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4

Gregorio y Marco rieron por lo bajo, a Cristian Manuel no le iba a costar mucho adaptarse.

—No he visto a ninguna mujer bonita –se quejó Gregorio cuando ya salían de la cafetería.

—Seguro que no hay. Ya sabes, vino una epidemia de fealdad y las contagió a todas.

—O una bruja malvada repartió manzanas envenenadas, suele pasar.

—O simplemente se fueron del pueblo. Seguro que tampoco había hombres guapos y decidieron largarse.

Cristian Manuel sonrió dándole la vuelta al Jeep para subir al asiento del copiloto. No miró bien al girar, y a punto estuvo de tirar a alguien al suelo.

Afortunadamente, él era hábil y la abrazó... así que pudo ser visto de inmediato. Aquí está la primera mujer hermosa que he visto en Trinidad. Labios rosados ​​que se elevan contra la piel muy blanca, cabello negro largo y anguloso y... grandes ojos grises bajo cejas negras aterciopeladas. Los rostros pálidos inmediatamente se sonrojaron.

—Lo... lo siento, no vi... —empezó a disculparse ella cuando ya estaba a salvo con sus dos pies en tierra. Él no dijo nada, sólo la miraba con un inmediato interés masculino.

—Es un idiota, no prestes atención –dijo Gregorio con voz sonriente. La chica no se giró a mirar al otro, y sonrió ante la broma mirándolo aún a los ojos... ¡Dioses! Dientes blancos, parejos, bonitos... sonreía bonito.

—Ah... bueno... permiso –intentó esquivarlo, pero entonces él le bloqueó el paso.

—¿Tu nombre?

—Para... ¿para qué?

—Para saber cómo se llama la mujer más hermosa que he visto alguna vez –ella volvió a sonrojarse.

—No necesita saber cómo me llamo. Permiso –intentó pasar, pero él volvió a impedírselo.

—¿Tu nombre?

—¿Es una especie de contraseña?

—¿Contraseña?

—Sí, para dejarme pasar.

—Exacto. ¿Tu nombre?

—Me temo que no lo tendrá.

—Eres mala; bonita, pero mala.

—Cristian Manuel, tenemos que irnos –dijo la voz de Leonardo, que rezumaba molestia.

Cristian Manuel no lo miró, tenía los ojos clavados en ese ángel de cabellos negros.

—¿Tu nombre? –insistió.

—Pepita Pérez. Ahora sí, permiso.

Se escuchó la estruendosa carcajada de Gregorio. Cristian Manuel se había quedado quieto como una estatua y ella logró escabullirse.

—Se han burlado de ti –le dijo su amigo—, ella no tiene cara de llamarse Pepita—. Cristian Manuel se giró y miró a la hermosa mujer alejarse a paso rápido.

—¿Tu primera víctima? –inquirió Leonardo.

—¿No la viste? Es... guapísima, si la dejo salir ilesa me arrepentiré el resto de mi vida.

—Hombre, tienes a Fabiana.

—Fabiana no se va a enterar.

—¿Por qué estás tan seguro?

—Porque tú vas a mantener tu enorme boca cerrada y no le vas a decir nada. ¿Estamos?

—Hombre, hombre, no se peleen por una desconocida. Cristian Manuel, ni siquiera sabes cómo se llama.

—Ya lo averiguaré. En un pueblo tan pequeño ella no debe pasar desapercibida, es demasiado hermosa para eso. Alguien debe conocerla y averiguaré cómo se llama.

—¿Y luego qué?

—Luego les contaré qué tal.

—No lo creo –dijo Leonardo—, a mí me pareció que no es de las que se prestan al juego. Parece una chica decente. No va a caer ante ti.

—Una chica decente. ¿Acabas de verla y ya sabes que es decente?

—Es lo que me pareció —insistió Leonardo—. No caerá ante ti.

—En menos de un mes será mía –apostó Cristian Manuel.

—¿Necesitas tanto tiempo? —se burló Gregorio.

—Tres semanas.

—No caerá —repitió Leonardo—. Tengo fe en la chica.

—Dos semanas. Y estarás allí para verlo –Leonardo le dirigió una mirada severa a Cristian Manuel.

—No me gustan este tipo de apuestas—. Se escuchó una exclamación generalizada. Gregorio y Marco no soportaban que a veces Leonardo se comportara de manera tan mojigata.

—¡Como quieras! –Cristian Manuel enseñó las palmas de sus manos en un gesto de rendición y se subió al Jeep. Mientras Gregorio ponía el motor en marcha, gritó—: ¡Al fin encontré novia en Trinidad!

Los demás se echaron a reír celebrando la ocurrencia, excepto Leonardo, que lo miraba con un gesto de desaprobación.

Vanesa se dirigió a su casa prácticamente corriendo. Aún no se creía lo que le acababa de pasar.

Acababa de conocer al hombre más guapo del mundo.

¡Del mundo entero!

Observó en su mente el rostro del hombre que acababa de conocer. Mucho cabello castaño claro. Cejas altas a juego con el tono de su pelo, tupida y preciosa, unos ojos color avellana, muy expresivos, tan... sorprendidos de verla. ¡Y esos labios, madre del amor hermoso, esos labios! Además, era alto, de hombros anchos y cintura estrecha. Sintió la fuerza de sus músculos cuando la abrazó.

Tomar una respiración profunda.

Salió de la casa de Elisabeth a toda prisa porque tardó más de lo permitido en hablar con ella. Siempre estaría fuera de tiempo si él la visitaba, y esta vez no importa.

Tal vez sea el destino; si hubiera pasado un minuto antes o un minuto después, nunca la habría vuelto a ver. Su padre sabría que tomó más tiempo del permitido sin razón aparente, pero lo enfrentaría.

Vale la pena. Conoce a un hombre guapo que la llama la mujer más hermosa que jamás haya visto. ¡Nada menos!

—Pues yo también pienso que eres el hombre más guapo que he visto en mi vida –murmuró para sí.

Se había quedado un poco embobada con el vehículo; de esos sólo los había visto en la televisión, y sabía que no eran cualquier cosa, debían valer bastante. Recordó que en él iban otros tres, pero no recordaba sus rostros, sólo el de Cristian Manuel. Así lo había llamado uno de sus amigos.

No le había dado su nombre. Si alguien se enteraba de que había estado hablando con un desconocido se metería en problemas. Mejor que no, y por eso se había alejado prácticamente corriendo.

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