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Capítulo 5. En los brazos de Edgardo

Por Evangelina

—Si no estás segura no hacemos nada, de verdad quiero hablar con vos y si surge algo…que no estemos pendientes de que alguien nos pueda interrumpir.

Me pareció lógico.

Hablamos un rato, estábamos sentados en un sillón que había en la habitación del hotel.

—¿Lo pensaste?

—Sí…tengo miedo, pero…creo que…sí…

—Nena…

Me dijo, acercándose a mí, mientras que sus manos me acariciaban las piernas, sin subir por debajo de mi falda.

Hacía todo con lentitud, como gozando cada paso.

Se paró y tirando de mi mano, hizo que me pare a su lado.

Es alto, me lleva casi una cabeza y yo lo sentía tan potente, tan hombre, que me turbaba estar allí con él.

Sin embargo, cuando me besó, pegándose a mí, sentí como se despertaba inmediatamente su…instinto.

Sus manos recorrieron mi cuerpo, mientras me sacaba la ropa y él también se iba desvistiendo.

—Tengo vergüenza, nadie me vio desnuda.

—¿Y el infeliz ese?

Preguntó casi con bronca.

—Tampoco, ya sabés que sólo lo vi en la discoteca.

—Perdón, Evi…estoy celoso...te amo como no te imaginas.

—Te entiendo…pero tengo miedo que después dudes de mí.

—No, amor, jamás voy a dudar de vos.

Decía mientras me besaba con pasión y con sus manos recorría mi cuerpo desnudo.

—Sos hermosa…

Terminamos en la cama, solo recuerdo que el acolchado era rojo y que había varios espejos que reflejaban nuestra imagen.

Éramos solo uno.

Me penetró, haciéndome vibrar como nunca imaginé.

Me envolvió un fuego absoluto y él se derramó dentro mío, temblando como nunca.

—Te amo, Evi.

Al salir, se sacó el preservativo, no entendí porqué lo usaba si ya no había riesgo de que quede embarazada, ya lo estaba.

Cuándo se lo pregunté, con una sonrisa, me dijo que fue inconsciente, porque él se cuidaba siempre, pero tampoco habíamos hablado de ese tema y no sabía si yo prefería que se cuidase, por las dudas, aunque me aclaró que estaba limpio.

Después me enteré que estar limpio se le dice a no tener ninguna enfermedad venérea.

Es que realmente yo no sabía casi nada sobre sexo, Edgardo me enseñó casi todo.

Sacudo la cabeza y alejo mis recuerdos.

Edgardo se había despedido de mis hijos, Leandro se estaba bañando y él vuelve a entrar a mi casa.

—No arranca mi auto, no sé que tiene…¿Me puedo quedar? Mañana lo reviso…

—Sí, no hay problema.

—Gracias, cielo.

El trato que teníamos era muy bueno.

Yo lo miré por un momento y tuve un ataque de celos, era raro en mí, pero lo cierto es que estaba dolida con él.

—¿No te espera alguien?

—No, de todos modos no me arranca el auto.

Aseguró, bastante serio.

Candela ya estaba en su habitación, fue a acostarse cuándo volvió Edgardo, me pareció que nos dejó solos para que charlemos.

Leandro también se acostó en cuánto salió de bañarse.

—Anda a la habitación de huésped.

Él no me contestó nada, pero me escuchó.

Yo estaba sirviendo un café, por lo que también le serví un café también a mi ex marido.

Me senté en uno de los sillones del living, pensaba mirar tranquila un capítulo de una serie que estaba siguiendo en una plataforma de moda.

Estaba prendiendo la tv, cuándo siento su mirada en mí, esa tan potente, que es como una caricia.

No me dejó pensar, que se acercó a mí y tomó mi boca con desesperación, como lo hacía antaño.

Sus besos me encienden como pólvora, siempre lo hicieron.

Comienzo a devolverle cada beso y cada caricia hasta que me doy cuenta que no podemos seguir, estamos separados, él me cambió por otra mujer, tal vez por otra más joven…

No me siento vieja, tengo 30 años y Edgardo tiene 37, no somos niños, me estoy volviendo loca, es que realmente no sé porqué me cambió por otra…

—No…no podemos seguir…

Le digo con un nudo en mi garganta.

—Te amo.

Me contestó.

—Yo también te amo, pero te fuiste con otra.

—Perdón cielo, realmente te amo, perdoname.

—No puedo, me dolió muchísimo, sobro en tu vida.

—Por favor…

Dice llorando.

Me impresionó, es que ni cuándo nos mudamos lloró.

—Me equivoqué.

—Sin dudar, si me amás, realmente te equivocaste.

—No puedo estar sin vos.

—Te juro que yo tampoco, mi cama es inmensa, siento que la noche está demás y me molesta hasta observar la luna o ver las estrellas, pensando que estás con otra mujer.

—No estoy con nadie, te lo juro, vos sos mi vida, sos mi camino.

Me vuelve a besar, haciéndome sentir pasiones nuevas, hacía meses, muchos, que no teníamos relaciones y sus manos recorrían mi cuerpo, encendiéndome como siempre.

Cuándo su boca estaba en mi pecho, yo estaba volando por el aire, me sentía mujer, con ansias de amar.

Terminamos amándonos en el sillón, estábamos los dos desatados, comiéndonos a besos.

Con mi segundo orgasmo, llegó él también, fundiéndose en mí, diciendo que me amaba.

Lo hicimos con mucha pasión.

—Te amo.

Repitió mil veces.

Fuímos a mi dormitorio, es que realmente si se levantaban los chicos no queríamos que nos sorprendan teniendo sexo.

Lo hicimos dos veces más.

Estuvimos bien, aunque siempre lo estábamos, por eso no comprendo porqué me cambió por otra.

A pesar de haber tenido relaciones sexuales, eso para mí, no era suficiente para reiniciar nada.

Se lo iba a plantear al día siguiente, esa noche decidí gozar y olvidarme de todo.

Como mujer, también necesitaba tener sexo y no se me ocurría salir por ahí a buscar algo transitorio, no soy así.

Siempre le fui fiel…

Es verdad que en un principio, cuando comenzamos a salir, me acordaba de Sergio, pero no lo hacía cuando estábamos teniendo relaciones, en la cama, Edgardo siempre tuvo un poder absoluto sobre mi cuerpo.

Era un gran amante, que me llenaba por completo.

Por eso pensé que él sentía lo mismo, es el que siempre me juró su amor eterno.

Sin embargo no fue así, sigue diciendo que me ama, pero él rompió con la unión que teníamos.

Me desperté temprano, pese a que nos dormimos muy tarde, nuestros cuerpos se habían extrañado, se sentía en el aire.

Sentí el calor de dormir al lado de Edgardo, lo había extrañado demasiado, siempre pensé que él que más había amado en nuestra pareja era él, que yo lo quería y también lo amaba, pero que no sentía la desesperación que el padre de mi niño siempre demostró sentir por mí.

En este momento no sé qué pensar, pretendí ser fuerte cuando descubrí su infidelidad y traté de convencerme que solo me dolía su traición, porque lastimaba mi amor propio, mi orgullo y no quise ni pensar que su traición me lastimó como nunca nada lo había hecho.

Que lo amaba mucho más de lo que siempre quise reconocer.

Es que él cumplió su promesa, me enamoró día a día, me llenó de besos y caricias y mucho más pronto de lo que creí, olvidé al padre de mi hija.

Fue un verdadero padre para ella, me acompañó durante el embarazo, se casó conmigo y jamás me reprochó nada sobre mi niña, nuestra niña…

Hasta la noche en que llegó con ese maldito olor a perfume de mujer…

Discutimos bastante, esa noche y toda esa semana y en un momento sí dijo que yo lo tendría que perdonar como él me perdonó a mí.

Me enfurecí.

Eran dos temas distintos.

Yo no lo engañé jamás.

Él sí lo hizo.

No solo me engañó, sino que destrozó nuestra familia.

Me destrozó a mí.

Soy una mujer fuerte, ya no soy la niña que al ver a su novio con otra chica, le dio un cachetazo.

Están de por medio nuestros hijos…mi hija y nuestro pequeño.

Se arrepintió inmediatamente de esas palabras.

Mi decepción fue mayor, porque nunca esperé que después de tantos años me reprochara que se casara conmigo cuándo yo estaba embarazada de otro hombre.

Fue idea suya ese casamiento.

Creo que ese reproche lo hizo para justificar su comportamiento.

Quiero pensar eso, lo conozco…o tal vez no, porque hubiera jurado y puesto las manos en el fuego por él, nunca creí que después de tanto amor, se hubiera ido con otra mujer.

Estoy convencida que hasta tenían una relación.

Se me revuelve el estómago cuando lo pienso.

No encuentro la razón de lo que sucedió.

Tal vez creía que siempre iba a estar enamorado de mí y no es así.

Tal vez nos ganó la rutina.

Él siempre estuvo pendiente de mí…o eso fue al principio, ya no lo sé.

A lo mejor fui yo la que falló.

Hace muchos años que estamos juntos…

Mi cuerpo no cambió demasiado, pero es evidente que a los 30 años no tengo el mismo cuerpo que a los 20.

Si me comparo con las mujeres de mi edad, siento que no estoy mal, ni siquiera aparento tener 30 años.

Sexualmente me sigue quemando como siempre y creí que a él le pasaba igual y ya son mil veces que pienso lo mismo.

No quiero saber como es la mujer que se robó su atención, pero no dejo de pensar en ella, en lo que le brindó, que yo no le dí.

Estoy angustiada y luego de pasar la noche juntos, mi careta de mujer fuerte ya no existe.

Quiero llorar, quiero gritar.

Siento como, dormido, se pega a mi cuerpo y tengo miedo que me diga su nombre, que piense que soy ella.

Anoche me dijo mil veces que me amaba, tal vez piense que soy una muñeca, una marioneta, cuyos hilos él puede manejar a su antojo.

Descarto esa idea, él no es así.

O al menos no lo era.

Siento sus manos en mi cuerpo y ya no puedo fingir indiferencia, pero dudo de sus palabras.

Finalmente me lastimó.

Jamás pensé que Edgardo le haría daño a mi corazón.

No sé como seguir, es difícil, pero de esta manera no vamos a seguir, no va a venir cuándo él decida.

Delante de nuestros hijos, porque a Candela siempre la trató como si fuera su hija, voy a tratar de ser fuerte, de no parecer abatida.

No me parece que el cambio haya sido muy fuerte para ellos, porque al poco tiempo de mudarnos a la quinta, habilité la piscina y era como estar de vacaciones, él pasaba casi todos los días y almorzamos o cenamos todos juntos, solo que por la noche no compartimos la cama matrimonial, hasta anoche…

—Perdoname Evi.

Dice en voz baja.

Al menos no piensa que está con ella.

Yo no le contesto nada, solo cerré los ojos al sentir sus caricias.

Él corrió la almohada, como solía hacer cuando dormíamos juntos y apoyó su cabeza en la mía, para acercarse a mí.

Todavía hacía bastante calor, pero a esa hora aún no se sentía.

Estábamos tapados con la sábana y un cubrecama finito.

Pero con sus manos recorriendo mi cuerpo, la temperatura subió inmediatamente.

Lo que sucede es que ni siquiera sé si sigue con esa mujer, por más que anoche dijo que no lo esperaba nadie…

No puedo alejarme de sus brazos, aunque sé que nuestra realidad es otra.

Ya no tenemos nada.

Me duele al pensar que todo quedó en la nada.

Se subió sobre mí, haciéndome sentir su erección, fundiéndome entre el colchón y su cuerpo.

Los gemidos le estaban ganando al silencio de la mañana.

Sus besos me quemaban.

—¿Mamá, te quedaste dormida?

Preguntó Leandro, entrando a mi habitación.

—¡Papi! ¡Te quedaste!

Dijo nuestro hijo, subiéndose a la cama.

Nosotros disimulamos la situación, de todos modos solo vio que nos estábamos besando, lo cuál tampoco está bien, porque es confundirlo.

Edgardo no solo se equivocó, fue más que eso.

Seguramente también me extrañó.

Y por supuesto que me habrá necesitado muchas veces, no es que me crea indispensable, me demostró que en su cama no lo soy.

Me duele…

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