Capítulo 4
ÓLÁFR
La sangre manchando la cristalina agua y el cuerpo de Freya flotando sobre ella, me hace viajar en el tiempo, a esa época en la que apenas era un niño, en la cual tenía a mi padre. Me caí de una mesa de rocas improvisada que armé con los amigos que solía tener. Mi progenitor al encontrarme con la cabeza manchada en ese líquido peculiar, me cargó entre maldiciones y corrió hasta el final del Ulaf, me sumergió en él y esperó. No es un mito lo que sucedió dicho día, la herida cerró, la sangre se secó tan rápido como emanó. Vuelvo en sí al oír un grave estruendo.
Me arrastro por el suelo, jadeante. El dolor punzante en mi hombro abierto se agranda, no alcancé a protegerla, pues la gran hacha no tardo en rebanar mi carne. Y ella fue herida de gravedad al intervenir mi patético acto de heroísmo. Mientras tanto, Fenrir intentaba posarse de nuevo sobre sus patas, pero la fina cinta alrededor de su cuello se lo impide, sé qué es lo que lo encadena, es aquella arma a la que muchos temen, la temida Gleipnir. Gruñe y se revuelve, más no la rompe, le es difícil, jamás podrá quebrarla a pesar de lo ligera que es. Quiero hacer algo, lo deseo, pero… no puedo levantarme, mis intentos son en vano.
La vista se me torna borrosa, la pérdida de sangre está haciendo bien su trabajo. La armadura dorada resplandece al igual que los largos cabellos casi del mismo color de aquello que lo cubre, llena mi campo de visión. No tarda en dirigirse a mi inconsciente mentora. Todo aconteció muy rápido; el ladrido del lobo pidiendo que nos escondiéramos fue demasiado tarde, pues Vidar no tardó en caer del cielo expulsando poder hasta por los poros. Fenrir lo atacó, sin embargo, la deidad fue mucho más sabía, le envolvió el pescuezo con la Gleipnir mientras Freya salía corriendo en su dirección con la espada en alto, al ver que él iba a hacerle daño, me interpuse y en ese momento todo se volvió un borrón.
La cabeza lobuna se inclina para gimotear, yo lo único que puedo hacer es enjuagar mis ojos con las ardientes lágrimas.
—La sangre sucia debe de exterminarse —gorjea. Levanta con un solo brazo a Freya. Su fuerte mano se aprieta alrededor de su cuello, puedo ver como la piel de ella va perdiendo más color, cómo su vida se derrama y fluye por el agua ya rojiza.
—Suéltala —exclamo. Con esfuerzo me incorporo, no dejaré que la asesine.
Los ojos tan pálidos como los de mi mentora se encuentran con los míos.
—¿Por qué defender a un ser como este?
—¿Por qué arrebatarle la vida a una mujer inconsciente, que no puede defenderse?
Trastabillo. El cuchillo brilla cuando lo extraigo. Con la mano trémula lo extiendo a su dirección, la determinación no la borro de mi semblante cuando la suelta.
—Pelea con alguien que sí esté en capacidad de luchar.
—¿Un simple mortal? —se jacta. Balancea su hacha como un juguete.
—¡Huye! —vocifera con esfuerzo el gran lobo.
Lo observo, sonriente.
—No dejaré que se marche sin ningún rasguño.
Los ojos del animal se abren, he repetido las palabras de Freya cuando logró ayudarlo con Vidar antes de que lo envolviera con la cinta.
—Qué valor tienes, muchacho.
La afilada punta de esa arma mortal se encuentra con mi mentón, no retrocedo, no demostraré nada de miedo. Trago saliva.
—Lo suficiente como para escupirte.
Junto los párpados y espero el corte, más nunca llega.
—La vida de los hombres no son nada para los dioses, Óláfr —musita Fenrir con sus fauces sangrantes, el hacha atravesó su lomo, aún la Glepnir sigue en él. Abro la boca, sorprendido.
Levanta su pata dándole en el pecho al dios de la justicia que rueda hasta detenerse con una carcajada, ha destruido algunos troncos en su caída. El lobuno se desploma a mis pies, sus pulmones se expanden dando sus últimos respiros.
Dejo caerme de rodillas a su lado.
—Fenrir…
—Cuídala, promételo.
El dolor agudo en mi pecho se extiende por todo mi organismo, una bestia como esta ha dado su vida por la de una que no es igual… no es una bestia, es un ser bondadoso encerrado en ese apodo. Acaricio su cabeza, sus ojos ya no están a la vista ni su pecho ha vuelto a moverse, su último aliento lo exhaló con esas palabras.
Las aves se arremolinan arriba nuestro, despidiéndose del guardián que protegía sus morados. Agacho la mirada a la sangre que tiñen mis manos, su sangre. Aquel rojo se combina con la traslucidez de la primera lágrima que he liberado. Un chapoteo de rencor se oye, alertando a los pájaros que se despliegan por los aires con un alarido final. Las chispas de metal golpeando a otro iluminan más el lugar, los movimientos bruscos y la furia en ellos catapultan la naturaleza pacífica dejando a la guerrera a cargo. Una gran rama se parte ante la caída del dios moribundo; alerta los sinuosos ojos de su padre y los míos.
—No mereces seguir en pie, Vidar, ve con tu querido padre y dile estas palabras: nada me detendrá para traer a mi padre de nuevo conmigo y que vengaré la muerte de Freya, la diosa guerrera que tanto admiraba.
Un trueno cayó cerca de ambos y en esos pocos segundos Vidar desapareció. Los ojos pálidos se incrustan en el cuerpo del gran lobo, en ellos no se refleja nada, solo neutralidad, sin embargo, esas profundidades también despiden dolor.
—Vámonos.
Me alza con suavidad, sus facciones están duras, agónicas. Intenta con todo el brío que posee no poner su mirada sobre Fenrir.
—Hay que enterrarlo —jadeo moviéndome cual gusano para zafarme de su afiance.
—¡No tenemos tiempo! —Sus ojos tiemblan y se cristalizan—, él ya está en el Valhalla, su alma descansa, pero su cuerpo no podrá ser enterrado como es debido… estás débil, yo igual y debemos irnos antes que Odín envíe a otro, compréndelo.
Sus ropas están rasgadas, la sangre perdura en la tela al igual que las mías, ella ha sanado, pero yo lo haré dentro de semanas. Tiene la razón. Gruño en el momento que apoya mi brazo sobre sus hombros y enreda su mano en mi cintura para llevarme mejor.
—Fenrir… —Los ojos se me cierran poco a poco—. Te quería.
—Quizá.
Veo un atisbo de sonrisa antes de partir.