Capítulo 3
✹✹✹
Su respiración forzada es lo que me alertó. Impacto contra un muro de rocas, oigo como mi columna se resiente y la sangre de las heridas fluir. Intento erguirme, pero no puedo. El cielo azul me saluda, la furia me inunda. Me levanto con las piernas flaqueando, aquel desconocido tiene a Óláfr agarrado del cuello y sus pies apenas rozan el suelo.
—No creí que Odín me diera un contrincante tan débil —se jacta. Su barba trenzada, las intrincadas runas y los poderosos ojos azules demuestran desde lejos qué es.
—No tienes a tu suerte —gruño con el dolor plasmado en mi voz. Muestro los dientes al sentir las flamantes heridas curarse del todo.
Se despoja del muchacho que respira con fuerza, intentando recibir el suficiente oxígeno. Dejo caer la piel a mis pies, preparada para atacar.
—¿Dónde está tu padre? —ruge en el momento que su puño impacta con mis antebrazos, me he cubierto antes de que me lastimara más.
Mis pies se llevan consigo el lodo por la fuerza que ejerció en el golpe. Descubro la mitad de mi rostro para devolverle el ataque, esta vez soy yo quien hace que impacte contra una pila de troncos.
Muevo mis hombros para entrar en calor.
—No lo sé, creí que los tuyos sabían.
Levanto la espada sin apartar la vista de su filo. Vuelvo a esquivarlo, ruedo hasta volver a estar en pie. Son destellos lo que apenas vislumbro mientras nuestra pequeña reyerta evoluciona, se mueve demasiado rápido, pero se cansa de igual modo. Lo distraigo y con aquello logro pisotear su rodilla, dejándolo ante mí con el rostro anonadado.
—Dulces sueños, bastardo.
Ignoro su cuerpo sangrante. Me dirijo donde se encuentra un arrodillado castaño.
—¡No estabas preparado para pelear con un dios! No importa si este era una deidad menor, pero fuiste imprudente y tu vida estaba en juego.
Lanzo la cabeza que tropieza en su pecho, él grita por el susto, retrocede afligido con la mirada puesta en cómo gira el cráneo hasta posarse en sus piernas extendidas.
—Nunca actúes con la cabeza caliente, ¡hazlo cuando esté fría! Imprudente.
—Lo lamento —tartamudea.
Me vuelvo más esquiva.
—Casi mueres a manos de uno de los sirvientes de Odín, hubieses sido un trofeo para él. Mantente al margen, ¿cuántas veces me tocará repetirlo? No estás a la altura para una batalla como esa, ¿por qué no gritaste?
Lo levanto con un fuerte tirón, se tambalea, pero eso no hace que lo suelte. Aprieto más mi agarre, si me toca zarandearlo para que entre en razón no dudaré en hacerlo.
—¡Me agarró desprevenido! Reaccioné clavándole el cuchillo que me disté en su clavícula —solloza, asustado. Suavizo mi afiance. Cierro los ojos por un minuto, suspiro. Estoy siendo muy dura.
—Entiendo, lo hiciste sin pensar, cualquiera hubiera hecho lo mismo. —Lo dejo libre, no tarda en sobar su bícep, la marca de mis dedos está impresa en su piel. Frunzo los labios, le he hecho daño—. Hay que apretar el paso, si ese desconocido fue capaz de encontrarnos, enemigos peores habrá.
—Recogí más joyas —murmura, neutro.
Sé que está frustrado, es entendible, pero por su estupidez casi pierde su vida.
—Guárdalas, nos servirán más adelante.
Lo detengo, su hombro tropieza con el mío.
—En un lugar seguro y con un arco, haré que caces. Así podré ver tus aptitudes que pueden servir en una no tan lejana batalla.
Sacude su cabeza en afirmación. Giro su rostro hasta casi rozar mi nariz con la suya.
—No te pongas iracundo con mi regaño. —Sus ojos se abren más—. Deberías estar feliz, porque jamás me había preocupado por alguien que no fuera yo.
Su mandíbula se desencaja, sorprendido.
—Yo…
—Prepárate, dentro de poco nos marchamos.
Me alejo con dificultad de su presencia, mis piernas aún duelen y más mis costillas que se resienten con cada respiración, solo las heridas superficiales se han curado, pero las internas tardarán un muy buen tiempo.
✹✹✹
Jaloneo las cadenas, distraída. Hemos cruzado la corriente de un río que conduce al septentrión, pero baja del sur. Así que debemos ir en ese sentido, pero algo en mí clama que nos desviemos, más allá debe haber mucho peligro.
—Reconozco el río. Es el Ulaf, aquí las amantes de Thor se reunían con él para divertirse; dicen que sus aguas cristalinas traen y llevan la simiente del susodicho.
—Menos mal lo dices, nunca beberé de esta torrentera —respondo, hastiada.
—Pero es bueno tomarla, te puede regenerar.
—Es un simple mito —argumento—, en el caso tal de que no lo fuese… ni estando moribunda de sed lo bebería. —Agarro el mango de mi espada, acariciándolo—. Vamos, sigamos.
—No me gustaría haber muerto justo ahí si mi madre estuviese viva.
Alzo una ceja. ¿A qué viene eso?
—Es mejor que sonrían por ti, a que lloren.
—Sí… lo sé.
Le doy una ojeada antes de seguir.
—¿Por qué pediste que te entrenara?
—Quiero ser alguien en la vida.
—Lo eres desde que naciste —mascullo.
Me apoyo en un leño de olivo que ha sido cortado recientemente. Vuelvo a mirar de dónde proviene el agua, sería arriesgado irnos por ahí, no lo pienso por mí, lo hago por Óláfr que no está preparado para combatir con criaturas más belicosas que un troll.
—¿Habrá un desvío para llegar al nacimiento del torrente?
Sus cejas se crispan, se acerca hasta posar su mirada al mismo punto que yo. Hay niebla y eso es un mal augurio.
—Rodearlo.
—¿Cuánto duraría rodearlo?
—Unos tres días como mucho.
Aprieto los dientes. Lo agarro de los hombros, sus pupilas se agrandan al inspeccionar mi cara. Ingiere saliva.
—No te alejes de mí, no te despegues de mi espalda. Si hay algún enemigo, retrocede, pero si ves que necesito ayuda… lanza rocas o intenta atacar.
Nos crispamos al oír aullidos acercándose. Rastreo cada esquina con los ojos, los arbustos se mueven con la brisa, los copos de nieve parecen entrar en ralentización y los chapoteos de pisadas apresuradas se mezclan con el llamado de la naturaleza. Reacciono lanzando a Óláfr contra la corriente, se zambulle en ella y desaparece.
Al verlo un suspiro de alivio es expulsado de entre mis labios.
—No salgas, intenta aguantar la respiración —balbuceo. Mueve su cabeza en aprobación; sus hombros se mueven, sé que el agua debe de estar helada.
Poso mis rodillas en la tierra húmeda. Los árboles truenan y gimen, algo grande viene a nuestra dirección junto a sus mascotas. Nos hemos adentrado mucho en este bosque, en zona inhabitada por los humanos que viven aquí o más bien: zona que solo conocen los cazadores y los seres que vagabundean por ella.
Mi mandíbula se desencaja, el monstruoso animal olisquea el aire hasta que sus dos luceros grises me hallan. Bajo la cabeza como signo de respeto, él era el que aullaba en búsqueda de sus compañeros más pequeños, pero ¿qué hace aquí?
—Forastera —gruñe, no debo amilanarme—, tu olor me parece conocido.
Su hocico roza el lateral de mi frente, el vaho que expulsa su nariz me rodea como una fina capa.
—¿Qué hace una mujer tan joven en mi bosque?, ¿acaso busca la muerte?
Sus patas robustas y polvoreadas de un leve blanco que lo ayuda a camuflarse ahora están demasiado cerca de mis manos. Se yergue sobre mí, imponente. Por el rabillo del ojo veo como Óláfr intenta no mostrar su sorpresa. Gracias al líquido que lo baña, Fenrir no podrá sentir su aroma.
—No busco la muerte, oh gran Fenrir, solo deseo hallar un troll que tiene algo que me pertenece.
—Y ¿con el permiso de quién?
Aprieto los puños, tengo que seguir cabizbaja, no puede ver mi rostro y si lo hace, sabrá de quién soy hija. Menos mal mi cabello hace de cortina.
—No sabía que debía pedirle permiso.
—No cuando es una foránea pisando mi tierra —brama. Jadeo en el momento que levanta mi cabeza con su inmensa pata. Sus ojos brillan de reconocimiento—, ¿Freya…? —susurra, casi anonadado.
Sus garras rasguñan mi mejilla, muerdo el interior de mi labio. Sus filosos dientes se asoman, su trompa se frunce y ahora roza mi nariz. Está más erizado y atento que yo.
—Yo no soy Freya. —Las orejas se levantan al igual que el dueño de ellas se aparta de mí. Empieza a caminar en círculos, dejándome en el centro como la presa y él a punto de devorarme.
—¿Quién eres?
—Soy su hija —digo, serena.
La gran cabeza se inclina. Se sienta a mi lado, su cuerpo despide un calor familiar, no entiendo nada en el instante que su lengua limpia la sangre de la herida que ocasionó. Gime, triste.
—Lo lamento, pequeña.
—¿Qué…?
—Te cuidé muchas veces. Tu madre te dejaba conmigo para que Odín no tuviera ningún conocimiento sobre ti, ni de tu padre. La diosa de la guerra dejó desamparada a su progenie después de su muerte, no logré encontrarte.
Las lágrimas nublan mi vista y el escozor de mi nariz se hace presente.
—Entonces tú eras el perro gigante que jugaba conmigo…
—Así es. Me encariñé con la hija no deseada por los dioses, con la pequeña que pronto sufriría por el odio de Baleygr, naciste sin su consentimiento.
Me desinflo.
—Madre…
—No pude salvarlas. —Su cola se envuelve en mi antebrazo, no tarda en acariciar las cadenas—. Tu padre tampoco. Fui desterrado de mi hogar y puesto aquí para siempre.
—Recuerdo lo que contabas. La droma nunca te contuvo, tampoco los dioses.
Se levanta, protegiéndome con su robusto cuerpo. Le gruñe a Óláfr que tiembla, no por el frío, si no por el susto.
—¡Es mi compañero!
—Haberlo dicho antes.
—¿F-Freya?
Fenrir se aleja hasta posarse frente nuestro. Envuelvo su torso con la piel que siempre mantengo en mis hombros, agradece con la mirada.
—Era mi madre, pero ese también es mi nombre. Padre me lo dio al nacer insistiendo en que era el apropiado.
El gran lobo vuelve a incorporarse. Alza su cabeza al cielo con un gruñido feroz; su pelaje gris se alza a cada respiración furiosa y su pecho se expande con brío, una muy mala señal.
—Debéis esconderos, un hijo de Odín viene para acá.
