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Capítulo 3 - Reset

Ciel estaba alterado.

Los nervios se retorcían en su estómago como lombrices famélicas, un grueso nudo obstruía su garganta y tuvo que visitar más de dos veces el sanitario para secar la transpiración excesiva de sus axilas con papel higiénico, viéndose obligado a salir disparado como un torpedo de sus clases en su apuro para que el sudor no humedeciera su camisa.

Detestaba cuando eso pasaba. Era como si su propio cuerpo se revelara en su contra, empeñándose en dejar en evidencia el tumulto de emociones batallando en su interior como gladiadores en un coliseo. Gracias al cielo que al menos no expedía un asqueroso hedor nauseabundo, eso seguramente sellaría su perdición.

«¿Oler mal? ¡Prefiero quedarme sin créditos de por vida!», pensó con irritación, arrojando una última lámina arrugada al bote de basura. Observó su reflejo en el espejo y gruñó al notar las bolsas ligeramente inflamadas y de una entonación más oscura que la de su piel debajo de sus ojos, consecuencia del mal sueño que tuvo la noche anterior. Su androide continuaba con la misma careta perturbadora, sí, pero eso no fue lo que evitó que su mente se relajara lo suficiente para poder dormir en paz.

Al contrario, su cerebro seguía repitiendo una y otra vez como un holograma averiado la imagen de aquel chico exasperante y atrevido, con toda su excesiva prepotencia, una juguetona altanería que lo dejó sintiéndose incómodo, torpe y avergonzado. Normalmente era él quien causaba ese efecto en los hombres, coqueteando sin descaro, complacido de verlos babear por algo que era bastante probable jamás obtuvieran.

¿Por qué con ese imbécil era diferente? Su físico no tenía nada que ver y, si su memoria no le fallaba, tampoco era el más guapo entre todos los pretendientes que había tenido desde que tuvo los años suficientes y su padre le dio pase libre al mundo de las citas. Sin embargo, accediendo a una honestidad brutal, debía admitir (aunque para sí mismo) que era muy atractivo.

Rubio, ojos azules que se veían más claros dependiendo de la luz, diversas perforaciones metálicas en zonas estratégicas que le hacían lucir sexi y provocativo, tatuajes circulando en armonía desde los hombros abultados hasta las muñecas con venas resaltando, lo que le dio una pista de lo fuertes que debían ser sus manos.

Era uno de los primeros atributos que su evaluadora mirada detectaba en un candidato prometedor, su mayor debilidad. Para él era muy sensual que lo manipularan como si tuviera el peso de una pluma, ahogarse en la erótica sensación de palmas callosas mientras dejaban rastros de caricias en su piel sensible, gemir mientras empujaba la longitud de su polla dura en un túnel firme y apretado.

Le gustaba ser cuidado, venerado y bien atendido.

Erick se burló cuando tuvo la valentía necesaria para contárselo, alegando que andaba en la caza de un Sugar Daddy* en vez de un novio. Su impresión inicial fue la de molestarse y arrojarle un proyectil que tuviera al alcance, pero mientras más lo analizaba, fue dándose cuenta de que en realidad su amigo podría tener razón.

Salir con jóvenes de su edad lo dejaba insatisfecho, frustrado. Siempre se anotaban para una follada rápida en vez de una pausada, tomándose el tiempo para explorarse el uno al otro, con la paciencia para ser minuciosos y que cuando el clímax finalmente explotara, acabaran con la sensación de huesos transformados en jalea o en la cúspide de un viaje astral*.

Por eso tomó la decisión de cambiar la orientación de su atención, aceptando los cumplidos discretos pero directos de uno de los profesores que no tardó en demostrar su interés por él, apenas en el primer semestre de sus estudios. No era tan viejo, lo cual le resultó ideal para el inicio de su experimento, además de que tenía un encanto clásico, con rasgos menudos y la cantidad perfecta de canas adornando sus sienes.

Fue celestial. Flotó en la nube postcoital por lo que parecieron días, disfrutando de ser asistido con diligencia, yacer y ser adorado, recibiendo contento los dolores que siempre quedaban luego de una buena revolcada. Dicha oportunidad no volvió a suceder, no sólo porque se rehusaba a ser el trofeo de nadie, sino para huir de posibles emociones con las que no creía poder lidiar.

Tenía algo así como un leve caso de miedo (o pánico) al compromiso. Por eso nunca ofrecía el número de rastreo de su pulsera y, si se lo pedían, rechazaba de inmediato. No existía la posibilidad de una segunda ocasión con Ciel Sinclair, se conformaba con ser un recuerdo fugaz, una única noche de pasión compartida. No era extraño que se olvidara de los cuerpos sin rostro tan pronto se hubiera vestido y marchado, es por eso que no podía comprender el motivo por el cual seguía regresando de vuelta al show que armaron él y el otro sujeto justo en medio de la reducida tienda, cuando con certeza no debería darle tanta jodida importancia.

Ni siquiera sabía su nombre, por amor a los Dioses, aunque aparentemente no hacía falta para que se convierta en un insoportable dolor de culo. El peso de la mascarilla en su mochila hacía alusión a una carga de bloques y deseaba no tener que ir a cambiarla, pero por su testaruda idiotez, quedó atrapado con esa monstruosidad. No había manera en el infierno de que ese fuera el reemplazo para su robot, le daría un ataque al corazón despertarse en la madrugada y percatarse de esa cosa horrorosa vigilándolo desde la esquina de su habitación.

—“Labios sensuales” — susurró, incrédulo, resoplando ante la insolencia del desconocido. Luego se inclinó sobre el lavabo para examinar de cerca su boca, tomando nota del arco de cupido con una suave curvatura, el labio inferior más lleno que el superior, el orgulloso matiz carmesí natural carente de labial y sonrió —. Sí, supongo que son bastante sensuales.

No obstante, un obstinado ceño se formó entre sus cejas, sin poder asimilar estar de acuerdo con ese tipo. Luego se enojó aún más porque el rumbo de sus pensamientos se contradijo así durante toda la puta mañana, sin poder concentrarse en sus lecciones.

—Está bien — suspiró profundamente —. Sólo tengo que ir, hacer la devolución de la mascarilla, escoger una nueva y largarme de allí. Así de simple — se rió, en un absurdo intento por convencerse y un estudiante lo miró como si fuese un lunático cuando entró de improviso en el baño —. Joder.

Murmurando más barbaridades, se encaminó hacia la salida del instituto, colocando los catéteres flexibles de su MCA a través de sus fosas nasales y subiendo a un taxi cuando se detuvo frente a él. Centrarse en el panorama de su ventanilla no logró distraerlo y se arrepintió de no haberle insistido con mayor ahínco a Mason y a Erick para que lo acompañaran de nuevo. Pero los traidores lo abandonaron, demasiado egoístas con sus asuntos personales para apiadarse de su lamentable trasero. Sólo tenían que esperar, tarde o temprano se los cobraría.

Por fortuna, los filtros de toxinas funcionaban a toda su capacidad, los colosales ventiladores que regulaban la temperatura de La Estrella no emitían chirridos ni requerían ser engrasados, así que podía deambular por las calles sin tener la sensación de estar a un paso de derretirse como un hielo bajo el sol.

Lion sabía que la suerte no tenía nada que ver en ello, especialmente después de haber estado por más de cuatro horas arrastrándose por túneles y conductos, fregando y frotando hasta dejar todo reluciente. Su coxis lo estaba torturando, los párpados luchaban con cada pestañeo y estaba seguro de que había ampollas en sus pies, pero no pudo volver a su destartalado departamento para obtener el descanso que urgía hasta que le entregara el botín a Marshall.

Estaba agradecido de que al menos tuvo la pertinencia de bañarse y darle de comer a Bobby, todo antes de que Sam llegara y lo bombardeara con todas las preguntas que no le pudo hacer ayer. Fingió estar dormido para no tener que aclarar la ausencia de folletos informativos o una explicación decente de su paradero y se escabulló de su alcance en el trabajo por igual.

No tenía el ánimo ni el estado mental adecuado para inventarse una excusa, ciertamente tampoco ansiaba captar el juicio reflejado en las duras facciones de su amigo. Cuando se adentró en el conocido callejón, su humor no mejoró, sin embargo, debía presentarse a menos que quisiera recibir una no muy amigable visita de los miembros de la banda, exigiéndole entregar (no muy amablemente) su parte de la recompensa, destruyendo su fachada ante Sam.

Era algo que no podía conceder sucediera, no todavía. Marshall tenía su mueca colérica habitual, descruzando los brazos para extender la mano y recibir, sin ningún intercambio de palabras, el bolso que Lion le pasó de buena gana. La sonrisa tirando de las comisuras de sus labios fue el anuncio de que el contenido le agradó, para su inmenso consuelo.

—Te necesito aquí pasado mañana también — Marshall vació los objetos en una bolsa a sus pies, devolviendo dos de las seis MCAS que Lion se había asegurado de desactivar los rastreadores con anticipación, un reloj y un anillo de oro antes de arrojársela de vuelta —. Y más te vale no llegar tarde.

—¿Pasado mañana? — preguntó confundido y Marshall asintió —. ¿Por qué tan pronto? Se supone que nos reunimos sólo una vez por semana.

—¿Me estás cuestionando? — el chico gruñó, furioso, dando un par de zancadas amenazantes en su dirección.

—No, no — Lion se apresuró en aclarar, torciendo los dedos en puños para que su temblor no fuera evidente —. No sé qué le diré a Sam como pretexto, eso es todo.

—¿Y eso por qué debería importarme una mierda? — consultó socarrón con los demás, ganándose risas que lo estimulaban.

—Eso no es lo que quise decir, Marshall…

—Lárgate, L — lo interrumpió con brusquedad, dándole la espalda como gesto definitivo para su despido.

Aunque Lion terminó humillado otra vez, en el fondo estaba indescriptiblemente aliviado de haber sido capaz de alargar su existencia, sobreviviendo un día más a la crueldad desenfrenada que sabía muy bien habitaba en el pecho hueco de Marshall. Reprimió el impulso de suspirar, eso consumiría más oxígeno de su mascarilla y la jodida cosa ya estaba titilando en rojo, así que debía ser meticuloso y medir cada respiración con cautela. Se detuvo, mirando a ambos lados de la calle para evaluar sus opciones.

Aún era temprano, conseguir el inusual privilegio de irse a casa y reposar en su colchón lleno de bultos junto a Bobby sonaba agradable, pero eso significaba quedar expuesto, Sam aprovechando para exprimirle respuestas así sea a patadas. O, podría ir a aquel local recién inaugurado de robótica, en donde conoció a semejante preciosidad de cabello gris y con los labios más sensuales que había visto en toda su jodida vida.

Su polla dio un salto animado dentro de sus pantalones al acordarse, estaba ciento por ciento seguro que estaría allí. Después de haber elegido a ciegas aquella horrible careta de bruja malvada sacada de un cuento con tal de no darle el gusto de revisar según le aconsejó (o advirtió), no creía factible que la utilizara para reemplazar cualquiera fuera la de su androide. Tendría que estar demente para conformarse o con gustos realmente retorcidos.

Se rió, negando divertido a medida que empezó a avanzar a su destino. En el trayecto, evocó haber visto unos folletos en el mostrador. Tal vez, si los planetas estaban alineados en su beneficio, habría alguno allí que contuviera asesoría sobre algún curso que le vendría útil para librarse del cuestionario de Sam. Aunque, lo que francamente le emocionó, fue volver a encontrarse con esa fiera de garras punzantes y lengua afilada. Consideró hilarante su temperamento explosivo y cómo gradualmente iba empeorando a medida que su charla se prolongaba, sobre todo cuando le confesó lo sensuales que sus labios voluminosos le parecían.

Y no estaba mintiendo en absoluto, jodidamente calientes sería una descripción más adaptable. Se enfrentó a una disputa consigo mismo, vacilante entre besarlo para descubrir su sabor, su textura, si es de aquellos chicos que hacen ruiditos de placer mientras sus lenguas se balancean, degustándose. Pero al final gobernó su cordura, prefiriendo mantener la condición de sus bolas intacta.

No tenía ninguna duda de que él era del tipo de golpear cuando las palabras fracasaban en cumplir su cometido y, por mucho que le encantaría ser testigo de ello, preferiría que fuese con otro pobre bastardo que con él siendo el conejillo de Indias.

Entrar en el establecimiento repleto de piezas mecánicas le trajo una sólida noción de Deja Vu. Colgando su bolso de gimnasia desgastado sobre su costado izquierdo, comenzó a deslizarse por los pasillos, simulando estar revisando entre los estantes. Su intuición no lo decepcionó y sonrió al captar por el rabillo del ojo la silueta (muy proporcionada) que estaba persiguiendo.

Cuando se arriesgó a acortar a sólo un par de pasos más la distancia, se dio cuenta que el chico estaba en el medio de un ofuscado debate con alguien que, según logró deducir, estaba mofándose por su obvia incapacidad para seleccionar un repuesto que lo dejara feliz.

—“Pero, Ciel, por lo que más quieras...” — ah, así que Ciel era su nombre. Lion reflexionó tomarse unos segundos para anotarlo, su memoria lamentablemente era terrible, pero eso supondría detenerse de escuchar, así que se mantuvo atento —. “Si no lo haces de una vez, no saldrás de ahí hasta el mes que viene”.

—Erick — empezó y por el tono grave evidente en su voz, no estaba para nada calmado —. Eso fue lo que hice ayer y acabé con una un millón de veces peor que la que tiene ahora. No puedo simplemente tomar una al azar de nuevo.

—“Eso fue tú culpa, pollito. Si querías hacer lo que te recomendé, al menos debiste confirmar que estabas en la sección correcta, no en la dedicada a los androides de circo o casas embrujadas” — el supuesto Erick rió y la sonrisa de Lion se amplió al percatarse que Ciel estaba haciendo un puchero disgustado —. “¿Quieres una de mujer o de hombre?”

—No lo sé, es igual para mí — se encogió de hombros.

—“¿Bromeas?” — la voz del sujeto chilló —. “Si así fuera, ya habrías escogido una, Ciel”.

—Todo sería más sencillo si alguno de ustedes estuviese aquí para ayudarme — el pequeño fiero protestó entre dientes —. Pero no, ustedes tenían “asuntos” que atender — hizo el gesto de las comillas con los dedos, sin importarle que con quien estaba peleando no lo pudiera ver —. Y me dejaron solo y abandonado.

—En ese caso, yo podría auxiliarte.

Lion no se impresionó por el medio aullido - medio grito de Ciel, consecuencia de haber sido sorprendido, por segunda vez, con la guardia baja. Sin embargo, no tropezó o chocó contra alguno de los anaqueles como pasó anteriormente, salvando así al menos algo de su dignidad en el proceso. Cuando sus miradas se conectaron, no pudo definir si la rabia vencía en cantidad al asombro en los ojos castaño oscuro, fascinantemente profundos, de Ciel. Concluyó que lo mejor era retroceder, sólo un poquito, en caso de que algún súbito puntapié se estrellara “accidentalmente” contra su espinilla.

—¡¿Tú?! — Lion no pudo contener su sonrisa, aunque a su mascarilla se le agotara el oxígeno en ese mismo momento —. ¿Qué demonios estás haciendo aquí?

—“¿Qué?” — Erick consultó, la llamada todavía en curso en la pulsera rodeando la muñeca de Ciel —. “¿Quién, pollito?”.

—Estaba paseando por el Distrito y recordé que necesito un… Eh… Repuesto para mi sistema de depuración — dijo, como si efectivamente no lo hubiera planeado todo.

—Ajá — Ciel entrecerró los ojos, para nada convencido —. Y casualmente decidiste venir hasta aquí, ¿cierto?

—¿Algún problema? — inclinó la cabeza a un lado, fingiendo inocencia, pero muy consciente de que el movimiento logró que uno de sus mechones rubios se colara en su frente, reposando justo encima de su ceja perforada. Como sospechó, el pequeño fiero siguió el desplazamiento de los hilos rubios con la vista, antes de desviarla rápidamente de vuelta a sus ojos, temeroso de ser pillado —. No eres el único con derecho a comprar en este lugar.

—“Pollito, ¡¿qué está sucediendo?!” — Erick siguió demandando, exasperado por ser ignorado — “¡Ciel!”.

—Erick, te llamo luego — Ciel agregó, desconectando la señal antes de escuchar la réplica de su amigo —. Ahora, tú — señaló a Lion, con una ceja levantada —. Piensas que soy un crédulo, ¿no es así?

—No tengo idea de lo que estás hablando… Ciel — el chico separó tan grandes los párpados que sus irises se volvieron ridículamente pequeñas.

—¿Ahora también espías las conversaciones de los demás? — alzó las manos para frenar la objeción de Lion —. ¿Sabes qué? No importa, sólo aléjate de mí.

—Escucha — Lion suspiró, serio de repente —. Creo que hemos empezado con el pie equivocado. ¿Qué dices si presionamos el botón de Reset y probamos una vez más? — extendió su mano, tentativo pero confiado — Me llamo Lion.

—¿Estás jugando conmigo otra vez? — su entonación ya no demostraba enfado, sino cautela, pese a que observó su mano como si súbitamente fuera a crecerle un sexto dígito —. Porque me estoy cansando de tus maniobras para alterar mis nervios.

—No, te juro que estoy siendo completamente honesto — agitó los dedos, sonriendo ampliamente — Vamos, sabes que lo quieres — se rió cuando Ciel rodó con dramatismo los ojos.

—De acuerdo — murmuró, estrechando su mano en un firme agarre —. El nombre es Ciel, pero eso ya lo sabes.

—No me sé tu apellido — sugirió, esperanzado.

—Y tampoco te lo diré — soltándolo, sonriendo como la mierdita petulante que era —. Tal vez lo puedas averiguar espiando otra de mis conversaciones.

—No me preguntes cómo, pero sabía que dirías algo como eso — Lion resopló, entretenido aún en oposición a su mejor juicio — Ahora, ¿podrías decirme por qué te está costando tanto elegir una de esas caretas? — girándose hacia la repisa repleta de prototipos.

—Joder si tengo idea — Ciel se quejó, cruzándose de brazos —. No quiero adquirir una que sea mucho peor que la que ya tiene mi robot.

—¿La que está usando está tan mal? — frunció el ceño, imaginándose a un androide aterrador, todo pálido e inexpresivo o con colmillos sobresaliendo como los de las morsas, esos animales que vivían próximos al océano antes de extinguirse.

—Algo así — se encogió, estremeciéndose —. Me da escalofríos.

—Si me permites asesorarte, te propongo llevarte una con aspecto juvenil. Como aquellas… — apuntó hacia un grupo modelos, todos con rasgos delicados, dóciles y sumisos — Son flexibles, le quedan bien casi a cualquier esqueleto.

—¿Pero no se desfigurará una vez se la coloque? — Ciel arrugó la nariz —. Eso fue lo que me pasó con la otra. Se ven de un modo aquí, pero cuando se estiran, se desproporcionan. Es como si un lado de su cara se estuviera disolviendo con ácido — Lion rió ante la comparación, pero pudo relacionar mejor su renuencia a llevarse una sin estudiar bien su elección.

—Entonces tienes que llevarte una con nanotecnología incorporada — lo guio hacia el sector destinado a almacenar esos ejemplares —. Asumo que tu androide debe ser de los modelos actuales, ¿no? — Ciel asintió, sintiéndose un poco fuera de lugar — Eso lo explica todo. Los nuevos modelos no poseen el mismo armazón que los viejos. Eran más grandes, rústicos y puntiagudos. En cambio, estos son más delgados, con curvas y arcos para asemejarse más a los humanos.

—¿Estás seguro que estas no se alterarán cuando se la instale? — Ciel mordió su labio inferior lentamente, pensativo y ajeno a la mirada penetrante de Lion, que siguió el gesto con detenimiento.

—No, no — se vio obligado a carraspear para exclamar sin ese borde rasposo, manifestando el calor propagándose en su vientre —. Se adaptan automáticamente. Cuando la actives tendrá una apariencia gelatinosa y al acomodarla sobre tu androide, se estirará para amoldarse como un guante.

—Wow, sabes mucho al respecto — Ciel agregó, genuinamente maravillado.

—Algo así — Lion se encogió de hombros, alejándose con la evasiva de darle espacio y no interferir, cuando la verdad fue que escapó para que Ciel no notara el rubor rosa en sus mejillas.

El amor por la mecánica y la robótica era uno de sus secretos más resguardados. No era como si no tuviera la clase de intimidad con Sam como para serle honesto, pero en el fondo lo proyectaba como lo único propio que tenía el lujo de conservar.

Siempre que podía, leía sobre temas de computación, micro y nanotecnología, ciencia, dispositivos electrotécnicos, mecánica. Era un enorme entusiasta, con el deseo de quizás algún día tener el poder y el conocimiento para crear con sus propias manos una vida artificial.

¿Quién lo sabía? Hasta podría dejar de robar… Si es que Marshall no lo mataba antes, por supuesto. Veinte minutos después, estaba fuera del local, soplando el humo de su cigarrillo electrónico (una de las escasas cosas de las que pudo apropiarse sin hurtar o estafar), contando los segundos para que Ciel culminara con su transacción. Afortunadamente, no se embolsaron créditos extra, aunque Lion estimó que todo esto aconteció por la incompetencia del personal a la hora de aclarar el desconocimiento de sus clientes. No era de su incumbencia, pero sí un hecho remarcable. Cuando Ciel emergió de la tienda, llevando una bolsa de papel con su tan querida compra, se acercó a él, con una sonrisa tímida.

—Muchas gracias por lo que has hecho, Lion — levantó su premio con alegría —. Estoy muy emocionado, ya quiero comprobar cómo le queda.

—No es nada — sonrió —. Pero, hey, estaba pensando… Um — rascó su cuello, como un signo de repentino nerviosismo —. Tal vez podríamos intercambiar nuestros códigos y salir otro día — alzando la muñeca en la cual mantenía su brazalete digital para puntualizar.

—Algo así como… ¿Una cita? — Lion asintió, algo ilusionado —. Lo siento, no puedo.

—¿Por qué? — frunció el ceño, empujando lejos la puya de molestia enterrándose en sus costillas por el despido contundente — Es decir, creí que tú y yo…

—No jodo con tipos de mi edad — Ciel soltó como si nada y la mandíbula de Lion cayó abierta, atónito por la chocante admisión.

—Oye, es sólo una salida — se rió, sin una pizca de gracia —. No estoy alegando que no me gustaría llegar a ese punto, pero tampoco estoy diciendo que te quiero arrastrar en el primer hotel que se me cruce por el frente para follarte los sesos.

—Que linda imagen — Ciel ironizó —. Pero, de cualquier forma, no pasará — ante la mueca ofendida de Lion, se apresuró en aclarar —. No te lo tomes a pecho, no tiene nada que ver contigo. Es sólo que prefiero que mis pretendientes sean más… Experimentados — finalizó en un murmullo. No porque estuviera avergonzado, asimismo, no es como si lo profesara a los cuatro vientos.

—Te gustan mayores — Lion declaró y Ciel volvió a afirmar, así que sacó la banda de su bolsillo trasero para atar su cabello en una coleta, permitiéndose un intervalo para calcular apropiadamente su siguiente respuesta, en vez de explotar como una granada láser y arruinar el chance de poder persuadirlo en el futuro —. Está bien, ¿qué tal esto? — tomó una aguda respiración antes de proseguir —. Una cita, sólo una. Tú escoges cuándo, cómo y dónde. Joder, te dejo elegir hasta la ropa que debo vestir, pero al menos no me rechaces sin deliberarlo.

—¿Me estás diciendo que te vas a conformar con una sola cita? — Ciel le ofreció media sonrisa, una de sus cejas en alto.

—No, pero si la pasamos bien y te prometo que lo haremos — añadió con convicción —. Aceptarás que te invite de nuevo.

—¿Eso haré? — el mierdecilla pareció incluso más divertido que antes.

—Sí, porque verás lo encantador que puedo llegar a ser y caerás irreparablemente enamorado de mí — ambos rieron, pero Lion, temiendo no haber hecho suficiente, recobró la compostura —. Vamos, Ciel. No volverás a saber nada de mí si el resultado es distinto.

—¿Estás dispuesto a prometerlo? — Lion titubeó por un milisegundo, pero al estar entre la espada y la pared, cedió resignado.

—Lo prometo.

—De acuerdo — Ciel accedió a regañadientes, dictando su código para que Lion se comunicara luego con él —. No me llames, envíame un texto o un holograma y yo te responderé tan pronto pueda.

—No me dejarás colgado, ¿cierto? — reprochó con recelo, ocasionando que Ciel se riera.

—No, no lo haré. Puedes estar tranquilo — Ciel hizo señas a un taxi para que se detuviera, subiéndose con cuidado de no sentarse por desgracia arriba de la máscara de su androide —. Estaré anticipando tu mensaje, Lion.

—Puedes contar con ello, labios sensuales.

Ciel quiso mandarlo a la mierda por llamarlo así en plena luz del día y con tantos transeúntes circulando detrás de él, pero el automóvil ya estaba en marcha. Veloz, supo que Lion lo hizo a sabiendas que no iba a poder hacer absolutamente nada para vengarse, aunque inocente él si pensó que no lo haría cuando volvieran a encontrarse.

El muy imbécil hasta se despidió, agitando su mano en alto, con una sonrisa mostrando la hilera de dientes blancos, como si de un jodido comercial de pasta dental se tratara.

Maldita sea, desde ya comenzaría a rezar para salir libre de todo esto en caso de haber cometido un severo, terrible error.

* Sugar Daddy: Hombres y mujeres exitosos que saben lo que quieren. Están impulsados y disfrutan de una compañía atractiva a su lado. El dinero no es un problema, por lo que son generosos cuando se trata de apoyar a un bebé de azúcar.

* Viaje astral: la experiencia extracorporal, conocida comúnmente como viaje astral, es un concepto esotérico que define ese momento en el que nuestra consciencia deja temporalmente el cuerpo físico que ocupa de forma habitual.

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