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Chloé
No sabría decir si fue la situación o el miedo, pero me subí a su moto y cuando arrancó sin esperar a que me aguantara, me tuve que prender de su cuerpo como koala.
No sé cuantas calles después, dejé de oir las sirenas de las patrullas y me comencé a dar cuenta de la realidad.
Me había ido con un desconocido. Había dejado a mi amiga tirada. Estaba en medio de un oscuro garaje de sótano, dios sabe dónde y a merced de quién.
Cuando detuvo la moto, esperó a que bajara, pero yo no reaccionaba.
Me había quedado traspuesta.
— !Baja! — me dijo con un poco de ira.
Obedecí asustada.
Cuando estuve sobre el suelo y el se quitó el casco, se bajó y me miró directo a los ojos, me sentí perdida en la furia de su expresión.
— Necesito salir de aquí. Tengo que encontrar a mi amiga.
Hablaba casi que más para mí que para el. De hecho no siquiera me respondía, solo me observaba. Miraba cada paso desesperado que iba dando. Yo giraba en círculos y medio desesperada y el, solo veía lo que yo hacía sin emitir sonido alguno.
— Tu te quedas conmigo. Ella se fue con mi amigo y mañana vendrán por tí. Trata de estar callada, no me gusta el parloteo.
Dicho eso, se giró y caminó hacia el elevador dejándome, entre la desolación y el desconcierto.
A pesar de no saber muy buen que hacer, caminé detrás de el. Estaba muy oscuro aquel sitio y finalmente, el había dicho saber algo sobre mi amiga.
Sor pepita nos matará. Es la única monja que apoya a Sofie en su locura de ver a este hombre y sin embargo, la hemos hecho quedar mal.
En el convento, tenemos la libertad de irnos cuando queramos, a fin que ya somos mayores de edad, pero eso significa irnos para siempre.
Sofie quiere que nos vayamos a vivir juntas y busquemos un trabajo para empezar a sostenernos solas, pero es que me da miedo salir al mundo. Estoy muy a gusto con las monjas y la verdad, no quiero ni creo que pueda asumir mi vida así d pronto y solas. Tengo miedo.
Y por otra parte, Sofie no se iría sin mí. Somos lo único que tenemos . Ella a mí y yo a ella.
El viaje en el ascensor fue demasiado incómodo.
El me daba la espalda y yo, no sabía si hablar o no. Se veía que no quería que dijera nada, le incomodaba todo, por su apariencia se podía ver. Pero es que yo no sé estar callada. Me ponía nerviosa tanto silencio y no sabía cómo podía estar con este hombre hasta mañana, en silencio.
— ¿Cómo se llama tu amigo? — pregunté de pronto. Justo cuando estábamos en el umbral de su piso y no sabía si entrar.
Podía ser un psicópata que me mataría si me encerraba en su casa. Necesitaba al menos una información que me diera algo de confianza.
Se giró hacia mí y con molestia dijo...
— No me apetece hablar, ni oírte, ni traerte a mi casa, ni pasar la noche respirando junto a tí, no me apetece responder preguntas y ni siquiera me apetece follarte. Así que decide si entras y esperas a que vengan por tí en la mañana o vete y sal sola, a la oscuridad de la noche y búscate la vida. Pero no vuelvas a preguntarme nada, que no me gusta que me hablen.
Fue tan directo y tan cruel, el estilo agresivo en el que me habló, que sentí que temblaba.
Me quedé estática, sin saber que hacer.
Si soy sincera, le tenía miedo.
Me daba miedo y no sé si era mejor irme o entrar.