Capítulo 2
Despierto desorientada y mareada. Me yergo con un gemido en el momento que una gota de agua gélida cae en mi frente, me he despertado por eso, porque la lluvia ha traspasado la barrera de hojas que nos brindaba el árbol. Empiezo a guardar todos mis utensilios en la bolsa, el cuero recubierto por pelaje vuelve a estar envuelto en mi cuerpo como un escudo.
—Óláfr, levanta. —Lo muevo con la punta de mi pie. Refunfuña entre sueños—. Vamos.
Despega sus párpados con un bostezo. Dejo que se aliste.
—Tenemos que darnos prisa, se aproxima una tormenta.
Observo las nubes congestionadas que se arremolinan en lo alto de nuestras cabezas. Ahora el diluvio es más fuerte, arrasa las débiles ramas y troncos, al igual que marchita las madrigueras de algunos roedores. Las gotas parecen ser bellotas al impactar contra el suelo, la borrasca será contundente.
—Muévete, Óláfr, si no deseas ser ahogado por la tempestad —exclamo, he dejado la cordialidad disfrazada de irritación.
Él se detiene con los hombros rectos. Frunzo las cejas.
—¿Por qué dejaste que te siguiera?
—Necesito un compañero —contesto, es verdad, pero también tiene su mentira oculta, dado que lo he dejado a mi lado también por el hecho de que me recuerda la fogosidad que antes poseía—, a veces ser solitario no es bueno.
Sus ojos parecen traspasar los míos. Arruga sus labios, sin embargo, me dice en un suave susurro que está listo.
—Arribaremos a la aldea más cercana para hospedarnos y comprarte mejor ropa. Los trolls no se mueven de un lugar que les brinda las suficientes riquezas y alimentos, así que podremos demorarnos alrededor de cinco días para ir al sur y encontrarlos. —La capucha me cubre medio rostro, ya estoy empapada y él peor. El líquido frío se escurre por su rostro como si estuviese bajo una cascada—. Cuando los hallemos, ubicaremos a su líder. Ese jefe tiene algo muy importante para nuestra travesía.
—Y ¿qué es eso? —grita. Su voz se medio escucha gracias a la intervención del agua cayendo con fuerza contra nosotros.
—Información, mucha información.
Nuestros pasos son titubeantes. Era una elección prudente contra una revoltosa: si nos quedamos, es posible que nos quedemos más de una semana a la espera que la lluvia cese y cuando se despeje, ya los trolls no estarían. En cambio, moviéndonos podemos encontrar una cabaña seca y más cerca al punto a donde nos dirigimos.
Lo ayudo a levantarse, de despistado casi cae de bruces en un charco lodoso.
—Ten más cuidado con tus pisadas. Mira el suelo y a su vez tu alrededor, o si no puedes hacerte daño como hace unos segundos. —No lo suelto, es mejor mantenerlo a mi lado—. No te preocupes, tendremos problemas más grandes comparados a este.
—El bosque parece no tener fin —ruge—, tiene una extensión demasiado larga, por eso su nombre. Conozco algunas zonas, pero a la que vamos no, mi padre sí y recuerdo muy poco de cómo llegar a las cavernas del sur. Pues los trolls deben de estar cercanos a ellas.
—¡Exacto! Son buenos paraderos, se camuflan bien en las cuevas —resuello titiritando. LA frígida brisa traspasa mis ropas y cala mis huesos con ferocidad—, creo que estamos cerca de un villorrio.
—¿Cómo lo sabes?
—Por el sendero. Por la falta de pasto en él, eso me da a entender que algún ganado ha pasado por aquí y las pisadas extinguieron la yerba. —Señalo con el mentón las luces cercanas—. Aquello deben de ser fogatas en el interior de alguna vivienda…
—Todo este tiempo estuvimos durmiendo cerca de una cómoda cama —gorjea.
—¡Vete acostumbrando a eso!
Detenemos la marcha. Hago una mueca. Dejo de sostener su brazo para extraer la espada.
—Retrocede —ordeno.
Lo que iluminaba nuestra guía son las cabañas ardiendo, ni siquiera la fuerte lluvia ha extinguido las llamas. Los cuerpos despellejados en el centro y medio comidos por los insectos dan un aspecto más tétrico a la zona.
—Esto es un acto de esas criaturas asquerosas —susurro al sentirlo cerca—, hay que tener cuidado. Tal vez han dejado a uno vigilando.
—Vale, ¿entonces…?
—Mantente al margen, si lo ves, escóndete. No estás preparado para una lucha de ese nivel, yo me haré cargo.
Hace lo que le sugerí. Reviso cada esquina con la hoja afilada en alto, muevo un cadáver con el pie hasta ponerlo como quiero, es un guerrero, su armadura y las coloridas runas en su piel me demuestran que fue enviado por Odín, es curioso que lo hayan asesinado tan rápido, se supone que los combatientes enviados por este dios omnipotente son fuertes. Su escudo está muy destrozado, no creo que eso haya sido acto de un troll, debió de ser por algo con más brío en su ser. Quito el casco de su pesada cabeza; era muy joven.
—¡Ya puedes venir!
Vuelvo a mirar el cielo, las nubes viajan con celeridad al norte, esta vez tenemos buena suerte.
—Está despejado. Revisa las cabañas, quizá te encuentres con algo de valor.
—De acuerdo.
—Si oyes algo extraño, grita. Estaré allí lo más rápido posible.
Asiente. Se marcha en silencio al hogar más cercano. No guardo la espada, pueden llegar enemigos por sorpresa y atacar mientras estoy indefensa.
Reviso los otros cuerpos; en algunos hallo plata e inscripciones en piedras simétricas. Sé para qué son y me servirán demasiado. Le quito la armadura a uno de ellos, está intacta, puede servirle a Óláfr, es más o menos de su complexión.
—Solo he encontrado algunas joyas y monedas.
Pongo en su pecho el traje. Lo observa con ojos curiosos.
—Cámbiate, las mallas son buenas para cubrir y recibir impacto, las hombreras de cobre también. Aunque si tengo la oportunidad de comprar una loriga mejor, ten por seguro que no dudaré en adquirirla. —Su abdomen desprovisto de músculos sale a la vista.
—Me queda. Pero creo que parece de mi talla porque está mojado…
—No es tela, muchacho. Te queda a la perfección. —Palmeo su hombro cubierto por metal—. Menos mal ya ha escampado, así que no duraremos mucho para llegar al área meridional. —Saco de mi cinturón un cuchillo, traga saliva cuando lo poso ante sus ojos—. Te servirá por el momento. Ahora es tu mejor amigo, no lo pierdas.
—Gracias —musita al tenerlo entre sus manos.
—Mientras tanto, revisaremos mejor. No dudes en levantar los armazones de los lechos, debajo de ellos se pueden encontrar algún tesoro o reliquia que se pueda vender.
—Parecemos ladrones…
—De algún modo no —interrumpo—, ya que están muertos y nadie podrá acusarnos como tal.
—Entiendo. En el caso tal de que me encuentre como una de esas criaturas, ¿qué hago?
—Mátalo a la primera oportunidad que tengas. Los trolls son traicioneros, si los dejas moribundos, reunirán la poca fuerza que poseen e intentarán asesinarte. No dudes en rematar si es necesario. —La puerta tropieza de manera estridente al allanar la casa—. No te confíes.
—Pero hay trolls buenos.
—Muy pocos. Son difíciles de encontrar. —Empujo un jarrón que se quiebra al instante al lado de la chimenea. Me agacho para recoger las perlas—. También destruye para encontrar objetos de valor, no dejes nada sin revisar.
—Lo tendré en cuenta.
Vuelvo a dejar caer otra cosa de porcelana.
—Nos toca “robar” o matar para sobrevivir. Si no lo hacemos moriremos de inanición o no podremos comprar lo que nos hace falta.
Se muerde el labio con las cejas crispadas, sé que no opina lo mismo, pero debe de conformarse con un acto como este y más si es conmigo.
—Buscaré más.
No digo nada, dejo que se marche a otro hogar. Necesita estar solo para asimilar en dónde se ha metido.