Capítulo 3.
Cuando los carruajes se detuvieron al interior de las murallas del palacio todos salieron de ellos con ansiosa expectación, deseando no perderse ni un solo detalle de estar en un mundo fantástico, y tal ansia por admirar lo desconocido fue inmediatamente satisfecha.
Una ráfaga de viento los tomó por sorpresa, personas alrededor se llevaron las manos a la cabeza sosteniendo sus sombreros, bufandas o cualquier cosa que pudiera alzarse con el viento; pero estas ráfagas venían sobre su cabeza, iban y venían, como si algo enorme volara sobre sus cabezas. De inmediato todos miraron a la proveniencia de la brusca correntada de aire seguido por el fuerte sonido ensordecedor del aleteo de sus alas.
¡Eso era lo más impresionante que vieron hasta aquel momento en sus vidas!
Hebe saltó ligeramente escondiéndose detrás de Glen. Gustav, Tarian, Bowie y Aleeah miraban anonadados aquel espectáculo. Un fauno vino corriendo de una de las tantas puertas de servicio, era una chica, no un chico.
― ¡Nonke! ¡Deja de aletear sobre el palacio! ―gritó ella al dragón que sobrevolaba sus cabezas.
― ¡Lo siento! ―respondió el dragón, su voz era femenina, aunque ruidosa.
El dragón fue acercándose con suavidad al suelo, y tan pronto con sus enormes dedos tocaron el piso de piedra de los patios del palacio se transformó en una chica. La expresión de los chicos al ver lo hermosa que era la dragona en su cuerpo humano, no se dejó esperar, estaban boquiabiertos, y quizá un par de ellos tenían una erección ahora mismo, su vestimenta poco conservadora dejaba muy poco a la imaginación.
― ¡No puede ser! ―chilló la dragona con entusiasmo, ahora corriendo en su forma humana en dirección a Ro― ¡Aleeah! ¡Qué redonda estás!
― ¡Nonke! ¿Eres la misma Nonke que yo conocía? ―expresó alarmada al no haberla reconocido, quizá cuando la vio de cerca, justo antes de que la abrazara con un poco de dificultad por su abultado vientre.
― ¿Qué te parece mi naturaleza? ―preguntó, ella se apartó y dio una vuelta entera, dejando ser apreciada.
―Increíble... es... totalmente... ―Aleeah se encontraba sin palabras, definitivamente anonadada.
― ¡Ardiente! ―susurró Glen, interrumpiéndola, como si completara lo que Aleeah quería decir, él no estaba tan equivocado.
En respuesta, Hebe le pisó con fuerza uno de sus pies y se alejó dando un chillido de furia, entrando al palacio. Glen intentó mantenerse de pie y contener el dolor, su rostro de pronto estaba rojo como un tomate, claramente conteniendo gemir de dolor. Nonke lo miró algo preocupada y lo tomó del brazo para ayudarlo a sostenerse.
―Gracias ―dijo Glen, dejando escapar lo que estuvo conteniendo, dando un pequeño alarido de dolor.
―Gracias a ti por el cumplido ―dijo ella mirándolo a los ojos, regalándole una sonrisa, él no olvidaría esa hermosa sonrisa jamás.
― ¿Por qué los seres mágicos tienen colores de ojos tan asombrosos? ―preguntó Bowie al mirar los de Nonke, los de ella permanecían de un color rojo fuego muy intenso.
― ¡Deja de tocar a mi novio! ―gritó Hebe enfurecida tras regresar al patio.
Todos salieron de sus lugares para mirar a la pequeña chica iracunda acercarse como un tren a toda velocidad.
―No sabía que era tu novio ―respondió Nonke acariciando el brazo de Glen, casi seductoramente, como si desafiara a la princesa.
Hebe arrancó el brazo de Glen de la mano con la que la dragona lo sostenía y la miró con celo y sentencia.
― ¡Quítale las garras de encima! ―gruñó Hebe.
― ¡Basta! ―intervino el fauno separándolas― Nonke, Hebe, deténganse.
―Deberíamos ir a desempacar y mostrarles sus habitaciones. Hebe, la tuya es la misma de siempre. Nonke, lleva a Bowie y a Glen a la cinco y siete. Oceana llevará a Gustav a la nueve y yo llevaré a mi hermana su nueva habitación ―indicó Mason.
―Cuando terminen de instalarse llévenlos a mi oficina ―pidió Iram antes de tomar otro camino junto a la Fauno que le susurró un par de palabras inaudibles justo segundos antes.
― ¡Ni loca dejaré que este lagarto gigante lleve a Glen a su habitación! ―reclamó Hebe y, de hecho, ella lo tomó del brazo y lo jaló hacía dentro del palacio sin que él tuviera opción.
―No durarán mucho, ¿verdad? ―dedujo Oceana.
Gustav rió al darse cuenta de que ella preguntó lo mismo que él dijo tan solo unos minutos atrás.
―Eso te lo aseguro ―dijo Nonke con un brillo de maldad en sus ojos. La dragona tomó el equipaje de Bowie, el cual era bastante grande y cargado, levantándolo como una pluma e introduciéndose en el palacio.
Bowie solo la miró marcharse con la boca abierta ante su impresionante fuerza. Mason puso su mano en la espalda, empujándolo para que la siguiera.
―Nosotros podemos irnos por aquí; queda más cerca a tu habitación ―Ocena miró a Gustav y le señaló un camino de piedra fuera del palacio, atravesando el jardín.
―Creo que te quiere tener para ella solita, cuidado te come; aun no sabes lo que ella es ―le susurró Tarian a Gustav en el oído, este le dio una mirada llena de ironía, era una frase digna de Tarian.
―Cállate y busca tu camino ―le susurró Gustav para luego acercarse a Oceana.
Ambos intentaron tomar su valija al mismo tiempo, él le sonrió y ella inevitablemente se sonrojó.
―Yo puedo llevarla, no te preocupes ―dijo Gustav, él jamás dejaría que una dama llevara su equipaje, no porque no pudiera, sino porque no era caballeroso. Quizá el mundo fuera de la Isla era más liberal; pero sospechaba que, dentro de ella, todo era como doscientos años atrás, súper conservador. Debía admitir que siempre le gustó el lugar, incluso durante el mandato de la prima malvada de Ro.
Oceana asintió de manera tímida, aceptando dejar la valija a su cargo; aunque se suponía que era su trabajo servir al Rey y sus invitados. Ella empezó a caminar, Gustav detrás de ella.
Rodearon un poco el edificio, ingresando a uno de los tantos jardines del palacio; caminaron juntos por la calzada hasta llegar a una pequeña escalera que daba de una habitación al jardín. Ella abrió la puerta de vidrio adentrándose en el dormitorio y Gustav con ella.
―Esta es la tuya ―mostró ella.
―Mucho mejor que la que me dieron la vez anterior ―dijo Gustav con una sonrisa colocando sus maletas en la cama, la vez anterior él había llegado allí fingiendo que era un sirviente de Tarian y Bowie, que personificaban a la realeza. Incluso en sus papeles fingidos él no era importante.
― ¿Necesitas que te ayude a desempacar? ―ofreció ella gustosa de ayudarlo.
―No, está bien. Puedo hacerlo después. No tengo prisa, y no es como que tenga algo que hacer en el palacio, o la Isla entera ―Gustav miró hacia afuera, la definición de “otro mundo” se quedaba corta.
―Hay muchas cosas para ver en Kaleptahad ―mencionó Oceana, acercándose a su lado.
―No me atrevería a salir del palacio solo; no sé cómo actuar frente a todo eso ―señaló el cielo fuera de su habitación. A lo lejos podían verse más dragones, hadas, sílfides, píxides y hasta un basilisco volando por el cielo.
―Supongo que debe de ser raro para un humano ―dijo encogiendo sus hombros, para ella, lo extraño tenía forma de humano; pero no él, no él en exactitud, el chico le resultaba encantador, era rubio, blanco, de ojos que se asemejaban a la profundidad del océano, oscuros, intensos, tenía la barbilla partida y unas cejas y pestañas pobladas.
―Mucho, tú tienes toda tu vida, no sé, diecinueve o veinte años... ―dudó, por un momento recordó que la edad de un ser mágico es impredecible.
―Veintiuno ―corrigió Oceana.
―Tienes veintiún años de estar rodeada de esto. Yo apenas hace veinte minutos, sin contar a la sirena que vi desde el barco ―dijo Gustav.
Oceana abrió sus ojos en como platos y le dio la espalda a Gustav con nerviosismo, intentando ocultar su rostro de sorpresa, dirigiéndose a la puerta. Él no lo notó, aun miraba por la ventana.
― ¿A dónde vas? ―preguntó Gustav al verla tomar el llavín de la puerta que daba hacia el interior del palacio. Ella volteó con timidez y sobó su nuca con nerviosismo.
― ¿Recuerdas que el Rey los quiere en su oficina? ―preguntó simulando.
― ¡Por supuesto! ¡Hay que ir! ―recordó él, también señalando el pasillo, esperando que ella saliera primero y seguirla después.
― ¡Vamos! ―aunque ella abrió la puerta para que Gustav pasara, él le hizo una seña indicándole que pasara primero y así lo hizo.
Oceana guardó silencio por un minuto mientras caminaban. Gustav la miraba al rostro, estaba empezando a pensar que la había visto antes, pero eso era imposible. La apariencia de aquella chica le traía un aire marino muy refrescante.
¿Por qué?
― ¿Enserio tienes veintiuno? ―preguntó Gustav intentando romper con aquel incomodo momento de silencio.
―Sí. ¿Y tú? ―preguntó, mirándolo con curiosidad, Gustav incluso sonrió en su interior, la gente no solía interesarse en él, saber sus detalles. Siempre era la sombra de Bowie y Tarian, los gemelos atractivos, incluso de Glen, con su cuerpo lleno de músculos y ojos verdes. Él no era como ellos, aunque los amaba, él solo era una persona ordinaria.
―Aún tengo veintidós, en septiembre cumpliré los veintitrés ―respondió él.
―Tu cumpleaños será durante tu estancia, ¿verdad? ―preguntó con ojos llenos de emoción.
―Parece que sí ―Gustav encogió sus hombros, si era que no se lo comían antes, si su vida era ordinaria, tal vez estaba destinado a morir de una manera extraordinaria. Se sorprendió de saber que estaría satisfecho con eso, solo necesitaba una cosa extraordinaria en su vida, solo una, era todo lo que pedía.
― ¿Qué te gustaría que te regalaran? ―preguntó mirándolo muy sonriente, incluso saltó, haciendo que su cabello largo castaño oscuro lleno de ondas saltara con ella, arremolinándose sobre su rostro, fue algo hermoso de ver, y a él le encantó.
―Creo que con un enorme pastel sería suficiente para mí ―él rió bajo, un delicioso pastel le apetecía.
―A mi parecer eso no es un regalo ―repuso Oceana, e incluso lo tomó del brazo, ocasionándole un hoyo negro el estómago―; pero si eso quieres, haré uno para ti.
― ¿Enserio? ―expresó Gustav con sorpresa, ella asintió― Gracias ―eso era algo que no se esperaba; que una chica hermosa se ofreciera a hacer un pastel para él, cosas como esas no le sucedían.
―Me encanta cocinar, en Casa, no tengo esa oportunidad.
― ¿Por qué? ―preguntó Gustav.
Pudo ver como ella enseguida se puso tensa, y lo soltó, regresando el espacio entre ambos, actuando sospechosamente. Podía estar completamente seguro de que aquella hermosa chica escondía algo y, claramente, no tenía nada mejor para hacer que averiguarlo.
―Ya llegamos ―dijo nerviosa y señaló la puerta de la oficina de rey.
Iram se acercó a ellos, fue hasta Oceana y le susurró algo al oído acariciando levemente el hombro de la chica y ella sonrió. Gustav miró aquel gesto con algo de molestia; ni el mismo entendía por qué le molestaba.
Oceana asintió y se alejó de ellos, sin despedirse, sin más.
―Gustav, pasa y siéntate, los demás aun no llegan ―dijo Iram.
Él asintió e ingresó a la oficina y tomó asiento en uno de los sillones de cuero rojo. Iram se sentó en la silla tras el escritorio.
― ¿Y cómo ha estado todo? ―preguntó Gustav, realmente no tenía nada de qué hablar con el padre de Aleeah.
―Difícil, tengo muchas cosas que resolver todavía ―le respondió con una sonrisa de padre.
― ¿Y hay una futura reina para Kaleptahad? ―preguntó con doble intención, quizá su servidora era mucho más que su servidora. Tal vez él no sabía lo suficiente sobre aquellos cargos, quizá ser la servidora de un Rey incluía darle servicios especiales.
― ¿Lo dices por mí? ―preguntó el rey, incluso luciendo divertido. Gustav asintió― No, juré que mi amor sería solo para Aisha eternamente y así será hasta el último día de mi vida; si es que ese día llega.
―No entiendo algo, si los vampiros son inmortales, ¿por qué solo ustedes tres quedan?
―En realidad somos cuatro con Nebty, creo que lo conociste la vez anterior. Los demás vampiros están desterrados en la Isla oscura de Kaleptahad. Solo hay dos maneras de entrar ahí. La primera es encontrando el portal, lo malo es que el portal solo se cruza una vez por persona, si entras ahí jamás podrás regresar a menos que cruces el reino de las sirenas, si es que logras llegar vivo a la costa. Si intentas cruzarlo Neptuno o el leviatán te asesinarán, seas humano o cualquier ser mágico.
―Creo que me quedó claro que no saldré del palacio, ni me acercaré al mar ―de repente entró en pánico, no era esto lo que se esperaba al regresar a la isla, era solo un destino misterioso solo doce horas atrás, ahora parecía un destino peligrosamente mortal.
―Tampoco es para que exageres ―rió Iram, a Gustav le parecía que el hombre era feliz, a pesar de las circunstancias trágicas que había vivido, él hombre siempre estaba sonriendo, o lucía disfrutarlo todo cada segundo. Podía ver el ligero parecido que tenía con Aleeah; pero más con Mason, con sus ojos de forma de almendras, facciones finas, como si fueran un dibujo japonés de manga.
―Yo prefiero prevenir ―indicó Gustav.
―Padre, ya estamos todos aquí ―anunció Aleeah entrando a la habitación, seguida de los chicos faltantes y de su prima Hebe.
―Bienvenidos, tomen asiento, en especial tu Aleeah ―pidió Iram.
―Estoy embarazada, no enferma; aun puedo estar de pie ―repuso ella.
―Siéntate cariñó ―insistió Tarian con voz dulce.
Ella puso los ojos en blanco y se sentó de mala gana, Tarian se sentó a su lado y Bowie le siguió.
Glen se sentó al lado de Gustav y Hebe sobre las piernas de Glen. Iram caminó a la puerta e hizo pasar a Oceana junto a dos chicos que ya eran más que conocidos.
―Julián, Filisteo ―Aleeah se puso de pie de un salto, extendiendo sus brazos en dirección a los chicos con ansiosa emoción y fue hasta ellos, abrazándolos con fuerza a ambos.
― ¡Sí que has crecido! ―expresó Julián sobando la gran barriga de Ro entre una risa divertida.
― ¡Mira quién habla! ¿Y tú? ¡Ya eres todo un hombre! ¿Dónde dejaste a mi tierno Julián? ―el niño posiblemente había tenido su estirón más grande desde la ausencia de todos. Gustav también podría atribuir la diferencia al fluido de magia, él, como todos los demás, debía de estar mostrando su verdadera naturaleza ahora.
―Solo él, a mí nadie me nota ―reclamó Filisteo con reproche.
― ¿Con que sigues siendo el mismo feo moreno celoso gruñón! ―dijo Aleeah poniendo sus manos en las mejillas de Filisteo, sonriendo, él sonrió, su sonrisa incluso subió hasta su mirada, y él volvió a envolverla en sus brazos.
― ¿Alguien nos dirá por qué estamos aquí? ―preguntó Hebe de mal humor, impaciente, como si tuviera prisa o algún lugar más donde estar.
― ¡Claro! ―expresó Iram ante el inminente apuro de su sobrina― Tengo muchas cosas que contarles; pero antes de que puedan saberlo, necesito darles esto ―señaló la bandeja que Oceana tenía en sus manos.
― ¿Qué es eso? ―preguntó Gustav ceñudo, incluso confundido.
―Son sus títulos ―respondió Oceana.
― ¿Títulos de qué? ¿Cómo? ¿Por qué? ―preguntó Bowie, quien ya de por sí desbordaba entusiasmo, él seguía actuando como si hubiera tomado unas diez tazas de expreso.
―Aleeah es una princesa, por lo que necesitara esto ―dijo Julián abriendo la caja de madera que tenía en sus manos.
Iram tomó la corona y se la colocó a su hija en la cabeza.
―Es tu propia corona ―le indicó su padre, mirándola con dulzura.
―Pero yo renuncié ―recordó ella confundida.
―En ese momento eras un Duquesa, el parlamento no te había nombrado princesa; por lo que renunciaste a ser una Duquesa, no a ser una princesa. Lo llevas en la sangre, jamás dejarás de serlo. Eres un hada real como tu madre; aunque no quieras ser la reina, de ti vendrá el descendiente que es el heredero legitimo ―su padre puso su mano en la cima del vientre de su hija.
― ¡Aleeah es una Hada! ―chilló Tarian sin salir del asombro.
― ¿De qué te sorprendes? ¡Ya sabías que era una vampira! ―Mason apareció detrás de él, haciendo que Tarian diera un salto del susto, ya apareció de pronto. Todos en la habitación se echaron a reír por la reacción de Tarian, era obvio que estaba con los nervios de punta desde que pisó la Isla.
―Ahora te toca a ti Tarian. Por ser el esposo de mi hija, eso te convierte en príncipe ―dijo Filisteo. Iram sacó otra corona de la otra caja que tenía Filisteo colocándola en la cabeza de Tarian. Él miró a su suegro con un gesto contrariado, era como si estuviera emocionado por serlo; pero no muy seguro de ello.
― ¿Es obligatorio andarla? ―preguntó Tarian algo incómodo por el aro en su cabeza mientras intentaba acomodarlo.
―Dentro del palacio es opcional, fuera es obligatorio. Ningún ser mágico rebelde se atreverá a tocarte si ve la corona. Es una protección segura, recuerda que eres un humano en un mundo lleno de criaturas mágicas, algunas no diferencian un ser humano de una vaca ―explicó Mason, luciendo muy satisfecho por decirle aquello, claramente deleitado.
―En ese caso no me la quitaré ―Tarian tragó grueso de tan solo pensar en el peligro que podía correr allá afuera.
―También tenemos para ustedes, son más simples porque sus títulos son pequeños; pero serán necesarias para protegerlos ―dijo Oceana.
Filisteo colocó una sobre la cabeza de Bowie, quien saltó de alegría mirándose en un espejo, él no lucía contrariado como su hermano, era como si supiera que nació para ese momento en particular. Julián le dio una corona a Hebe para que se la pusiera a Glen, él había escuchado los rumores sobre ella lanzándose sobre Nonke por tocar a su novio.
Oceana colocó la última sobre la cabeza de Gustav, luciendo orgullosa de ser ella quien la ponía sobre su cabeza, y él la miró, claramente correspondiendo encantado al sentimiento. El fuerte intercambio de miradas entre ambos hizo que Bowie codeara a Tarian para que los mirara. Tarian nada más negó con la cabeza y una risa de medio lado, no eran vampiros que leían mentes; pero sabía perfectamente lo que su hermano pensaba.