Capítulo 4. La propuesta
Por Evangelina
Mi mamá me acompañó al médico, cuándo volvimos, mi hermano Hugo me preguntó si lo pensaba tener.
No se me había ocurrido sacarme la criatura.
Mi mamá lo miró espantada.
Mi padre quiso saber mi respuesta.
Tenía razón, mi casa era un caos y lo era por mi culpa.
Pasaron unos cuantos días y el ánimo de todos estaba por el piso.
Pasó navidad y mi madre en el arbolito de navidad puso una batita de recién nacido para mí.
Yo la abracé llorando.
Fuimos unos días a una playa, lo hicimos mis padres y yo, mis hermanos se van de vacaciones por su cuenta, con sus amigos.
Al volver estaban todos un poco más tranquilos.
Yo estaba tomando sol, mi panza aun no salía aunque tenía casi cuatro meses de embarazo.
Llegan Darío y sus dos amigos.
Se sientan cerca mío, pero en un momento mi hermano y Franco van adentro a buscar algo para tomar.
—¿Cómo estás?
—Supongo que bien.
—¿No lo volviste a ver?
—¿Al papá del bebé? No, ni quiero.
—¿Pensás criarlo sola?
—¿Tengo otra opción?
—Opciones siempre hay.
—No en mi caso, tampoco es una opción sacármelo.
—No hablaba de eso.
—No te entiendo.
Sentí el fuego en su mirada.
Ví como miraba mi boca.
—Esa noche me alejé porque sos menor, pero realmente estoy loco por vos.
Lo miré sin saber porque me dijo esas cosas.
—Vas a pensar que estoy loco, lo cierto es que no puedo sacarte de mi cabeza…estoy enamorado de vos.
—Estás loco, pero no por mí…
—Sí, por vos, si aceptás, me caso por vos, me hago cargo del bebé, eso si me prometés que nunca más vas a ver al padre, te voy a enamorar cada día.
—No puedo aceptar eso, no te lo merecés…
—Te juro que te amo y muero de deseo por vos.
Estaba turbada y recordé esa noche en la que me besó y cómo me habían gustado sus besos.
¿Lo podré amar?
Me había preguntado en ese momento.
Volvió mi hermano y su otro amigo.
—Pensalo.
Me dijo Edgardo.
Yo me ruboricé, pensando en sus besos y en el fuego que sentí en él cuando estábamos bailando.
El destino estaba cambiando mi rumbo a cada rato.
Darío no preguntó de qué estábamos hablando y yo no dije nada.
Pasaron unos pocos días y yo estaba saliendo del baño que estaba próximo a mi habitación, cuándo Edgardo sale de la habitación de mi hermano, había ido cambiarse, tenía puesto un short de baño.
—Hola Evi.
—Hola.
Le contesté, ruborizándome.
—Quiero hablar con vos.
—Vení a mi habitación.
Él me siguió y yo cerré la puerta.
—¿Lo pensaste?
—Sí, es injusto para vos.
—¿Con cuántos chicos tuviste relaciones?
—Sólamente con el papá del bebé.
—Lamento no haberme acercado antes a vos, no haberte enamorado…
—Yo…también lo lamento, pero ya nada podemos hacer.
—Me caso con vos, me hago cargo del bebé.
—No, no me parece lógico.
—Evi, de verdad muero por vos.
—Pero estoy embarazada de otro hombre.
—Pensemos que ese bebé es mío.
—No lo es, te vas a arrepentir.
—Siento que te apoderaste de mi deseo lentamente, cada vez que te veo siento que mi cuerpo se estremece de deseo, no puedo dominarme, no te voy a ofrecer un matrimonio blanco.
—¿Blanco?
—Evi, quiero perderme en tu cuerpo.
Lo tenía tan cerquita, que estaba sintiendo cosquillas en todo el cuerpo.
Se apoderó de mi boca, lo hizo con desesperación, mientras que sus manos bajaron de mi cintura hasta mi cadera y luego fueron a mi cola.
Un gemido salió de su boca, lo sentí temblar, mientras sentía el calor de su cuerpo.
Me gustaba sentir sus besos y esa sensación de sentirme deseada con locura.
Comencé a devolverle los besos y Edgardo me hundió en él.
—Te amo.
Dijo en mi oído.
Sentía palpitar su miembro pegado en mi cuerpo.
Nos estaba envolviendo una loca pasión.
De pronto él se alejó.
—Me volvés loco de deseo, te juro que no me importa nada más que estar con vos, quiero tenerte cada día y cada noche.
No entendí porqué se alejó, si me deseaba tanto como decía y como demostraba.
—Pensalo, nos casamos de inmediato, nadie se va a enterar que ese bebé no es mío, ni siquiera mi familia, te prometo que lo voy a querer como te amo a vos.
Yo lo miré en silencio.
Realmente no sabía qué hacer.
—Se encenderte, como vos lo hacés conmigo, siento que me incinero cuándo te miro, no pretendo que sientas lo mismo, pero vamos a estar bien, te puedo hacer feliz.
—No sé qué decirte, me gustan tus besos, pero creo que casarse es más que eso.
—Tenés razón, pero si vos te olvidás del padre del bebé, le ofrezco mi apellido y mi cariño y a vos te ofrezco un amor eterno.
Recuerdo que le sonreí y Edgardo se acercó nuevamente a mí.
Me besó dejándome sin sentido y esa vez sus manos recorrieron mi cuerpo por debajo de la poca ropa que tenía puesta.
Sin embargo volvió a separarse de mí.
—Me desesperás.
Dijo con voz ronca.
Me pidió mi número de celular y me dijo que luego hablábamos.
Yo tenía mucha pena, realmente no sabía qué hacer.
Me dolía la situación, sabía que no era justa la situación para él.
Tenía miedo.
Me dolía hasta morir el odio que me demostró el papá de mi bebé y también me dolía el amor que me demostraba Edgardo, porque yo no lo amaba y a pesar del odio y lo mal tipo que resultó Sergio, yo lo seguía amando.
Tenía en claro que tal vez no lo vería nunca más y que no se merecía que yo sufra por él.
Tal vez con el tiempo pueda amar a Edgardo, había pensado en ese momento.
Hablé con mi amiga durante media hora, ella me dijo que tal vez era mi destino, que se notaba como me miraba Edgardo, que tal vez lo mejor era aceptarlo.
Era un buen hombre, que me amaba, me ofrecía todo lo que el papá de mi bebé me negó.
Creo que podría seguir con mi vida estando al lado de Edgardo.
Almorzamos todos juntos, los chicos habían hecho un asado.
Mis padres no estaban, habían ido a la casa de unos tíos que a mí me resultaban tediosos.
Mis hermanos hacía rato que no los acompañaban a visitar parientes, salvo algún cumpleaños de algún primo o algo muy puntual.
Al terminar de comer, yo levanté los platos y llevé todo a la cocina.
—Te ayudo.
Dijo muy amablemente Edgardo.
Estábamos en la cocina, hablando de cosas sin importancia, pero yo sentía que su mirada me quemaba.
No se acercaba mucho porque en cualquier momento podía entrar alguien a la cocina, eso lo sabíamos los dos.
—Tengo un buen trabajo aunque esté recién recibido, podemos estar bien, no te va a faltar nada.
—No pensé en eso…
Él sonrió.
—Sigo pensando que es injusto para vos, no podés hacerte cargo del bebé de otro hombre…¿Y si después no lo querés?
—Es algo tuyo ¿Cómo no lo voy a querer?
—Creo que va a ser difícil.
—Te amo, nada va a ser difícil si estoy con vos.
Me puse a llorar y él me abrazó, en ese momento entró Darío y nos separamos, pero cómo se dio cuenta que estaba llorando, no le llamó la atención que su amigo me estuviera abrazando.
El que me abrazó fue Dario.
—Cielo, espero que no estés llorando por ese idiota.
—No, por él, no, pero tengo miedo.
Le confesé a mi hermano, sin aclararle por qué.
—Evi, te juro que tengo ganas de matarte, sabés cómo funcionan los métodos anticonceptivos y por supuesto ni te digo que sos chica…siento que hasta fallé como hermano, por no decirte mil veces más que los hombres somos todos unos hijos de puta.
—No todos son así.
—Sí te referís al padre del bebé, no podés pensar que es buen tipo, porque es el peor, te juro que si algún día me cruzo con él, no paro hasta molerle todos los huesos.
—No me refería a él.
Sin poder disimular, miré a Edgardo, que me sonrió abiertamente.
Mi hermano no entendió nuestras miradas, pero no le aclaramos nada, entiendo que primero tengo que decidir si acepto la propuesta de matrimonio de su amigo.
Edgardo estuvo toda la tarde charlando conmigo, no se acercó para besarme ni nada de eso, pero no dejó de prestarme atención.
Me hacía bien hablar con él y descubrir lo maravilloso que era como persona.
También debo confesar que era un tipo atractivo.
Estaba casi decidida a aceptarlo, aunque no sabía que me iban a decir en mi casa, mi mente era un caos.
Por la noche, cerca de las 11, yo ya estaba acostada, sonó mi teléfono.
—Agendame.
Dijo por todo saludo y yo le reconocí la voz.
—Me encantó estar todo el día con vos.
—A mí también.
Se lo dije con sinceridad.
—Cielo, quiero verte mañana, para hablar tranquilos…
—Bueno.
—Te veo la confitería que está apenas entrás al shopping ¿Te parece?
—Sí…
Me daba vergüenza, pero acepté.
Al día siguiente le dije a mi mamá que iba a la casa de mi amiga y le avisé a ella que no vaya a mi casa, es más, Ingrid pasó por mi casa y fuimos juntas hasta el shopping, luego ella fue a su casa.
Cuando llegué, Edgardo ya estaba esperándome.
Tomamos algo y él me dijo que quería hablar más tranquilos, no entendí qué quería decir.
Sonrío recordando el momento.
Dimos unas vueltas en su auto cuándo me dijo que mejor vayamos a un hotel, en ese momento yo morí de vergüenza y él aprovechó mi desconcierto, entrando a un albergue transitorio.