Capítulo 3
Llegamos al Tribeca Tower, casi a media noche. El tiempo pasa demasiado rápido para percibirlo. Las luces del pent-house ya están apagadas. Guio a Matthew hasta nuestro dormitorio y pasamos directo al baño.
—Siéntate en el escusado—le ordeno.
Hace lo que le dije sin romper la conexión de nuestras miradas. Salgo para ponerme algo fresco y cómodo para dormir. Un minishort estará bien. Me giro para ir en busca de algo de algodón y agua oxigenada.
—Hace tiempo que no te veía dormir en minishort—lo encuentro recargado en el marco de la puerta mirándome con una buena sonrisa.
—Es porque nunca lo había utilizado para dormir—esbozo media sonrisa—. Dije que tomarás asiento.
Levanta las manos cómo diciendo "inocente". Pongo el algodón y el agua sobre el lavabo. Miro de reojo al chico malo, quién no ha dejado de mirarme el trasero.
—Esto va a arder un poco—humedezco el pedacito de algodón y me coloco frente a él.
Se estremece y recarga más su espalda contra el escusado.
—Me va a doler... Está bien.
— ¡Woah! Matthew Evans pareciendo gallina a un algodoncito con agua oxigenada.
Frunce el ceño.
—Tengo que curarte—repongo.
Comienzo por la ceja. Presiono levemente, un gruñido sale de su garganta. Toma mi otro brazo para apretarlo.
— ¡Au!
Sus ojos son oscuros, profundos y sexys.
—Lo siento—me suelta.
Vuelvo a intentar curarlo.
—No espera—sisea.
—Ni siquiera te he tocado—protesto.
Parece un adolescente atolondrado, asustado y como ya lo dije, golpeado. Gracias a todos los cielos, no es necesario que le den puntos a su ceja.
—Tranquilo, no querrás que se te infecte.
Y el algodón vuelve a hacer su trabajo. Sus manos pasan alrededor de mi cintura para sujetarme. Una de ellas aprovecha para bajar a mi trasero.
—Se cancela la apuesta.
Me quita la mano de su ceja.
— ¿Qué? —pregunta, exaltado.
—Por mi culpa tuviste la pelea en el bar.
Niega con la cabeza.
—No fue tu culpa—espeta.
—Si lo fue. Ese tipo te vio con el pequeño ladrillo y se burló de ti, sí hubieras... Oye, me siento mal y culpable, además, ya no es necesario que lo ocupes.
—Continua la apuesta—dice poniendo punto final al tema.
Alguien no quiere perder la recompensa de durar todo el día en la cama, eh...
—Matthew, es en serio.
Ahora curo su labio. Echa la cabeza hacia atrás apartándose y mirándome con ojos muy abiertos.
—También es en serio, no quiero quitar la apuesta.
Entorno los ojos. La pelea le afectó un poco el razonamiento.
—Está bien, me rindo—tiro el algodón—. ¿Sabías que eres muy persistente?
Sonríe victorioso.
— ¿Eso crees? —dice con sarcasmo.
El agua vuelve a tocar su piel y hace una mueca tremenda de dolor, pero se abstiene de gritar.
—Eres bueno peleando—digo en tono de burla.
—Artes marciales mixtas, Kickboxing son algunas de mis especialidades.
Nunca lo he visto entrenar. Sé que el Tribeca Tower tiene gimnasio y una piscina, pero nunca he tenido la oportunidad de visitarlos.
— ¿Desde hace cuánto sabes esas disciplinas?
—Desde que tenía doce. Primero me habían inscrito a Hockey, pero luego me resultó aburrido. Daniel me inscribió porque vio que era forma de sacar mi estrés de manera adecuada. Por algún tiempo odié asistir porque tenía que estar en contacto con otras personas, pero fui tomando ritmo y tolerancia de esos deportes.
— ¿Aun tienes maestro? —pregunto con interés.
—Sí, vive en piso 40.
—Ya no lo has visto últimamente—aseguro.
—No, la última vez salió de viaje y no lo he visitado desde que regresamos de nuestra luna de miel.
Él sigue estando en forma—tal vez por el entrenamiento que hacemos en la cama—, en fin, ya será algún día cuando se cumpla mi sueño de verlo entrenando, sudando y atractivo. ¿Pero qué digo? Soy una pervertida.
—Algún día quiero entrenar contigo—digo radiante.
— ¿Luchar? No lo creo.
Frunzo los labios.
—Bueno, hacer Footing o algo.
Ya hemos corrido juntos.
—Ya veremos—me guiña el ojo.
Me siento en el piso del baño, mirando nuestros pies desnudos. La sensación que tengo ahora es algo que me hace recordar el pasado. Una parte del pasado doloroso.
— ¿Desde que me conociste querías que estuviera contigo?
Baja conmigo al suelo. Toma mis piernas y las rodea a su cintura, teniéndome muy cerca de él. Nuestra conexión de miradas se intensifica, y no la rompemos por un buen rato.
—Eres muy tímida, me resultaba encantador que no te atrevieras a mirarme a los ojos.
¿AH? Cierto Cierto.
—Tímida, educada. Al principio no quería lastimarte, pero te deseaba como no te imaginas.
La temperatura en mi cara aumenta.
—Eres una chica a la que no me canso de desear.
Me estremezco y no fue por sus palabras... Sus labios se acercan a los míos, pero con cuidado le pongo el dedo índice entre nosotros, cediéndole el paso.
—Tienes el labio lastimado—le advierto.
—Tú lo puedes curar, solo quiero besarte, sentir tus dulces labios...
Y el silencio se hace a excepción de nuestras respiraciones entrecortadas. El sabor metálico de la sangre de su labio va desapareciendo poco a poco. Ya tenemos nuestras escapatorias a momentos difíciles.
—Sólo quiero que sepas, que no únicamente te quería como asistente, porque ya estaba enamorado de ti.
Todos los sentimientos se me disparan, dejándome llevar por el amor de Matthew.
Y aún faltan secretos por conocer.