Capítulo 4
-Ey. Estaba admirando a tu vecino- se burló en tono ofendido, poniendo los brazos cruzados, viendo su labio imitar un puchero.
-¿OMS? ¿Revuelve sus platijas?- repliqué arrugando la nariz. Era otro mujeriego de primera. Debería haber llamado al guardia del edificio por los ruidos nocturnos en su apartamento que coincidían con mi habitación. También compré algunas gorras, pero no ayudaron.
Se quitó el abrigo, arrojándolo en el sofá, pestañeando, perdida en sus pensamientos.
Oh, confía en mí querida. A partir de eso me dejaría revuelto como él quiere- dio, levantando ambas cejas, con un guiño.
Negué con la cabeza, arrastrándola al dormitorio, mostrándole mi ropa con una mano. Parecía que había habido una revolución, y de hecho mi ropa se rebelaba.
La vi abrir la boca, llevándose una mano al corazón, luego frunciendo el ceño, acercándose a la montaña de ropa, levantándola una a la vez, tomándola entre sus dedos, casi asqueada. Rodé los ojos, resoplando.
-Tienes que dejar de ir al outlet de 'la abuela adentro'- me advirtió, moviendo todo para buscar algo decente.
-Gatita hilarante- mascullé ofendida, al verla sacudir la cabeza con vehemencia, sin darme motivo, amonestándome con una mano. Estaba concentrado.
Cuando estaba de rodillas a los pies de la cama, se volvió hacia mí, sus ojos se iluminaron.
-Lo encontré bebé- le dio con una sonrisa de pura satisfacción y autocomplacencia.
Se puso de pie, poniéndose un vestido negro hasta la rodilla con tirantes.
Lo tomó por las hombreras, enderezando mis hombros, para colocarlo frente a mí, y miré como me miraba, asintiendo.
-No gatito. Nunca me pondré este vestido. Era para el entierro de tía Assunta- Volví a mirar mi figura en el espejo, y sus miradas de reproche.
-Pero si tu tía está viva y bien- me regañó, poniendo una mano en sus caderas, manteniendo el vestido apoyado en su brazo como una bolsa.
Estampé un pie en el suelo.
-Sí, pero pensó que el caballero debería llamarte lo antes posible. Así que no- reiteré resueltamente. Cuando dejó el vestido sobre la cama, agarrándome de los hombros, mirándome fijamente a los ojos.
-Escucha Llorar. Ahora te desnudas, te pones este vestido y vas a esa cena- el tono asertivo me dijo que no tenía manera de responder.
Separé mis labios para decir algo cuando presionó su palma contra mí, gimiendo en respuesta.
- Y no se pierda. ¿No aceptaré una respuesta que no sea -de acuerdo Kitty- entendida? Perfecto.- Agregó, haciéndolo todo ella sola. Era imposible cuando él quería, pero tenía razón.
Me encogí de hombros, rindiéndome, quitándome los harapos para ponerme el vestido, notando que Kitty aplaudía orgullosa de la elección que me había dado. Mientras me miraba en el espejo torciendo mi boca sin entusiasmo, recibiendo una palmada en el brazo, girando con los ojos muy abiertos para verla lanzar sus manos en el aire. Finge ser inocente.
-Pero ahora que lo pienso, con mis mocasines negros quedaría perfecto- me convencí con entusiasmo, cuando me volteé al verla tomar mis mocasines entre sus dedos, levantándolos.
-¿Dijiste esto?- Preguntó en voz baja, batiendo sus pestañas, al verme asentir. Hasta que abrió la ventana, tirándolos, haciéndome jadear.
-K... Gatita. Oye, esos eran mocasines para ocasiones especiales. —Hice un puchero, entregándome un par de zapatos de tacón bajo.
Primero miré los zapatos y luego sus ojos que parecían balas listas para dispararme si no estaba de acuerdo.
-Sabes que tengo pinta de estar machacando huevos- intenté decir al verla encogerse de hombros con aire despreocupado.
-Es un centimetro Llorar. No puedes caer aunque quieras.- Replicó débilmente. También convenciéndome de este segundo paso, levantando los pies, calzándolos.
Tenía que admitir que ya parecía otra persona. Me entregó un par de vasos diferentes con fondo.
-Te dejo las copas por esta noche, pero no escaparás a la próxima- me abrazó con ternura, calentándome en ese abrazo, en esos brazos que siempre habían sido sinónimo de hogar y amor.
-Te amo Llorar. Un poco de maquillaje y estarás bien- añadió con un guiño.
Terminado, me despedí de Kitty, mirando soñadoramente mientras mi vecino regresaba. Fue verdaderamente único, me reí por lo bajo agitando una mano, viéndola desaparecer entre los escalones, sintiendo vibrar el celular.
Abrí la pantalla y vi un mensaje de Mark John.
Mark John
Baja, te estoy esperando. rápido gracias
Dios que hombre tan insufrible.
Me puse mi abrigo negro, agarré mi bolso, salí, tratando de no caerme por los escalones.
Cuando vi su auto, mientras golpeaba sus palmas al ritmo del volante, hasta que se dio la vuelta para encontrarse con mi mirada, mientras yo bajaba los ojos avergonzado.
¿De él? No bromees Cristina. Lo encuentras un imbécil detestable. Me recordó a mi vocecita. Y efectivamente así fue. Solo quería mostrarle lo que negó hace años, incluso si no puede recordar quién era yo.
Me desperté, sacudiendo mi cabello lacio, abriendo la puerta para entrar al auto. Ni siquiera se había molestado en venir y abrirme la puerta. Mendigo.
-Hola- Lo saludé con indiferencia, abriendo la bolsa, sacando el brillo de labios, aplicándolo mirándome en el espejo, frotándome los labios y luego sacándolos.
Levantó una ceja, conteniendo una risa, aclarándose la garganta.
-Hola Cristhina- Me volteé, viéndolo encender el motor, para girar, sin mirarme.
El viaje fue silencioso, solo hablamos sobre lo que debería hacer durante la cena.
Llegamos, aparcando dentro del parking del restaurante.
Comenzando por dentro, observándolo caminar confiadamente sereno, ajustando los botones de su chaqueta gris con esos dedos afilados pero parecían tan viriles, como toda su figura. El sexo rezumaba por cada poro, y en esos pantalones hechos a la medida ligeramente ajustados, podía ver sus piernas musculosas y un trasero tonificado como el de una estatua.
-Quieres moverte, tienes que seguirme- dijo en tono gruñón, caminando delante de mí. Por supuesto que habló tranquilo con sus zapatos clásicos, mientras que yo tenía tacones.
Traté de acelerar el paso, rezando para no caer, hasta que llegamos frente a la puerta del restaurante.
Ver a una joven acompañarnos a la mesa después de haberle informado de la reserva, notando que el cliente aún faltaba, tomando asiento.
Me quité el abrigo bajo su mirada, tratando de no ser cohibida, o al menos no tanto como de costumbre. Inmediatamente se incorporó, mientras cruzaba los dedos, frente a su rostro, tratando de regalarme una sonrisa.
-Mientras tanto, podemos consultar el menú. Tengo hambre como un lobo- reveló riéndose. Una sonrisa espontánea, quizás la primera después de una semana. Una sonrisa perfecta, mostrando un pequeño hoyuelo, casi una coma a los lados.
Asentí tomando la tarjeta del menú en mi mano, leyendo, cuando miré hacia arriba, notando que entró… no, no era posible que fuera él. Me concentré acercando los lentes… tal vez estaban empañados, sí… no carajo era él.
Desvió la mirada en la dirección donde estábamos, protegiendo mi rostro con el menú, tratando de echarle un vistazo, cuando le sonrió a la joven, alejándose... oh santo zorrillo... no, no, aquí no, aqui no.
Mark John puso sus dedos sobre mi tarjeta, apartando el menú de mis ojos, mientras yo lo sostenía como si fuera un escudo.
Hasta que escuché decir a ambos al unísono.
-Cristina-. Mark John en un tono sombrío y firme, mientras que Trevor en un tono sorprendido.
Analizando que lo que vi en 'Viento de pasión' que pensé que solo estaban guionizados por series de TV, también podría hacerse realidad en mi desafortunada vida.
Yo estaba abajo esperándola, y decir que no tenía ganas de esperar era un eufemismo. Cuando desde el cristal de la puerta vi una figura femenina, con un ajustado vestido que dejaba ver las sinuosas curvas, desvié la mirada.
No podía ser ella. Ya me imaginaba a su vecina sexy saliendo con sus mocasines de siempre y vestido de monja.
Cuando moví mi mirada de nuevo, fijé mis ojos en sus ojos azules. ¡¿Fue ella?! Imposible, sin embargo, fue allí donde se mordió los labios con asombro, coloreando sus mejillas con un suave rosa, bajando débilmente la mirada.
Tragué. Diablos, era mucho mejor sin esos harapos, que escondían un cuerpo que seguramente habría apreciado fuera de ese vestido. Mierda, Mark John, retíralo. Sigue siendo el bicho raro de esta tarde, me recordé. Y, sin embargo, verla aquí ahora, sentada en el coche, con el vestido ligeramente colgado, dejando las rodillas descubiertas, tuvo un efecto extraño en mí.
Ella me saludó de manera distante, aplicando brillo de labios en esos labios carnosos, metiéndolos entre ellos. Mierda, no debería haber tenido esos pensamientos, pero en ese momento quería ver esos labios carnosos y brillantes alrededor de mi miembro.