Capítulo 2
Ya. Podría pasar, ¿verdad? Lo tengo en mis manos, ¿no? Como buen cobarde me había protegido, te lo había advertido. Te dije.
Así que fue un poco como intentar limpiar tu conciencia, ordenar tu culpa. Como todavía no podía vivir plenamente mi vida universitaria normal, había advertido a quienes me rodeaban que mi pasado tormentoso me había convertido en cierto modo en un soldado siempre a la defensiva.
Sólo funcionaba bien cuando no pasaba nada, cuando pasaban estas cosas, aunque dijeran que entendían, en realidad nunca entendieron al cien por cien.
Me pellizqué nerviosamente el borde de la camisa y traté de dejar que esos pensamientos negativos que se habían alojado en mi cabeza se me escaparan. Ser una mejor persona fue mucho más difícil de lo que imaginaba.
La multitud del cambio de clases nos obligó a aplastarnos contra la pared esperando que el flujo disminuyera. Una gran cantidad de estudiantes se movían como un enjambre de abejas de un área de casilleros a otra y luego desaparecían en las esquinas o dentro de las aulas.
Beth se giró hacia mí, con el rostro sonrojado y una expresión emocionada que la hacía más divertida de lo habitual. -Es él- chirrió, agarrándome por la chaqueta y balanceándose histéricamente.
Él. El famoso él. Se me escapó una sonrisa.
Tres meses de poner un pie en Missan College, tres meses de Beth babeando detrás de él peor que un cachorro.
Me volví justo a tiempo para ver al señor Lattner cruzar el pasillo justo delante de nosotros. No era de nuestra sección pero sabía hacerse notar incluso sin quererlo. Otro profesor de matemáticas. Casi se sintió como una maldición. Un escalofrío me recorrió. Quizás porque era el material que más odiaba o quizás porque parecía un modelo en todos los aspectos. Lo que estaba haciendo en Missan College sólo él lo sabía. Se desperdició en un lugar como ese.
Estaba constantemente rodeado por una masa de alumnas que, por una razón u otra, lo escoltaban de una parte del instituto a otra. Todos radiantes, sonrientes, disponibles. Parecían colgarse de sus labios, se reían de todo lo que decía, hacían preguntas sobre el tema sin el menor interés pero única y simplemente para poder quedarse con él un rato más.
Era tan obvio que los enfermó.
Siempre vestía trajes elegantes y gafas de forma ovalada que le daban ese aire guapo, inteligente y aristocrático. Más alto que el hombre estadounidense promedio, con una constitución bien formada, cabello negro peinado hacia atrás y dos piedras preciosas azules escondidas detrás de gruesas lentes graduadas.
Tenía la costumbre de ajustarse la corbata y subirse las gafas hasta la nariz, tocándose de vez en cuando la nuca para asegurarse de que la coleta no se había soltado: su cabello siempre caía prolijo hasta los hombros, atrapado por el gel en lo que yo llamaría un peinado refinado pero inusual. Siempre mostraba una sonrisa circunstancial, de esas cordiales pero vacías. Cada vez que lo veía me daba la idea de alguien inaccesible, inalcanzable, completamente perdido en un planeta a miles y miles de años luz de distancia.
Además, era joven. Demasiado para pasar el rato en un lugar repleto de alumnas hambrientas de sexo y con hormonas.
"Dios, es tan genial." Beth puso mi mano en su corazón, pateando y tocando su pecho como si alguien hubiera puesto un hámster debajo de su camisa. Este lado romántico de ella me hizo sonreír. Parecía verdaderamente enamorada aunque nunca le habló. Uno de esos enamoramientos impronunciables, que quedan grabados en el corazón incluso después de años. Un recuerdo para contar a tus hijos a modo de anécdota divertida.
-Tiene veintiséis años, ¿lo sabías?- Susurró Eve, siguiéndolo con la mirada hasta que desapareció dentro de un salón de clases. -Dicen que esta es su primera cátedra permanente.-
Beth asintió, con los libros presionados contra su pecho. -Lo escuché de Jane, la de la sección C. Lo tiene como profesor… ¡qué envidia!-
-¿Jane está en la C? ¡Oh Dios… entonces está en la clase del que se le declaró!-
-¿Qué? ¿declarado? ¿Pero de qué estás hablando?- La voz estridente de Beth resonó en el pasillo ahora vacío, algunas cabezas se giraron para mirarnos con curiosidad. Sin prestar atención a las nuevas miradas atraídas, nos dirigimos hacia la salida y ellos continuaron hablando groseramente sobre el Sr. Lattner. No era de los que interactuaban mucho, prefería escuchar, así que simplemente los seguí en silencio. Además, yo ni siquiera sabía quién era Jane, a diferencia de ellos. Sin mencionar que los chismes nunca me habían excitado tanto.
-¿No lo sabías? Dios , Beth...todo el mundo habla de eso.- Eve se tapó la boca ahogando una risa. - Parece que uno de la sección C le ha salido a Lattner. Evidentemente fue rechazada pero esta anécdota dio valor a muchas otras y... parece que últimamente Lattner ha estado recibiendo declaraciones pisándole los talones.-
-O. Dios mío.-
Puse los ojos en blanco hacia el cielo. Era desconcertante cómo mis compañeros lograban aferrarse a los chismes como si toda su vida dependiera de ello. Se llenaron la cabeza con eso y no parecía importarles nada más. Fue en esas ocasiones que me sentí como pez fuera del agua.
Alguien me salve. Que alguien me saque de aquí. Mátame.
-¿Podemos ir a fumar? Gracias. El cigarrillo que colgaba de mis labios pareció protestar en lo que era más bien un patético gruñido abstinente.
Beth se volvió hacia mí. Tenía las mejillas rojas y sonreía de oreja a oreja. Estaba seguro de que la película excepcional y completamente infundada en la que ella, claramente la protagonista, se declaraba ante Lattner para recibir la única respuesta positiva entre muchas, ya había pasado mil veces por su cabecita. Quizás la película incluía una marcha nupcial, un anillo, París e incluso dos niños prestados. -Roberto, ¿nunca piensas en los chicos?-