respiración agitada por el susto. ¿Que se hizo el pequeño Tazmania?.
Lo busqué por la sala y luego ví la puerta del despacho abierta.
Me asomé y ví una sombra y me acerqué gateando al escritorio de madera donde hace un momento su padre trabajaba.
Gatié hasta donde está las gavetas del escritorio y el hueco debajo de la mesa y no había nadie, sólo un zapato del niño, señal de que estuvo aquí. Dí la vuelta y el condenado me asusto.
—¡...Booh! —se carcajeó cuando dí un brinco y me golpeé la cabeza con el escrito al levantarme. Tenía la cara pintada con un marcador permanente azul. Me quería morir, el primer día y me van a despedir.
—Oliver... eso es pao pao. —lo regañé y inmediatamente el enano paró su risa y su mirada se cristalizó con grandes gotas de lágrimas que fluian mientras su puchero temblaba y un grito salió mezclado con gemidos.— No chiquito. No llores. Era broma. No llores, me vas hacer llorar. No llores.
Lo tomé en brazos y salí del despacho. Subí y busqué su cuarto y entré en su baño.
Llené la bañera y le quité la ropa, lo metí y empecé a restregar su cara mientras hipeaba.
—Ya no llores. Termino de quitarte ésta cosa y vamos a jugar.
De inmediato dejo de llorar y sus ojos se agrandaron —'Ugar.
—Si. ¿Te portarás bien? —asintió y mostró una sonrisa hermosa.
Y me pregunto sí... ¿Que hubiera pasado sí yo...?