Capítulo 1
La espesa nieve me dificulta el caminar y se hunde sobre mis hombros, dejando que el frío traspase mi chaqueta de piel de oso. El invierno parece querer engullir los pocos pueblos de este bosque. El vaho que sale de mis labios es mi guía, pues flota hasta deshacerse en una pequeña cabaña con su puerta abierta. El letrero tallado en madera exuda que es una vinatería.
Me cubro más en el momento que irrumpo la pequeña estancia; los leñadores detienen las copas de vino sobre el filo de sus bocas para observarme. Sé que es extraño ver a una mujer sola, sin un marido, en un lugar como este.
La vendedora tras el gran roble que hace de mesa no tarda en servirme una copa de vino caliente sobre la mesilla en donde me siento.
No aparto los ojos de su próximo movimiento: sentarse al frente de mí.
—¿Qué hace por aquí, forastera?
Aprieto los labios recelosa.
—Estoy buscando algo. —Bebo un poco del líquido oscuro. El sabor tan amargo moja mi lengua, baña mi garganta y quita mi frustrante sed—. ¿Por aquí hay trolls?
Se arrellana en su asiento, pero no expulsa duda. Está tranquila. Aquello me relaja.
—Allá en el bosque los cazadores los acechan.
—Yo también soy cazadora y busco uno en especial, tal vez haya escuchado sobre él. Es el más viejo. Porta una armadura forjada por Syl, el herrero de los dioses.
Los hombres al lado de nosotras oyen atentos. Eso no me intimida en lo más mínimo.
—Sí, es el líder.
Dejo el cáliz vacío en la tersa madera.
—Es a quien busco. Lo hallaré y traeré su cabeza.
Sus mejillas hinchadas se estiran. Algo en mí, cruzando mi porte, atrajo su interés.
—Ha de tener cuidado. Quizá se encuentre con el hijo del innombrable.
—Sí, he de tener mucho cuidado.
—Óyele los dioses. Que la protejan en su caza. Los trolls son seres despreciables.
Me levanto en silencio, le doy unas cuantas monedas y, sin que deje que la sorpresa fluya por su torrente sanguíneo, me marcho.
Cuánto me gustaría que todos allí presentes supieran que la progenie del innombrable estaba justo ahí compartiendo información con su tendedera.
✹✹✹
Hay huellas de venados. Una manada. Suspiro. Solo hay eso, nada más. Hallo irritante el no encontrar ningún indicio de esas pestes. Me deshago de la pesada piel para guardarla en mi lona. Es mejor que descanse allí.
—¿Qué hace una foránea aquí sola?
Observo al hombre, más bien al chico. Me sonríe con gentileza, pero no aparta sus ojos de las cadenas que envuelven mis antebrazos.
«—Matar animales, sí, pero a gente…
—Si hace falta para sobrevivir, toca asesinar. No dejes que te afecte. Debes cerrar el corazón a su desesperación y su sufrimiento. Es mejor que no tengas sentimientos por ellos, porque ellos no los sentirán por ti».
Aprieto los puños ante esas palabras tan duras que expulsó padre cuando me dio lástima matar un ciervo, luego a un ladrón. Si tengo que deshacerme de la vida del chico por la mía, lo haré.
—Cazar.
Él vuelve a sonreír. Parece eufórico y esa no es la emoción que busco.
—Cazar por aquí se ha vuelto difícil. Los trolls han arrasado con casi todo, además, no debería estar aquí, no se ponga en peligro, no haga tanto esfuerzo y mejor procure atender vuestro hogar.
Inclino la cabeza.
—Nosotras las mujeres somo más fuertes de lo que aparentamos, no solo debemos estar en una cocina o atendiendo el hogar… hacemos más. Somos más valerosas e incluso más tenaces. No subestime.
Abre su boca, pero se ve interrumpido por la caída de un tronco. Me agacho para cubrirme con las sombras del follaje, es uno de ellos. Le hago una seña al castaño que no tarda en posar sus rodillas en la nieve derretida, tiembla, aturdido. Quizá nunca había visto un ser como ese alimentándose de un venado de esa forma. Desenvaino mi espada con una respiración profunda.
Silencio sus jadeos con un gesto, esta clase de seres tienen muy buen oído, si lo escucha, tal vez este sea su fin, pero no el mío, porque me haré cargo de sacarle información sobre su otro. Empujo su cuerpo para ponerlo tras el mío, las cadenas tintinean atrayendo la atención del monstro que deja caer su presa con un gruñido.
Salto, pongo mis piernas alrededor de su cuello y con un fuerte tirón hago que se derrumbe. Sus grandes manos aprietan mis muslos, diluyo el ardor en el momento que entierro la punta de mi espada en su pectoral derecho. Hago más presión hasta que por fin me suelta. Sus fosas nasales se dilatan al igual que sus ojos amarillentos por el dolor, sé que en cualquier momento intentará actuar. Sin embargo, le será muy tarde, pues le rebanaré el pescuezo si lo intenta. Agarro su cabeza, enredo mis dedos en su cabellera, tomo impulso e impacto su rostro contra la roca adyacente a él. Se queda tieso al instante, gruño, vuelvo a hacer lo mismo.
—Sé que hablas mi idioma.
Su gran cuerpo vibra al cortarle en la zona baja de su espalda.
—Sabe a qué he venido. Dame lo que deseo y lo dejaré libre.
—Jeg forteller deg hva du vil, la slippe.
—Habla mi idioma. —Jaloneo más su pelo, su cabeza gira con dificultad para lograr verme. Se sacude, asustado.
Lo dejo libre de su prisión. Por el rabillo del ojo me percato del muchacho pálido, su sorpresa es evidente.
—Se halla en el sur, hambriento de guerra, deseoso de poder consumir todas las riquezas de los mortales.
Limpio la hoja metálica en sus ropas deshechas, su color de piel verdoso a mutado a uno casi amarillento por el temor. Sus colmillos le hacen daño por el cómo aprieta la mordida, está listo para volver al ataque. Esquivo el manotazo, giro mi cuerpo para rehuir del otro golpe. Con un grito, despego su cabeza de un fuerte tirón.
El sonido del cadáver incompleto caer alerta a las aves que emprende vuelo, barboteando airadas.
Sostengo el cráneo como un trofeo ante el castaño.
—Váyase, no ha visto nada.
—¿Qué es…?
—No soy nadie.
Envaino mi arma con tranquilidad, sus ojos asustadizos siguen el cómo la guardo. Vuelven a posarse en mis cadenas, abre más sus cuencas en darse cuenta.
—N-No…
—¿No puede ser?, ¿por qué no puede ser?
—Esa bestia tuvo un varón.
Me río carente de emoción alguna.
—Eso es lo que comentan todos, pobres ilusos.
Ignoro sus balbuceos. Sigo con mi camino.
—¿Cómo una mujer tan pequeña pudo derribar a un gigante?
Me detengo.
—No toda fémina que vez es mortal —susurro, mordaz.
Empiezo a caminar de nuevo, bufo, me está siguiendo, pero en cuanto vea la oportunidad de confundirlo no dudaré en hacerlo. Suelto la cabeza que rueda a su dirección, su gemido deleita mi ser… le falta mucho qué aprender de este universo.
Chasqueo la lengua, no me haré cargo de un mocoso, me estorba y me irrita.
—Mira, niño, vuelve con mami —mascullo sobre mi hombro.
—¡No tengo una!
Vuelvo a girarme para buscar la mentira en su rostro, no la hallo. Arrugo los ojos.
—No me sirve alguien tan débil en mi viaje. Estorba.
Su cuello se mueve al tragar, aquello también me irrita.
—Entonces, enséñeme. No seré un cobarde más, lo juro por los…
—No los nombres —ladro—, no responderán ante un niño débil, jamás lo harán. Si quiere ser fuerte, hágalo solo.
—¡Quiero demostrarle a los demás que no solo soy el hijo de un herrero inútil que murió bajo las manos de un cruel guerrero!
Me sorprendo ante su declaración.
—Quiero vengarlo…
—La venganza nublará su verdadero sendero. No alimente la ira y el rencor con eso, aliméntelo con valor y sacrificio.
Sus pupilas vuelven a mí.
—Seré de gran ayuda.
—No necesito una orna en mi bota en este preciso instante.
Saco la piel que no tardo en posar de nuevo en mis hombros que cubre mis brazos, deshaciendo su interés en las cadenas. Observo las nubes agitándose, listas para descargar su furia en nosotros, pronto la lluvia reinará y me dificultará llegar al sur antes del obstinado amanecer. Aprieto los labios, no se ha ido, sigue ahí, a la espera de mi aprobación.
—En mi camino habrá mucho peligro, si no quiere morir tan joven antes de tiempo, sugiero que vuelva con su pueblo.
—Para obtener mi aventura debo arriesgarme.
Lo miro de pies a cabeza.
—Entonces está dispuesto a valerse por sí mismo.
—¿No me protegerá?
—No. Si quiere estar junto a mí, aprenda viéndome. Aunque, en algunos momentos sí lo protegeré. Pero le enseñaré; cuando esté preparado para luchar, dejaré que se enfrente a los enemigos próximos.
Debe de dolerle las mejillas por tanto estirar sus labios.
—Haré todo lo que tenga en mis manos para enorgullecerla.
Exhalo una bocanada de aire. Dejo que siga mi espalda sin ningún comentario por mi parte.
—Si empieza el diluvio tendremos que parar. Así que esté preparado para armar una tienda.
No digo más y él tampoco. Le agradezco aquello, prefiero el silencio. Creo que pronto me arrepentiré de esta situación.
✹✹✹
El sonido del bosque parece una melodía que podría arrullar a miles de infantes; la luna ha desterrado al sol y se ha puesto en el centro del cielo estrellado, enigmática, redonda y más luminosa que antes. Nuestros pasos se amortiguan por las tímidas gotas de agua mezclándose con sus hermanas ya congeladas.
—Este bosque es gigante, nos encontraremos con muchas aldeas, pero no confíe de sus habitantes, de nadie.
—¿Por qué no he de confiar?
—Las personas suelen alimentarse de la inocencia de otros, engullen la confianza, luego traicionan, matan o debilitan. En este mundo nadie puede ser bueno en su totalidad, todas han cometido pecados, desde los más pequeños a los más detestables.
—No sería capaz de asesinar a una persona —susurra.
—¿Prefiere ser asesinado y no protegerse como es debido? —resoplo. Marco el tronco que está a mi lado con mis dedos, la abolladura en la fina madera será una señal en el caso de que nos extraviemos—, en este mundillo toca sobrevivir de ese modo.
—¿Cómo puede ser tan inherente? Quizás esa persona que ha matado tenía una familia…
—Y esa persona mató a otras que hasta tenían nietos.
Se calla. Lo miro con los labios apretados, descargo mi equipaje mientras él procesa nuestra discusión. Apilo algunas ramas secas bajo el follaje grueso del árbol que marqué, pues no deja que la lluvia traspase sus hojas. Empiezo a frotar dos piedras que no tardan en expulsar unas cuantas chispas, pero no las suficientes para prender. Desencajo la mandíbula cuando el chico me arrebata los utensilios. Mis cejas se disparan en el momento que las llamas por fin nacen.
—Gracias.
Se sienta con sus rodillas a la altura de su barbilla. Echo hojas secas para alimentar mejor el fuego.
—Mi padre me enseñó.
—Fue bueno que lo haya hecho.
Sus ojos se iluminan con cada crecida de las flamas. Me permito apreciarlo mejor; tal vez tiene diecisiete por su cara alargada desprovista de arrugas. El cabello castaño grueso y largo junto a unos ojos mieles que exudan inocencia.
—Su padre, ¿es verdad que era un mata dioses?
Suspiro sin mirarlo.
—Lo era. Fue quien me enseñó a defenderme en una sociedad hostil, traicionera…
—¿Le parece bien lo que hizo?
—Sí. O si no, sería una más del montón, sin el suficiente raciocinio para poder captar lo malo de lo bueno, alguien manipulable.
Nos quedamos en silencio. Aprieto las cadenas, distraída. Se suponía que viajaría sola, pero me va de perlas tener un compañero. Diez años fueron suficientes para entrenar, aprender y esforzarme lo suficiente para ir a la búsqueda de mi padre. Sin embargo, los dioses están en mi contra, no aprueban mi plan, por ende, he vuelto mi expedición más larga a través de este bosque “Evig Skog”, en donde los ojos de las deidades no pueden penetrar con tanta facilidad, pero de hacerlo, pueden.
Padre alguna vez lo dijo… los dioses jamás serán de confianza. Al ubicarme me desterraron, viví un tiempo en las ciudades oscuras, grandes cuevas a rebosar de toda criatura belicosa; allí halle mi espada, la que llevo ahora conmigo, un arma sagrada que perteneció a un dios muerto. Con ella me defendí y logré salir de ese infierno. Desde entonces, dediqué mi poco tiempo en huir, perderme. Ahora un jovencito que no sabe el verdadero peligro sigue mi espalda como un cachorro, que me recuerda a mí tras Einar, intentando sacar alguna emoción de su parte. Nunca mostró sentimientos, siempre fue neutro y lo irónico es que después de ese momento traumático en donde perdí a madre… empecé a ser igual que él.
Aprieto los párpados, cansada.
—Debemos parar en una aldea cercana —sugiero. Dejo que mis ojos vuelvan a captar su rostro—. Necesita nuevas prendas, alguna gabardina con capucha y alguna arma.
—Me vendría bien un arco —musita, tímido.
—¿Es bueno con uno? —Me incorporo para buscar más ramas secas. La fogata se está extinguiendo.
—Llevaba pingües jabalís a mi familia de vez en cuando. No soy tan bueno, suelo apresurarme muy rápido.
—Precisión, mejor que rapidez —aconsejo al sentarme de nuevo. Me cubro más con las pieles, pues el frío se ha vuelto más pesado.
—Lo tendré en cuenta.
Baja su cabeza. Hace unas formas con su dedo sobre la tierra medio húmeda.
—¿Nadie lo extrañará?
—No. —Sacude su cabeza—. Desde que mi papá desapareció he sido como un fantasma.
—Entonces cuando muera a nadie le importará ni derramarán ni una sola lágrima por su cadáver, eso es… refrescante.
Cierro los ojos, el sueño me atrae.
—Moriré sin que nadie lo sepa, eso es bueno.
Levanto las esquinas de mi boca más no formo una sonrisa.
—Bien dicho, chico. Ser solitario es morir como tal.
Inclino la cabeza hasta posarla en el suelo resguardado por las capas de piel que he puesto ahí.
—Duerme. Estaré pendiente de nuestro alrededor.
Lo escucho acomodarse. Acata las órdenes con rapidez, es demasiado satisfactorio.
—Por cierto, me llamo Óláfr.
—Un gusto, Óláfr. —Giro hasta quedar de espaldas, no quiero entrar más en el tema—. Qué tu percepción te cuide esta noche.