Capítulo 4 - Las dos caras de la moneda
Estar continuamente a la defensiva no era una de las actitudes normales en Lion, Sam lo sabía muy bien. Por eso el presentimiento de que su amigo estaba ocultando algo lo tenía en un estado de profundo malestar y nervios inestables.
¿Pero qué podría ser? No tenía ni la más mínima pista, pero si por un segundo ese cabeza hueca pensó que él no notaría sus ridículos (y bastante obvios) intentos por huir apenas sus caminos tenían peligro de cruzarse, estaba horriblemente equivocado. Menos mal que no decidió ser actor, porque teniendo en cuenta que ni siquiera podía disimular que llevaba un oscuro secreto a rastras, el pobre moriría de hambre o lo sacarían a patadas de cualquier audición, por muy insignificante que fuera.
Sam tomó un largo sorbo de su cerveza tibia, obligando a su garganta a tragar el amargo líquido que muy bien podría pasar por orina y observó con un ceño arrugando su frente a su compañero, fregando con diligencia el suelo del comedor. Estaba tentado a intencionalmente derramar un poco de su bebida, sólo para forzarlo a cerrar la distancia que los separaba para limpiar el desastre, aunque rápido desistió de su plan, sabiendo que, en vez de una solución, lograría enfadar sin necesidad a Lion.
El chico podía levantar un muro más alto y resistente que el de La Estrella para sellar sus emociones con una facilidad practicada y eso causaría que la raíz del dilema nunca fuera expuesta y solucionada. No fue la única vez que maldijo su testarudez, pero sí la primera en la que se había encontrado inseguro de cómo proseguir para exprimirle la información sin llegar a un contacto físico que dejara cardenales o huesos rotos como evidencia.
Poniéndose de pie con un suspiro quejumbroso, se dirigió a las duchas, esperanzado de que el agua cálida le ayudara a soltar los nudos de dudas e incertidumbres que lo habían seguido como una sombra desde hace un par de días. Los cubículos eran pequeños para su cuerpo demasiado desarrollado, fue una lucha alcanzar el champú sin chocar los codos por accidente con las paredes y las puntas de su cabello rozaban el techo, lo que equivalía a tener que inclinarse para enjuagarse, pero al menos bañarse allí implicaba no agregar una deuda más a la costosa (para ellos) cuenta de su departamento compartido.
Cuando salió, con una toalla atada a la cintura, se sorprendió de encontrar al culpable de su angustia sentado en una de las banquetas, con sus anchos hombros desplomados en señal de agotamiento, como si las ojeras abultadas debajo de sus ojos índigo no fuera una demostración suficiente.
—Hey — saludó, aparentando tener un buen ánimo que no habitaba en su interior.
—Hey, Sam — Lion devolvió, sonriendo a duras penas —. ¿Cómo la llevas?
—No tan mal como tú — se aproximó para desordenarle los mechones rubios, como siempre hacía para calmarlo, determinado a embestir en el núcleo del inconveniente en vez de insistir otra vez para que obtuviera un urgente corte de cabello —. ¿Estás listo para hablar o vas a seguir corriendo como si hubieras robado en la tienda de la esquina cuando te percatas de mi presencia?
Lion no manifestó estar perplejo o perturbado por su franca confrontación, tampoco lo negó como Sam anticipaba. Simplemente suspiró, hondo y amplio, asintiendo al final.
—Pero vístete primero — señaló hacia su entrepierna cubierta, resoplando con burla —. Esa cosa me intimida.
—La envidia es un pecado, ¿sabes? — ambos rieron, mientras Sam giró a su casillero para vestirse.
—Sí, es un consuelo que no sea religioso entonces.
Tres minutos después, los dos hombres estaban uno al lado del otro sobre la dura banca. Sam completamente vestido, sin ofrecer ni una palabra para no exhibir su ansiedad, Lion todavía usando el uniforme sucio del trabajo, con sudor en la frente y en el cuello.
—Entonces… — inició en un susurro, retorciéndose los dedos.
—¿Sí?
—No fui a averiguar sobre los requisitos de la universidad — ante la inhalación brusca de Sam como muestra de ofensa, Lion se apresuró en aclarar —. Quiero decir, esa era mi intención, lo juro — pretendió convencerlo con atropello, como un hijo en la lucha por persuadir a sus padres de ser inocente de alguna travesura —. Pero como que me… Distraje.
—¿Distraerte? — Sam cuestionó, con partes iguales de confusión e intriga —. ¿Con qué?
—Bueno, ahí estaba yo en mi camino, ocupándome de mis asuntos... — balanceó las manos a medida que explicaba, siendo cuidadoso de encubrir su encuentro con Marshall, especialmente lo que estaba forzado a hacer bajo su mando —. Cuando un impresionante e increíblemente sexi ángel me cae del cielo y todo razonamiento coherente se borró de mi cerebro en un santiamén.
—Un ángel, ¿eh? — Sam sonrió, perdiéndose el suspiro atenuado de su amigo por creerse su verdad (o mentira) a medias. Sin embargo, no podía negar que estaba contento por él, ya que hace muchas, muchas estaciones que Lion no se daba a sí mismo un respiro, saltando de La Hoguera a su hogar sin la oportunidad de salir y divertirse, así fuera por un corto rato —. ¿Qué sucedió?
—Visité el local nuevo en la parte norte del Distrito. Ya sabes, quise comprobar si podía conseguir el repuesto de nuestro sistema depurativo más económico — Sam afirmó en acuerdo, alentándolo a seguir —. Ahí lo vi, de pie frente a uno de los estantes de prototipos de caretas para androides, luciendo todo concentrado — una risa escapó entre sus labios al rememorar el momento —. ¿Lo extraño? Tenía los ojos cerrados.
—¿Cerrados? — Sam repitió y Lion sonrió ampliamente mientras confirmaba con una agitación de su cabeza —. ¿Estás seguro que viste bien o lo estás inventando? — gruñó, escéptico, acostumbrado a sus bromas listillas, el cabrón aprovechándose de que Sam era un poquito lento.
—No, hombre — chasqueó la lengua, empujando su hombro contra el de Sam —. Es ciento por ciento verdad, no estoy mintiendo.
—De acuerdo — aceptó a regañadientes —. ¿Por lo tanto, qué pasó?
—Bueno, me acerqué para preguntarle qué demonios estaba haciendo — avergonzado por haber considerado que Ciel sería una víctima extraordinariamente fácil.
Todas las señales estaban ahí y él las captó veloz: el cierre abierto de su mochila, una delgada cadena de plata con el dije de un sol rodeando su pálido cuello, cuyo broche no le costaría desprender sin que el chico lo sintiera, la pulsera digital colgando con descuido de su muñeca, el contorno de un holograma gráfico sobresaliendo del bolsillo de su camisa.
Las palmas le picaban por ponerse en acción, el vello de su nuca estaba erizado y su boca quedó más seca que el desierto. Con paciencia y sigilo se acercó, ahogando la culpa en el rincón más lejano y remoto de su mente, preparado para escapar si era descubierto en el acto.
Por eso le costó reaccionar, poner las tuercas de su lógica en marcha con lo que sucedió después.
—Sujetó mi brazo y, juro por la vida de Bobby, que comenzó a acariciarme.
Y su tacto era tan suave, meditado, pausado y delicado. Su pulso navegó como un volcán en erupción por su torrente sanguíneo, la piel que tentó se electrificó, rugió como un motor que ha sido revivido luego de estar décadas dormido, oxidado y olvidado.
El corazón bombeaba con furia desbocada y jadeó por sentirse así, inexplicablemente expuesto, como si esa mano estuviera tocando algo más que su cuerpo… Alcanzado directamente sus emociones.
Le tomó un par de intentos fallidos hablar, incluso más aparentar un tono natural y no balbucear como un idiota.
—Por favor no me digas que tuviste una erección — Sam se burló, ajeno a la vorágine de sensaciones trenzadas en el pecho de Lion —. Porque jamás te dejaré negarlo.
—Bueno, no… Pero casi — admitió en un murmullo, desviando la mirada para evitar que Sam se percatara del rubor que con certeza se había creado en sus mejillas, la risa de Sam colándose en sus oídos —. Joder, te digo que el chico es precioso y a pesar de que es una mierdita presumida, arrogante y altanera, quiero… No sé… — sus puños se trabaron, frustrado por no ser capaz de declarar en frases racionales lo mucho que lo desconcertó.
—¿Follarlo? — alzó una ceja, fracasando en camuflar el regocijo y el entretenimiento en su voz.
—No sólo eso… Es complicado — ¿cómo describir algo que él mismo no podía entender? Y eso que se supone (según su musculoso amigo) que era el inteligente de los dos.
—Vaya, realmente te jodió, ¿no es cierto? — Sam consultó con fascinación, atónito e incrédulo ante esa, desconocida para él, conducta de Lion.
—No, pero espero que lo haga — sonrió petulante. Ahora, ese era un comportamiento familiar para Sam y con el que estaba confiado de poder lidiar.
—¿Y cómo se llama ese supuesto ángel que es un mierdecilla engreído y que te tiene tan emocionado?
—Ciel — Lion saboreó cada letra en su lengua, curvándose para apoyar los codos en las rodillas y así ocultar el bulto prominente de su polla semierecta — Su nombre es Ciel.
«Aunque yo le digo “labios sensuales”», pensó y tuvo que hacer un esfuerzo colosal por no gemir y humillarse más allá de lo reparable.
No debería responder así ante la simple mención de un nombre, pero su cuerpo estaba empeñado en no estar acorde con su parte intelectual. Mierda, era como si la temperatura en el estrecho vestuario se hubiera triplicado. ¿Empañando sus sentidos o multiplicándolos por mil? No tenía ni una puta idea.
Desde que lo conoció, no sabía nada en absoluto.
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Erick mordió la uña de su pulgar mientras aguardaba, no con serenidad, a que Ciel se uniera a él en la mesa que siempre ocupaban en el comedor público de la universidad. Era un hábito del cual nunca pudo liberarse.
Había probado aquellas pelotas terapéuticas de goma flexible en todas las texturas y colores existentes, escribir en un diario, cargar libros holográficos en su bolso para menguar su inquietud, pero nada le funcionó, así que dejó de buscar alternativas y se rindió a sus impulsos.
Cuando estaba así era peor, vibrando por enterarse de un potencial chisme cocinándose a fuego lento y que él tenía, indispensablemente, que poseer. Procuraba no llegar hasta la carne, raspando con sus dientes las capas y escupiendo los trozos que se colaban en su boca, pero en la mayoría de las ocasiones (como hoy), no parecía poder contenerse.
Era todo por su causa y eso le molestaba más. ¡¿Por qué carajos no respondió a sus múltiples llamadas y mensajes anoche?! Eso era infringir a sabiendas el código de amigos: nunca dejar colgado al otro cuando se requerían explicaciones de asuntos urgentes, especialmente cuando había un probable candidato sexual de por medio.
Si se trataba de nadie más que el sensual y ardiente jugador de béisbol virtual, A.K.A[1] Garret White y Ciel insistía en mantenerlo en secreto, lo torturaría hasta el final de sus días. No obstante, dudaba que fuera posible.
No porque su amigo sólo saliera con hombres maduros y con minuciosa experiencia de todas las posiciones redactadas en el Kamasutra[2], sino porque la voz grave que pudo captar ayer mientras Ciel aún no podía escoger una maldita careta para su androide no sonaba para nada similar al dueño de todos y cada uno de sus sueños húmedos.
«Pero más me vale aclarar todo antes de que mi ira de desate o termine volviéndome loco por el jodido suspenso», pensó con irritación.
Y, como si las nubes se despejaran y un halo de luz alumbrara su bienvenida, Ciel entró en su campo de visión, con una bandeja repleta de comida, avanzando hasta desplomarse con una actitud de no tener ninguna preocupación en el mundo frente a él.
—¿No comes hoy? — fue su saludo, Erick quiso darle una más que merecida bofetada.
—No, porque mi estómago está vuelto nudos por tú culpa — acusó sin vergüenza, chillando la oración entre dientes.
—¿Mía? — Ciel replicó, ojos saltones — ¿Y yo qué diablos hice ahora?
—Uh, ¿hola? — Erick revoloteó una mano frente a su rostro, viéndolo como si hubiera perdido la razón —. ¿Se te olvida que me ignoraste descaradamente anoche? — un “ah” salió entre los labios de su amigo, cayendo en cuenta de su muy terrible falta —. Eres una pequeña mierda y te odio. ¿Cómo pudiste hacerme eso?
—Lo siento — Ciel suspiró, no pareciendo para nada arrepentido —. Llegué cansado a casa y apenas toqué mi cama, me dormí — se encogió de hombros, como si su mísera excusa le valiera de algo a Erick.
—A otro perro con ese hueso, Ciel — gruñó, colérico —. Sé muy bien que algo escondes. ¡Pero no temas, miserable mortal! — intervino antes de que su amigo lo hiciera, extendiendo los brazos e inflando el pecho para presentar su imponencia —. Porque Erick es grande y misericordioso, así que está dispuesto a oír tu explicación aquí y ahora.
—¿Grande y misericordioso? ¿Tú? — Ciel rió, cogiendo una tira de zanahoria de su plato para devorar un bocado —. Cuéntame otro chiste.
—Déjate de pendejadas y habla — Erick lo señaló en advertencia —. Ahora, o correrá el rumor de que tienes herpes y ladillas.
—¡Yo no tengo herpes ni ladillas! — Ciel gritó antes de poder evitarlo y el silencio a su alrededor cayó pesado y espeso. Se golpeó en la frente como penitencia, no queriendo ver aquellas miradas de asombro (y de asco) que seguramente otros estudiantes le estaban dando —. Eres un hijo de puta — ofendió a Erick, quien sonrió victorioso, regodeándose por su idiotez.
—El reloj hace tic-tac, pollito⁓ — dijo cantarín, tamborileando los dedos sobre la mesa.
—Bien, este es el asunto — se inclinó para que su voz sólo alcanzara los oídos de Erick —. Ahí estaba yo, ocupándome de mis asuntos en el local en donde tan cruelmente tú y Mason me abandonaron a mi suerte — utilizó la hortaliza que sostenía para puntualizar, mientras que el descerebrado de su amigo se limitaba a rodar los ojos —. Entonces, por algún motivo que no logro deducir, se me ocurre seguir tu estúpido consejo, ya que me era imposible elegir una maldita careta.
—Sí, sí. Ya todo eso me lo sé, dale al botón de avanzar — presionó, deseando llegar a la parte jugosa de la historia.
—Bueno, estoy ahí parado como un imbécil con los ojos cerrados, alzo mi mano, pero en vez de tocar plástico o metal, estoy palpando... Piel — una muy caliente y tersa piel.
—¿Y eso qué carajos significa? — Erick resopló, exasperado —. ¿Sacaron nuevos modelos o algo así?
—No, tarado — Ciel le dio una palmada en la nuca para que prestara atención y no divagara —. No eran ninguna de las caras, era un brazo — fornido, tatuado, con venas delatando la labor física a la cual debía exponerse constantemente su propietario.
—¿Estabas manoseando a un androide? — Erick se carcajeó y a Ciel le provocó seriamente estrellar repetidas veces su cráneo contra el mueble.
—¡Que no! — protestó, contando mentalmente hasta diez antes de reanudar su charla —. No a un robot, a un humano — eso borró cualquier rastro de diversión en su compañero —. Un hombre, para ser más específico.
—¿Y? — Erick frunció el ceño, mostrando su aturdimiento —. ¿Qué tiene de especial para que estés todo misterioso al respecto?
—No quise ocultarlo — y era verdad, sólo que todavía no había podido descifrar por qué exactamente lo hizo — Me sacó de quicio, juro que quería darle una patada en las bolas — o tres, pero se reservó ese dato.
—¿Qué te hizo? — Erick de nuevo lo interrumpió antes de que pudiera argumentar —. Y quiero los jugosos detalles.
—Se comportó como un cretino prepotente, ególatra, como que si yo tuviera que caer rendido a sus pies por el simple hecho de nacer — Ciel apuñaló un pedazo de carne con más fuerza de la requerida, tragándola para adicionar en contra de su mejor juicio —. Me llamó “labios sensuales”.
—¿En serio? — una lenta y maliciosa sonrisa enseñó la dentadura blanca de Erick —. Creo que me agrada — concedió sin inmutarse ante la ojeada asesina que le dedicó Ciel —. ¿Cómo se llama?
—Te lo diré, si y sólo si prometes hacer un movimiento con Garret — ahora era su turno de sonreír triunfante por el desconcierto desfigurando las facciones de Erick.
—Eres una mierdita y te odio — Erick repitió las mismas palabras de antes y Ciel rió otra vez —. Está bien, lo prometo.
—Oh, no. No te vas a librar tan fácilmente — Ciel hizo un gesto hacia su pulsera y agregó: —. Envíale un mensaje, aquí y ahora. Quiero verlo.
—¡Tienes que estar bromeando! — Erick negó una y otra vez, rehusándose de plano — Sabes que no puedo hacerlo así, te apuesto mi culo a que le diré algo embarazoso, Ciel.
—Yo no estoy interesado en tu culo, gracias — lo despachó como si no fuera la gran cosa —. Pero te digo que reúnas los pocos cojones que tienes y lo hagas, has tenido ese temor por meses y es evidente que los dos quieren follarse los sesos.
—¿Y si estás equivocado? — Erick se removió inseguro en el asiento —. No quiero estropearlo, pollito — murmuró y una oleada de ternura arropó a Ciel ante la vulnerabilidad sangrando de su amigo.
—No lo sabrás a menos que lo intentes, Erick — tranquilizó, sonriendo con afecto para alentarlo —. Sólo salúdalo. Sé casual, dile un “hey, Garret. ¿Cómo la llevas?” y deja que él guíe lo demás.
—Me meteré a monje si me manda a volar — ambos rieron, aunque Erick con menos ganas por los nervios.
—Estoy aquí, amigo — Ciel le dio una palmaditas en la espalda — Y no muerdas tu pulgar o te daré un pellizco tan duro que te dejará un moretón.
Con dedos temblorosos, Erick escribió el texto tal cual Ciel se lo propuso y, tomando una respiración extensa y acentuada, oprimió la opción de “enviar”. Los minutos aparentaron ser horas mientras esperaban un texto de vuelta, los dos sumidos en un silencio prácticamente sepulcral, a excepción del ruido de las otras personas conversando animadamente en su entorno.
Por eso Ciel se sobresaltó cuando la calma se rompió de repente.
—¿Me dirás ahora su nombre? — Erick susurró y él, en su arrolladora necesidad por confortarlo (aunque una respuesta tardía no implicaba que nunca llegaría), colgó un brazo encima de sus hombros y besó su mejilla.
—Lion — reveló al fin, su corazón tropezando en un latido, su pulso acelerado, lo cual lo dejó en un lío que no pudo interpretar —. Su nombre es Lion.
Más tarde, duchado y descansando entre las sedosas sábanas de su cama, Ciel todavía no podía darle una denominación clara a todas las sensaciones que afloraban en su vientre al evocar la imagen de aquel chico, rubio, tatuado y atractivo, que pareció grabarse como una fotografía en su memoria.
Se giró para apreciar la careta de su androide, maravillado de que calzara como un guante y ya no tuviera que soportar aquel aspecto perturbador de antes. En cambio, lucía jovial a pesar de estar apagado, sin bordes rústicos o afilados que le arrebataran la somnolencia o le causaran pesadillas. Podría pasar sin problemas como un adolescente más, si él ya no supiera que, en vez de huesos, órganos y sangre, Bot tenía cables, tornillos y piezas mecánicas complejas en su interior.
Cuando la activó, tal como Lion le dijo que pasaría, los nanochips se volvieron gelatinosos y se movieron por sí solos, encontrando cada surco, hasta la más diminuta hendidura, amoldándose a la perfección.
Jamás había sido testigo de algo más fascinante.
Tan sumido en sus pensamientos estaba que el pitido en su muñeca lo alarmó, cortando en seco la paz en su habitación bañada por el manto de los rayos lunares. Uno de los mensajes era de Erick y nada podía obstaculizar la gigante sonrisa que dividió su cara en dos:
@Erick: [¡Pollito, me respondió!]
Tan pronto terminó de leerlo, otro entró súbitamente en su buzón.
@Erick: [¿Qué hago? ¡Auxilio!]
[Cálmate, pero recuerda: sé casual.]
@Erick: [¡Eso no me ayuda en nada, estoy asustado a cagar!]
Riéndose por el emoji de una mierda risueña al final, estimó dejar los mensajes que no había revisado para mañana, pero uno en particular llamó su interés y cuando pulsó para abrirlo, su corazón hizo otra vez ese salto triple con voltereta incluida que lo estremeció.
@Cretino: [¿Estás disponible el viernes para nuestra cita, labios sensuales?]
Se sentó por el shock, estudiando por lo que pareció una eternidad esa corta, pero con el peso de una barra de hierro, línea, como si las letras fueran a materializarse y engullirlo entero, como una bestia con tentáculos y muchas otras mierdas escalofriantes.
Analizó sus alternativas y varias veces pensó en dejarlo varado, pero al echarle otro vistazo a su robot, rechazó esa pretensión. Lion le había ayudado y él se había comprometido a tener esa dichosa cita, prescindiendo de sus reglas autoimpuestas sobre no salir con sujetos de su edad.
A fin de cuentas, estaba en deuda. Así que, sintiéndose ridículo por estar tan histérico, contestó:
[¿Por qué tengo la impresión de que estás contratando los servicios de un puto? ¡Y deja de llamarme así!]
@Cretino: [No sabía que te dedicabas a eso. ¿Cuánto cobras?]
[Eres un imbécil, ¿lo sabías?]
@Cretino: [Vamos, no te enojes, labios sensuales. Te aseguro que era una inofensiva broma.]
[No fue «inofensiva» para mí. ¡Deja. De. Llamarme. Así!]
@Cretino: [Entonces, ¿qué te parece a las 7?]
[*suspira* De acuerdo.]
@Cretino: [¿Ese es un suspiro de “Estoy deseando manosearte otra vez”, o uno de: “Quisiera tenerte aquí conmigo para darte un puntapié como castigo”?]
[Buenas noches, Lion.]
@Cretino: [Oye, es grosero dejar a alguien hablando solo, labios sensuales.]
[¡Buenas noches, cretino!]
Con un quejido indignado, Ciel se desplomó de nuevo con cansancio, enumerando ovejas en su imaginación para invocar el sueño y no desvelarse pensando en… Nada en lo que debería estar pensando.
Y si se durmió con una tonta sonrisa en su rostro, bueno, nadie estaba allí para contemplarlo.
[1] AKA o a.k.a es la abreviación para la expresión anglosajona Also Know As, cuya traducción en español significa “también conocido como”
[2] Kama-sutra es un antiguo texto hindú que trata sobre el comportamiento sexual humano.