CAPITULO 3 (parte 1)
El Hombre Milagroso
Las alegrías reinaban en casa de los Adams, pero no siempre fue así, en especial los primeros días después de la mudanza. Samantha sabía que su mamá estaba abatida aunque todos intentaran negarlo. Las primeras semanas Thaly lloraba a cántaros, salía de la cama y pasaba horas sentada en el pasillo sollozando, comía poco y sólo bajo la insistencia de Elia, pues el día lo ocupaba entre lágrimas y suspiros lastimeros. Cuando caía la noche regresaba al lado de Samantha y su cuerpo resentido hacía vibrar la cama hasta que se dormía. La cara hinchada al día siguiente la delataba delante de todos y las tareas cotidianas como asearse y quitarse el pijama se volvieron titánicas.
La cara de Thaly comenzaba a mostrar marcas de pérdida de peso y todo pasaba ante la mirada atenta de su familia, quienes se sentían impotentes e inútiles en la tarea de sacarla de esa depresión donde vivía.
Thaly se dedicó exclusivamente al cuidado de Samantha mientras estuvo con Dilas, pero ahora debía buscar un trabajo. Enrique intentaba infundirle ánimo, más allá de que aportara dinero en casa, deseaba que su mente se mantuviera activa y alejada de los pensamientos dolorosos con los que se atormentaba. Compraba el clasificado de empleos y siempre le hablaba de que La Asamblea también buscaba personal.
Algunos días eran tan malos que Thaly actuaba como zombi: se levantaba, caminaba, respondía monosílabos, comía a regañadientes y se acostaba, todo a duras penas y bajo mucha insistencia. Otros días, los buenos, leía el periódico o se sentaba con Samantha a revisar la tarea.
Pero hubo un día que marcó la mejoría de Thaly; Samantha se encontraba sentada en la mesa del comedor haciendo sus deberes y Elia preparaba la cena, la Thaly zombi estaba sentada junto a Samantha teniendo un día malo.
—Este ejercicio es imposible—dijo Samantha cerrando los ojos frustrada.
Alejó el cuaderno de sí, cuando salió disparado hasta la pared del frente, donde permaneció pegado como si se tratase de un magneto y la pared fuese de hierro. Thaly salió de su estado zombie y abrió los ojos como plato. Elia se apresuró a llegar hasta el cuaderno y trató de despegarlo con gran esfuerzo.
—Oh, bueno, vaya, creo que…—comenzó a balbucear mientras seguía forcejeando, tratando de despegar el cuaderno de la pared.
Samantha no se había percatado de la situación, sin embargo cuando abrió los ojos y no vio el cuaderno sobre la mesa se agachó buscándolo por el piso.
Enrique entró con la pisada fuerte, el ceño fruncido y a leguas nervioso.
—Esta noche tendremos visitas—dijo viendo a Thaly, sin embargo el carraspeo de Elia lo hizo girar.
Ella indicó a algo que se encontraba a su espalda, era el cuaderno aun pegado a la pared. Enrique alzó las cejas tan alto que casi rozaron el nacimiento de su cabello y todo el color abandonó su rostro. Ambos se posicionaron frente al cuaderno para ocúltalo de la vista de la niña.
—Ehm… ¿Thaly, por que no vas con Samantha a comprar unos helados para la cena? —sugirió apresurado.
Elia se volteó con cara confundida y preguntó:
—¿Enrique te volviste loco? Hoy hice una torta, así que nada de helados, las chicas pueden ir al cuarto a...
Enrique la ignoró e insistió con la mirada a Thaly.
—Thaly, hazme caso a mí, es mejor que salgas a comer unos helados con Samantha —afirmó con una voz más autoritaria que antes.
—¿Qué está pasando Enrique? —Preguntó Elia preocupada.
—Esta noche tendremos visitas —repitió Enrique sin dejar de mirar a Thaly.
Estaba haciendo un gran esfuerzo por comunicarse con ella sin decir una palabra más de la necesaria y luego de unos segundos de intercambio de miradas entre Enrique y Thaly, ésta reaccionó.
—¿Visitas? —cuestionó suspicaz.
—Sí, visita —dijo Enrique aliviado.
—¿Quién viene abuelo? —intervino Samantha, curiosa por el énfasis que había hecho en la palabra «visita». Estaba arrodillada en el piso buscando el cuaderno todavía.
—Un compañero de trabajo mi niña y va a ser una cena muy aburrida —respondió Enrique con una sonrisa gentil—asi que mejor aprovecha de escaparte con tu mamá y te comes un helado inmenso por mí.
Thaly asintió con vigor y volteó con rapidez hacia Samantha componiendo una sonrisa nerviosa sin levantar sospechas, después de tanto tiempo sin sonreír era posible que se le hubiera olvidado cómo hacerlo.
—Bien, iré a vestirme. Vamos Sami.
Se apresuró hasta su casa casi trotando, con Samantha siguiendo sus pasos, mientras que Elia y Enrique halaban con mucha fuerza el cuaderno de matemáticas que seguía unido a la pared.
—Por eso no le daba el ejercicio, cambió el signo por error—dijo Elia viendo el ejercicio
—Vieja…—la reprendió Enrique tirando con fuerza del cuaderno
—Estoy halando, pero puedo hacer varias cosas a la vez—respondió con suficiencia
Mientras Samantha se vestía, notaba las manos temblorosas de su mamá mientras se peinaba.
—¿Estás bien? —le preguntó—. No tenemos por qué ir si no quieres…
—Sí, es solo que… —Thaly hizo una pausa para meditar sus palabras— Tengo tanto tiempo sin salir que se siente raro, todo es muy pronto.
—Pues yo digo que ya es hora de salir. No tienes que seguir encerrada en la casa. Han pasado meses mamá, es hora.
Thaly asintió y Samantha confirmó su gesto. Ambas hablaban dos conversaciones distintas, aunque la respuesta fuera la misma: ya es hora.
…
Ese día Samantha se comió el helado más grande que pudiera recordar, fue al parque a caminar un poco y después al centro comercial donde Thaly compró blusas para ambas. Regresaron a la casa tarde en la noche y Thaly fue donde sus padres a preguntar cómo había ido la cena, mientras Samantha llegó tan agotada que fue directamente a cambiar su ropa, a lavar sus dientes y sin preámbulos cayó en un sueño profundo en donde se vio regresando al parque con su mamá, soñó que ambas corrían hacia los columpios y que se mecían alto, entonces Samantha salió volando por los aires y cayó en una extraña posición en el piso. En el sueño se dio cuenta que además de hacerse algunos raspones se había lastimado su cuello pues dolía una barbaridad y empezó a llorar pero su mamá acudió a su lado, la cargó en sus brazos y la acostó sobre una de las mesas del parque.
Esa mesa tenía alrededor velas, olía a incienso, menta y canela. Creía haber visto a sus abuelos, pero no podía estar segura porque una luz blanca iba creciendo en su campo de visión cada vez con más intensidad haciendo difícil que pudiera ver algo; solo escuchaba la voz de su mamá diciendo que todo iba a estar bien, que ya le dejaría de doler y de repente esa luz blanca iluminaba todos los rincones de su ser. Y como quien apaga un interruptor de forma abrupta, llegó una oscuridad absoluta.
Samantha despertó bañada en sudor, temblando y muy asustada. No podía volver a conciliar el sueño, le dolía el cuello por estar durmiendo en una posición poco convencional en la cama. Era extraño, ella no solía tener pesadillas y las pocas que había tenido parecían tan irreales que una vez que se despertaba no sentía miedo; pero esta pesadilla la sentía muy vívida, la voz de su mamá, sus caricias, el dolor del cuello, los olores y los colores. La sensación de que había sido real la mantuvo despierta por el resto de la noche.
Después de esa mala noche donde la pesadilla se repitió una y otra vez, Samantha se levantó de la cama desvelada por completo sentía sus pies pesados y estaba tan mareada que caminó apoyándose en las paredes hasta llegar al comedor, el olor de sus panquecas favoritas con queso le produjo nauseas, Elia había servido la mesa pero Samanta se sentó con pesadez en la silla sin acercarse a la comida demostrando que su cansancio y malestar podían más que su hambre.
Cuando Thaly entró a la cocina miró la cara verdosa de Samantha y cómo su frente estaba bañada con pequeñas gotas de sudor, de inmediato tocó su cuello y frente.
—Hoy no iras al colegio, no puedes ir enferma —sentenció Thaly con firmeza—, estas hirviendo en fiebre.
—Tiene que ir y si no mejora la maestra nos llamará e iremos a buscarla —explicó Elia mientras verificaba la temperatura de Samantha.
—No mamá, no irá. Tiene fiebre muy alta y dolor en el cuello.
Samantha parecía estar en un limbo de cansancio, escuchaba las voces de su abuela y su mamá lejanas, sin embargo se preguntó cómo podía saber su madre del dolor del cuello pero fue un pensamiento fugaz que descartó cuando un escalofrío recorrió toda su espalda.
—Me siento muy mal, creo que necesito acostarme —dijo Samantha.
Y esa afirmación zanjó la discusión entre Elia y Thaly, quienes intercambiaron miradas de preocupación hasta que Enrique apareció molesto con el ceño fruncido y sin preguntar nada cargó a Samantha hasta su cuarto donde la acostó con mucho cuidado. Dejó abierta la puerta del jardín y el aire fresco cargado con el aroma de las flores refrescó su cara sudorosa.