Hijos de Lilith
Mientras Kathleen llevaba a cabo su venganza con precisión meticulosa, entre sus hermanos demoníacos comenzaban a circular rumores. Se decía que ella se estaba volviendo débil debido a la cantidad de tiempo que pasaba entre los humanos. Aunque sus hermanos no conocían a su madre, sabían bien que eran lilim, descendientes de Lilith, la primera mujer que desafiaba las órdenes divinas. Y así como los humanos eran creados a imagen de Dios, los lilim eran reflejos de su madre.
Este murmullo de debilidad no era una simple charla ociosa. Kathleen, sin ser consciente de ello, estaba siendo cuidadosamente evaluada por sus acciones. Los ancianos demoníacos querían determinar si sus acciones eran justas o si, por el contrario, merecían un castigo por mostrar una debilidad inadmisible ante un humano, algo que ellos consideraban inaceptable. Sin embargo, esta percepción de debilidad no era del todo cierta; en realidad, Kathleen mantenía un control férreo sobre sus emociones y su propósito.
Al regresar a su elegante y oscura morada, Kathleen inmediatamente percibió algo fuera de lo común. Un aroma diferente flotaba en el aire, un indicio claro de que alguien más había estado allí. Este intruso no era un visitante inesperado; en lo profundo de su mente, sabía que alguien vendría. El aire estaba cargado de tensión y anticipación mientras avanzaba con pasos silenciosos pero decididos, preparada para enfrentar lo que sea que le aguardara en las sombras.
La intrusión no la tomó por sorpresa, sino que confirmó sus sospechas. Kathleen siempre había sido consciente de la vigilancia constante de sus hermanos y de los antiguos demonios que supervisaban su linaje. Sabía que cada acción era observada y juzgada, que cada movimiento podía ser interpretado como una señal de fortaleza o debilidad. Al entrar en su hogar, la sensación de ser observada se hizo palpable, y supo que el mo-mento de la confrontación había llegado.
Kathleen se preparó mentalmente, reuniendo toda la fuerza y determinación que tenía. Sabía que debía demostrar que no había cedido a la debilidad humana, que su tiempo entre ellos no la había debilitado, sino que la había hecho más astuta y poderosa. Y así, avanzó, lista para enfrentar a su inesperado visitante, sabiendo que su futuro dependía de esta confrontación.
Kathleen: ¿Qué pensarían los demás ángeles si supieran que la mano derecha de dios visita un demonio?
Amenadiel: ¿Qué pensarían los demás ángeles y los demonios si se enteran de que un demonio ha sido débil con un humano, para ser especifico un hombre que ni siquiera es virgen? _ respondió Amenadiel desde una esquina donde se mantuvo en silencio hasta que Kathleen lo descubrió.
Kathleen: no he sentido debilidad por nadie ni siquiera por la mismísima Lilith _ recalcó mientras por dentro ardía de ira.
Amenadiel: En tus acciones podemos ver algo diferente a lo que dices.
Kathleen: Mi fin justifica los medios.
Amenadiel: Eso espero, no quiero verme involucrado en-tre dos bandos _ contesto mientras se alejaba dejando a Kathleen con la palabra en la boca.
Aquella conversación dejó a Kathleen con mucho en qué pensar. ¿Acaso él tenía razón? ¿Cómo había surgido aquel rumor tan absurdo? Estas preguntas rondaban su mente, generando una inquietud que no podía ignorar. Con tantas dudas arremolinándose en su interior, decidió visitar a aquel hombre que se había convertido en el epicentro de su conflicto.
Eran las 9:30 p.m. cuando Kathleen se materializó en el sueño de su víctima. En la quietud de la noche, lo observó detenidamente, analizando cada detalle de su presencia mientras yacía en el reino de los sueños. Durante un buen rato, sus pensamien-tos oscilaban entre la frustración y la contemplación. Se pregun-taba si realmente estaba perdiendo el tiempo con este hombre. A fin de cuentas, no era más que un simple humano, cuya exis-tencia había transcurrido a lo largo de 40 años.
Para Kathleen, esos 40 años parecían suficientes para que un humano viviera lo que debía. En su opinión, la vida humana tenía un límite, y más allá de los 50 años, los seres humanos se convertían en poco más que estorbos. No veía la necesidad de esperar tanto tiempo para acabar con él. Su percepción de la mortalidad y el valor de la vida humana era implacable y calculadora.
Mientras lo observaba, Kathleen reflexionaba sobre su propia naturaleza y los rumores que la rodeaban. ¿Podría ser que su tiempo entre los humanos realmente la estaba afectando? La duda se asentaba en su mente, desafiando su convicción. Pero al mirar al hombre frente a ella, vulnerable y ajeno a su presencia, reafirmó su creencia en la futilidad de su existencia. En su mundo, la debilidad humana era una herramienta, un medio para un fin que ella controlaba con maestría.
La visión de su víctima, sumergida en el sueño, era un recorda-torio de la fragilidad de la vida humana y de su propio poder sobre ellos. Mientras se inclinaba sobre él, contemplando su destino, Kathleen se decidió a no dejar que las dudas nublaran su juicio. El tiempo del hombre estaba llegando a su fin, y ella, como siempre, tenía el control absoluto sobre su destino.
Kathleen: ¿me extrañaste? _ le pregunto con voz seductora, mientras lo seducía.
_Bastante, necesitaba tanto volver a tocar tu piel.
"Qué fácil," pensó Kathleen mientras sus labios se curvaban en una sonrisa de satisfacción. Empezó a besar el lóbulo de su oreja, mientras sus manos acariciaban suavemente su piel, explorando cada rincón con una mezcla de delicadeza y posesión. Sus labios se desplazaron lentamente hacia su cuello, dejando pequeños mordiscos que hacían que él se excitara cada vez más. El roce de su lengua contra su cuello lo hacía estremecer, y pronto su hombría estaba completamente erecta. Kathleen se sentía intensamente excitada al ver a aquel hombre retorcerse bajo sus caricias y besos.
Sin perder más tiempo, descendió hacia su hombría, rodeándolo con su boca y haciendo que cada lamida fuera más intensa y provocativa. La sensación de control y poder que tenía sobre él la excitaba profundamente. Cuando sintió que él estaba listo, se colocó encima de él, introduciendo su hombría en su propio paraíso. Sus manos se posaron en su cuello mientras sus labios buscaban los de él, entregándole pequeños mordiscos que intensificaban el deseo.
Sus movimientos comenzaron a aumentar en intensidad con cada gemido que escapaba de sus labios. En un giro de roles, este ser humano la bajó de su regazo, colocándola de espaldas mientras la penetraba con una pasión descontrolada. Sus manos tiraban de su cabello y le daba fuertes nalgadas que solo aumentaban su excitación. La intensidad del momento era palpable, cada embestida, cada toque, los llevaba a un punto de éxtasis casi insostenible.
Al sentir que estaba a punto de alcanzar el clímax, él la puso de rodillas, guiando su miembro hacia su boca. Kathleen, con una mezcla de deseo y sumisión, comenzó a succionar con fervor, mientras su fluido caía en su boca y cara, marcando el final de un encuentro que, aunque pasajero, había dejado una huella indeleble en ambos.