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Capítulo 5 - La Tan “Dichosa” Cita N.° Uno (Parte I)

Viernes.

Un día como cualquier otro, con la diferencia de que significaba para la mayoría de los estudiantes salir a emborracharse hasta vomitar los riñones, no tener sensibilidad en las plantas de los pies, despertar con una terrible resaca la mañana (o tarde) siguiente y desperdiciar gran parte de los créditos abonados por sus padres en sus cuentas bancarias como si no les importara una mierda los sacrificios que se hicieron para obtenerlos.

Para Ciel, normalmente era así también, no lo iba a negar. Desbordaba sus encantos sobre algún atractivo pretendiente o se comprometía a despilfarrar veinte de sus valiosos minutos en internet, investigando exhaustivamente hasta que daba con un afortunado que cumpliera con sus exigencias y no fuera de esos con actitudes pegajosas, que le rogaran que se quedara a dormir o repetir en otro momento su sesión “folladora de sesos”, como tan dulcemente las había etiquetado Erick.

No, él no era de los que hacían lo de quedarse a dormir, sin importar cuánto le dolía el cuerpo después de un buen revolcón. Se despedía, siendo tan respetuoso y educado como consideraba correcto, pues no tan sutil a la hora de pedirles (o exigirles) que le pagaran el taxi que lo llevara de vuelta a su casa.

Basta decir que tuvo una muy mala experiencia en el pasado con un hombre que pensó, inocente o no, que luego de haber tenido sexo una vez, tendría el derecho de llamarle su Sugar Baby[1], acosarlo en cada movimiento que daba, vigilar hasta su jodida respiración e incluso insistir en presentarse formalmente con su padre.

Sí, eso no terminó como un hermoso cuento de hadas, con arcoíris, flores, ositos de felpa y toda esa mierda cursi.

Desde entonces, se aseguró de dejar bien en claro, tanto por textos como en vivo y en directo, que no había posibilidad alguna que eso sucediera. No era de los que entablaban relaciones, no era de los que estaban dispuestos a ser presentados como una maldita propiedad y definitivamente no, absolutamente NO, había repeticiones.

¿Era tan difícil de procesar? Él no lo creía así y gracias a las santas deidades no le volvió a pasar de nuevo un catastrófico episodio como ese.

¿En ese momento? Estaba angustiado. No sólo accedió a salir en una cita con Lion, pero también ese cretino con demasiada autoestima y personalidad insolente le propuso que, si todo salía viento en popa ese día, tendrían que rehacerlo. ¿Y él? No se molestó en contradecirlo o rectificarlo, rápido cayendo en cuenta que fue algo terrible, colosalmente estúpido, de hacer.

—¿Pero por qué carajos no le dijiste “joder, no” en ese mismo instante, pollito? — Erick se quejó, bebiendo un sorbo de su gaseosa de uva a través de la pajita antes de hablar —. ¿Qué diablos te pasó? Eso es lo primero que defines al aceptar salir con alguien. Siempre.

—No lo sé — Ciel lloriqueó, estampando su frente contra la mesa, teniendo la esperanza de que la respuesta llegara a su cerebro por arte de magia —. No lo sé. ¡No lo sé! — se enderezó y suspiró, enterrando los dedos en su cabello para tirar con fuerza —. Supongo que no tomé mi pastilla anti-estupidez ese día.

—Ahora estás atrapado — Erick negó con pesar —. Tendrás que cumplir y después se sentirá con la confianza para pedirte una tercera cita y cuando lo notes, ya estarán casados, tu embarazado mientras cuidas a tus otros seis hijos y él con un trabajo de mierda, tratando de mantenerlos a todos — Ciel abrió considerablemente los ojos, horrorizado, con la garganta obstruida y balbuceando como un pez —. Los dos serán miserables, yo me voy a desaparecer, porque no hay una jodida manera de que me convierta en el tío cuya libertad se arruine porque tenga que ayudarte a cuidarlos, entonces se divorciarán cuando…

—¡¿Pero qué mierda, Erick?! — Ciel lo pellizcó en el brazo, incapaz de sentirse mejor por el aullido agudo de dolor de su amigo —. ¿De qué carajos estás hablando? — gruñó, exponiendo los dientes como un perro rabioso —. ¿Y qué es esa mierda de que estaré embarazado? ¡Soy un hombre, maldición!

—La tecnología avanza con cada zancada que damos, pollito — Erick se encogió de hombros, indiferente ante la crisis nerviosa de Ciel —. Hoy tenemos penes y mañana, ¡pum! — haciendo giros con las manos, simulando una explosión —. Sale una nueva ley en donde todos tenemos que hacernos un cambio de género, operarnos para tener ovarios y úteros y ser máquinas reproductoras de bebés para salvar la humanidad.

—Erick — «puedes ir a la cárcel si lo matas, Ciel», pensó, utilizando esa oración como un mantra para no hacer algo de lo que podría arrepentirse después… Probablemente —. Tienes que dejar de ver tantas películas de ficción, van a freír las pocas neuronas sanas que te quedan — su amigo hizo un ruido, como si en realidad estuviera reflexionando al respecto —. Además, ¿cómo van a embarazar a todos esos hombres si ya no van a existir hombres como tal porque han sido transmutados en mujeres?

—Bueno, hay bancos de semen y…

—Hey — Mason se sentó frente a ellos, jadeando y con perlas de sudor en sus sienes, como si hubiera estado corriendo —. Ciel, ¿puedes explicarme de qué se trata todo eso de que tienes herpes y ladillas?

—¡¿Qué?! — Erick y Ciel chillaron al unísono.

—¿Quién diablos te dijo eso? — Ciel demandó, un escalofrío deslizándose por su espina dorsal.

—Me lo contó Julia en la clase de biología sintética — Mason se removió nervioso en el asiento —. ¿Qué diablos, Ciel? Creí que eras prudente y sabías velar por tu salud.

—¡Yo no tengo ni herpes ni ladillas, maldita sea! — de nuevo, gritó como si se encontraran en una linda pradera solitaria, en vez de la concurrida cafetería de la universidad —. ¡Erick, te voy a matar!

Un asalto de palmadas, patadas y puñetazos destinados a ocasionar tanto daño como fuera posible comenzaron a llover como una tormenta de relámpagos sobre Erick, quien hizo su mejor intento por defenderse. ¿Quién diría que su pollito era tan poderoso? ¿Cuándo creció tanto?

Suspiró con nostalgia al mismo tiempo que se agachó para esquivar una potencial bofetada que estaba seguro le causaría sangrado nasal. Todavía recordaba cuando su amigo tenía siete años y era todo chiquito (más que ahora), enclenque y llorón. Su lengua afilada y su ingenio para que se le ocurrieran insultos épicos era su mejor arma, que la mayoría de las veces lo metía en problemas peores, aunque ciertamente eso ya no era así.

Tuvo la intención de dejarse pegar como un saco de boxeo, al menos para darle un sentido de victoria a Ciel y menguar un grado su ira apocalíptica, pero eso le dejaría marcas muy feas y no podía conceder quedar como un monstruo desfigurado ahora que por fin había reunido las bolas para hablarle a Garret-Delicioso-White.

No podía hacer nada por los rasguños y esa muy dolorosa prueba de una mordida vengativa en su bíceps izquierdo, pero tenía el consuelo de que su cara seguiría intacta, hermosa, como siempre ha sido. No era presumido, simplemente así eran las cosas.

—Bueno, ya basta, ustedes dos — Mason intervino cuando ya no pudo soportar más, separando a un colérico y sofocado Ciel de un imperturbado y con huellas de guerra Erick —. ¿Entonces, no es verdad?

—¡Claro que es mentira! — Ciel chocó los zapatos en el suelo, como la rabieta infantil de un niño —. Erick dijo que esparciría el rumor, pero yo me alteré tanto que lo vociferé a los cuatro vientos como un imbécil total.

—Siempre tan agresivo — Erick chasqueó la lengua, sacudiendo la cabeza con aparente decepción —. Creo que debes inscribirte en una de esas terapias para el control de la ira, pollito.

—Lo que voy a hacer es enlistarme en clases de autodefensa, así romperé cada uno de tus huesos cuando me hagas enojar — Ciel rugió, las mejillas carmesíes por el enfado.

—Si es falso, entonces no hay que hacer un gran lío de ello — Mason ofreció, como si todo llegara a una solución, así como así y su reputación no estuviera en juego —. Empezó como un rumor, concluirá como tal.

—¿Quieres que me ponga sobre la mesa y de un anuncio público? — Erick ofreció, sujetando las muñecas de Ciel cuando se lanzó a estrangularlo —. Bien, creo que eso es un no.

—Tranquilízate, Ciel — insistió Mason, sonriendo cuando su amigo hizo un esfuerzo por obedecerlo —. Le diré a Julia que es mentira y créeme, ella se encargará de pasar el chisme. Para el lunes, ya nadie hablará de ello.

—Gracias — Ciel se rindió, con un puchero abultando sus labios —. Fue algo así como mi culpa, de todos modos.

—¿Ya lo ves? — Erick lo abrazó por los hombros, sonriendo como si hubiera ganado un premio —. Todo es más bonito cuando reconocemos nuestros errores.

—Voy a aprender brujería con el único propósito de lanzarte un conjuro para que nunca, jamás de los jamases, vuelvas a tener una erección y dures haciendo diarrea por meses — Ciel prometió, alejándose a brincos en la banqueta.

—El mundo puede ser un lugar tan cruel… — Erick resopló, con tristeza.

Más adelante, al atiborrarse con sus almuerzos como bestias famélicas, los tres retomaron sus deberes escolares. Ciel logró permanecer inmune a los embrujos atrayentes de Erick por exactamente tres segundos, antes de que los dos estuvieran bromeando y charlando sobre tonterías como siempre.

«El idiota sabe bien cómo alegrarme», pensó, reprendiéndose por ser tan blando. No iba a luchar contra ello, de todos modos. Habían sido amigos prácticamente desde que andaban en pañales, jugaban a la casita, perseguían a sus robots con destornilladores que hurtaban de la caja de herramientas del papá de Erick para desarmarlos, fingiendo ser legendarios guerreros cuando los alcanzaban para quitarles las piernas y utilizarlas como espadas, ya que no había árboles para disponer de sus ramas.

A medida que iban creciendo, ambos se recrearon con otro tipo de espadas, aunque esas eran de carne y había que estimularlas un poco para que se pusieran rígidas. No obstante, ese era un relato para otra circunstancia.

Cuando el aviso de que el periodo acabó se hizo eco en la gigantesca instalación, Ciel se encontró vacilante sobre lo que debía hacer a continuación. ¿Debería llamarlo? ¿Enviarle un mensaje? ¿Se vería muy desesperado si lo hiciera? Carajo, lo que tenía que hacer era dejar de volverse loco como un crío, ponerse bien los pantalones de adulto y guiar las riendas en todo el asunto.

Deslizando hacia arriba el portal holográfico en su brazalete, entró en la conversación que tuvo anoche con Lion y tipeó, con tanta determinación y vigor como pudo acumular.

[Oye, ¿vamos a hacer esto o no?]

Atrapó su labio inferior entre los dientes, expectante, juntando con firmeza las piernas para que sus rodillas dejaran de conmocionarse. Fue algo genial que se hubiera quedado en uno de los escritorios del aula vacía, ya que todos salieron como una estampida de rinocerontes sin mirar atrás, de lo contrario, tendría que ensuciarse en el nauseabundo suelo del pasillo.

No estaba objetivamente asqueroso, lo limpiaban cada hora, pero él tenía algo así como una ligera fobia a los gérmenes, lo cual era una de las peores aversiones que se podía tener en un lugar como La Estrella, en donde la higiene era un concepto extraño para el noventa por ciento de la población.

Oh, no… Sus axilas estaban transpirando. ¡Maldición! ¿Qué demonios le estaba tomando tanto tiempo en responder? Le mandó el mensaje a las diecisiete y veintidós y ya son las diecisiete y veintidós con treinta y tres segundos. ¡¿Qué carajos?! ¿Acaso lo dejó colgado?

Lo iba a asesinar, le iba a hacer en sufrir de tantas jodidas y retorcidas maneras. La catástrofe que condujo a la raza humana hasta casi su exterminio no se compararía a lo que él iba a hacerle a ese seductor, chocantemente sensual y caliente cretino. Lo iba a amarrar, a azotar con un látigo de cuero y púas afiladas, a poner pinzas en sus pezones, posiblemente su lengua estaría en algún punto involucrada, al igual que su polla… No lo sabía, tenía que decidirlo primero y entonces después…

Su buzón se iluminó y estaría avergonzado de lo veloz que fue en revisarlo si no fuera porque estaba allí solo.

@Cretino: [Buenas tardes para ti también, labios sensuales.] Si sonrió, nadie estaba ahí para ser testigo… Mierda.

[Te hice una pregunta]

@Cretino: [¿Ya han finalizado tus deberes?]

[Vaya, que considerado eres. Me conmueves.]

@Cretino: [Gracias, sé que soy un espléndido caballero.]

[¿Dejarás de dar rodeos o vendrás a recogerme?]

@Cretino: [Hmm, ¿el delicado señorito necesita transporte?]

[¿Pretendes que camine? Debes estar delirando.]

@Cretino: [Es ejercicio, puede que tu cuerpo lo aprecie.]

[¡¿Qué demonios insinúas con eso?!]

@Cretino: [Nada. Nada de nada. Absoluta y contundentemente nada. Muchas cantidades de nada, un enorme saco repleto de nadas. Nada por aquí y nada por allá, eso es.]

[¡Lion!]

@Cretino: [Estoy afuera, labios sensuales.]

[¿Quieres decir… Afuera de mi universidad?]

@Cretino: [¿Acaso hay otra en este hueco infernal?]

—Mierda… — Ciel murmuró, poniéndose de pie con un salto y corriendo hacia la salida —. ¡Agh, carajo! — juró cuando estuvo cerca de enfrentarse al clima nefasto sin su mascarilla para proteger sus pulmones.

El aire agitó sus mechones grises como ceniza cuando quedó expuesto, la oscuridad empezando a bañar los edificios con su manto de sombras, así como el frío gélido, que erizó los vellos de sus antebrazos y nuca. Escaneó la calle para averiguar si fue desalmadamente timado o si, en efecto, Lion estaba allí recogerlo.

Hasta que lo vio y su corazón realizó de nuevo ese brinco que le hizo fruncir el ceño, porque: ¿Qué diablos estaba mal con él?

Lion vestía unos sencillos vaqueros desgastados, un suéter negro cuello de tortuga de mangas holgadas, dobladas hasta los codos y unas botas militares que habían visto mejores épocas, su rubio flequillo atado en una coleta. En comparación a su simple camisa blanca de botones y a sus skinny jeans con unos tenis de trenza, el cretino estaba mejor vestido y eso… Lo dejó descolocado.

Además de que tenía sus gruesos muslos abrazando los costados de una motocicleta voladora, los tubos expidiendo ondas de calor, con aros de luces fluorescentes en tonos azules envolviendo los rines de las ruedas y un dragón tribal rojo pintado en la chapa reluciente del depósito de gasolina. Era vieja, no había que ser un experto para notarlo, pero no emitía humo negro o ningún ruido que revelara complicaciones graves con el motor.

«Se ve… Sexi», Ciel planteó en su mente, apartando lejos los celos que le provocó la visión del casco apoyado con descuido al nivel de su entrepierna. «Enfócate, maldita sea», se reprendió, avanzando como si tuviera grilletes de plomo en los tobillos, aunque en su rostro procuró no dejar en evidencia la turbulencia apoteósica que sus emociones tenían en su interior.

—¿Quieres que me suba a esa cosa? — atacó, mordaz, una ceja izada.

—Por supuesto — Lion sonrió, delatando un diminuto hoyuelo en su mejilla derecha —. Este será nuestro corcel — le dio un par de palmadas (con sus grandes y fuertes manos que para nada lo hacían babear... Cállense) al asiento —. Pensé que te gustaría.

—¿Qué te fumaste? — gruñó, con una irritación que no podía garantizar sentir realmente —. Es atroz — para su gran consternación, el canalla se rió, enseñando la nuez de Adán al dejar caer hacia atrás la cabeza (que para nada se veía apetitosa… ¡Cállense!).

—Vamos, labios sensuales — Lion animó, ignorando de plano la mirada asesina que obtuvo al pronunciar el apodo —. Deja de ser tan testarudo y sube ya, no quiero que tus padres llamen a la policía si llegas tarde a casa.

—Soy bastante grandecito como para tener toque de queda — ante el escrutinio fijo y poco convencido de Lion, agregó: —. Cállate, sabes a lo que me refiero, imbécil.

—Sí, sí — un casco más pequeño que el del piloto le fue ofrecido y lo aceptó, aunque no muy feliz por ello —. Me gustaría quedarme a charlar aquí, pero tenemos una cita esperando por nosotros.

—Estoy tan emocionado — su tono plano y seco, Lion riéndose otra vez de él.

Afortunadamente, el protector le calzó como anillo al dedo y cuando pasó la pierna por encima del vehículo, nada pudo haberlo preparado para la proximidad apretujada con la que se enfrentó al cuerpo opuesto. Al duro, abrasador y robusto cuerpo.

La vibración debajo de él debido al propulsor tampoco hizo que la sencilla tarea de reprimir su excitación fuera un triunfo, su pene oprimiendo ese culo firme y sólido. Maldición, nunca antes había estado en esta situación, sin importar lo apuestos que hayan sido sus conquistas, amarrar su libido para no perder el control y dejarse dominar por las hormonas había sido pan comido.

Hasta ese momento.

¿Pero, por qué? ¿Qué es lo que tenía Lion que eclipsaba a todos los demás? No había forma de llegar a la raíz del aprieto a menos que hiciera justamente lo que estaba tan renuente a hacer: pasar tiempo con él.

Y si eso no era una mierda, no sabía qué otra cosa era.

—Agárrate bien, labios sensuales — sin paciencia para una objeción que claramente llegaría, cogió las manos de Ciel para hacer que cubrieran su cadera y… ¿Acaso eran esos abdominales? ¡Mierda! —. No querrás caerte.

—Te arrancaré las orejas si eso pasa, Lion — la risa del nombrado retumbó desde su pecho hasta su estómago y eso no afectó en nada a Ciel, claro que no —. Más te vale no dejarme caer.

—Que ni los mismos Dioses lo permitan — Lion resopló con burla, colocándose el casco y quitando el seguro de la motocicleta para embestir.

La Estrella estaba sumergida en el auge de centelleantes tonalidades, divulgando las juergas que se estaban celebrando y zumbidos de la gente conglomerada afuera de los clubes, con bebidas a medio consumir, polvos de dudosa procedencia y arrastrando las palabras por el coma inducido por el alcohol en sus torrentes sanguíneos.

Captó siluetas en varios callejones, sin querer saber qué era lo que estaban haciendo allí en primer lugar, pero en algo tenía que centrarse para distraerse de Lion. El maldito a veces contraía los músculos sin el pretexto de tener que tomar una curva o estacionarse bajo un semáforo, como si supiera que Ciel podía sentirlo con escalofriante detalle.

No se relajó, no pudo. No sólo por el miedo a ser derribado y rodar como una pelota por el pavimento, también porque estaba contando ovejas, elefantes, perros, gatos y hasta malditos dinosaurios para hacer que su pene se comportara y no lo humillara, clavándose en el coxis del conductor.

El viaje transcurrió, los kilómetros aumentaron y no tuvo idea de hacia dónde se dirigían. Lo cual fue muy estúpido, desproporcionadamente insensato, sobre todo porque no lo conocía tanto como para saber que no lo estaba llevando a algún garaje abandonado para violarlo, usar sus intestinos como un bonito collar o hacerse una corona para proclamarse como una especie maquiavélica de rey perteneciente a un culto satánico.

«Oh, mi Dios… Voy a ser violado», cerró los ojos y oró. Sí, algo que no había hecho desde… Nunca, pero no era demasiado tarde para empezar, ¿verdad? Pronto, su subconsciente registró el hecho de que se habían detenido y él estaba tiritando, aunque nada tenía que ver con la frialdad del anochecer. Sus manos estaban en puños, aferrándose al material del suéter de Lion.

—Cie…

—¡Por favor, no me violes! — gritó, aterrado, aunque su voz se vio amortiguada por el plástico acolchado que vendaba su cabeza.

—¿Qué? — Lion dijo, mitad asombrado y mitad divertido —. ¿Violarte? ¿De qué hablas?

—¡Soy muy joven para morir! — rogó. Sí, rogó. Creyó que, a estas alturas, no tenía nada que perder —. ¡Además, he bebido mucha cerveza y ron y whisky, llevo una horrible dieta de cosas dulces y grasosas y chatarra, así que mis intestinos no se verán para nada bonitos si los usas como un collar o para hacerte una corona para autoproclamarte rey de un culto satánico!

¿Y Lion? Se rió. Sería más acertado decir que se carcajeó, alto y claro como el agua purificada o los rayos del sol. Ciel lo sintió temblar por todas partes, porque aún se rehusaba a soltarlo, sólo en caso de que lo sorprendiera con un cuchillo de carnicero o una pistola láser apuntando a su nariz.

Y a él le gustaba mucho su nariz. Era pequeña, compacta, sin acné como muchos de sus compañeros del instituto y estaba en punta, justo en el centro de su rostro. Quería conservarla, muchas gracias.

—¿Qué clase de escenarios te has estado imaginando todo el rato? — con gentileza, Lion lo instó a liberarlo, subiendo la visera del casco para que pudiera verlo y… ¿Cuándo se bajó de la moto? ¿Y por qué sus ojos tenían que lucir tan jodidamente brillantes? —. Deja de enloquecer y echa un vistazo.

—Oh… — fue lo único que elocuentemente pudo agregar.

Porque: wow, era un parque de atracciones.

¿En dónde estaban los adoradores de satanás con túnicas e incienso, leyendo conjuros de un libro con la cubierta hecha de piel humana y hojas agrietadas que crujían cuando las pisaban? Esto era remoto del cuarto sin ventanas, velas negras y sangre de cerdo cubriendo las paredes que se suponía iba a representar su triste final.

Esto era… Agradable. Los reguladores de temperatura bordeaban los límites del área, para que la gente pudiera deambular sin temor a convertirse en cubos de hielo andante. Había niños, familias enteras, de hecho, disfrutando de la hermosa velada. Todo deslumbraba, incluso los androides resguardando los juegos o los vendedores de los incontables puestos de comida visibles por doquier.

Su boca se hizo agua cuando vio algodón de azúcar. Desde hace muchos años que no probaba uno y casi podía sentir ese manjar esponjoso derritiéndose en su paladar.

—Oh — reiteró, pero era lo mejor que podía decir.

—Nada horripilante, ¿eh? — Lion sonrió con suficiencia, complacido por su reacción.

—Está… Bien — carraspeó, colocando el mejor gesto de “no me impresionas” en su rostro, aunque Lion (alias: El Cretino) no se tragó su actuación.

—Puedes ser honesto, labios sensuales — se encogió de hombros, con esa sonrisa idiota y listilla aun tirando de las comisuras de su boca —. Nadie te va a juzgar. De hecho, serás recompensado si lo haces.

—¿Recompensa, dices? — quiso darse una patada por mostrarse emocionado, así que rápidamente lo disfrazó —. No sé por qué piensas que eso dará resultado.

—¿Entonces debo simular que no estabas salivando por esos algodones de azúcar? — Ciel emitió algo así como un chirrido enojado.

—¡No hice tal cosa! — en su apuro por desprenderse del casco y usarlo como proyectil para herir de seriedad a Lion, para su gran consternación, su meticuloso peinado (para el cual no había pasado media hora frente al espejo. Pff, claro que no) quedó hecho un caos y, por supuesto, Lion no lo dejó pasar.

—Woah, woah. ¿Tienes a una familia de aves viviendo allí? — su copiloto de sangre caliente rugió, como Lion sabía perfectamente que haría y se mofó antes de ponerse a la defensiva para atajar una bola de cañón (porque, en serio, estimó que subestimar la fibra de Ciel debido a su estatura no sería nunca aconsejable) antes de que lo dejara con los testículos hinchados como una toronja.

—¡Deja de burlarte de mí! — lloriqueó, aplanando lo mejor que podía los mechones rebeldes y Lion en realidad se sintió algo mal, quizá sí se pasó de la raya — Eres un idiota.

—Lo siento — suspiró, bloqueando los cascos en los manubrios de la moto para que no se los robaran (oh, la ironía) y se acercó con cautela a Ciel —. Me comporté como un patán, lo admito y me disculpo por ello — para su suerte, un atisbo de sonrisa lo bendijo a cambio —. ¿Qué dices si pulsamos el botón de Reset y lo intentamos otra vez?

—Eso no te va a sacar de líos siempre, ¿lo sabes? — pero, aun así, Ciel aceptó la ofrenda de paz, estrechando su mano con tenacidad —. No acostumbro a ceder tan fácil.

—Dijiste eso la vez anterior — Lion sonrió, haciendo un guiño hacia el paisaje a su espalda —. Vamos, aún tengo que darte la cita más grandiosa que jamás hayas tenido.

Y oh, chico... Vaya que lo fue.

[1] Persona que recibe mentoría, apoyo monetario, así como obsequios u otros beneficios (o recursos) por participar en una relación.

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