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CAPITULO 3 (parte 2)

El día transcurrió con la vigilancia cercana de Enrique y todos los cuidados de Thaly y Elia, pero estos no pudieron evitar que en la noche empezara a delirar por la fiebre. Escuchó entre cada titirito cuando un amigo -del abuelo quizás- preguntó por ella, luego escuchó cuando su abuelo le decía a su mamá que era normal y le pedía que se tranquilizara porque así funcionaba. Por último escuchó una pelea entre sus abuelos y su mamá, solo le llegaron palabras sueltas pero ninguna permaneció lo suficiente como para recordarla después.

Con la llegada de la mañana Samantha se sintió mucho mejor aunque todavía tenía el cabello empapado del sudor de la noche anterior. Estaba casi segura de que su abuelo había permanecido en vigilia toda la noche, casi se lo podía imaginar sentado en la butaca del cuarto con algún libro en las manos pendiente de ella toda la madrugada. Se levantó para ir al baño y cuando salió se consiguió con su abuela preparando el desayuno, esta se acerco al verla y verificó su temperatura. Su cara fue de alivio al comprobar que los niveles eran normales, la abrazó y besó en la cabeza.

Después de la comida Enrique anunció un poco solemne que su compañero de trabajo regresaría en la noche para la cena. Elia asintió y Thaly se tensó sobre su asiento pero nadie dijo nada, ni un solo comentario. Era sábado y Samantha se dedicaba a recuperarse, por eso no hizo preguntas, los vio a todos sin saber qué decir y termino su pudin en silencio.

Poco antes de las siete de la noche sonó el timbre de la casa y Enrique se levantó a abrir la puerta tan rápido como si hubiese tenido un resorte en el asiento. Elia apresuró la preparación de la cena, Thaly alisó su ropa y la falda de Samantha y comenzó a cerrar los libros que tenían sobre la mesa. La niña se enderezó en su regazo segura que ese compañero de trabajo era algún jefe del abuelo por la forma como todos se tensaban.

***

Era un señor de unos cuarenta y cinco años que no tenía edad para ser jefe de Enrique. Vestía un traje color verde botella con una camisa pulcra blanca, tenía algunas canas que le daban una sensación de brillo a su cabellera abundante y castaña. Sus ojos oscuros contrastaban con una sonrisa de dentadura perfecta y blanca.

Saludó a Elia con un beso en la mejilla y luego sostuvo la mano de Thaly entre las de él mientras intercambiaban algunas palabras de cortesía: «¡qué bien huele Elia!», «tanto tiempo sin verte Thaly», «sigues igual de rechoncho Enri» y después, cuando terminaron los protocolos, miró a Samantha.

—Y esta debe ser la pequeña Samantha —dijo agachándose para quedar a la altura de los ojos de Samantha y extenderle su mano para presentarse.

—Mucho gusto, Samantha Adams. —le respondió estrechándole la mano con educación.

Thaly la miró extrañada al escuchar que no había dicho el apellido de su papá.

—Es un placer por fin conocerte Samantha, yo soy André Mannorth—afirmó con la mirada sostenida y sin soltarle la mano—, soy un antiguo compañero de trabajo de tu abuelo, de seguro él te ha hablado mucho de mi o de sus días de gloria en...

—Bien ¿Nos sentamos? —interrumpió Enrique aclarándose la garganta.

André soltó la mano de Samantha, no sin antes dedicarle una nueva mirada. Se desabrochó el botón de la chaqueta y se sentó en la silla que le ofrecía Enrique.

—¿Son tus libros? —preguntó señalando los textos que se encontraban sobre la mesa apilados— ¿Estabas estudiando un sábado?

Antes de responderle analizó su expresión un instante y concluyó que había algo en él no le gustaba. En otras circunstancias solo hubiese asentido, pero viendo las caras de sus abuelos y de su mamá, sintió el deber de conversar un poco más.

—Sí,—y se apresuró a levantarlos de la mesa con ayuda de Thaly—, estuve enferma y me atrasé con las tareas.

—¿Enferma? Espero que no hayas tenido nada grave —dijo mirando a Enrique y a Thaly con cierta curiosidad—, no es… común enfermarse en esta época del año.

—Solo fue gripe— contestó cortante y encogida de hombros. Por alguna razón Samantha sintió la necesidad de evitar los detalles

Supo que había atinado la respuesta correcta cuando Thaly se relajó y Elia continúo sacando la vajilla para servir la comida.

Enrique insistió en aportar temas de conversaciones distintos pero André continuaba interesado en conocer más a Samantha y comenzó a hacerle preguntas, en un principio parecían de cortesía, después se tornaron curiosas y al final la hizo sentir interrogada e incómoda. Samantha intentó mantenerse amable, sin embargo no pudo seguir disimulando su fastidio con las preguntas repetitivas que buscaban confirmar la respuesta anterior o descubrir una mentira.

Fue Elia quien logró zanjar la interpelación cuando sirvió la comida y con los platos llenos se decidieron a retomar una conversación jovial entre adultos. En algún momento de la conversación, André ofreció un trabajo a Thaly pero ésta declinó la oferta con cortesía. Enrique alabó la comida de Elia para quitarle atención al rechazo de la oferta y funcionó porque a las alabanzas culinarias se unió André. Cuando terminó la cena y se sirvió el café, André se dirigió una vez más a Samantha.

—Sabes Sam, ¿puedo decirte Sam verdad? —le sonrió y continuó sin esperar respuesta— Tengo un hijo un poco mayor que tú y es un completo desordenado, no es el más estudioso tampoco, pero confío en que mejore cuando madure. El caso es que siempre me aparecen algunos de sus juguetes dentro de mis cosas. Por ejemplo, este curioso aparato con él que puede jugar por horas.

Sacó del bolsillo de su pantalón una especie de pequeño Nintendo DS y se lo ofreció. Esta tecnología era algo con lo que Samantha no estaba del todo familiarizada, en el colegio casi todos los niños tenían uno pero ella no sentía atracción por los juegos de video. Thaly la animó a cogerlo con una tímida sonrisa, así que Samantha lo tomó en sus manos sin saber muy bien que hacer a continuación. André, entusiasmado más de lo necesario la animó a que lo encendiera.

Samantha buscó el botón y le pareció muy raro para un aparato tan actual que el botón de encendido consistiese en una pequeña manija cuadrada de color negro y que debiese rodarse desde la posición Off hasta la posición On. Sin embargo, lo intentó bajo la mirada de ánimo de Enrique. Al hacerlo el aparato no encendió, Samantha insistió varias veces pero no lo hizo cobrar vida. Su abuela, su abuelo y su mamá la miraban algo fascinados pero André en cambio estaba irritado y parecía más bien decepcionado.

Samantha le tendió el aparato de regreso a André.

—Creo que no tiene baterías —le dijo—, o quizás está dañado

—Estos aparatos son muy resistentes, no se dañan con tanta facilidad. Parece que son las baterías, pero no te preocupes prometo regresar en una nueva oportunidad para que esta vez sí puedas jugar —expresó André con una sonrisa que Samantha no supo si era sincera o no.

La promesa no pasó desapercibida por su familia y por un momento el semblante de todos se ensombreció. Fue algo solo perceptible por Samantha quien vio un pequeño intercambio de miradas dudosas entre Enrique y su mamá. Cuando Thaly se percató de que su hija la miraba le acarició la espalda y le guiñó el ojo.

Luego de un par de minutos de más conversación André se levantó anunciando que llegaba la hora de marcharse, se despidió de todos con mucho menos protocolo que al inicio y Enrique lo acompañó a la puerta. En cuanto salieron de la estancia escuchó el suspiro de alivio que dio Elia, y vio cómo su mamá se derretía en la silla para una posición mucho más cómoda y relajada. Todo el ambiente en general cambió, pero fue Thaly la que sorprendió a Samantha cuando se levantó, tomó el periódico y comenzó a leer los clasificados de trabajo. Su hija solo la contempló de reojo por miedo de espantarle la idea si la sorprendía mirándola. Ahora no le parecía un cervatillo asustado como aquella vez que salieron por helados, con cada página que pasaba del periódico lucía más determinada y segura. Comenzó a parecerse a la antigua Thaly, la mujer de fortaleza incalculable, tenaz, segura e inquebrantable que era antes del divorcio.

Después de ese día Thaly no descansó hasta que no consiguió un trabajo. Se convirtió en la secretaria de una oficina de correos. Nunca más se comportó como zombi, no volvió a llorar en las noches ni sollozar en las madrugadas, empezó a comer con regularidad, a asearse y a salir con frecuencia sin que nadie tuviese que recordárselo.

Esa visita hizo que Samantha recuperara de forma milagrosa a su mamá.

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