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ANABELLA
Al día siguiente desperté muy temprano ya que tenía que viajar donde estaban mis padres, era increíble que ellos creyeran que Henry me había secuestrado, creo que para ese tipo de cosas exageraban demasiado, que vergüenza cuando llegue con Henry.
—Ana, ¿cómo le haces para despertarte tan temprano?— empezó a estirarse sobre la cama— tan solo mira como estoy yo que recién me levanto y ni siquiera quiero levantarme.
—Pues... La verdad eso me pasa cada vez que estoy ansiosa y en este caso mi ansiedad es por hablar con mis padres, puedes imaginarte que, ¿ellos creen que tú me secuestraste?— Henry empezó a reírse— no te rías, tonto, tenemos que ir donde ellos a aclararle este malentendido o de lo contrario según Mayra me dijeron que hasta a la policía tenían pensado ir.
—Ahora veo de donde es que tú, saliste tan extremista— lo dijo de forma sarcástica colocándose la pijama— bueno entonces bajaré a la cocina, prepararé un poco de desayuno para los dos y luego salimos, ¿te parece?
—Está bien, pero cuando suceden este tipo de cosas créeme que apetito es lo menos que tengo—tomé un camisón bastante grande y me dirigí al ropero para buscar un poco de ropa, creo que tendría que empezar a usar ropa más holgada ya que con el paso del tiempo la ropa que usualmente solía usar no me quedaría más.
—Sabes que te vas a ver mucho más hermosa cuando tu panza vaya creciendo más y más— Henry me abrazó por detrás acariciando mi vientre, sonaba tan cursi, pero no podía negar que me gustaba que me tratara de esa forma.
—Eres tan exagerado— resoplé—sabes muy bien que cuando mi panza esté muy grande adiós cintura.
—¿Y? ¿crees que eso es lo más importante? deberías de conocerme muy bien, Anabella, sabes a la perfección que el físico es lo menos que me interesa en ti, tienes tantas cualidades únicas y por eso es que me he enamorado profundamente de ti, porque traseros y pechos grandes abundan en cada rincón de esta ciudad, pero un amor puro y sincero como el que tenemos no lo encuentras a la vuelta del esquina— me dio un último beso y bajó las escaleras.
NOEL
No puedo creer que la vida me abofetee de esta manera, primeramente me quita a la mujer que tanto amo y ahora resulta que también espera un hijo del hombre a quien más odio, ni yo sé cómo me pude contener en ese momento, si tan sólo me hubiera llenado de valor hubiera asesinado a ese maldito en un instante, pero aún mi lado humano seguía vivo y sabía que si yo mataba a este sujeto le haría mucho daño a Anabella, por más rencor que le tuviera no la podría dañar de esa forma y menos cuando lleva una vida en ese vientre.
—Amigo, ¿qué diablos tienes?— Mickey me preguntó dándome una copa de whisky —hace mucho tiempo que tú ya no eres el mismo y no entiendo cómo alguien tan joven se esté desperdiciando por una perra que ni siquiera vale la pena.
—¡No vuelvas a hablar así de Anabella!— saqué mi pistola y le apunté a su frente— independientemente de que ella no esté conmigo no te da el derecho de tratarla con ese término, te lo advierto desde ahora en adelante no quiero que de tu boca vuelva a salir una palabra ofensiva hacia ella, ¿entiendes?
—Oye, no te enojes conmigo, pero simplemente te estoy diciendo la verdad de las cosas, al fin y al cabo ella te dejó plantado, amigo, yo no tengo la culpa de eso, la culpa la tienes tú que nunca tuviste los pantalones bien puestos para tirar del gatillo y volarle los sesos a ese abogado— Mickey tomó la pistola y se la colocó en la frente— estoy acostumbrado a ver a la mismísima muerte frente a mí, así que no creas que esas cosas que estás haciendo me van a intimidar.
—Eso no me importa, simplemente no quiero que vuelvas a hablar de esa forma— tomé la copa y me retiré de la sala, me dirigí a una silla que estaba un poco alejada de Mickey, tenía mi mente tan confundida que lo mejor era tratar de estar aislados de todos, de lo contrario les haría daño.
—Noel— Mickey se acercó y colocó su mano encima de mi hombro.
—Si vienes a discutir conmigo créeme que no tengo mucho tiempo para prestarte atención.
—Es el jefe, imbécil, tenemos que ir a una misión de urgencia— me levanté de la silla y nos subimos a su coche, no sabía de qué trataba la misión, pero todavía tenía una deuda que pagarle a mi jefe— vamos, amigo, cambia esa cara por favor no todo el tiempo puedes estar comportándote como una alma en pena, hay tantas cosas que hacer en esta vida, pero creo que estás muy joven para comprender este tipo de cosas, yo he pasado por muchas cosas que ni siquiera tienes idea y tú te estás muriendo por esta estupidez.
Llegamos a una casa bastante grande en donde habían jardines alrededor, el ambiente era un poco tenebroso, había mucho silencio y Mickey había estacionado el coche un poco antes de llegar a la casa.
—¿Y ahora qué se supone que haremos?— quise saber.
—Tu sígueme— Mickey empezó a caminar sigilosamente en la oscuridad, yo iba detrás de él caminando casi de cuclillas hasta que pudimos llegar bastante cerca de la puerta principal, en el segundo piso había una luz encendida, Mickey y yo entramos a la casa, Por dentro estaba todo perfectamente ordenado, pero en completo silencio—Préstame atención— me tomó de mis hombros haciéndome verlo a sus ojos— yo me quedaré haciendo guardia en esta puerta mientras tanto tú te vas a dirigir al segundo piso, ahí estará un sujeto al cual le tienes que disparar en la frente, no quiero ningún tipo de error o de lo contrario a ambos nos cortarán las cabezas así que vete— me dio un pequeño empujón.
Caminé lentamente por las escaleras, mis manos estaban temblorosas, a pesar de todo tenía mucho miedo, ni siquiera sabía quién era el sujeto pero si se trataba de elegir entre la vida de él o la mía por supuesto que la respuesta estaba de más.
Tomé el pomo y lo abrí lentamente, la luz que había en el cuarto la proyectaba una lámpara colocada en una mesa de noche, encima de la cama está un sujeto boca arriba, cargué mi arma y me paré a un lado.
—¿Amalia?— preguntó— hija, por favor tráeme un vaso de agua tengo mucha sed— enseguida volví a ver hacia un retrato que estaba encima de la mesa de noche y pude apreciar que estaba él y una pequeña sentados en una piedra frente al mar, al ver ese tipo de cosas me perturbaba mucho más, sería el asesino de alguien que dejará en orfandad a una pequeña que no tiene culpa—¿Amalia?— preguntó por segunda vez reincorporándose un poco de la cama, abrió sus ojos y se sorprendió al verme a su lado— pero, ¿quién diablos eres tu?
—No se mueva, señor, ni siquiera intente gritar o algo por el estilo, no lo conozco pero lamento mucho que usted haya estado en medio de mi camino— respiré profundamente unos cuantos segundos y liberé el aire contenido poco a poco, no era un asesino a sangre fría, pero las circunstancias de la vida me habían puesto en este lugar.
—Por favor, te lo suplico, tengo una niña de ocho años, ten piedad por favor piensa en tu hija o en tu hijo si es que acaso tienes, eres un joven que tiene un futuro por delante y no llegues a mancharte tus manos de esta forma —el hombre por poco lloriqueaba— si quieres dinero te puedo dar todo el que tú quieras, pero por favor no lo hagas— dudé por un momento, pero al instante pasó algo perturbador y es que de pronto empecé a ver el rostro de Henry Meal en el rostro de este sujeto, fue en ese lapso en donde mi rabia colapsó y tiré del maldito gatillo, sólo pude observar cómo había salpicado de sangre toda la almohada. Guardé mi pistola y bajé las escaleras, no sabía en qué monstruo me había convertido.
—Vamos, apúrate tenemos poco tiempo para irnos de este lugar o de lo contrario la policía nos va a encontrar— Mickey abrió la puerta dirigiéndonos al coche— pareciera que has visto un fantasma, Noel— Y lo era, había visto el peor fantasma de mi vida, desde ahora en adelante tendría una cruz que me seguiría a todas partes.
ANABELLA
—Anabella... Hace rato que estoy esperando por ti y nunca bajas de la habitación, no sé qué tanto haces, cariño,— la voz de Henry se escuchaba en la sala.
—Tranquilo, sólo estaba organizando algunas cosas, tú no conoces a mis padres como yo los conozco—bajé las escaleras— te apuesto a que nos van a preguntar de todo y por favor tú no le sigas el juego a mi madre, ¿entendido?
—Claro, amor, lo que su majestad diga— tomó de mi mano, cada vez que hacía eso me sentía tan segura a su lado.