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El despertar del mal

Su cuerpo estaba completamente desnudo, tan suave y puro, era tentador de una manera que trascendía lo físico, como esos ojos marrones y profundos que parecían contener un universo en su interior. Eran ojos que no solo observaban, sino que absorbían, invitando a quienes se atrevían a mirarlos a sumergirse en una oscuridad insondable. Cada parpadeo de esos ojos parecía encerrar un misterio aún por descifrar, una promesa de secretos escondidos en las sombras.

Mientras hablaba, su voz tenía una cadencia hipnótica que lo acercaba a su víctima, como un hechizo que se tejía en el aire. La víctima, atrapada por la intensidad de la mirada, no podía apartar los ojos, no podía evitar sentirse arrastrada hacia un abismo donde la realidad se desvanecía. Todo lo que lograba ver era la inmensidad de esa oscuridad envolvente, mientras en el centro de ese vacío, el hermoso ser irradiaba una luz única y cautivadora.

Era un contraste asombroso: en medio de la oscuridad total, ese ser brillaba con una luminosidad que parecía desafiar la misma naturaleza del entorno. La presencia de ese ser tenía una cualidad magnética que atraía y fascinaba, desafiando la lógica y la razón. La víctima se encontraba inmersa en un estado de fascinación absoluta, incapaz de comprender cómo era posible que algo tan radiante pudiera surgir de la penumbra que lo rodeaba. El hechizo de la luz y la oscuridad se entrelazaba en una danza irresistible, atrapando su alma en un cautiverio del que no deseaba escapar.

Estando justo frente a su rostro le dijo:

_ Kathleen: Reprimir el placer y el pecado solo hace que estos crezcan con cada esfuerzo por alejarlos, acumulándose en una intensidad incontrolable. Por eso, hoy quiero demostrarte la magnitud del deseo que has avivado tanto en ti como en mí. Cuando finalmente te enfrentes a lo que tanto anhelas, no habrá retorno posible a lo que conocías antes. Tu cuerpo se convertirá en mi dominio absoluto, y tus pensamientos estarán sometidos a mi voluntad. Déjate llevar por el momento, no te impongas restricciones. Permíteme mostrarte lo que sucede cuando te entregas sin reservas, cuando abandonas todo control y te sumerges en el abismo del deseo. Un solo beso, y todo lo que has guardado en tu interior será mío para explorar y dominar. No habrá espacio para la duda, ni para el arrepentimiento. Solo existe el aquí y el ahora, donde te invito a experimentar el éxtasis de la entrega total.

Este simple y débil humano no fue capaz de darse cuenta de que estaba siendo víctima de un ángel que solo lo destruiría como un demonio sin piedad, sin consuelo ni amor, solo con el rencor y la pasión por lo prohibido que en ella existía.

Incapaz de resistir el impulso, comenzó a explorar su piel, tan suave y hermosa como un paraíso desconocido para él. Cada caricia era un descubrimiento, cada beso una elevación hacia un éxtasis inexplorado. Sus labios, cálidos y seductores, lo hicieron sentir como si estuviera volando, suspendido en un éxtasis que desafiaba toda lógica. Su cuerpo se erizó en una sinfonía de placer; no había marcha atrás, estaba sumergido en una pasión tan intensa que deseaba que el momento durara para siempre.

A medida que se adentraba en el paraíso de su ser, el mundo exterior se desvaneció completamente, dejando solo a ella y a él en un universo compartido de deseo y entrega. Dentro de ella, su mente se enfocaba únicamente en la diosa que poseía, en la sensación indescriptible de placer que inundaba cada rincón de su cuerpo. Era un placer que desbordaba las palabras, una experiencia tan pura y visceral que desafiaba toda expresión verbal.

A punto de alcanzar el clímax, se preparaba para el momento culminante cuando Kathleen envolvió sus piernas alrededor de él, atrapándolo en un abrazo intenso. Mientras él estaba a punto de explotar en éxtasis, ella comenzó a succionar su cuello y acariciar su cabello, intensificando la experiencia hasta que él no pudo contenerse más. Con un último impulso, liberó su líquido dentro de ella, el placer desbordando de manera incontrolable.

Al alcanzar el final, se quedó allí, deseando que el tiempo se detuviera, que el momento de éxtasis durará eternamente. Sin embargo, ignoraba que, con cada eyaculación, con cada orgas-mo, ella no solo lo había absorbido en un torbellino de placer, sino que también se estaba apoderando de una parte de su ser. Poco a poco, ella se alimentaba de su alma, cada momento de dicha compartida incrementando su dominio sobre él.

Al despertarse este estaba muy agitado, con el cuerpo lleno de sudor frio caliente, no podía levantarse y su mirada estaba nublada. Él estaba convencido de que aquel sueño había sido el sueño más extraordinario que alguien pueda tener.

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