Capítulo cinco
Noté con sorpresa que Mirna, no sabía cómo seguir en realidad, pues nunca se la había mamado a nadie, algo que después me confesaría. Siempre se había negado tanto a Marco, como a su marido, consideraba que iba contra la moral y las buenas costumbres.
La sujeté por la nuca haciéndola bajar la cabeza hacia mi entrepierna, notando su resistencia y envaramiento, que vencí presionándola más con la mano. Una vez ahí le pedí con toda suavidad, aunque con firmeza, que abriera la boca, e introdujera el pene en ella, cosa que hizo casi de inmediato, como si lo hubiera estado deseando desde hacía tiempo.
Su lengua recorrió todo mi pene de arriba a abajo, mientras su mano acariciaba mis testículos, su boca succionaba sin experiencia, aunque con ardor y poco a poco guiada por mí y por mis palabras seductoras e invitadoras, comenzó a darme una mamada deliciosa.
Se empezó a recrear con el glande, haciendo pucheritos con la boca, dejándolo descansar sobre su lengua, y apretando el resto del pene con la mano meneándolo arriba y abajo, untando con saliva toda la longitud del mismo; me gustaba que sintiera lo que estaba haciendo.
Mi mano se entretenía acariciando sus pechos, firmes y duros por el gimnasio a pesar de haber tenido una hija, mientras con la otra mano empezaba a bajarle lentamente las bragas desde las caderas y el culo hasta dejárselas a medio muslo.
En todo momento evitaba mirarme, lo que hacía que sintiera que se lo estaba haciendo a un perfecto desconocido; Su mente era un torbellino de sentimientos contradictorios, por una parte, su voluntad la mandaba dejar todo de inmediato y salir del cine a toda prisa, y por otra, notaba que no podía dejar de disfrutar aquello que nunca antes había experimentado.
En su mente, ella estaba siendo forzada por un desconocido, lo cual la animaba a seguir adelante, ya que tenía la excusa perfecta para sí misma, la estaban obligando, un hombre y las circunstancias, todo con tal de no tener un problema con la policía.
Mi mano empezó a acariciarle el vientre por debajo del vestido, notando sus estremecimientos, mientras bajaba lentamente hacia sus partes más íntimas; de hecho, dio un salto cuando acaricié suavemente su clítoris, tratando de incitarla más.
Era increíble, todavía no se había empezado a mojar, debo reconocer que sentí algo de frustración, pues me siento un experto en mujeres, y con ella estaba fallando en lo más elemental así que masajeé lentamente el clítoris y sus labios exteriores hasta que noté tras bastante tiempo que se empezaba a lubrificar.
Entonces la retiré de mi pene haciendo que se levantara y se subiera el vestido hasta la cintura, era una mujer sin voluntad, quizás por la emoción de esperar hasta donde la llevaría contra ella misma o tal vez, por su miedo a los escándalos, sobre todo de ese tipo.
Mirna, levantada, con el vestido arrebujado en la cintura y con las pantaletas en las rodillas era un espectáculo que me puso más caliente de lo que ya estaba.
La senté de espaldas a mí con las piernas abiertas, sobre mi pene que despacio, con mucha lentitud, mientras Mirna, contenía la respiración fue entrando lentamente en su ya empapada panocha, la cual sentí estrecha y deliciosa, algo que en verdad no esperaba.
Cuando quedó completamente ensartada, exhaló el aire de golpe, y siguió con pequeños gemidos casi inaudibles aún en el silencio de la sala.
—Mmmhhh, mmmhhh, aaahhh, aaaayyy —estaba comenzando a dejarse llevar, tal y como yo lo había previsto, era indiscutible que disfrutaba de mi verga en sus entrañas.
Mis manos sujetaron sus caderas moviéndola hacia delante y atrás, primero, muy despacio y después, rápidamente, hasta que ella sola siguió con el ritmo; mis manos subieron bajo su vestido hasta sus pechos, libres del sujetador, acariciándolos y notando la dureza extrema de sus pezones, aquella mujer era todo un volcán en plena erupción.
Su culo se movía cada vez más rápido, lo que me indicaba que estaba a punto de venirse, así que me vine yo antes, notando como inundaba su vagina con el calor del semen, y antes de que pudiera tener el anhelado orgasmo que ya se aprestaba para salir con plenitud, la levanté en peso, trasladándola a la otra butaca, ante su desconcierto.
Me arreglé con rapidez y me levanté observando a Mirna, que seguía con los ojos bien abiertos fijos en la pantalla, aunque sin ver la película en realidad, su mente con toda seguridad, estaba trabajando a todo lo que podía buscando la forma de actuar en ese momento.
Tenía el vestido en la cintura, sujeto solo por un botón, las piernas todo lo abiertas que le permitían las bragas ya casi en los tobillos, los hombros al descubierto, con los tirantes del sostén a medio brazo, los pechos totalmente a la vista, perfectos, coronados por unos preciosos pezones oscuros.
Estoy seguro que ella esperaba que yo continuara con lo que había comenzado, te juro que ganas no me faltaron para aventarme un segundo palito con ella, solo que mi plan no era ese, tenía que jugar con Mirna, hacerle sentir quién era su dueño.
La cara de ella, brillaba por el sudor a pesar del aire acondicionado, tenía un color que sobrepasaba el rojo. Sus piernas y sus caderas se movían con espasmos, era evidente que a pesar de no haber llegado al orgasmo algo se removía dentro de ella. Estaba increíble.
La verdad es que no me extrañaba que Marco perdiera la cabeza por una belleza semejante, sobre todo si en algún momento se mostró tan cachonda con él como en ese instante.
Salí del cine dejando allí a Mirna, y pensando en mi próximo movimiento.
Tres días después, una breve reseña en el periódico daba cuenta de una cena en un conocido y muy exclusivo lugar al que el acceso estaba demasiado restringido para gente común.
En esa cena, se iban a reunir los tres miembros más sus respectivos hombres de confianza, junto con sus mujeres, un total de doce personas. Habían reservado, para el fin de semana, cuatro camareros y dos doncellas solo para ellos, nadie más para que no fueran molestados, varias líneas de datos y conexión permanente con sus oficinas.
Empecé a pensar cómo podría aprovechar la ocasión para mis planes. Enseguida lo tuve claro. A esta fiesta no podía faltar yo, era indispensable que me presentara.
Llegué al sitio cuatro horas antes que ellos, me acerqué al encargado de la cena, y lo convencí de que me había contratado expresamente para la ocasión, sin asignarme una tarea concreta, solo como refuerzo por si era necesario, con lo que podría moverme a mis anchas por el lugar sin preocuparme de ocultar mi presencia, concentrándome solo en Mirna y sus acompañantes.
El encargado me presentó a los demás trabajadores, Carlos, Enrique, Jorge y Manuel, eran los cuatro camareros, Azucena y Sonia, las dos doncellas para atender a las señoras mientras sus maridos se repartían la ciudad a sus anchas.
Carlos y Jorge, tenían ya unos cincuenta años, mientras que Manuel y Enrique eran aún jóvenes, salidos de la escuela de turismo, lo mismo que Azucena y Sonia, que la verdad tenían un precioso cuerpo, más parecían azafatas que doncellas.
Comprobé que al lado del salón donde se celebraría la cena había un cuarto pequeño de servicio que no iba a estar en uso, además no tenía ventanas y sí una puerta al salón, así que instalé ahí mi cuartel general, tenía que tener todo listo para el gran momento.
Cuando llegaron al lugar los comensales subieron a instalarse en las habitaciones que habían apartado, unas tres horas antes de cenar, para descansar un poco.
Sergio y su mujer tenían aproximadamente la misma edad, unos cuarenta y cinco años, en realidad su mujer Sara era la millonaria, Sergio se había hecho cargo de sus negocios, ya que ella prefería la buena vida, cosa que había realizado con extremado celo, pues había multiplicado por mucho el patrimonio de su mujer.
En cuanto a Sara, conservaba gran parte de la belleza, algo angulosa eso sí, de su juventud. era delgada, y algo bajita. Vestía un vestido negro de fiesta por la rodilla, con abundantes joyas, sobre todo perlas, de las que era una fanática.
Manuel tenía unos sesenta años, era el mayor del grupo, mientras que su mujer Maite parecía una copia de Mirna, joven, de unos treinta y tantos, y sumamente atractiva, morena con vetas rojizas en el pelo, llevaba una camisa blanca y una minifalda beige, con un echarpe granate por encima, se veía muy atractiva y sensual.
Mirna había elegido un vestido azul oscuro, con los hombros al descubierto, algo corto, aunque muy insinuante, sobre todo cuando jugaba con el chal rosa pálido que traía.
Los respectivos ayudantes también parecían fotocopias, esta vez entre sí junto con sus mujeres. Eran altos, jóvenes, engominados, salidos de las primeras promociones de las escuelas privadas de Económicas y con siete u ocho masters en su currículum.
Sus mujeres, rubias sociales, atractivas, y con cara de niñas acomodadas, llevaban vestidos de fiesta algo llamativos, cosas de la edad supongo, y demasiado ceñidos para mi gusto.
A las ocho de la tarde fueron entrando en el imponente salón, ocuparon sus sitios y empezó la principesca cena, tras la cual los hombres conversarían para intimar y comentar lo ocurrido desde la última reunión que habían tenido meses antes.
A los postres decidí intervenir, le ordené a la servidumbre que se quedara afuera hasta que los llamaran y no molestaran bajo ningún concepto; en cuanto a los comensales, les puse unos afrodisiacos en las bebidas, lo mismo a ellas, poco a poco se fueron liberando de inhibiciones haciendo que sus conversaciones fueran subiendo de tono en lo sexual, muy apartadas de los negocios que tenían por costumbre tratar.
Maite, llevada por esa pasión insatisfecha, con un leve aspecto de mareada, decidió acercarse más a su marido y darle un beso apasionado y cachondo en la boca de tres minutos, ante el aplauso de los asistentes que comenzaban a calentarse.
Sara, sin mirar siquiera a su marido agarró a uno de los ayudantes y empezó a meterle mano en plan descarado, ninguno parecía darse cuenta de lo que pasaba, salvo Mirna, que no daba crédito a lo que veía, achacándolo, sin ninguna duda, a un exceso de alcohol.
Las acompañantes de los ayudantes, no podían permitir que las mujeres maduras les quitaran el protagonismo, así que la primera de ellas se subió sobre la mesa contorneándose y quitándose lentamente el vestido de noche hasta quedar con un sugestivo conjunto de ropa interior negro, actitud en la que fue rápidamente imitada por sus compañeras entre risas. Mirna, estaba de piedra, sin entender sobre todo que a nadie le pareciese extraño.
Nunca se imaginó que el potente afrodisiaco que había usado para tal fin, no sólo los excitaba, sino que los desinhibía, ya que estaba mezclado con coca y algo más, una mezcla que me dio un experto farmacéutico que conozco y que no falla nunca.
Manuel, se bajó rápidamente los pantalones, sacando un pene pequeño, aunque en extremo grueso para su edad, mientras que Maite y su marido se quitaban la ropa entre ellos, el ayudante que cachondeaba Sara, estaba en el séptimo cielo, y John, aplaudía a las muchachas acompañantes de los ayudantes, mientras se desnudaba febrilmente.
Mirna, se levantó con cara de horror y retrocedió hasta donde yo estaba, sentándose en una silla y sin atreverse casi ni a mirar. Algo muy dentro de ella se resistía a dejarse llevar, no obstante que la droga la controlaba por momentos, su frialdad legendaria la mantenía atenta y ahora, lo que estaba contemplando era algo que nunca imaginó.
En unos minutos estaban todos desnudos o casi. Todas las mujeres estaban chupando ávidamente el pene del hombre que tenían más cerca, sin reparar en quién fuera, excepto Mirna, que seguía junto a mí y Sara, que atendía a John y a uno de los ayudantes de manera alternativa, sin decidirse por alguno en especial, gozaba teniendo dos vergas a su alcance.