Capítulo cuatro
Pasaron al probador juntas, lo que aproveché para subirme en unas cajas apiladas al lado y mirar por arriba, era un blanco claro, aunque ellas no tenían ganas de mirar donde yo estaba, ni siquiera les interesaba levantar la vista, se sentían seguras y protegidas.
Las tetas de Mirna eran soberbias, en su punto justo, los rosados pezones levemente respingones, sin marcas del biquini, y sabiendo de la frialdad de Mirna, era seguro que el bronceado que llevaba era producto de alguna elegante lámpara, pues no osaría jamás ponerse al sol donde alguien la pudiera ver, ese era parte de su atractivo, hacerse la difícil.
Sin embargo, Sofía sí tenía marcas del biquini, aunque no tapaban gran cosa, aunque era claro que, el sol jamás había tocado aquellas partes de la piel de la chica.
Sus tetas eran grandes, firmes, una especie de toronjas ricas, elevadas, sorprendentes, parecían más pequeñas con ropa, en realidad no estaban nada mal, mi mente trabajaba rápidamente en ver cómo podría hacer más daño a Mirna, y la chica me estaba haciendo variar de planes.
—Mamá, ¿conocías a aquel hombre del gimnasio? —preguntó Sofía de pronto.
—No hija, no, simplemente me recordó a alguien que conocí hace mucho tiempo, tú ni siquiera habías nacido, no era de aquí, al parecer volvió a su país y no volví a verlo.
—Humm… bueno…
Sofía se cambió rápidamente y se fue con sus amigas, según le dijo a Mirna, mientras su madre continuaba probándose la ropa que había elegido y que al parecer le encantaba.
Yo bajé de mi punto de observación y me metí dentro del probador, mientras Mirna, seguía ensimismada, pensando probablemente en nuestro encuentro, cuando me descubrió, intentó gritar por la sorpresa y lo inesperado de mi presencia.
La contuve asegurándole que no pasaba nada, que por favor no me delatara ya que estaba escapando del marido celoso de una mujer que había sido mi amante hacía unas semanas.
Ella se me quedó viendo fijamente e interesada por lo que acababa de decirle, se mantuvo quieta, entonces comencé a decirle que el destino era el que nos había unido ya que apenas unas horas antes la había conocido y ahora ella me protegía.
No me fue difícil seducirla, era una hembra necesitada de hombre y por mucho que se negara a demostrarlo, lo podía ver en sus ojos, así que echando mano a todos mis recursos la fui convenciendo, tenía que hacerla mía para poder lograr mi venganza.
Mis ojos recorrieron su cuerpo mientras le, indicaba, que se sentara en el sillón del probador, y se quitara de nuevo el pantalón y la camiseta con suavidad y lentitud.
Por un momento titubeo, aunque su deseo de sentirse admirada y halagada por aquel joven apuesto y galán que ahora casi le suplicaba que lo hiciera, fueron suficiente incentivo para que poco a poco se dejó llevar por mis palabras.
Sus manos recorrían su cuerpo sin que ella se diera plena cuenta, siempre había sido fría y con poco o nulo ardor sexual, de eso se quejaba Marco y había antepuesto el dinero y la posición al sexo y al amor, por eso se mostraba tan reacia a dejarse seducir.
Nunca había tenido aventuras, no iba a tirar por la borda un matrimonio millonario por líos con un seductor que pudiera echar todo a perder, aunque ahora se estaba acariciando, incluso por debajo del sujetador y de las pantaletas; sin dejar de seducirla con palabras y con mi voz, le insinué que metiera su dedo en la vagina y acariciara suavemente el clítoris.
Su dedo empezó a entrar y salir con rápida cadencia mientras sus caderas subían y bajaban a cada movimiento de la mano, mientras, su otra mano sacaba sus tetas del sujetador acariciando y poniendo duro su pezón, que se elevó al momento.
Estaba más caliente de lo que nunca antes había estado, yo estaba convencido de que la tenía en mis manos y con un pequeño empujón sería mía, solo que de pronto, con un susto, se miró en el espejo, despatarrada sobre el sillón, con las bragas en las rodillas y las tetas por fuera del sujetador mientras su mano introducía frenéticamente los dedos en su coño.
Evidentemente se recompuso al momento y recobró rápidamente su compostura, aunque claramente alterada, su respiración entrecortada era más producto de la vergüenza que de la excitación sexual, eso lo iba a cambiar yo la siguiente vez que la tuviera en mis manos.
En ese momento y mientras se recomponía, me pidió que saliera de aquel lugar, que de seguro ya se habría marchado el tipo que me buscaba, vi que por el momento no podía forzar más la situación y agradeciéndole su apoyo y sus atenciones, salí del vestidor.
Ahora más que nunca estaba convencido de que no me sería difícil hacer con ella lo que me viniera en gana, aunque por el momento debía dejarla descansar y recapacitar sobre lo que acababa de hacer frente a un desconocido, que le recordaba a alguien, solo que no sabía a quién, no lograba ubicarme en su mente por lo mucho que yo había cambiado.
La pelirroja Diana, era muy amiga de Mirna, sus maridos hacían negocios juntos y con mucha frecuencia salían a cenar. Así que, Mirna se dirigió hacia la casa de su amiga, seguramente para relajarse y calmar un poco su excitación, mientras yo la seguía de cerca.
Al entrar en el elevador me acerqué a ella por detrás, mientras abría la puerta, la sujeté por el cuello con una mano mientras le tapaba la boca, sin que se pudiera girar para verme.
Oprimí el botón del piso de la azotea mientras con la otra mano la manoseaba por todo el cuerpo y le iba quitando la ropa hasta que quedó en ropa interior, no puedo negar que se veía preciosa y su calzón tenía una mancha, clara señal de que seguía caliente.
Mirna intentaba pegarme patadas para librarse de mí, aunque al tenerla inclinada hacia atrás, y no permitir que girara, era difícil que me acertara en las espinillas.
Rasgué sus bragas para conseguir aumentar aún más el efecto de terror que quería implantar en ella, y de dos patadas abrí sus piernas inclinándola de repente hacia adelante.
Mirna, aterrorizada no podía reaccionar, intuía que iba a ser víctima de una salvaje violación y eso lejos de asustarla la calentó aún más, lo supe por el flujo que corría por sus piernas.
Me saqué la verga y se la acerqué a su trasero, lo que la dejó estupefacta e inmóvil hasta que comprendió lo que iba a venir a continuación y empezó a retorcerse más aún en el colmo de la desesperación, si por una parte lo deseaba, por otra, no se daba por vencida a su pasión.
Cuando el ascensor llegó a la azotea, empujé la puerta con el cuerpo de Mirna, de dos patadas tiré fuera sus ropas y la empujé a ella también fuera, no sin antes jalarla del sujetador para quedarme con él en la mano ante la impotencia de ella por evitarlo.
Mirna aterrizó en el suelo de bruces, justo cuando se cerraba la puerta del elevador y yo pulsaba la planta baja. Ella no tuvo tiempo de recomponerse y voltear hacia el ascensor, por lo que no supo quién la había atacado de esa manera.
No había sido violada, aunque sí, humillada profundamente y además despreciada, cosa que no entendía, ya que en la azotea podía haber sido violada sin poder hacer nada por impedirlo y muy dentro de ella, tenía el deseo de que así fuera.
Si la violaban, sería la excusa perfecta para ella misma de que no había cedido por su propia voluntad, estaba tan caliente que, si en el elevador, cuando le puse la verga entre las piernas, en ese momento la hubiera ensartado, tal vez hasta hubiera colaborado al momento de limar para entrar y salir de su vagina.
Mirna se vistió, frustrada y confundida, metió las pantaletas rotas en el bolso de mano y sin calzones ni sostén se dirigió a casa de Anette, rápidamente pensó cómo debía actuar.
Decidió no comentar nada a nadie. No iba a dejar que este episodio le trajera problemas en su matrimonio, a fin de cuentas, solo había perdido un caro conjunto de lencería.
Decidí darle una semana de descanso, para que tuviera tiempo de extrañarme, para que su mente trabajara en lo que había vivido en los últimos días, y también para ir a visitar la tumba de mi querido amigo, saludar a algunos conocidos y comprarme la ropa que necesitaba para seguir adelante con mi plan, el cual no tenía fallas.
Al cabo de esa semana volví a observar a Mirna, que, en apariencia, seguía con su vida normal, aunque usaba mucho más a menudo gafas de sol, y daba largos paseos sola, sin duda algo se movía en su interior, tal vez empezase a tener algún sentimiento que no fuese un frío análisis de posibilidades para el éxito.
En uno de esos paseos, dirigió sus pasos a la sesión de la tarde del cine, entré tras de ella, algo retrasado, apenas había público a esa hora y Mirna, había elegido una de las butacas traseras, me senté a su lado notando su sentimiento de desagrado ante un intruso que invadía su espacio personal habiendo tanto sitio en el cine; no me podía ver, pues la película ya había empezado, y además me ignoró por completo, según su costumbre.
Mirna llevaba un vestido de verano fresco, evidentemente de Armani, sin apenas mangas, y algo recatado, por debajo de las rodillas, muy ligero, con botones por delante.
De repente puse una mano sobre su rodilla, por encima del vestido; noté el sobresalto de Mirna y el grito que estuvo a punto de dar, cuando sin darle tiempo, la besé en la boca.
Trató de resistirse un poco, y fue su temperamento ardiente y el cual de seguro no era satisfecho con frecuencia, quien la hizo relajarse y corresponderme a la caricia.
Entonces empecé a mover lentamente la mano hacia arriba, manteniendo la presión, lo que hacía que a la vez que mi mano, también subiera su vestido, luego hacia abajo, y otra vez hacia arriba; al cabo de un rato, su vestido dejaba entrever sus pantaletas blancas de encaje.
La cara de Mirna, estaba roja como un tomate, y aún más cuando mi mano empezó a separar sus piernas para realizar caricias aún más atrevidas, las aletas de su nariz se dilataron, mientras sus labios temblaban ligeramente.
Durante todo ese tiempo no dejaba de besarla en los labios y ella, con más facilidad me correspondía, tal vez en su mente sentía que la esta forzando, que no podía defenderse para no armar un escándalo que la pusiera en evidencia y nos llevaran a la delegación.
O tal vez, ya había vencido todas sus barreras, no lo sé, ya que con las mujeres nunca se sabe la forma en que van a responder, por lo pronto, ella estaba reaccionando bien.
Fue por eso que decidí poner en juego todos mis conocimientos en el arte del amor y la pasión, tenía que doblegarla y no conocía otra forma más que la de seducirla.
De repente, dejé sus piernas, las cuales quedaron abiertas y empecé a acariciar sus senos igualmente por encima del vestido, notaba el relieve del encaje, y como sus pezones se ponían duros y erguidos, en definitiva, era una mujer que requería liberar su pasión.
Desabroché lentamente dos botones, justo para llegar a la parte baja del sujetador, que abrochaba por delante, le pedí con voz dulce y suave, hablándole al oído, que lo desabrochara, quería ver hasta dónde estaba dispuesta a seguir, lo hizo casi de inmediato, con un gemido apenas audible que me indicó que estaba en buen camino. Luego, sujeté su mano y la puse sobre mi pantalón, directo sobre mi endurecida verga, y esperé a lo que iba a hacer.
Mirna, desabrochó mi pantalón y bajó el cierre, metiendo la mano por entre mis calzones, desabrochando el botón y liberando mi pene que empezaba a estar bastante duro.