2
ANABELLA
Si un día el karma llegara a mi vida lo sabría aceptar, lo que le había hecho a Noel no tenía nombre, me pongo en su lugar y me parecía algo tan cruel: el haberlo ilusionado cuando en el fondo amaba a otro hombre.
—¿Te sientes mejor?—Henry abrió la puerta del copiloto.
Obvio que no.
—No me siento tan bien, Henry, si tan solo hubieras visto el rostro de Noel, no me gusta verlo cuando está tan triste, sé que toma el camino de los vicios y destruirá su vida—subí al coche y Henry cerró la puerta.
—No te sientas culpables de ese tipo de cosas, Ana, hay cosas que están fueras de nuestras manos y el hecho que él haya quedado en esa condición no tiene nada que ver con nuestras decisiones—arrancó el coche y nos dirigimos a la autopista—es mejor que le hayas quitado esa venda en los ojos aunque en el fondo el sabía que siempre fuiste mía—no me gustó para nada la forma en que lo dijo, parecía que había una enorme confianza en sí mismo al respecto.
—¿Te gustaría que te mantuvieran bajo un engaño, señor Meal?—lo vi de perfil mientras seguía al frente del timón—creo que no, ¿verdad?
—Quizás tengas razón, pero al menos estuviera consciente que no me amas con ese intensidad—hizo un giro hacia una zona boscosa.
—¿Dónde vamos?—fruncí el ceño, Henry era un hombre llenos de sorpresas, no me extrañaba que saliera con una de sus grandes ideas.
—Ten un poco de paciencia—Guiñó un ojo mientras nos seguíamos adentrándonos al denso bosque, no me quería acordar de nada que fuera este tipo de paAnajes, al menos de noche. Recordé las malas experiencias que tuve con el mismo Henry.
Poco a poco el coche siguió subiendo la colina en forma circular, no podía negar que al final del camino iba despejando la visibilidad hasta que llegamos a una cabaña a lo alto, estaba sobre la cima de una pequeña montaña, tenía un enorme jardín. Frente habían dos ventanas de vidrio un poco grandes y una puerta en el centro, se miraba rústica, pero acogedora.
Bajamos del coche, Henry me tendió la mano, no me podía quejar del grado de atención que tenía hacía mi, pero aún quería saber qué significaba esta cabaña misteriosa.
—Supongo que en tu cabeza deben de estar pasando miles de preguntas —tomó de mi mano dirigiéndome a la cabaña—pues este lugar fue el testigo cuando tu te fuiste con tu ex, acá estuve aislado de todo el mundo y la verdad me sentía con una enorme paz, pero aún así siempre pensaba en ti—nos detuvimos en la noche tan fría y oscura, adornada de las miles de estrellas que se podían apreciar desde la cima—Te amo, lo sabes y lo sabrás por el resto de tu vida—llevó su mano a mi vientre—ahora somos tres, Ana,—me sentía rara cuando hacía este tipo de detalles, pero era justo lo que necesitaba.
—Con que este era tu escondite—caminamos hasta llegar a la puerta.
—Vamos, abre—me dio una pequeña llave—hace frío y si no entramos nos vamos a congelar—tomé la llave y la introduje en le cerradura haciendo un pequeño giro haci la izquierda, la puerta hizo un pequeño chillido al abrirla—lo siento—sonrió—pero es que ha estado muy abandonada desde la última vez que estuve por acá, pero mañana veré que cosas hay que mejorar, además, quería comprar un poco de comida para que estemos unas semanas acá, creo que le hará bien a nuestro bebé.
En el interior había una enorme alfombra frente a la chimenea, un juego de sala de color rojo vino, en las paredes habían algunos cuadros llenos de polvo y en una esquina estaba el desayunador junto a la cocina, por otro lado había una escalera un poco desgastada que conectaba a la habitación seguramente.
—Iré a cambiarme—le dije mientras subí las escaleras.
—Lo siento, pero acá solo vas a encontrar ropa mía—sonrió de lado.
—no importa, igual ya me he puesto tu ropa en varias ocasiones y sabes que me gusta usarla—continué hasta llegar a la puerta de la habitación, tomé el pomo y abrí, en el interior había una cama bastante grande en el centro, hacia la derecha había una puerta corrediza de vidrio con un pequeño balcón y dos sillas mecedoras, caminé hacia el balcón deslizando las puertas, se sentía el viento fresco, era algo perfecto, por supuesto la luna hacía de las suyas. Tan imponente y luminosa.
—¿Te gusta?—se acerco por atrás abrazándome—cada noche venía acá, Ana, la luna me hacía recordarte, por un momento creí que no te volvería a ver y te perdería definitivamente.
—Pero acá me tienes—me di la vuelta, la luz de la luna le daba en su cara—te prometo que no nos vamos a volver a separar—despeiné su cabello—esta vez seremos felices y estaremos lejos de todas esas personas que solo fueron un daño.
—Por favor no digas las cosas del futuro—acarició mi rostro con el borde de sus dedos—algo que he aprendido durante este tiempo es qué hay que contar con el tiempo que estamos viviendo en el presente—de pronto me cargó entre sus brazos.
—¿Qué haces, Henry?—sonreí, pero a la vez tenía un poco de miedo—bájame, no vaya ser y me tires... sabes que llevo a nuestro bebé en mi vientre—aún no me acostumbraba a decir esa palabra, pero creo que tendría que adoptarla en mi día a día, porque así sería: cada día crecería más y más a como el amor que le tenía a Henry.
—No podría vivir sin ti—me colocó con delicadeza encima de la cama—simplemente preferiría vivir sin aire que perderte—empezó a desvestirme al compás de su aliento, sus yemas eran brazas ardientes en mi piel, sus ojos eran dos luciérnagas en medio de la oscuridad y yo, tan solo una chica a la cual haría suya como tantas veces lo había hecho, esa noche la intensidad de nuestro amor se solidificó en una mezcla de locura y pasión bajo las sábanas de una cabaña que había sido la única testigo del resurgimiento del jefe y la empleada.
•
•
Pajarillos, si, eso era lo que se podía escuchar a la mañana siguiente, los rayos del sol iluminaban la habitación, Henry estaba a mi lado, se miraba tan tierno con sus cabellos tapándole parte de su rostro. No podía creer que después de tanto sufrimiento por fin estaba viviendo el cuento de hadas que siempre quise vivir al lado de mi príncipe azul.
—Buenos días, cariño,—le di un beso en cuanto se estaba levantando—creí que dormirías un poco más, te mirabas tan cómodo en esa posición—acaricié su pecho.
—No tienes idea de lo bonito que se siente despertar y lo primero que veo es tu rostro, amor,—se acercó dándome un beso—tuvimos una maravillosa noche, ¿Cómo te sientes?—me acurrucó.
—Mejor que ayer—asentí y era la verdad, creo que me caía muy bien hacer el amor con Henry, hasta mi estado de ánimo cambiaba.
—Hoy tendré que hacer unas cuantas compras en el supermercado, no sé si quieres acompañarme o quieres quedarte acá—se levantó hacia la puerta completamente desnudo.
—¡Henry!—Espeté señalando su amiguito de abajo.
—¿Qué?—levantó sus manos en forma de paz—acá no hay nadie más que no seamos los dos así que no te preocupes—estiró su cuerpo de un lado hacia el otro, mejor decídete.
—Creo que me quedaré acá, podría ayudar a limpiar un poco mientras vienes, además, no quiero escuchar mucho ruido y acá se siente una paz que no tienes idea—me levanté de la cama envuelta con la sábana, había un ropero en el cual encontré una camAna bastante grande, quizás me llegaba un poco a las rodillas.
—Está bien, iré a ducharme un poco—se giró y por supuesto no podía quitarle la mirada hacia abajo.
•
•
—Te veo dentro de una hora más o menos—Henry se iba.
—Está bien, por favor ¿podrías traer una pizza?—hice cara de cachorrita—no sé por qué se me antojó comer eso, pero quizás es el embarazo.
—No te preocupes, lo que sea por mi mujer—me dio un último beso en la frente y se fue.
NOEL
Ni siquiera pude dormir bien en esa maldita noche, intenté hacer de todo, pero me fue imposible cerrar mis ojos, todo por ese imbécil de Henry Meal, juro que llegará un día en que me vengue de ese idiota, aunque sea lo último que haga en mi miserable vida. Me dolía mucho la cabeza, tomé el arma y me dirigí a una farmacia, tendría que comprar algún tipo de analgésico para esta jaqueca.
Desde que trabajaba para mi jefe había mucho peligro rodeándome, en especial la competencia, había más personas que querían mi lugar y estaban dispuestos a lo que sea.
Desgraciadamente la farmacia que estaba un poco cerca había cerrado, no me quedaba más opción que ir a la del supermercado.
Justamente al llegar al supermercado restregué un poco mis ojos pensando que tenía una ilusión producto del desvelo, pero no, estaba viendo a Henry, sentí una gran tentación de tomar mi pistola que llevaba detrás de la espalda.