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Elisabeth no pudo entender su falta de fe. Observó a su amiga admirando lo bonita que era; toda una Blancanieves. Así la llamaba de vez en cuando, pues tenía un hermoso cabello negro y largo, de esos que perfectamente podían salir en los comerciales de Pantene; una piel blanca, labios rosados y ojos grises heredados de su padre, pero que en ella se veían bien, en Antonio parecían ojos robados a alguien guapo, sobre la cara de alguien que no lo era tanto.
Físicamente, tenía todo lo que una mujer podía desear; senos generosos, curvas donde debían estar y una modesta estatura de uno sesenta. Era una lástima que sus padres opacaran tanto su felicidad, pues cuando Vanesa sonreía, su rostro se transformaba y la hacía parecer más bella aún.
—Esas cosas sólo pasan en tus telenovelas –insistió Vanesa torciendo la boca en un gesto de incredulidad. Elisabeth sonrió meneando la cabeza. Si ella, que no era ni de cerca una belleza como lo era Vanesa había conseguido tener un novio en el pasado, ¿cuánto más su amiga?
—No pierdas la fe.
Pero sí la estaba perdiendo, pensó Vanesa. Aunque ni siquiera tenía veinte. Aunque al parecer lo tenía todo, aunque, según la insistencia de su amiga, era guapa.
—Y eso es lo que quiero hacer con este pueblo –terminó diciendo Fabricio Evans, el alcalde de Trinidad.
Cristian Manuel miró los papeles que tenía en la mano y se llevó un dedo a los labios. El proyecto es ambicioso y, por supuesto, ya sea que tome más tiempo y más tiempo, el objetivo es hacer de Trinidad un lugar más comercial para crecer, atraer a más personas, atraer más negocios, etc. impuestos.
Fabricio Evans le contó extensamente sobre la importante producción que estaba haciendo la ciudad y que faltaba por no ser una buena ubicación geográfica. La conexión de la carretera principal probablemente curará todas sus dolencias y la modificación de sus plazas y parques atraerá a turistas y lugareños.
—Necesitaré un equipo de profesionales.
—Tú pide lo que quieras. Dinero es lo que hay.
—¿De veras? ¿Desde cuándo los pueblitos son tan ricos?
—No hagas preguntas cuya respuesta no te conviene saber. Eres mi contratado, el que llevará la batuta en todo esto, así que... ¿cuándo empiezas?
—Mañana mismo. Tengo sólo unas pocas condiciones.
—Tú dirás.
—Quiero un buen lugar para dormir y comer. Una oficina donde trabajar a gusto y el equipo de profesionales que yo mismo sugeriré.
—A cambio –dijo el alcalde— me darás cada que te lo pida un informe del progreso del proyecto. Estoy sacándole una buena tajada al tesoro del pueblo, y todos me van a caer encima si esto no resulta como se planea.
—Eso no será ningún problema. Con que me avises con tiempo estará bien.
—Entonces le diré a Carmencita que te ayude con lo de tu hospedaje. Arrendé una pequeña casa para ti.
—Eso me parece perfecto.
—No esperes lujos. En este pueblo difícilmente los conseguirás.
—¿Un aire acondicionado es un lujo?
—Eso lo puedo conseguir —Cristian Manuel sonrió—. Gracias —le dijo Fabricio Evans con una sonrisa cuando ya se despedían— por haber aceptado. Fuiste el quinto ingeniero al que contacté.
—Y el único desesperado para aceptar, al parecer.
—Pero si todo sale bien —siguió Fabricio—, pronto Trinidad será algo más que un pueblucho, y yo seré un alcalde recordado por haber hecho progresar a Trinidad.
—Pues a ver qué pasa de aquí a un año.
Se estrecharon la mano y Cristian Manuel salió de la oficina del alcalde hacia el calor del exterior. Estaba sudando, y si no era en el gimnasio, Cristian Manuel odiaba sudar.
Ya en la calle, miró hacia una cafetería donde estaba estacionado el Jeep de Gregorio.
Llegó y encontró a los tres en la mesa, varias botellas de cerveza fría en la mano ya comenzando. Lo están esperando aquí. No solo lo llevaron allí porque no tenía auto propio, sino que lo acompañaron hasta que pudo vivir. Incluso uno de ellos lo ayudará con el proyecto y también viajarán de ida y vuelta a la ciudad.
Ya tenía en sus manos las llaves y la dirección de su nuevo hogar, así que apagó y se dirigió a la mesa donde estaban sentados sus amigos.
—¿Y bien? –le preguntaron ellos cuando lo vieron llegar—. ¿Qué te dijo?
—Pues aquí donde me ven –contestó—, soy el futuro artífice del progreso de un pueblo que queda en el rabito de Colombia –Marco soltó la carcajada.
—No irás a hacer una chapuza, ¿no? –preguntó Leonardo.
Cristian Manuel lo miró ceñudo. Leonardo siempre soltaba comentarios de ese tipo, y aunque ya estaban todos acostumbrados, a veces le molestaba de verdad.
—Claro que no, tonto –le dijo, mientras se sentaba a la mesa— Me refería a que, aunque sea toda una obra de arte, poco o nada le servirá a este pueblo. Quieren construir un puente para que a través de él entre el progreso a este lugar, pero mira alrededor; esta gente no progresará simplemente porque no querrá hacerlo.
—Vaya, estamos todos filosóficos hoy –intervino Gregorio intentando relajar el ambiente. Levantó una mano chasqueando los dedos. Cuando no vino ningún camarero a atenderlo, miró hacia la barra, y alzando una ceja comentó: —Me siento en la dimensión desconocida. ¿Qué lenguaje se habla aquí?
—Uno que no tendrás que aprender –se quejó Cristian Manuel—. ¡Señorita! ¿Sería tan amable de venir, por favor? –llamó, y efectivamente, una mujer se acercó para atenderlos.