Esa sonrisa de idiota
Pasaron los días más trabajados de mi vida en el departamento de Adam y en la universidad, pero todo cambió cuando me notificaron en el banco que mi tarjeta había sido cancelada y, para complicar aún más las cosas, este mes papá no había pagado la colegiatura.
Frustrada y sin opciones, me dirigí a la casa de mi padre. Emir Rivas es uno de los empresarios más importantes, pero también es un perro en los negocios. Es todo lo que odio en el mundo.
—¿Por qué cancelaste mis tarjetas? —exigí al llegar, con la voz cargada de enojo.
—Ya no vives conmigo y pretendes que te siga manteniendo —respondió él con frialdad, como si la conversación no le importara en lo más mínimo.
—Papá, necesito que me ayudes, al menos con la colegiatura —dije, tratando de mantener la calma a pesar de la rabia que sentía.
En ese momento, Mateo, el pequeño de ojos azules y cabello castaño, salió corriendo hacia mí. Me abrazó con fuerza. Él es mi completa debilidad, lo único que me queda de mi madre fallecida.
—¡Hermana! —dijo Mateo con alegría, su pequeño rostro iluminado por una sonrisa.
—Hola, Mateo —dije suavizando mi tono mientras lo acariciaba—. Te extrañé mucho.
Mi padre observó la escena con desdén, pero no pudo evitar mostrar una leve expresión de ternura al ver a Mateo.
—No puedes seguir viviendo aquí solo por el niño —dijo Emir, mirándome con dureza—. Tendrás que encontrar una solución por ti misma.
—Lo haré —respondí con determinación—. Pero no esperes que olvide esto.
—Alicia, no te daré un peso más y no puedes seguir viendo a Mateo, a menos que cambies tu actitud —dijo mi padre con frialdad, su voz cortante como un cuchillo.
Me quedé helada por un momento, pero no podía dejar que mi rabia me venciera. Cargué a Mateo en mis brazos, sintiendo su pequeño cuerpo cálido contra el mío. Le di un beso en la mejilla, tratando de transmitirle todo el amor que sentía.
—Estás hermoso, mi amor —le susurré, mientras lo abrazaba con fuerza, ignorando por completo la presencia de mi padre.
—Ally, te extraño mucho —dijo Mateo, sus ojos brillando con sinceridad—. Yo quiero que vivas aquí conmigo.
—Yo también, bebito hermoso —le respondí, con una sonrisa que apenas lograba esconder mi tristeza.
—Entonces debes casarte, Alicia —replicó mi padre, con un tono de voz que no dejaba lugar a dudas.
—Nos vemos, Mateo. Te juro que muy pronto volveré —le aseguré, con la voz temblando un poco mientras me dirigía hacia la puerta.
Al salir de la casa de mi padre, me percaté de alguien que bajaba de una camioneta estacionada frente a la entrada. Era un hombre rubio, con ojos verde esmeralda, muy atractivo, al menos diez años mayor que yo. Pero no tenía tiempo para distraerme con él, así que lo ignoré por completo.
—¿Nos conocemos? —me preguntó, su voz llena de curiosidad.
—No sé ni me importa. Esfumáte —le respondí, con el tono más cortante que pude.
—Tienes un humor terrible, cariño —comentó él, con una sonrisa que no lograba ocultar su diversión.
—Cariño tu abuela —le respondí secamente, mientras me alejaba, sin darle más importancia.
—¿Por qué tienes que ser así? —me llamó, casi sorprendido por mi actitud.
—No tengo tiempo para tus juegos. —me detuve un momento para mirarlo, mi paciencia se agotaba—. Tengo problemas más grandes en este momento que lidiar con desconocidos.
—¿Desconocidos? —dijo él, avanzando hacia mí—. Bueno, soy Gabriel. A lo mejor no te interesa ahora, pero si alguna vez necesitas ayuda, búscame. No me gusta ver a alguien en tan mal estado.
Lo miré de arriba abajo, con una mezcla de desdén y cansancio.
—No necesito tu ayuda, Gabriel —le contesté, girándome para seguir mi camino—. Solo necesito encontrar una solución a mis problemas, y tú no estás en mis planes.
—Tienes un carácter fuerte, lo reconozco —dijo él, con una sonrisa socarrona—. Pero cuidado, no todos estarán dispuestos a soportarlo.
Seguí caminando, sin volver a mirarlo, y me dirigí hacia la camioneta. Mi mente estaba ocupada en las preocupaciones del día, y no iba a permitir que alguien, por atractivo que fuera, me distrajera de mis problemas. Mientras me alejaba, oí sus últimos comentarios a lo lejos.
—Cuídate, Alicia. Y si algún día necesitas algo, sabes dónde encontrarme —dijo Gabriel, su voz quedando atrás.
Me subí a mi camioneta y me dirigí al departamento de Adam, decidida a resolver mis problemas y sin espacio en mi mente para nada más.