Cinco
C I N C O
Había avanzado. El chiquillo se acostumbró a mí. Cada vez que me veía me llamaba Nani, creo que por Fany. No es muy bueno tener a un niño encerrada si fuera por mi jefe estaría en su casa las veinticuatro siete y no es posible sí no es por el niño sería por mí. A demás este niño lo único y aparte de papá lo que sabe es ladrar.
Así que decidí ir por unas galletitas al súper. Me lleve a mi pequeño y con pasos lentos salimos a por unos comestibles.
Entré al negocio y el pequeño se le agrandó los ojos. Se que quería comer de todo. Tomé un carrito y lo metí a él en ese compartimiento pequeño del carrito. Empecé a meter yogures, galletas de todo tipo y aproveche para hacer mi compra. El bebé reía cuando maniobraba el carro a otra velocidad y su risa llamó la atención de mucho.
—Tienes un hijo muy bonito. —quedé pasmada.
—Yo... Ah.
—No tienes que decir nada. Es mi nieto y tengo derecho, mucho te mantuve.
—Papá yo... —ver a ese hombre me dejó muda, hacía más de díez años que no lo veía, me sorprendió, y me sigue sorprendiendo que me recordará, lo veía más viejo, su cabello se le asomaba canas, y algunas que otras arruguitas.
—No me digas así. Por aquí está Julieta y ella aún no sabe que eres mi hija y nunca lo sabrá así que cállate. —lo típico, me enderecé con brusquedad, no me caía para nada grato ser el secreto de mi padre, todos los conocían como el ejemplar pero en realidad ocultaba otra familia y pues no lo culpo, mi madre se hizo odiar y en el paquete del odio entro yo.
Tragué grueso y me moví con un peso en el pecho. Mi madre se había metido con un hombre casado y yo fui un estorbo para uno y una caja fuerte para el otro. Mamá sacó provecho de su embarazo y sobornó a mi padre hasta que cumplí los dieciocho años ya que era un hombre de grandes títulos.
Yo estaba en medio, no tenía culpa alguna.
Continúe con las compras y me puse en la fila para pagar. El niño seguía con su juego y riendo mientras yo gritaba por dentro.
—¿Se puede saber que hacen aquí? —salí de mis pensamientos encontrándome con mi jefe.
—Señor yo... Ah, vine a comprar galletas y algo para distraernos. No sabía que tenía que avisarle.
—No pero me gustaría. Yo pagaré —negué cuando vi que sacó su tarjeta.
—No. Es también una compra personal. No lo tiene que hacer.
–No me molesta. Lo haré.
—Que no —dije firme.— yo lo pagaré.
El bebé jugaba con su papá. Hasta que se acercó una mujer.
—Bebé ya compre el asunto —vi en la bolsa transparente unos preservativos y quise reír en la cara de mi jefe. Yo antes era de esas secretarías que sí su jefe la invitaba a jugar lo haría feliz.
—Señorita si vuelve a salir me avisa por favor. —la mujer me veía con arrogancia y más me causaba risa. Yo tuve por operarme los senos y cambiarme el color de cabello sólo por agradar a mi jefe y ser algo que en realidad no quería, lo hacía porque así me lo había enseñado mi madre.
—¿Y este bebé tan hermoso? —habló una señora y voltee encontrándome con Julieta de Quiroz y cerca de ella mi padre.
—Gracias —dijo mi jefe. Estrechando su mano— Julieta, tiempo sin verte. Stefano y ¿el trabajo?
—Como siempre. En marcha. ¿Y la señorita? —preguntó como si no sabía.
—Soy la secretaría —rió la mujer que andaba con mi jefe pensando que hablaban con ella. Aproveché para pagar, ya me tocaba el turno. Mi padre no dejaba de verme.
Pagué todo y un joven lo guardó en bolsa las compras. Agradecí y tomé al niño en peso mientras le decía al chico que me ayudara con las bolsas.
—¿Como piensas...
—Traje mi auto. —dije adivinando su pregunta, el venía detras de mi, el niño miraba al padre con tanta adoración. Es que hasta yo miraría así a ese hombre.
—¿Es seguro?
—Señor muy seguro. —hablé con el bebé— despídete de papá. —hacía adiós con la manito y mi jefe le beso su cabeza como hace siempre.
Julieta y Stefano se acercaron y la señora habló:
—¿Trabajas las veinticuatro siete?
—A veces...
—Veo que eres buena en tu trabajo. ¿Que edad tienes? —preguntó
—Veintiocho —dije seca, ya me quería ir.
—Mi hija tiene mucho trabajo y pues las niñeras que ha contratado son irresponsable. Si llegas a necesitar un trabajo la familia Quiroz querría tenerte trabajando con ellos.
—Es genial señora. —dije apartando la mirada, me avergonzaba que fuera amable conmigo a pesar de que mi padre la engañara y yo sea el producto de ese engaño.
—No me la robes, ella es mía —bromeó mi jefe y eso se escuchó grandioso.
Ellos se fueron y mi jefe con un asentimiento se fue con la secretaria y yo ayudé al chico a guardar las cosas en la cajuela, metí al bebé en el asiento de atrás y le puse su cinturón y salí cerrando la puerta.
—Excelente —dijo mi jefe y brinqué en el lugar soltando un grito.
—¡Está usted demente! —expresé— casi se queda sin niñera —puse mis manos en el pecho— me asustó.
–Solo vine a ver qué mi hijo estuviera en un auto seguro. —rode los ojos y el frunció el ceño.
—Y lo está. —me crucé de brazos.
—Si. Ahora sí me voy.
Trepé el auto y puse marcha, desde el día de mi desafortunado accidente manejo lento, me da miedo el acelerador. Se qué no fue mi culpa, fuí una excelente conductora pero el antisocial que acababa de robar un negocio y seguido de la policía se comió la luz roja y se estrelló conmigo.
Llegué a la casa y estacioné el auto, dejé mis cosas y sólo bajé los yogures y las galletas.
Estaba el perro del vecino y éste sin permiso entró a la casa con mi chiquito.
Puse las cosas en la cocina y repartí las galletas, sí, al perro también le dí.
Estábamos viendo una película de la laptop que el jefe me dejó para mi uso y el timbre sonó.
Dejé al perro reposando en el suelo al lado de Oliver que está comiendo galletas, rara vez el niño come, es un problema para comer.
Abrí la puerta encontrándome con el vecino.
—Dusculpa. —el hombre me vió y fijó su vista en mi pequeña cicatriz— ¿No has visto a mi perro? —asentí.
—Ven —lo invité a pasar y lo llevé a la sala encontrándonos la escena más tierna en que Oliver le da de comer galletas al perro— Lo siento, es que entró con el niño y me dió cosita sacarlo además se porta bien.
El se ríe —Sí, está entrenado. Pensé que se había perdido —se rascó la cabeza— ven películas... ¿no invitan?
–Son de niños. —me excuse, no es no normal invitar a un extraño
—Todos tenemos un niño por dentro —y sin decirle que sí se sentó en el suelo al lado de su perro. Oliver le pasó una galleta y el aceptó. Me quedé viendo la película de pie y yo solo sonreía como estos dos niños disfrutaban de ella.