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Ajuste

3

—¿Todo está listo, Ana?—mamá preguntaba desde la alcoba, hoy era el día en que me tocaba marchar hacia California y mis padres exageraban demasiado, como si al tal era un viaje sin retorno.

—Espera un momento—le dije mientras metía todo en mi pequeña maleta y en un bolso de mano de color café, no tenía la gran cosa en cuestiones a ropa, no era la típica chica que se caracterizaba por vestimentas provocativas y esas cosas... yo, era a la antigua, mejor, de esa forma pasaba desapercibida de esas miradas morbosas.

El día estaba bastante soleado y me gustaban lo días así.

—Presta acá—papá recibió mis maletas al verme bajar con dificultad balanceándome de un lado a otro—creo que vamos a tiempo para que tomes el autobús—salimos de casa yendo a la cochera.

Eché un último vistazo a mi lugarcito, ese mismo lugar que fue testigo de muchas cosas, pero que hoy tendría que dejar atrás, llevé una mano a mi pecho llena de nostalgia. Jamás me había separado de mis padres y tampoco de casa, para una chica que sufría de ansiedad esto sería todo un reto.

—¿Todos están cómodos?—mamá se abrochaba el cinturón, ella iba en el asiento del copiloto y se cercioraba que todo fuera en orden.

—Todo está bien—hice puchero mientras la camioneta salía rumbo a la estación de autobuses. Yo, iba con mi cabeza recostada a la ventana viendo el pasar de las casas de mis vecinas muy chismosas, por cierto, también pude ver la casa del señor más amargado de mi vecindario, recuero qué balón que caía en su jardín se lo robaba. Quizás fue falta de una compañía mujer que lo hizo ser así.

—Verás que esa universidad te encantará—papá me animaba aun sabiendo que yo era quien había costeado todos los gastos de mi universidad—tiene campos enormes y la enseñanza de ahí es muy buena.

—Espero que mi muchachita se porte bien—Mamá arqueó su ceja en forma sospechosa—aunque no estemos contigo debes de saber comportarte.

—Como tu digas, mamá—negué con la cabeza, mamá toda la vida era sobreprotectora, sin embargo aunque ella fuera así, no tenía idea de las cosas que su hija hacía con su novio así que sonreí tapándome la boca de manera tímida.

Por cierto, aún no me había escrito Noel, supongo que también debe de estar en las mismas que yo, lo único que el, no tiene padres tan ridiculos como los míos. Tomé el celular y revisé si se había conectado en WhatsApp, pero aún no lo hacía desde anoche que fue la última vez que nos escribimos. Era lo bueno de tener un novio fiel, pervertido y amoroso. No podía pedir más, a parte que también era sexy. Sin duda una de las cosas que me haría mucha falta eran las embestidas que él me daba por las noches.

Papa se estacionó en una gasolinera, había un súper de esos pequeños que sólo te ofrecen snack.

—Espérenme un momento—le dije mientras abrí la puerta del coche.

—No dilates mucho, recuerda que vamos un poco retrasados—dijo papá mientras cargaba el tanque.

Entré al lugar y lo único que pude llevarme era una bolsa de semillas de almendras, ya que no podía comer cualquier cosa y menos cuando se trataba de un viaje largo.

—Son dos dolares con diez centavos—la que atendía estaba con un delantal negro, una Camisa roja por dentro y una brisera. Masticaba una goma como si al tal fuera una cabra—ten—me dio el sobrante, giré sobre mis talones y salí del lugar.

De algo estaba muy segura, no me gustaría llevar una vida como la de ella.

—Esta canción sí que me gusta—Papá bailaba encima del asiento del conductor mientras conducía, me dio un poco de gracia sus movimientos y como siempre papá era bien ocurrente, quizás el me haga más falta que mamá. Siempre nos llevamos bien desde cuando era una niña.

Mensaje de Noel:

—Estoy en camino hacia Boston, no te había escrito desde ayer por lo que pasé ocupado tratando de terminar mis maletas.

Escribiendo...

—Te amo demasiado y por favor no quiero que lo olvides.

El celular estaba cargando una imagen que me había enviado, cuando terminó de descargarse vi que era la vez que lo hicimos en su cuarto, estábamos frente a un espejos desnudos, yo, estaba con mis medias dando la espalda y él había estado de frente con el celular a un lado y su mano en mi trasero.

—No me tortures con estas cosas, mi amor, sabes perfectamente que te pasaré extrañando a ti y a nuestro amiguito que tienes una cuarta debajo de tu ombligo.

—Veo que vas muy contenta—Mamá había girado su cuello hacía mi, había interrumpido mi momento.

—Tengo una vida social, mamá, por si no lo sabías—puse mis labios en una sola línea.

—Ya pronto llegamos—mi señor padre había puesto el mapa en la pantalla del coche y según el tiempo estimado era quince minutos.

Al fin y al cabo habíamos llegado a la estación de buses, al parecer no solo yo estaba en estas. Miré que otros padres estaban llegando a dejar a sus hijos, habían maletas por doquier, buses que entraban y salían, vale más que ellos me acompañaron hasta acá, porque conociéndome me hubiera subido a uno que quien sabe donde me llevaría.

—Tomaré las maletas mientras ustedes pueden ir adelantándose—sugirió papá al abrir las puertas del coche.

Caminamos a paso lento, y, me sentía un poco extraña estar rodeada por muchas personas. Tendría que acostumbrarme porque seguro en la universidad era lo cotidiano.

—Las personas que se dirigen a California, el autobús sale en diez minutos, favor de tomar sus boletos—se escucharon en unas bocinas.

Papá aún no aparecía.

—¿Dónde se habrá metido?—mamá se regresó a buscarlo y me dejó sola en unas sillas que estaban incrustadas al piso, respiré lentamente, estaba a punto de darme un ataque de ansiedad, pero anteriormente había estado aprendiendo por medio de ejercicios de respiración a controlarlos. Todo lo que tenía que ver con situaciones así me ponían mal.

Gracias al cielo no tardaron mucho cuando los vi venir con mis maletas.

—Lo siento, pero tuve ciertos problemas con el portero de seguridad—sonrió papá—tenemos que irnos ya, Ana—los tres nos dirigimos hacia el autobús en el que me tocaba irme, en solo la entrada estaba un señor con un sombrero un poco chistoso y un uniforme que combinaba con el autobús, el, estaba pidiendo los boletos y a la vez se cercioraba que todo estuviera en orden.

—Su boleto por favor—el señor extendió su mano, yo ya tenía listo mi boleto, lo reviso y al instante me quedo viendo, sólo faltaba que algo estuviera mal, sólo lo peor me imaginaba—adelante—hizo seña con su mano.

—Nos vemos—abracé a mi papá y a mi mamá, como siempre mi mamá era bastante sentimental y empezó a llorar—tranquila, no me quedaré por siempre allá, prometo que cuando esté de vacaciones vendré a visitarlos—froté su espalda para hacerla sentir mejor.

—Que te vaya bien, hija—se despedía papá—recuerda una sola cosa que para los Scott no hay nada imposible—levantó su pulgar en forma de aprobación.

Asentí y subí al autobús, según el número de asiento me tocaba sentarme en el número veinte, me fijé en los números que llevaban los estantes en donde se colocaban las cargas de mano.

—Dieciocho, diecinueve, veinte—pero al momento de sentarme tenía que compartir lugar con un chico de tez morena, llevaba unos lentes oscuros, su corte de cabello era muy bajo y su aspecto era fornido.

—¿Te puedo ayudar en algo?—me dijo bajándose los lentes.

—Si—asentí—a mi me toca ir en ese asiento—señalé.

—Por supuesto—se levantó de su asiento dándome espacio para que entrara.

Me acomodé perfectamente, saqué mis audífonos y busqué en mi playlist de Spotify mis audiolibros, sería un viaje largo y necitaba relajar mi cabeza.

Unas horas más tardes, noté que el sujeto que traía a mi lado me quedaba viendo de reojo, aunque él, se pusiera gafas, yo era bastante perspicaz como para no haberlo notado.

—¿Cómo te llamas?—rompió el hielo y lo dijo como si nada.

—¿Me estás preguntando a mi?—quité un audífono de mi oído.

—Sí, ¿a quien más le haría esa pregunta si sólo los dos vamos a acá?—esta vez se quitó los lentes y quiso penetrarme con sus ojos, eran de color miel, pero podía percibir algo más de él, algo que solo nosotras las mujeres podemos sentir cuando un chico intenta verte con esa picardía.

—Me llamo Anabella, pero me siento mejor que sólo me digan, Ana—respondí con amabilidad—¿tu, como te llamas?

—Mi nombre es Bruce—extendió su mano esperando a ser estrechada la cual de inmediato la estreché como toda chica con educación—tienes un bonito nombre, supongo que vas al igual que yo para California.

—Así es—fue lo único que respondí.

—¿Tienes novio?—al parecer el sujeto iba más rápido que un tren a todo vagón.

Tenía que hacer algo para que dejara de preguntar, ya sabía por dónde iría todo esto.

—Hace un tiempo tuve un novio que ahora es mi esposo, de hecho el vive en California y por eso es que viajaré—veremos como le caía la noticia.

—Pues... qué bueno por ti, que afortunado es él, al tener una esposa tan hermosa como tú—siempre la misma típica frase de los hombres que cuando ellos están en ese lugar no lo saben apreciar.

—Gracias—elevé por una sola vez mis cejas, para apartar mi mirada y seguir en lo que realmente importaba. Los intentos de cortejar se la habían acabado a mi querido Romeo.

Por medio de unas bocinas que se encontraban en el techo del autobús habían indicado que ya estábamos llegando a California. El autobús entró a una estación y frenó. Todos, uno a uno empezaron a salir. Afuera estaba un sujeto que sacaba las maletas en una sección que tenía el autobús en su costado.

—¿Cuál es la suya, señorita?—preguntó mostrándome todas las que había ahí.

—Es aquella—señalé con mucha seguridad, la tomé y empecé a caminar buscando algún taxi que me llevara a la universidad de California.

Afortunadamente habían taxis en toda la bahía de la estación.

—Por favor lléveme a la universidad de California—le dije al taxista, pero antes de todo ya me había fijado bien a quien elegiría, hoy en día no se podía confiar en cualquiera o al menos yo era un poco extremistas con esas cosas.

El abrió la puerta con amabilidad y partimos hacia allá.

La ciudad de acá era muy vistosa desde sus playas, el clima era perfecto, ademas que me habían comentado de sus bosques de secoya y la cordillera de cierra nevada, espero tener la oportunidad de conocer todo por acá.

—Muchas gracias—le pagué al taxista e incluso le dije que se tomara el cambio, no era mucho, pero seguro a él le serviría más.

Tomé mis maletas dando unos cuantos pasos hacia el frente, no había caminado mucho para darme cuenta de lo inmensa que era esta universidad, desde su entrada estaba adornada con grandes jardines y había una especie de rotonda hecha con flores perfectamente adornadas construyendo una enorme "S" de rosas de color rojo en el centro del campo. La estructura era muy bonita, los arcos en las paredes se hacían notar donde llevara mi vista, muchos estudiantes entraban con sus maletas, otros en sus coches lujosos mientras tanto, yo, estaba empezando de cero, pero mis sueños de crecer no lo podían opacar.

Arrastré mi maleta hacia la entrada, con mi otro bolso enganchado en el hombro, parecía una loca tratando de caminar con dificultad.

—¿Te puedo ayudar?—preguntó detrás de mí un chico bastante atractivo, de cabello negro lacio que tenía una Camisa de color rojo con rayas blancas en los bordes y en el centro tenía unas letras en forma de arco: California University.

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