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Al levantarme, escucho el timbre sonar repetidas veces. Que flojera, mi cuerpo rueda hasta caer al suelo y coloco las pantuflas. Están despegadas y hablan, pero aún cumplen su función. Me levanto, arrastrando mis pies. Aún tengo un ojo pegado y en dos horas, entro a trabajar hasta las siete y media de la noche. Sí. Soy una esclava del trabajo, ni aún así me alcanza.
Me gusta ese trabajo, tengo una de las mejores obras sociales gratis, y no pago nada. Incluso mi jefa, me regala ropa y artículos de limpieza para el hogar. Es una mujer muy amable, siempre lo ha sido desde que me acogió.
Debajo de la puerta, veo un papel amarillo. Grandes letras dicen: “Abandonar el recinto”, suspiro frustrada. No tengo el dinero que me piden, pero ni por asomo. Hago una mueca, me giro para dejar el papel en la colección de deudas.
Les sacaría una foto, de lo bonito que se ve y ordenado.
En su lugar, tomo la taza de té sin azúcar, porque está costosa y mi té es de una planta en una maseta, según Brianna es cedrón. Estoy apoyada con tranquilidad, en el sofá.
—Sol, no pienses… no pienses… —hablo en voz alta, pero lo hago.
Empiezo a llorar, al sentirme tan patética en este momento ¿Cómo podré salir de esto? Me quito las lágrimas enojada conmigo misma. No puedo ser débil, claro que no. Estoy sola en un mundo jodido, yo también debo serlo.
Las horas pasan, estoy sudando como una cerdita. Quito las gotas, observo las personas tomando y comiendo con total tranquilidad. Estoy con ansiedad, sostengo con mis dedos el uniforme arrugándolo. Muerdo mis labios, escondo la mitad de mi cuerpo, tras una columna de concreto.
—¿Estás algo loca ahora? –pregunta divertida Brianna, ruedo los ojos pero, vuelvo a recomponerme. Le doy una palmada amistosa en el hombro, vuelvo a tomar pedidos.
Necesito una buena propina para poder continuar. Sonrío ante diversos clientes, hasta que me cruzo con uno: el chico de la plaza. Nuestros ojos se encuentran, está en su silla de ruedas. Lleva puesto un traje color azul, su primer botón se encuentra desprendido.
—Hola… bienvenido –inquiero con vergüenza, nunca imaginé que me viera así. Tengo el rodete tirante, mis mejillas se ven más delgadas así. Mis ojos grises, observan con cuidado su rostro inexpresivo. Mi corazón empieza a latir con fuerza, y el brillo de mi frente, se intensifica maldición.
—Hola, quiero el menú del día –comenta casi sin verme, devuelve el menú. Asiento, y me alejo enseguida.
Me acerco a la zona de pedidos, y estiro mi brazo para entregar el pedido. Espero, mientras voy atendiendo las demás mesas. Entonces… recuerdo ¡Tengo algunas galletas en mí bolso! Sonrío al recordar aquello y me alejo.
Ingreso al área de empleados, busco mi bolsa y me acerco para dejarla debajo de un estante. Muerdo mi labio inferior. Minutos más tarde, sirvo su cena.
—Gracias –sisea, con un hilo de voz. Mis ojos lo escanean con disimulo, me giro para encontrarme con Brianna observándome.
“Es él”, hablo en un murmuro con los labios.
Ella se cubre la boca con sorpresa, y lo observa un segundo antes de desaparecer por el pasillo.
Mientras reparto algunos pedidos, observo de reojo. Quiero ver que termine, para darle mi sorpresa. Algo me arrastra a la cocina, Brianna.
—¡Es muy guapo! –me grita, cubro mis pobres oídos.
—Sí, lo es –comento y hago una mueca dudosa.
—¿Por qué esa cara? –Pregunta curiosa, mientras acomoda mi delantal –está muy bueno, seguro tiene un pene kilométrico.
—¿Qué? –pregunto y me siento acalorada, nunca imaginé el miembro de ese hombre, hasta este momento.
“Mierda”, pienso.
—Nada, ve atiéndelo –propone divertida, mientras apoya sus manos en mis hombros. Suspiro, antes de embarcarme en la tarea. Lo veo ir terminando, busco el bolso y un platito. Coloco algunas galletas, me acerco a él.
El hombre, me observa con una ceja levantada. Sin embargo, no desvía la vista como en otras ocasiones. Sino, mantiene su iris fijo en mí. Sonrío, la confianza vuelve a mí. Dejo e plato, con bordes dorados frente a él.
—Cortesía de la casa… —menciono con una gran sonrisa. El hombre me observa con una ceja levantada, su ceño se frunce.
—¿De verdad? –Pregunta y asiento, me doy la vuelta para alejarme –Las hiciste tú…
Mi cuerpo, queda inerte y fijo en el suelo. Mi corazón bombardea como loco en ese instante, al volver mi vista hacia él, sus ojos se clavan en mí.
—¿Cómo sabes eso? –quiero saber, él ya tiene una en la boca. Me da una sonrisa, mierda, mis bragas casi caen al suelo.
“Concentrate Sol, es… es un hombre jodidamente sensual, pero tú tranquila”, pienso.
—Está dura –dice sin titubear.
Abro la boca con sorpresa, quiero que la tierra me trague. Sin embargo, él sigue comiendo bajo mi mirada atónita. Ay dios mío.
“Dura la galleta Sol, no pienses otra cosa”, me regaño mentalmente. Mis ojos, ya bajaron picarones hasta su regazo.
—Bueno, provecho –digo para huir finalmente.
Atravieso la cocina, a una gran velocidad. Toco mi pecho, inhaló y exhalo. Brianna, me sigue. Me toma de los hombros, toca mí frente.
—¿Qué pasó? –pregunta y no encuentro las palabras adecuadas.
—Él… él dijo que estaba duro… —comento y suspiro.
—¿Qué cosa estaba duro? –me interroga mi mejor amiga.
—Las galletas, maldición. Brianna ¿por qué no me dijiste que estaban duras? –quiero saber ofendida, cruzada de brazos. Brianna, baja la vista y me mira apenada con un ojo mas pequeño que el otro.
—¿Lo siento? –pregunta y ruedo los ojos, inclino la cabeza hacia atrás para volver a trabajar. Más calmada, vuelvo cerca de las mesas. Brianna me sigue –Lo lamento, es que… no quise herirte.
—Ahora ese hombre, piensa que soy mala cocinera –espeto mirando mal a Brianna.
—Lo eres –comenta y la miro mal, entrecerrando los ojos –digo… ¡puedes mejorar!
—Ya, no me hables –finjo estar ofendida y me alejo de su lado. Mi amiga, se ríe divertida sabiendo que la amo a pesar de todo. Llego a la mesa, del hombre que me tiene suspirando. No me observa.
—El ticket –comenta.
—Sí, enseguida vuelvo –menciono, para desaparecer de su vista. Ni “flash”, fue tan rápido. Tomo el papelito entre mis manos, llego a su lado y se lo acerco.
—Gracias –sisea, y se aleja con la silla de ruedas hasta la salida. En la mesa, veo muchísimo dinero. Abro la boca y la cierro, por fin obtengo una buena propina. Quiero llorar de agradecimiento.
Pero cae de pronto un papel, entre el dinero.
“Me debes una reparación para el dentista”, está escrito en una letra preciosa.
Suspiro enamorada y sonrío,