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Capítulo 5. El llamado

El sábado a media mañana, a Mora, le sonó el teléfono, era un número desconocido, iba a cortar pensando que era alguien que le iba a ofrecer algún producto que no servía para nada, o tal vez podría ser una encuesta política, sin querer, en lugar de cortar, contestó.

—Hola, ¿Mora?

—Sí ¿Quién habla?

—Perdón, soy Piero, el padre de Camila.

—¿Le sucedió algo a Camila? ¿Cómo está?

Ella enseguida pensó en la chiquilla, que sin duda estaba pasando por el peor momento de su vida.

—No quisiera molestarte, pero Camila no deja de llorar y me preguntó si podías venir a verla.

Mora se asombró ante tal petición, pero entendía que entre ella y la niña había una conexión especial.

Decidió acceder ante la petición de su alumna.

—Sí, dígame la dirección que me acerco.

—Te mando un chofer.

—No es necesario, señor.

—Por favor.

—No se preocupe, tengo vehículo propio, puedo acercarme.

Sofía la estaba escuchando muy intrigada, pero por la seriedad con que contestaba su hermana, no se animó a hacer ningún comentario.

—Te mando la ubicación por whatsapp.

—Ok, en un rato estaré en su domicilio.

Cuando Mora cortó la comunicación, su hermana seguía totalmente intrigada.

Sin que su hermana menor le llegara a preguntar, ella le sacó las dudas.

—Era el padre de Camila, que ella no deja de llorar y quiere verme.

—Pobre criatura, debe estar desesperada.

—Me imagino que sí, voy hasta su casa, me quería mandar un chofer, no tiene sentido, voy en mi auto.

—Claro.

Las dos hermanas estaban acongojadas, no quisieran estar en lugar de esa pobre niña.

Mora se puso un jeans y un suéter que se ajustaba a su cuerpo, color negro, que le resaltaba su hermoso cabello rubio, pero ella no pensó en eso, solo creyó conveniente no ir vestida con colores llamativos, ellos estaban de luto.

Como hacía frío, se calzó con botas de media caña y taco mediano, su campera era informal, no la solía usar para ir a trabajar, pero sí cuando aún estudiaba, era más práctica que un tapado.

En media hora llegó al lugar donde le había indicado Piero.

No se asombró al llegar y comprobar que era una regia mansión, casi más grande que la de prometido.

El lujo que tenía el lugar era derrochador, pero ella estaba acostumbrada a estar en la casa de Amadeo.

No se bajó del auto cuando se abrió el portón del garage.

Ella acercó su auto hacia el lado de la casa.

Aún no se había bajado de su auto, cuándo se le acercó un hombre, para indicarle, con mucha corrección, hacia donde se tenía que dirigir, aunque apenas puso un pie en la mansión, una mucama se le acercó y la acompañó hasta la habitación de Camila.

Al llegar, la puerta se abrió sin que lleguen a golpear, dentro de ella estaba Piero con la niña en sus brazos.

—¡Seño, viniste!

Dijo la pequeña, arrojándose en sus brazos, mientras lloraba desconsoladamente.

Mora la llenó de besos, mientras le acariciaba el cabello y de a poco la pequeña se Fue calmando.

Logró que se baje y la docente le pidió que le mostrara sus juguetes, solo quería distraerla.

Lo logró por un rato.

Piero las observaba en silencio.

Se encontró pensando que si bien era delgada, de verdad el guardapolvo no dejaba apreciar el cuerpo de la mujer que tenía frente a él.

Parecía que era ella la que no pretendía llamar la atención, pero su cuerpo se adivinaba perfecto.

No entendía cómo podía estar pensando en eso.

Katherine hacía nada que había fallecido.

Solo estoy reconociendo que esta bella mujer tiene un buen cuerpo, pensó para justificar su pensamiento.

Camila invitó a almorzar a su maestra, cuando Mora se estaba por negar, Piero insistió para que ella se quedara.

La docente no se pudo negar.

Charlaron los tres sobre temas triviales, ella seguía tratando de usted al padre de su alumna, pero él hacía rato que la tuteaba.

Luego de almorzar, él se retiró a su estudio, no iba a hacer mucho, aunque cuando se incorporara totalmente a su trabajo, estaría desbordado.

Por ahora iba solo algunas pocas horas, es que Camila lloraba mucho y estaba angustiada, eso era normal.

Estaba pasando por mucho la pequeña.

Piero se encontró recordando los primeros tiempos en que salía con su difunta esposa, ella había sido una mujer preciosa, seductora, segura de sí misma y siempre estaba sumamente arreglada y bastante llamativa, sin querer la comparó con la maestra de su hija, era, o al menos lo parecía, más suave, mucho más tímida, estaba siempre correcta vestida, aunque no se destacaba por su vestimenta, parecía no querer llamar la atención, claro que siempre la había visto como docente, inclusive hoy, se presentó ante ellos, muy discreta, aunque su cuerpo debía verse espectacular debajo de esa ropa tranquila.

No le gustaron sus propios pensamientos, él estaba de luto, era consciente que le había sido infiel muchas veces a Katherine, pero realmente estaba sintiendo su muerte, su líbido estaba por el suelo desde hacía muchos meses, la última vez que tuvo relaciones sexuales lo hizo con su esposa, estando ella bastante mal, aun recordaba su mirada resignada.

Tal vez por eso estaba pensando en el cuerpo de esa mujer.

Sacudió la cabeza, no quería pensar en nadie, por el momento se iba a concentrar en su trabajo y llegado el momento buscaría alguna compañía de paso, como lo hacía siempre.

Volvió al cuarto de su hija y escuchó como Mora le estaba leyendo un cuento y Camila la escuchaba con atención, él mismo estaba disfrutando de la armonía que le inspira la voz de esa muchacha.

Cuando media hora después, Mora le dijo que tenía que irse, porque tenía un compromiso, Camila pretendió que ella volviera al día siguiente.

—Lo lamento pequeña, tengo un compromiso ineludible

Piero se encontró pensando que ese compromiso debía ser el hombre que la llamó el otro día, al igual que el compromiso que ella dijo tener por la noche.

Era lógico, ella tenía su vida, no podía instalarse en su casa para hacerse cargo de su hija.

Ella tenía su vida, su novio, que por lo poco que sabía, era rico y dominante y aun así, en una conversación de pocos minutos le había dicho varias veces que la amaba.

Se encontró mirándola, era bella, de eso no tenía dudas, al mirarle los labios sintió un leve cosquilleo, que hasta lo sobresaltó.

Es que hacía tan poco que había fallecido su esposa, que no encontraba normal sentir nada, nada como hombre.

Mora se encontró con la mirada del apuesto padre de su alumna, clavada en ella, se sonrojó, porque volvió a pensar que era apuesto.

Eso no tiene nada que ver, Brat Pitt también es apuesto y lo reconozco sin ningún problema, pensó para no ponerse más nerviosa, porque la mirada del hombre le sacaba el sosiego.

Mora desvió la mirada, brindándole toda la intención a la pequeña.

Cuando llegó a su casa aún no podía sacar de su cabeza la profundidad de los ojos miel que parecían acariciarla.

Eso sí es una estupidez, el hombre acaba de enviudar.

No iba a mirarla en forma inapropiada, él siempre Fue correcto.

Por la noche salió con su novio y él sí la miraba de una forma libidinosa, expresando todo el deseo que ella le provocaba.

Sin saber por qué, Mora se encontró comparando las miradas de los dos hombres.

Pensó que la difunta debió haber sido una mujer muy feliz, porque a pesar del aura frío que envolvía a Piero, se notaba lo cariñoso que era con su hija y que seguramente así debió ser con su esposa, ella apenas la recordaba, la había visto unas pocas veces y sin dudarlo era una mujer bella y elegante, recordaba una pulsera que esa mujer tenía puesta una vez, era hermosa debía ser de oro con brillantes y a pesar de que era por la tarde temprano, ella la lucía como si tuviese puesto unos jeans comunes, definitivamente, haciendo memoria, recordó lo hermosa y llamativa que Fue la madre de su pequeña alumna.

No sabía que le sucedía pero no podía apartar a Camila ni a su padre de su pensamiento.

Por supuesto que delante de su novio no hizo mención que por la tarde había estado en la casa de su alumna y hasta había almorzado con ella y su padre.

—Estás distraída.

Le reclamó su novio.

—No cielo, solo estoy un poco cansada, hoy me desperté temprano.

—Los sábados tenés que descansar y solo ocuparte en estar preparada para mí.

—Sí, mi amor.

Le dijo, él era muy absorbente y a ella le parecía que así le expresaba su amor.

El domingo salió a navegar con su novio y algunos amigos de él.

Ella sabía que a su novio le gustaba lucirla, le regalaba ropa, que aunque a ella le resultaba incómodo aceptar, él le decía que pronto se iban a casar y tenía que vestirse como correspondía, a Amadeo le gustaba que ella luciera llamativa, con ropa de primera marca y si estaban en un evento o en una gala, que estuviera siempre perfectamente maquilla, también la llenaba de joyas, que Mora calculaba que debían ser carísimas.

Amadeo siempre le decía que ella era la mujer más hermosa que él había conocido y que a su lado ella se iba a pulir.

Suponía que era un hombre machista y que esas cosas las decía sin ninguna mala intención.

Ella se consideraba una mujer fina, que no precisaba pulirse, pero como tampoco quería discutir a cada rato con su novio, lo dejaba hablar sin contradecirlo.

Suponía que en una pareja, alguno de los dos tenía que ceder y como a ella no le costaba mucho hacerlo, cedía casi siempre.

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