Capítulo 4
Tengo tres buenas razones para volverme loca de la euforia que tengo en cada centímetro de mi piel: Uno, es viernes; dos, Charles no vino conmigo (porque tuvo un asunto importante que arreglar en la agencia de guardaespaldas y seguridad de Freeman); y número tres, maneje otra vez mi increíble Porsche sin que nadie me pusiera límites. Agregaría otro punto, porque mañana es mi cumpleaños, pero ese lo dejo de paso.
Estar sola en la oficina de Haro... En mi oficina me sigue resultando extraño. Estar sola. Estar en mi propia privacidad para trabajar. Rachel es la mejor asistente personal que puedo tener, no dudo nada porque Harold la contrato. Rachel estudio Filosofía y humanísticas y logro encontrar este pequeño puesto en Hachette.
— ¡Wow! Elizabeth, gracias a ti ya saldrán dos libros a la venta y con muy buenas oportunidades.
Eso no significa que yo sea toda una buenaza con eso de los negocios. Aun me falta esa chispa de tenacidad para no dejar que Hachette se caiga.
—Terminamos—Rachel suelta un suspiro parecido al de una chica enamorada—. Ahora permíteme darte tu regalo de cumpleaños.
Como estaba tomando un poco de agua, por poco lo escupo sobre todo el escritorio. Me sonrojo y veo como Rachel trae hacia acá una caja rosa con listón lila. Quiero esconderme 20 metros bajo la tierra.
—Rachel, no te hubieras molestado—me cubro el rostro con las manos.
—Veintidós años no se cumplen todos los días, ahora acepta mi regalo por favor.
Parece una niñita a la que le encanta dar regalos a los demás. Me levanto para dejarme abrazar. Un abrazo cálido lleno de amistad y cariño.
—Felicidades, Lizzy.
Ella es la primera persona—bueno, un poco después de mi fallecido abuelo materno—, que me llaman así. Vuelvo mi vista a la caja. Ella me empuja un poco, animándome a que la abra. Con temor la acerco más a la orilla y deshago el nudo al listón. Levanto la tapa y me encuentro con unos lindos tacones negros—no muy altos—, con piedras color zafiro y rubíes de fantasía. También viene con un perfume. Chanel No. 5.
—Oh, Rachel.
—Eres una gran amiga, me alegra muchísimo que estemos juntas en este empleo de Hachette.
—Te lo agradezco tanto—la abrazo por mi propia cuenta.
No comprendo porque molestarse regalándome obsequios, en una fecha que me hace envejecer.
— ¿Matthew te hará fiesta?
—No lo creo, pero sí es así, te lo haré saber.
Nos volvemos a abrazar. Rachel es como tres años más grande que yo, pero sé que es fan de las cremas y la vanidad hacia los cosméticos.
—Ya te puedes retirar Rachel, gracias una vez más.
—Nos vemos el lunes en la junta y una vez más Happy Birthday, por adelantado.
Se retira. Yo aún me tengo que quedar unos minutos más revisando los manuscritos para corregir. Ya estoy cansada, pero ahora con este ascenso no debo quejarme. Aún estamos al borde de la quiebra, pero tengo fe en que todo saldrá bien.
El teléfono de la oficina suena.
—Oficina de Elizabeth Reed, Hachette Book Group USA.
Oigo un leve suspiro.
—Soy yo, nena.
Oh, Matthew... Espera un momento, ¿dije Elizabeth Reed?
—Hola—trago saliva.
—Pensé que dirías Evans en vez de Reed.
Me separo un momento del teléfono y me doy un golpe en la sien.
—Aún lo olvido—digo esa excusa con tal de librarme.
— ¿Te olvidas de tu esposo? —Parece dolido.
— ¡No! Solo que no es tan fácil cuando tengo tantos años llamándome Reed. Señorita Reed, hija de George Reed...
Creo que está exagerando, golpea a puño cerrado una mesa mi subconsciente. ¿Matthew exagerando? Tengo más sarcasmo en mi voz que las personas que creen en los unicornios.
— ¿Seguirás utilizando tu apellido Reed? —pregunta con aire triste.
—No—digo insegura de mi voz—. Utilizaré Evans.
Lo menos que quería era eso; ahora todo el mundo verá mi apellido y dirá: "Oh, ¿eres la esposa del empresario Matthew Evans?". No parece el fin del mundo con eso, pero no quiero que las personas piensen que él puede intervenir en todos mis asuntos.
—Utilizaré Evans—repito, ya más tranquila.
—No sabes cuánto desearía estar ahí contigo—dice cada palabra suave y delicadamente— ¿Ya vas a salir?
Miro los documentos en mi escritorio.
—Sólo revisaba unos últimos trabajos, en diez minutos saldré.
—Bien, te necesito en casa antes de las ocho.
¿Para qué? Anda muy cachondo tal vez.
—Entiendo, señor.
—Te amo.
—Yo también te amo.
Quisiera darle un enorme beso en la mejilla, tomando sus sedosos cabellos y atraerlo a mí... Siempre me volverá loca y oh, maldita sea, no pierdas tiempo.
Mañana, les he prometido a George y a Emma llamarles por una vídeo llamada, por lo de mi cumpleaños. No puedo obligarlos a dejar sus trabajos solo para felicitarme, ellos tienen cosas más importantes que eso.
—Al fin—me digo a mí misma al terminar de redactar datos.
¡Libre! ¡OH, YEAH! Lo único en lo que pienso es en pasar un maravilloso fin de semana al lado de mi irresistible y sexy esposo, el cual, creo que ya gano nuestra apuesta. No quiero recordar nada relacionado con lo del bar de hace unos días... Tomo mi bolso y la caja de regalo, me suelto el cabello y salgo de la oficina dando saltitos, radiante porque hoy es uno de mis días favoritos. Puede que el día nublado para algunos sea feo... pero conmigo es todo lo contrario. La ciudad se ve muy bien así.
Llego a donde aparqué el Porsche y me detengo bruscamente al ver que hay otro auto. Miro a mis dos lados viendo y cuestionándome gravemente sí lo estacione entre otro sitio, pero nada. ¡Estoy segura de que lo estacione junto a ese arbolito! ¡¿No esta?! No me equivoque, ésta calle es donde siempre... El pánico se comienza a apoderar de mí. Esto no me puede estar pasando. Necesito preguntarle a alguien del restaurante de enfrente. Cruzo con precaución y entro buscando al gerente, o a alguien que haya visto el Porsche.
— ¿Te puedo ayudar? —llega una señorita rubia con mechones rosados.
—Sí, estacione mi auto aquí enfrente y ya no está...
Me mira como sí me hubieran salido colmillos y fuera a morderla.
— ¿Qué auto era?
Me muerdo el labio.
—Un Porsche rojo.
Me mira ahora como si yo me hubiera muerto y fuera un zombi, asustada y confundida.
—Oh, sí, un Porsche rojo... Oh, no—se lleva una mano a la boca.
— ¿Qué pasa? —pregunto rápidamente.
—Una chica de cabello negro, se llevó tu auto.
Me voy a desmayar. Robaron mi Porsche. No. No. No.
— ¿Te encuentras bien? —me toma del brazo.
Trago saliva. Acaban de robar mi auto, el auto que me regaló Matthew. Dios, ¿qué voy a hacer? Estoy bloqueada.
—Estoy bien—miento.
Para poco, tenía que suceder cuando no traía conmigo a Charles. Esto si es mala suerte. Grandioso. Necesito un respiro, camino dando vueltas y mirando el reloj de unas de las paredes del restaurante de comida hindú. Saco el Xperia que recientemente me regalo Matthew y le marco a su teléfono.
—Evans—contesta.
—Matthew, robaron mi auto.
Un ruido detrás de la otra línea me estremece.
— ¿En dónde estás?
—Cerca de Hachette, en un restaurante enfrente den donde se supone, estacioné el Porsche.
Me cuelga. Por una extraña razón siento alivio porque no hayan robado a mi querido Thunderbird. Tomo asiento en una mesa vacía y me dispongo a esperar.
Apenas han pasado quince minutos y ya me parecen una eternidad. Levanto la vista a la entrada y por fortuna va llegando Matthew con otro tipo bastante alto, bastante pálido y pelo rubio oscuro, con una expresión tan seria... Me levanto para caminar y abrazar a Matthew.
— ¿Estas bien? —murmura mientras me besa el cuello.
—Sí, pero no sé quién pudo robarse el Porsche.
—Tranquila, mira, él es Freeman y afuera ya sus hombres están haciendo todo lo necesario para investigar.
Vaya, al fin conozco al famoso Freeman.
—Mucho gusto, señora.
Me sonrojo. Este hombre parece ser de carácter duro, que no soporta ni una broma.
—El placer es mío, Freeman.
Tomamos asiento y él saca una libretita para comenzar a anotar algo. Mira a sus lados y apunta, me echa un vistazo a mí y toma más apuntes. Repetidas veces llama por Walkie Tokie y da la indicación de que revisen las cámaras de seguridad en la calle.
— ¿A qué hora estaciono el auto? —me pregunta.
Matthew cubre mi mano con la suya.
—Ah, faltaban diez para las nueve de esta mañana.
Apunta rápidamente cada palabra.
— ¿Dejó algo en el auto?
—Mi chamarra azul, sólo eso. Y creo que algunos cosméticos, pero nada importante.
Uno de los investigadores de Freeman llega.
—Señor, encontramos a la posible responsable del robo...
Freeman nos guía afuera, a una de las camionetas en donde se supone, están trabajando con discreción. En una de ellas hay un gran sistema de cómputo en donde se pueden ver las grabaciones en la calle de las últimas ocho horas.
Una chica de cabello negro—cómo la que describió la mesera—, entra fácilmente al Porsche para minutos más tarde, llevárselo. Esa chica se parece...
—Busquen el auto—dice de pronto Matthew.
—Es Keira—digo con voz aguda.
No puedo creer lo que veo.
Matthew me toma por la mano y rápido me aleja de ahí. Su mano está muy fría al igual que la mía. Los dos estamos asustados.
—Es Keira—lo miro directo a los ojos. Están en un azul muy claro, pero no reflejan confianza.
—Deja de mencionarla—gruñe.
Alzo las cejas.
— ¿Por qué te molesta tanto?
—Es parte de mi pasado... No quiero que se interponga... Oye, cielo, si es necesario te compraré otro auto. Olvidemos a esa... chica.
—No es el auto, no me interesa el auto. ¿Por qué quieres evadirla?
Es obvio, ¿no? ¡Es su ex amante!, me regaña mi subconsciente. Mi mente no capta bien cada palabra.
—Lo único que más deseo es tenerte a mi lado, segura, feliz. Todo lo que ha pasado...—cierra los ojos recordando algo—. Quiero que tengamos una vida normal.
—Y la tenemos—replico.
Suspira y se pasa una mano por el cabello.
—No sé qué es lo que quiera ella o por qué robo el Porsche, pero ten por seguro que no permitiré que invada nuestra vida privada.
Eso parece una promesa con amenaza, o amenaza con promesa. ¡Ahh! Se me lengua la traba.
Regresamos al restaurante y Freeman entra con nosotros y con una posible pista del robo. Un llavero.
— ¿Qué es eso, Freeman? —pregunta Matthew.
—Un llavero—lo alza para que podamos apreciarlo—. Parece el Yin-Yang.
Se lo entrega y Matthew queda momentáneamente congelado al verlo. Aprieta la mandíbula y camina un paso adelante para regrese a la realidad.
—No es el Yin-yang. Este tiene tres puntos de conexión.
Me lanza una larga mirada.
—Es un llavero BDSM—toma mi mano y me lo da.
— ¿Qué? —levanto el pequeño llavero para observarlo de cerca.
—Los tres puntos representan el bondage, la dominación y el sadomasoquismo. Se llama Triskel, es una conexión entre esas tres disciplinas. Lo recuerdo bien.
Rápido se lo regreso.
— ¿Cómo lo sabes?
Esboza media sonrisa.
—Elsa..., ella sabía de eso.
La pregunta más importante de todas: ¿Por qué Keira llevaba eso? Es incomodo imaginar algo al respecto. Matthew camina al bote de basura más cercano y lo tira. Todo me da vueltas; ahora si tengo miedo de esa mujer, en cierto aspecto.
—Necesito ir al baño—me pongo la mano en la boca.
Entro como rayo al WC y busco un escusado libre. Golpeo la puerta y me agacho para liberarme de las malditas nauseas.
— ¿Elizabeth, cómo te sientes?
Entra buscándome hasta el último baño. Me siento perfectamente bien, a excepción de mi estómago, está un poco sensible.
—Bien, solo que... Tengo miedo. Evidentemente.
Exacto, por eso las náuseas.
—Todo saldrá bien, Freeman ya tiene todo lo necesario.
Jalo la cadena y como me siento mareada, camino tambaleándome como ebria. No me siento mal, ya lo dije. Los minutos pasan rápidamente para el equipo de investigación de Freeman. A la chica rubia le pedí un vaso de agua fría y con eso me refresqué un poco.
—Le tendré todos los informes, señor—finaliza Freeman.
—Gracias. Eh, por favor recuerda enviarlos directo a mi correo.
Todos fueron tan discretos, nada de policías, o moscas de periodistas. Sigo sentada observando las llaves del Porsche.
— ¿Mejor? —acerca una silla para sentarse a mi lado.
—Solo fueron nauseas de miedo.
En su mirada azul hay una chispa jocosa.
—Tranquila, ¿sí? Estás conmigo, y todo esto ya paso—me toma por la barbilla para que lo mire—. Vámonos, tenemos muchas cosas por hacer.
¿Muchas? Tengo el extraño antojo de entrar a nadar a la alberca del Tribeca Tower.
Matthew lanza unos cuantos billetes a la mesa y nos vamos. Solo me tome tres vasos de agua.
—No pienses en lo de hoy, piensa en nosotros, nena—dice cuando cierra la puerta del auto.
Como Patrick tampoco está disponible hoy, él trae el Ford GT. El bellísimo GT. Bien, eh, trataré de dejar todo a un lado. Como una goma de mascar sin sabor.
—Ahora sólo concéntrate que a partir de hoy comienzan las sorpresas por tu cumpleaños.
Ay, genial.
—Sorpresas, sorpresas—me cruzo de brazos.
— ¿Quién te dio esa caja? —apunta con su barbilla a la caja de regalo en mis pies.
—Rachel, fue muy linda en colaborar en lo de regalo de cumpleaños.
Ríe un poco tramando algo.
—No pareces feliz por tu día.
—Envejezco un año más—me callo.
—Te sorprenderá lo que hice.
Avanzamos con rapidez por las calles.
—El presidente de los Estados Unidos de América vino a felicitarme—digo burlesca. Sé que sería capaz de hacer ese tipo de cosas.
—Qué buena idea, pero no—me guiña el ojo.
—Si no te importa, me dormiré en este trayecto—cierro los ojos.
—Perfecto.
No presiento cuando llegamos, porque si me quede profundamente dormida. Cuando abro los ojos me encuentro en los brazos de Matthew, cargándome. Escondo mi cabeza en su pecho. Aspiro su aroma, umm, huele muy bien, creo que mi perfume de vainilla y su colonia se mezclan perfectamente. Se detiene y al fin me deja sobre una cama. Nuestra cama.
—Despierta—me susurra dulcemente al oído.
Abro un ojo y veo la intensa luz que hay en el dormitorio. Oigo como se cierran y abren los cajones. Me incorporo para ver lo que hace.
—Toma, ponte esto—me entrega unos jeans negros.
—Está bien.
Es lo común que me pongo para después de trabajar. Veo que saca una pequeña maleta de mano y la pone sobre la cama.
— ¿Te vas de viaje? —pregunto intrigada.
—Nos vamos—me corrige.
— ¿Qué? ¿Adónde? Pensé que querías que festejáramos mi cumpleaños con tus padres. No me mires con esta sonrisita, Matthew, necesito una respuesta rápida.
Otra corrección: Todo el día en la cama, y después ir a festejar con sus padres.
—Cambie de opinión hace cuatro días, es una sorpresa mucho mejor.
— ¿Disneyland?
Se echa a reír negando con la cabeza. Estar solos de viaje es más que fascinante, o al menos eso.
— ¿Adónde vamos? —salto en la cama.
—No te vayas a caer—me tiende la mano para que baje—. Iremos a un lugar nevado.
Lo primero que se me viene a la mente, es Winter Park, cerca de Denver, pero no lo creo. Hay muchas posibilidades de lugares en este país.
— ¿Winter Park? —pregunto dudosa.
—No—niega con la cabeza y una sonrisa más grande—. Es fuera de este país.
Abro los ojos como platos. Dios, este hombre siempre con sus trucos bajo la manga. Me abraza levantándome del piso haciéndome girar.
—Iremos a Alberta en Canadá—me besa.
Gracias a que sus labios se han unido con los míos, evito gritar de la emoción creciente cada segundo a partir de que sé a dónde viajaremos. Giramos varias veces más mientras me sigue abrazando y besando.
— ¿Lista para irnos? —su rostro se ilumina.
— ¡Sí! —lo vuelvo a besar.
Nuestro beso y adrenalina juntas provocan que llore de la felicidad. Matthew ocasiona que llore de la felicidad.